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miércoles, 13 de enero de 2016

Ignacio Corsini, el caballero cantor

Gardel y Corsini
El 12 de mayo de 1922 en el Teatro Apolo se produce un hecho trascendente para la historia del tango. Esa noche la compañía de teatro de César Ratti estrena el sainete “El bailarín del cabaret” y en una escena Ignacio Corsini interpreta el tango de Manuel Romero y Manuel Jovés, “Patotero sentimental”. Esa noche Corsini quedó consagrado como cantor de tangos. Para que ningún detalle mítico faltase en la ceremonia, en los camerinos Corsini recibió la visita de Carlos Gardel, una amistad forjada en la admiración y respeto mutuo que se había iniciado unos cuantos años antes cuando ambos cantores se encontraron en Bahía Blanca, uno de los tantos destinos viajeros al que los conducía su oficio.
Carlos Gardel, Ignacio Corsini y Agustín Magaldi fueron las grandes figuras estelares del tango de los años treinta. A la lista podría agregarse el nombre de Charlo y el uruguayo Alberto Vila, pero ésa es otra historia. Los tres mencionados consagraron temas que los identificaron para siempre. Si Gardel fue por ejemplo- el creador de “Mano a mano” y “Tomo y obligo”; Magaldi se hizo inmensamente popular con “El penado catorce” y “Levanta la frente”, mientras que Corsini además de “Patotero sentimental” estrenó en 1927 en el Teatro Cómico su otro gran hallazgo: “Caminito”, el poema de Gabino Coria Peñaloza y Juan de Dios Filiberto, para no mencionar ese extraño tango abolerado escrito en España por Félix Garzo que se llama “Fumando espero” y que Corsini grabó en 1927.
Gardel y Magaldi murieron relativamente jóvenes, pero Corsini se retiró del canto cuando en 1948 falleció su esposa, el amor de toda su vida y a la que le dedicó el poema “Aquel cantor de mi pueblo”, muy bien interpretado luego por Edmundo Rivero. Para esa época Corsini tenía alrededor de 600 temas grabados en los sellos más prestigiosos de su tiempo, participaba en los programas más taquilleros de la radio y su popularidad en algún momento llegó a competir con la de Gardel.
Hoy hay motivos para establecer las diferencias entre estos dos grandes cantores que, conviene insistir, siempre se respetaron. Sin duda hay en Gardel un profesionalismo, un esfuerzo por enriquecer el canto, que no está presente en Corsini. De todos modos, en su momento de esplendor, Corsini convocaba multitudes y Gardel era un gran cantor de tangos, pero todavía no era un mito. Los seguidores de Corsini -que en algún momento sumaron legiones- decían que a Gardel le favoreció la muerte trágica en el mejor período de su carrera, mientras que Corsini falleció en 1967, viejo, solo y bastante olvidado.
Es verdad que la muerte trágica en plena juventud contribuye a proyectar el mito, pero más allá de estas interpretaciones históricas o sociológicas, lo que importa destacar es que Gardel no está donde está porque murió joven, sino porque fue un cantor excepcional, el más dotado o, por lo menos, el que reunía las condiciones necesarias para proyectarse como lo hizo.
Así y todo, las coincidencias entre Gardel y Corsini fueron notables. Uno nació en Toulusse en 1890 y el otro en un pueblito de la provincia italiana de Catania, en 1891. Los niños no conocieron a sus padres y fueron criados por una madre planchadora y otra cocinera. Llegaron a la Argentina cuando tenían cinco o seis años; a uno le decían Romualdo y al otro Andrés; grabaron sus primeros temas en 1912. En 1916 Corsini filma su primera película “Santos Vega”; en 1917 Gardel participa en “Flor de durazno”. Los críticos entonces señalan las diferencias entre un Corsini elegante, delgado, rubio y de ojos azules y un Gardel que entonces pesaba más de cien kilos.

Detalles físicos al margen, lo que llama la atención son las coincidencias en las historias de vida y los itinerarios artísticos. Estas coincidencias no obedecen exclusivamente a la casualidad. En la Argentina de las primeras décadas del siglo veinte era más o menos previsible haber nacido en Europa e identificarse luego con los géneros musicales populares. Ser inmigrante o hijo de inmigrantes en el Buenos Aires de 1900 ó 1915 era algo que a nadie podía llamarle la atención. En los conventillos, en los barrios, en el mundo popular, el tango se imponía por su poesía, su música y la cadencia de su baile.
Gardel y Corsini se iniciaron, como no podía ser de otra manera, cantando canciones camperas. Algo parecido puede decirse de Magaldi. Sus influencias musicales provenían de la música lírica y de los viejos payadores como José Betinotti o Gabino Ezeiza. Esa mezcla de payada y ópera será importante en la formación de los primeros cantores de tango. Por lo menos lo fueron en Gardel, Magaldi y Corsini.
Después están las inevitables diferencias. Gardel fue el “Morocho del Abasto” y Corsini el “Caballero cantor”. Cabellos rubios, ojos celestes como la mítica pulpera y una voz de tenor delicada y sugerente a la que los críticos más exigentes le hallan algunas imperfecciones fonéticas, Corsini rehuyó el tango reo y nunca abusó de los giros lunfardos. Sus letras fueron más discretas, un tono más melódico, intimista si se quiere, aunque, a diferencia de algunos de sus contemporáneos, nunca cayó en el sentimentalismo fácil.
La infancia de Corsini transcurrió en Almagro donde se dice que conoció a Betinotti. Después vivió algunos años en Carlos Tejedor donde se familiarizó con los oficios rurales. Alguna vez declaró en una entrevista que aprendió a cantar escuchando a los pájaros, “lo hice naturalmente, sin esfuerzo”. Sus inicios de cantor están relacionados con el circo. Esto también era un clásico en los cantores populares de aquellos años: el circo, el teatro, la revista y, un poco más adelante, el cine y la radio. La otra alternativa para sobrevivir eran las interminables giras por las ciudades y pueblos de la Argentina. Se viajaba en tren en segunda, se dormía en pensiones y fondas baratas, en más de un caso se actuaba ante un público que todavía no solía ser respetuoso con los artistas y los honorarios eran modestísimos.
En 1907, Corsini trabajó con José Pacheco. Allí conocerá a su hija, Victoria Pacheco, la mujer con la que se casará y tendrá un hijo, pero por sobre todas las cosas será el gran amor de su vida, al punto que cuando ella muera al año siguiente él decidirá retirarse del canto. Las crónicas registran que la despedida final se produjo el 28 de mayo de 1949, en el programa “La argentinidad”, de Radio Belgrano.
Decía que el circo y el teatro fueron sus escuelas formativas. También el cine. Después de “Santos Vega”, filma en 1917 “Federación o muerte”. Corsini no es un gran actor, pero su pinta y su modesta capacidad interpretativa le alcanza y le sobre para superarlo a Gardel. Con el inicio del cine hablado filma en 1934 “Idolos de la radio” y en 1941 “Fortín alto”, que cuenta con la participación de un cantor y músico notable, casi desconocido para el gran público: Edmundo Rivero.
El otro recurso artístico que abonará la popularidad de Corsini, serán los poemas de lo que se conoce como su “Ciclo federal”. La designación alude al puñado de tangos escritos por Pedro Blomberg y musicalizados por Enrique Maciel. Allí se distinguen: “La pulpera de Santa Lucía”, “La mazorquera de Monserrat”, “Tirana unitaria”, entre otros. Todos estos poemas, muy bien escritos, relatan historias de amor y coraje ocurridas en tiempos de Juan Manuel de Rosas. Los poemas hablan de los conflictos de hombres y mujeres cuyas vidas transcurren en una Argentina en la que las pasiones políticas y las privadas podían confundirse. No todos los tangos de Blomberg son federales. También merecen un destacado lugar en su repertorio “La canción de Amalia”, escrita en homenaje a la heroína de la novela antirosista de José Mármol.
Tan importantes como los tangos del “ciclo federal”, son aquellos otros escritos por Blomberg en homenaje a una mujer, a un amor perdido, o a una heroína muerta en una ciudad lejana. Nos referimos a “La que murió en París”, “Violines gitanos” o “Viajera perdida”. Algunos de estos tangos fueron cantados luego por Edmundo Rivero y Alberto Castillo, pero más allá de la calidad de estos insignes cantores, las interpretaciones que hace Corsini siguen siendo insuperables.
Su última presentación pública la hizo en 1961 en el programa de Canal 7 “Volver a vivir”. Tenía setenta años y ya era una reliquia. Hoy sus tangos se siguen escuchando con placer. Si bien su estilo, a diferencia del de Gardel, se revela como algo anacrónico, como algo que pertenece al más lejano pasado, esos mismos limites son los que le otorgan ese aura nostálgico, el aura de un tiempo en el que suponía que el tango se cantaba así: con ese fraseo, esa entonación y esas guitarras pulsadas por Armando Pagés, Rosendo Pessoa y Enrique Maciel. Basta para ellos escuchar “La que murió en París” o “La pulpera de Santa Lucía”, para recuperar un tiempo y un clima perdido en la niebla del pasado.

martes, 8 de septiembre de 2015

Agustín Magaldi, la voz sentimental del tango

Era una voz triste, íntima, siempre al borde de lo sentimental, un cantor afinado, con un caudal de voz muy bueno y una singular personalidad musical. El dúo Magaldi-Noda y el Magaldi solista, constituyeron en sus mejores tiempos una presencia convocante, para un público tanguero que reclamaba con pasión su presencia en los diferentes escenarios del país.
Le canto al mundo de los pobres historias que narran con trazos gruesos y realistas los sufrimientos, las desgracias y las pasiones de los perdedores. Temas como “Dios te salve m’hijo”, “El penado 14”, “Consejo de oro”, son su marca registrada. Su particular manera de interpretarlos, arrancaban lágrimas de hombres poco habituaados a expresar sus sentimientos.
Pero no sólo los inmigrantes, o sus hijos, estuvieron entre sus incondicionales. También lo acompañaron con abnegada fidelidad criollos de tierra adentro, hombres del campo y la ciudad que se identificaban con su singular estilo, con esa manera tristona de cantar historias pequeñas pero cargadas de emotividad y dolor. No tengo noticias de que Magaldi alguna vez haya viajado a Europa, pero sus viajes al interior del país fueron frecuentes. En los pueblos, en improvisados escenarios, los paisanos asistían felices al espectáculo brindado por quien ya era conocido en la Argentina como “La voz sentimental de Buenos Aires”. A Magaldi, y no tanto a Gardel, deberían haberle dicho que a sus discos no los compraban los bacanes.
Magaldi es también uno de los pocos tangueros que en su repertorio le otorga un lugar destacado a la mujer. Temas como “Levanta la frente”, “Libertad”, “No quiero verte llorar”, por citar los más conocidos, cuentan como protagonista a una mujer que si bien desempeña un rol clásico, alejado del feminismo que como causa se iniciará tres décadas después, ese rol a través de sus interpretaciones adquiere una sorprendente dignidad.
Magaldi murió joven y su muerte fue llorada por muchos tangueros. En algún momento se pensó que su tragedia desplazaría a la de Gardel, pero no fue así. Por el contrario, con el paso de los años fue perdiendo vigencia hasta convertirse en una suerte de fetiche nostálgico de viejos tangueros leales al culto de “la voz sentimental de Buenos Aires”. A diferencia de Gardel, pero no sólo de Gardel, no supo vencer el paso del tiempo. Demasiado pintoresco para los tradicionalistas, demasiado cursi para la vanguardia, fue desapareciendo lentamente de los sellos discográficos hasta degradar en el anacronismo, una voz que se puede escuchar en algunas circunstancias especiales para tener una idea aproximada de cómo se vivía el tango hace más de setenta años.
El balance puede ser duro, pero es así. Se podrá decir que no se merecía ese destino o que contaba con interesantes recursos vocales, pero convengamos que, más allá de la nostalgia y los afectos, decididamente no está incorporado como un clásico. En estos temas, siempre es riesgoso elaborar pronósticos, pero no es temerario decir que dentro de algunas décadas los nombres de Gardel, Charlo, Rivero, Goyeneche, Ruiz, Vargas o Sosa, serán recordados, mientras que Magaldi seguramente sobrevivirá como curiosidad.
Se asegura -pero la opinión no es unánime- que Agustín Magaldi nació en Casilda, provincia de Santa Fe, el 1º de diciembre de 1898. Allí vivió su infancia, pero antes de los diez años ya estaba en Rosario. Al conservatorio musical y a Caruso, los descubrió en esa ciudad. A partir de ese momento, la influencia de la canción lírica será evidente. De todos modos, y luego de alguna que otra incursión en el género, pronto se volcará hacia la música popular, que a inicios de los años veinte ya era el tango, aunque acompañado por canciones camperas, cielitos, vidalitas, milongas, cuecas y zambas.
Su primer dúo fue con Héctor Palacios. Luego su acompañante será Nicolás Rossi. En 1923 se radica en Buenos Aires decidido a ganarse un lugar como cantor popular. Gracias al apoyo de Rosita Quiroga empieza a grabar en el sello Víctor, pero el punto de partida de su verdadera carrera profesional se produce en 1925, cuando constituye el dúo con Pedro Noda, acompañado por las guitarras de Enrique Maciel y José María Aguilar al principio. Éstos luego serán sucedidos por Genaro Veiga, Rosendo Pesoa, Diego Centeno y Angel Domingo Riverol.
El dúo Magaldi-Noda durará diez años. Para muchos magaldianos, éste es el mejor momento del maestro. La presencia en los escenarios porteños se extenderá luego a las principales ciudades de las provincias argentinas. En 1935, el dúo se disuelve. Noda se irá con Carlos Dante y Magaldi como solista será acompañado por las guitarras de Centeno, Ortiz y Francino y el arpa de Félix Pérez Cardozo.
Para esa época, Magaldi ya es una estrella de la radio, de las radios que en diversos momentos funda ese pionero del medio que fue Jaime Yanquelevich . Es probable que para esa época haya conocido a Evita, pero ese encuentro no tuvo ninguna importancia en su carrera profesional. Su primer escenario será Radio Nacional, luego Radio Belgrano y finalmente Radio Splendid. En Belgrano, su programa fue un verdadero suceso de popularidad. Magaldi y la Gomina Brancato se constituyeron en una marca registrada.
Agustín Magaldi murió antes de cumplir los cuarenta años. Una operación de vesícula en el Sanatorio Otamendi se complicó y lo llevó al silencio el 8 de septiembre de 1938. Una multitud lo acompañó al cementerio de la Chacarita.

martes, 17 de febrero de 2015

Ignacio Corsini, el caballero cantor

El 12 de mayo de 1922 en el Teatro Apolo se produce un hecho trascendente para la historia del tango. Esa noche la compañía de teatro de César Ratti estrena el sainete “El bailarín del cabaret” y en una escena Ignacio Corsini interpreta el tango de Manuel Romero y Manuel Jovés, “Patotero sentimental”. Esa noche Corsini quedó consagrado como cantor de tangos. Para que ningún detalle mítico faltase en la ceremonia, en los camerinos Corsini recibió la visita de Carlos Gardel, una amistad forjada en la admiración y respeto mutuo que se había iniciado unos cuantos años antes cuando ambos cantores se encontraron en Bahía Blanca, uno de los tantos destinos viajeros al que los conducía su oficio.
Carlos Gardel, Ignacio Corsini y Agustín Magaldi fueron las grandes figuras estelares del tango de los años treinta. A la lista podría agregarse el nombre de Charlo y el uruguayo Alberto Vila, pero ésa es otra historia. Los tres mencionados consagraron temas que los identificaron para siempre. Si Gardel fue por ejemplo- el creador de “Mano a mano” y “Tomo y obligo”; Magaldi se hizo inmensamente popular con “El penado catorce” y “Levanta la frente”, mientras que Corsini además de “Patotero sentimental” estrenó en 1927 en el Teatro Cómico su otro gran hallazgo: “Caminito”, el poema de Gabino Coria Peñaloza y Juan de Dios Filiberto, para no mencionar ese extraño tango abolerado escrito en España por Félix Garzo que se llama “Fumando espero” y que Corsini grabó en 1927.
Gardel y Magaldi murieron relativamente jóvenes, pero Corsini se retiró del canto cuando en 1948 falleció su esposa, el amor de toda su vida y a la que le dedicó el poema “Aquel cantor de mi pueblo”, muy bien interpretado luego por Edmundo Rivero. Para esa época Corsini tenía alrededor de 600 temas grabados en los sellos más prestigiosos de su tiempo, participaba en los programas más taquilleros de la radio y su popularidad en algún momento llegó a competir con la de Gardel.
Hoy hay motivos para establecer las diferencias entre estos dos grandes cantores que, conviene insistir, siempre se respetaron. Sin duda hay en Gardel un profesionalismo, un esfuerzo por enriquecer el canto, que no está presente en Corsini. De todos modos, en su momento de esplendor, Corsini convocaba multitudes y Gardel era un gran cantor de tangos, pero todavía no era un mito. Los seguidores de Corsini -que en algún momento sumaron legiones- decían que a Gardel le favoreció la muerte trágica en el mejor período de su carrera, mientras que Corsini falleció en 1967, viejo, solo y bastante olvidado.
Es verdad que la muerte trágica en plena juventud contribuye a proyectar el mito, pero más allá de estas interpretaciones históricas o sociológicas, lo que importa destacar es que Gardel no está donde está porque murió joven, sino porque fue un cantor excepcional, el más dotado o, por lo menos, el que reunía las condiciones necesarias para proyectarse como lo hizo.
Así y todo, las coincidencias entre Gardel y Corsini fueron notables. Uno nació en Toulusse en 1890 y el otro en un pueblito de la provincia italiana de Catania, en 1891. Los niños no conocieron a sus padres y fueron criados por una madre planchadora y otra cocinera. Llegaron a la Argentina cuando tenían cinco o seis años; a uno le decían Romualdo y al otro Andrés; grabaron sus primeros temas en 1912. En 1916 Corsini filma su primera película “Santos Vega”; en 1917 Gardel participa en “Flor de durazno”. Los críticos entonces señalan las diferencias entre un Corsini elegante, delgado, rubio y de ojos azules y un Gardel que entonces pesaba más de cien kilos.
Detalles físicos al margen, lo que llama la atención son las coincidencias en las historias de vida y los itinerarios artísticos. Estas coincidencias no obedecen exclusivamente a la casualidad. En la Argentina de las primeras décadas del siglo veinte era más o menos previsible haber nacido en Europa e identificarse luego con los géneros musicales populares. Ser inmigrante o hijo de inmigrantes en el Buenos Aires de 1900 ó 1915 era algo que a nadie podía llamarle la atención. En los conventillos, en los barrios, en el mundo popular, el tango se imponía por su poesía, su música y la cadencia de su baile.

Gardel y Corsini se iniciaron, como no podía ser de otra manera, cantando canciones camperas. Algo parecido puede decirse de Magaldi. Sus influencias musicales provenían de la música lírica y de los viejos payadores como José Betinotti o Gabino Ezeiza. Esa mezcla de payada y ópera será importante en la formación de los primeros cantores de tango. Por lo menos lo fueron en Gardel, Magaldi y Corsini.
Después están las inevitables diferencias. Gardel fue el “Morocho del Abasto” y Corsini el “Caballero cantor”. Cabellos rubios, ojos celestes como la mítica pulpera y una voz de tenor delicada y sugerente a la que los críticos más exigentes le hallan algunas imperfecciones fonéticas, Corsini rehuyó el tango reo y nunca abusó de los giros lunfardos. Sus letras fueron más discretas, un tono más melódico, intimista si se quiere, aunque, a diferencia de algunos de sus contemporáneos, nunca cayó en el sentimentalismo fácil.
La infancia de Corsini transcurrió en Almagro donde se dice que conoció a Betinotti. Después vivió algunos años en Carlos Tejedor donde se familiarizó con los oficios rurales. Alguna vez declaró en una entrevista que aprendió a cantar escuchando a los pájaros, “lo hice naturalmente, sin esfuerzo”. Sus inicios de cantor están relacionados con el circo. Esto también era un clásico en los cantores populares de aquellos años: el circo, el teatro, la revista y, un poco más adelante, el cine y la radio. La otra alternativa para sobrevivir eran las interminables giras por las ciudades y pueblos de la Argentina. Se viajaba en tren en segunda, se dormía en pensiones y fondas baratas, en más de un caso se actuaba ante un público que todavía no solía ser respetuoso con los artistas y los honorarios eran modestísimos.
En 1907, Corsini trabajó con José Pacheco. Allí conocerá a su hija, Victoria Pacheco, la mujer con la que se casará y tendrá un hijo, pero por sobre todas las cosas será el gran amor de su vida, al punto que cuando ella muera al año siguiente él decidirá retirarse del canto. Las crónicas registran que la despedida final se produjo el 28 de mayo de 1949, en el programa “La argentinidad”, de Radio Belgrano.
Decía que el circo y el teatro fueron sus escuelas formativas. También el cine. Después de “Santos Vega”, filma en 1917 “Federación o muerte”. Corsini no es un gran actor, pero su pinta y su modesta capacidad interpretativa le alcanza y le sobre para superarlo a Gardel. Con el inicio del cine hablado filma en 1934 “Idolos de la radio” y en 1941 “Fortín alto”, que cuenta con la participación de un cantor y músico notable, casi desconocido para el gran público: Edmundo Rivero.
El otro recurso artístico que abonará la popularidad de Corsini, serán los poemas de lo que se conoce como su “Ciclo federal”. La designación alude al puñado de tangos escritos por Pedro Blomberg y musicalizados por Enrique Maciel. Allí se distinguen: “La pulpera de Santa Lucía”, “La mazorquera de Monserrat”, “Tirana unitaria”, entre otros. Todos estos poemas, muy bien escritos, relatan historias de amor y coraje ocurridas en tiempos de Juan Manuel de Rosas. Los poemas hablan de los conflictos de hombres y mujeres cuyas vidas transcurren en una Argentina en la que las pasiones políticas y las privadas podían confundirse. No todos los tangos de Blomberg son federales. También merecen un destacado lugar en su repertorio “La canción de Amalia”, escrita en homenaje a la heroína de la novela antirosista de José Mármol.
Tan importantes como los tangos del “ciclo federal”, son aquellos otros escritos por Blomberg en homenaje a una mujer, a un amor perdido, o a una heroína muerta en una ciudad lejana. Nos referimos a “La que murió en París”, “Violines gitanos” o “Viajera perdida”. Algunos de estos tangos fueron cantados luego por Edmundo Rivero y Alberto Castillo, pero más allá de la calidad de estos insignes cantores, las interpretaciones que hace Corsini siguen siendo insuperables.
Su última presentación pública la hizo en 1961 en el programa de Canal 7 “Volver a vivir”. Tenía setenta años y ya era una reliquia. Hoy sus tangos se siguen escuchando con placer. Si bien su estilo, a diferencia del de Gardel, se revela como algo anacrónico, como algo que pertenece al más lejano pasado, esos mismos limites son los que le otorgan ese aura nostálgico, el aura de un tiempo en el que suponía que el tango se cantaba así: con ese fraseo, esa entonación y esas guitarras pulsadas por Armando Pagés, Rosendo Pessoa y Enrique Maciel. Basta para ellos escuchar “La que murió en París” o “La pulpera de Santa Lucía”, para recuperar un tiempo y un clima perdido en la niebla del pasado.

martes, 2 de diciembre de 2014

Agustín Magaldi, la voz sentimental del Tango

De Magaldi, se ha dicho que compitió en calidad y fama con Gardel. Puede que en algún momento su fama haya sido parecida, pero con todo respeto debo decir que Gardel sigue siendo único y que hasta el mejor Magaldi no llega a estar al nivel del peor Gardel. Dicho esto, hay que destacar, luego, que cuando hablamos de Magaldi nos referimos a un cantor afinado, con un caudal de voz muy bueno y una singular personalidad musical. El dúo Magaldi-Noda y el Magaldi solista, constituyeron en sus mejores tiempos una presencia convocante, para un público tanguero que reclamaba con pasión su presencia en los diferentes escenarios del país.
Se dice que Gardel cantó para todas las clases sociales. Los personajes de sus tangos podían ser malevos de barrio, compadritos de los arrabales, pero también angustiados oficinistas de clase media o espléndidos bon vivant de las clases altas. Magaldi hizo y fue otra cosa. Sus personajes pertenecen exclusivamente al mundo de los pobres. Por supuesto que grabó de todo y en eso se pareció a Gardel, quien sin complejos iba de un cielito a un fox-trot y de una canzoneta a un tango, pero los temas que lo consagraron para siempre, los que ganaron el corazón de su público, fueron diez, quince a lo sumo y su rasgo distintivo es que todos tienen la marca inefable de lo popular.
Se trata de historias que narran con trazos gruesos y realistas los sufrimientos, las desgracias y las pasiones de los perdedores. Temas como “Dios te salve m’hijo”, “El penado 14”, “Consejo de oro”, son su marca registrada. Su particular manera de interpretarlos, arrancaban lágrimas de hombres poco habituaados a expresar sus sentimientos. En una Argentina donde la inmigración fue masiva, Magaldi contó con la adhesión incondicional de la comunidad italiana, tal vez porque muchas de las letras que interpretaba reflejaban los dolores y tristezas de la gente trabajadora.
Pero no sólo los inmigrantes, o sus hijos, estuvieron entre sus incondicionales. También lo acompañaron con abnegada fidelidad criollos de tierra adentro, hombres del campo y la ciudad que se identificaban con su singular estilo, con esa manera tristona de cantar historias pequeñas pero cargadas de emotividad y dolor. No tengo noticias de que Magaldi alguna vez haya viajado a Europa, pero sus viajes al interior del país fueron frecuentes. En los pueblos, en improvisados escenarios, los paisanos asistían felices al espectáculo brindado por quien ya era conocido en la Argentina como “La voz sentimental de Buenos Aires”. A Magaldi, y no tanto a Gardel, deberían haberle dicho que a sus discos no los compraban los bacanes.
Magaldi es también uno de los pocos tangueros que en su repertorio le otorga un lugar destacado a la mujer. Temas como “Levanta la frente”, “Libertad”, “No quiero verte llorar”, por citar los más conocidos, cuentan como protagonista a una mujer que si bien desempeña un rol clásico, alejado del feminismo que como causa se iniciará tres décadas después, ese rol a través de sus interpretaciones adquiere una sorprendente dignidad.
Magaldi murió joven y su muerte fue llorada por muchos tangueros. En algún momento se pensó que su tragedia desplazaría a la de Gardel, pero no fue así. Por el contrario, con el paso de los años fue perdiendo vigencia hasta convertirse en una suerte de fetiche nostálgico de viejos tangueros leales al culto de “la voz sentimental de Buenos Aires”. A diferencia de Gardel, pero no sólo de Gardel, no supo vencer el paso del tiempo. Demasiado pintoresco para los tradicionalistas, demasiado cursi para la vanguardia, fue desapareciendo lentamente de los sellos discográficos hasta degradar en el anacronismo, una voz que se puede escuchar en algunas circunstancias especiales para tener una idea aproximada de cómo se vivía el tango hace más de setenta años.
El balance puede ser duro, pero es así. Se podrá decir que no se merecía ese destino o que contaba con interesantes recursos vocales, pero convengamos que, más allá de la nostalgia y los afectos, decididamente no está incorporado como un clásico. En estos temas, siempre es riesgoso elaborar pronósticos, pero no es temerario decir que dentro de algunas décadas los nombres de Gardel, Charlo, Rivero, Goyeneche, Ruiz, Vargas o Sosa, serán recordados, mientras que Magaldi seguramente sobrevivirá como curiosidad.
Se asegura -pero la opinión no es unánime- que Agustín Magaldi nació en Casilda, provincia de Santa Fe, el 1º de diciembre de 1898. Allí vivió su infancia, pero antes de los diez años ya estaba en Rosario. Al conservatorio musical y a Caruso, los descubrió en esa ciudad. A partir de ese momento, la influencia de la canción lírica será evidente. De todos modos, y luego de alguna que otra incursión en el género, pronto se volcará hacia la música popular, que a inicios de los años veinte ya era el tango, aunque acompañado por canciones camperas, cielitos, vidalitas, milongas, cuecas y zambas.
Su primer dúo fue con Héctor Palacios. Luego su acompañante será Nicolás Rossi. En 1923 se radica en Buenos Aires decidido a ganarse un lugar como cantor popular. Gracias al apoyo de Rosita Quiroga empieza a grabar en el sello Víctor, pero el punto de partida de su verdadera carrera profesional se produce en 1925, cuando constituye el dúo con Pedro Noda, acompañado por las guitarras de Enrique Maciel y José María Aguilar al principio. Éstos luego serán sucedidos por Genaro Veiga, Rosendo Pesoa, Diego Centeno y Angel Domingo Riverol.
El dúo Magaldi-Noda durará diez años. Para muchos magaldianos, éste es el mejor momento del maestro. La presencia en los escenarios porteños se extenderá luego a las principales ciudades de las provincias argentinas. En 1935, el dúo se disuelve. Noda se irá con Carlos Dante y Magaldi como solista será acompañado por las guitarras de Centeno, Ortiz y Francino y el arpa de Félix Pérez Cardozo.
Para esa época, Magaldi ya es una estrella de la radio, de las radios que en diversos momentos funda ese pionero del medio que fue Jaime Yanquelevich . Es probable que para esa época haya conocido a Evita, pero ese encuentro no tuvo ninguna importancia en su carrera profesional. Su primer escenario será Radio Nacional, luego Radio Belgrano y finalmente Radio Splendid. En Belgrano, su programa fue un verdadero suceso de popularidad. Magaldi y la Gomina Brancato se constituyeron en una marca registrada.
Agustín Magaldi murió antes de cumplir los cuarenta años. Una operación de vesícula en el Sanatorio Otamendi se complicó y lo llevó al silencio el 8 de septiembre de 1938. Una multitud lo acompañó al cementerio de la Chacarita. Años después, su hijo recorrerá los escenarios de la Argentina imitando al padre. El muchacho logra despertar algunas expectativas porque los viejos tangueros están dispuestos a dejarse ganar por la nostalgia. El fenómeno no duró mucho... Una vez más, el principio, “nunca segundas partes fueron buenas”, se cumplió al pie de la letra.

jueves, 10 de abril de 2014

Agustín Magaldi: “la voz sentimental de Buenos Aires”

Como sucede con otras figuras representativas de nuestro tango, no es posible determinar con exactitud las
coordenadas de su nacimiento. Algunos las ubican en Rosario y en 1906; otros, en la también santafesina Casilda, en 1901; otros, en fin, fijan la misma ciudad pero corren el año a 1900, o a 1898. Cuentan que tuvo un hermano que murió antes que él naciera, y cuyo nombre llevó; el hecho, digno de los tangos que lo hicieron famoso, contribuye a la imprecisión de su biografía.
Quienes se ocuparon de ella dicen que sus padres, inmigrantes italianos, le infundieron el amor al canto lírico, y que estudió con Nicola Mignona, quien había llegado a Rosario en una gira de Enrico Caruso, en cuya compañía se desempeñaba como maestro sustituto. En esa ciudad, el joven Agustín integró distintos dúos vocales que no alcanzaron demasiada trascendencia.
Son imprecisas también las circunstancias de su llegada a Buenos Aires, donde en 1924 hizo su debut radial a instancias de la popular cancionista Rosita Quiroga, con quien grabó dos discos poco después. Los directivos de la empresa consideraron oportuno que siguiera grabando con una segunda voz masculina; el guitarrista Enrique Maciel le aconsejó que escuchara a Pedro Noda, y así se formó una de las duplas más significativas de nuestro canto.
El dúo Magaldi-Noda alcanzó rápida y enorme popularidad, que con el correr del tiempo se consolidó a través de actuaciones, presentaciones en radio y grabaciones. Es importante mencionar que el repertorio no estaba consagrado por entero al tango sino que se componía asimismo de otros ritmos nuestros, como zambas, cuecas, valsecitos criollos, chacareras, gatos y estilos.
En opinión del poeta Diego Holzer, Magaldi “sintió la influencia y fue la continuación de los payadores, verdaderos referentes sociales de la época. Era un cantor nacional, como les decían a los que recorrían el país pueblo a pueblo cantando no sólo tangos, sino también zambas, estilos y otras expresiones folclóricas”.
Destacado melodista devenido en prolífico compositor, produjo con Noda primero y solo después unas setenta piezas. A fines de 1935, luego de la participación que ambos cumplieron en la película “Monte criollo”, Magaldi se desvinculó de Noda pero no del éxito, que lo acompañó también en su trayectoria como solista.
Vale la pena recordar que por entonces llegó a Buenos Aires de la mano de Magaldi una muy joven aspirante a actriz llamada Evita Duarte. La relación que los unió fue calificada de amistosa por unos y de sentimental por otros, quienes citan en su apoyo el vals “Quién eres tú”, que le habría inspirado al cantor la mujer que tres lustros después sería consagrada en vida Jefa Espiritual de la Nación.
Cuentan que Magaldi comenzó a sufrir malestares cada vez más frecuentes e intensos a los que, inexplicablemente, intentaba hacer caso omiso. El 17 de agosto de 1938, después de una exigente actuación radial, sufrió una descompensación brusca que se atribuyó a una afección previa del aparato digestivo. Internado en el sanatorio Otamendi, fue intervenido quirúrgicamente. Murió en el posoperatorio veintiún días después.

Magaldi poseía una caudalosa voz de barítono atenorado, con mucha llegada a los agudos, gran riqueza armónica y dotada de un vibrato natural. A estas notables condiciones innatas unía una técnica refinada, que seguramente debía a las enseñanzas del maestro Mignona.
Uno de los más respetados cantores de hoy, Reynaldo Martín, precisa: “Utilizaba mucho el falsete para hacer las notas más agudas y así acomodarse a la modalidad de la época, en que deslumbraban los tenores líricos y todos los cantores iban muy arriba”.
A favor de esas cualidades, Magaldi desarrolló un estilo interpretativo ajeno a la reciedumbre y sobriedad del arquetipo gardeliano; se armó para ello de un repertorio que abundaba en elementos melodramáticos y no desdeñó apelar a la emoción lacrimosa. Sus tangos, al decir del poeta Osvaldo Rossler, “fueron una proposición al llanto colectivo”. Y el locutor Dupuy de Lome lo bautizó como “la voz sentimental de Buenos Aires”.
Reynaldo Martín acota: “Era dueño de una enorme personalidad; inauguró un estilo que tenía mucho que ver con la estética de su tiempo, en que el teatro era muy declamatorio y afamados poetas ponían el acento en lo melodramático. Hay que situarse en la época, que era de vacas muy flacas y de mucha marginalidad, sobre todo a partir de la profunda crisis del 30; la situación del país y del mundo no estaba como para ser descripta con medias tintas”.
Con posterioridad a esa época, repertorio e intérprete fueron objeto de acerbas críticas por parte de sesudos reseñadores, quienes no tuvieron en cuenta que la estética de Magaldi significó una suerte de continuación criolla y mistonga del melodrama prerromántico y de la literatura folletinesca del siglo XIX, incluso las tan vilipendiadas “canciones rusas” que entonó reflejan la influencia de las novelas de Tolstoi y de Dos-toievsky.
Del mismo modo que las creaciones de los principales exponentes de aquellos géneros, los tangos de Magaldi se correspondían con las inclinaciones de vastos sectores de la población que aún eran capaces de ingenuidad.
“Magaldi interpretaba ese repertorio sensiblero sin hacer alardes de voz; podría haberse dedicado a cantar canciones efectistas pero prefirió contar las historias del pueblo”, sintetiza Martín.
Por otra parte, es injusto circunscribir todas sus interpretaciones a la efusión lastimera. Su ductilidad le permitió expresar con solvencia distintas emociones, actitudes y estados de ánimo: despecho en “Te odio”, desparpajo en “Se va la vida”, nostalgia en “Yo tan sólo veinte años tenía”, resignación (magistralmente) en “Paciencia”. Sus últimas grabaciones muestran, además, renovación del repertorio con profundización de la crítica social y apertura a formas de expresión más austeras y por eso mismo más dramáticas.

Como todo artista auténtico, Magaldi fue testimonial; supo reflejar en sus tangos la miseria y la injusticia de su época. Lo suyo no fue la imprecación, desusada en el género; en cambio, elevó su canto como un lamento por los sufrimientos de los pobres.
Así, en “Patoteros” –con letra de Víctor Soliño y música de Adolfo Mondino, grabado en 1927– relata un episodio bastante frecuente entonces, que no siempre se resolvía tan felizmente como en el tango: “El hombre es un obrero que vuelve del taller / cansado de ganarse el pan para comer. / Cobarde la patota, de pronto lo rodea / y un guapo lo golpea haciéndolo caer. / En tanto ellos festejan la hazaña criminal / el hombre se levanta sacando su puñal / y al verlo decidido, los taitas de cartón / se esfuman en la sombra del negro callejón.”
En “Acquaforte”, cuyos autores en letra y música son, respectivamente, Carlos Marambio Catán y Horacio Pettorossi, ilustra con voz doliente los escandalosos niveles de explotación laboral: Un viejo verde que gasta su dinero / emborrachando a Lulú con su champán / hoy le negó el aumento a un pobre obrero / que le pidió un pedazo más de pan”.
Magaldi se animó además a cuestionar, apasionada y valientemente, dogmas consagrados por la religión, la moral y las leyes de entonces. “Levantá la frente”, cuya música le pertenece y lleva letra de Antonio Nápoli, reivindica con audacia entonces inaudita a la madre soltera y la equipara a la casada. Recordamos haber leído en la columna costumbrista que firmaba un tan Don Rudecindo y que se publicaba en el diario Clarín hasta bien entrados los ’60, una exhortación a prohibir este tango: La madre casada, la madre soltera /son todas iguales: son una, no dos. / Lo nieguen las leyes, lo niegue quien quiera / son todas iguales delante de Dios”. Lo grabó en 1936. “Libertad”, también con música propia y con letra de Felipe Mitre Navas, grabado en 1938, pone reparos a la indisolubilidad del matrimonio: “Estamos a tiempo, seguí tu camino / tu ideal yo no he sido ni el mío sos vos. / ¿Por qué esta comedia de amores fingidos? / ¡Quedemos amigos y libres los dos!”. Cabe señalar que recién en 1985 se eliminó de nuestra legislación la distinción entre hijos legítimos e ilegítimos, y hubo que esperar hasta 1987 para que se instituyera el divorcio vincular.
Como buen cantor nacional, Magaldi interpretó el triste campero “Ave María”, con letra del gran payador anarquista Luis Acosta García y música de Ernesto Rossi, grabado en 1931. Al poeta le bastan pocas líneas para describir la situación del hombre de campo con mayor claridad y precisión que cualquier político metido a experto: “Sin un churrasquito, sin un mate amargo / solo y agobiado por años y penas / […] / veinte años que andamos, mi picazo viejo / como dos basuras en la polvareda / […] / no tenemos nada más que muchos años / ni vos tenés pasto, ni yo tengo yerba…”.
A Acosta García pertenece también la letra de “Dios te salve, m’hijo”, sobre la que Magaldi compuso la música y grabó en 1938. A partir de una anécdota terrible en su concisión, el tango desarrolla un drama que denuncia la farsa electoral de la época, la clase a cuyos intereses servía y los brutales métodos que empleaba; contrariamente al estereotipo de los detractores del género, la figura del padre es la protagonista: “El pueblito estaba lleno de personas forasteras / los caudillos desplegaban lo más rudo de su acción / arengando a los paisanos a ganar las elecciones / por la plata, por la tumba, por el voto o el facón. / Al momento que cruzaban desfilando los contrarios / un paisano gritó ¡viva! y al caudillo mencionó / y los otros respondieron sepultando sus puñales / en el cuerpo valeroso del paisano que gritó. / […] / Pobre m’hijo, quién diría que por noble y por valiente / pagaría con su vida el sostén de una opinión / por no hacerme caso, m’hijo, se lo dije tantas veces / no haga juicio a los discursos del doctor ni del patrón”.
Pocos tangos alcanzan la hondura trágica de “Disfrazado”, grabado en 1938; es fácil darse cuenta de que sólo Magaldi (y por supuesto Gardel, si hubiera podido hacerlo) era capaz de expresarlo en toda su intensidad. La música fue compuesta por Antonio Tello, medio hermano del cantor, sobre una letra del poeta popular José da Silva. En en la edición del  periódico Trascartón de febrero de 2003, otro poeta, Oscar García, relató las desesperadas circunstancias que la originaron: Da Silva, un trabajador obligado en la década infame a ganarse la vida como pintor de brocha gorda, no conseguía ni siquiera una changa y sufría duras penurias cuando una y más cruel desgracia se abatió sobre él. Su hijo mayor, un chico de diez años, murió en carnaval atropellado por un camión que llevaba mascaritas al corso: “El eco de madrugada trae el vaivén de los coches, / de seres que alegremente van vivando el carnaval / mientras me ha sido imposible dormir durante la noche / pensando para los míos poder conseguir el pan. / Seguiré, quién sabe cuánto, disfrazado de miseria / con el rumbo lentamente hacia el gran palco oficial / y en el mundo de los muertos terminarán mis miserias / obteniendo primer premio si festejan carnaval”.
Magaldi dejó sin grabar varias piezas de su repertorio, como “El huérfano y el sepulturero”, un estilo con letra de Juan Manuel Pombo que, a pesar del título y del asunto, tiene un remate sencillo y contundente: “Los ricos están primero / por eso lugar les damos / mal hacemos si lloramos / por una simple pavada / los pobres no somos nada / y hasta en la muerte estorbamos”.
Tampoco llegó a grabar la milonga “Tierra del Fuego”, cuyas décimas, que nos acercó Julio Nader, reclaman el cierre y clausura de la ominosa cárcel de Ushuaia: “Tierra del Fuego es el nombre / como burlona ironía / de la constante porfía / de los errores del hombre. / No habrá ser que no se asombre / de tamaña enormidad / tergiversar la verdad / llamándole fuego al frío / es como decirle impío / al grito de libertad”.

Nadie pone en duda hoy que Magaldi fue simpatizante anarquista. Compartió ese ideario con muchos grandes del tango, como Juan de Dios Filiberto, Pascual Contursi, José González Castillo, Antonio Podestá, Enrique Santos Discépolo (en sus comienzos) y Teodoro Mouzo, poeta y letrista conocido por el apodo de “Isusi”, creador de “Así nació este tango” y personaje muy querido en el ambiente tanguero.
A sus instancias, y de acuerdo con un estudio de Santiago Senén González publicado en el semanario Hoy, Magaldi cantó en un festival solidario organizado para recaudar fondos destinados a la fianza por la liberación de las obreras costureras de la empresa Gatry, detenidas durante una huelga en protesta por los bajos salarios y las pésimas condiciones de trabajo.
Muchos otros testimonios lo ubican cantando en las ollas populares que la miseria de la época multiplicaba, así como en cárceles, hospitales y asilos. Era muy generoso y, del mismo modo que Gardel y Troilo, supo ayudar a amigos, conocidos y otros que no lo eran tanto, ahorrándoles la humillación de la dádiva; para ello los abrazaba efusivamente y aprovechaba para deslizarles dinero en el bolsillo del saco sin que lo advirtieran.
No sabemos hasta qué punto su pensamiento, solidario y comprometido con la causa de los desposeídos pudo haber influido en la toma de conciencia de la que quiso, y logró, que su pueblo la recordara simplemente como Evita. Lo cierto es su aporte a nuestra cultura, en cuya construcción participó como auténtico artista popular y creador de un estilo que a pesar de tantos años, tantos cambios y tanto olvido, conserva insospechada vigencia, tan múltiple y anónima como sólo aquellos que el pueblo reconoce como suyos pueden alcanzar. Mejor lo dijo Diego Holzer, que por algo es poeta: “La voz de Magaldi es el canto del pueblo. Yo he conocido cantores andariegos, en las cosechas, por ejemplo, y cantaban como él”.