El tango se escribió a pedido. Unos amigos le dijeron a Troilo que se decida de una buena vez a componer algo con Expósito para que no le ocurra lo mismo que con Discépolo, quienes en innumerables ocasiones se comprometieron a hacer algo juntos y jamás lograron concretarlo. Lo cierto es que llegó el día en que se pusieron de acuerdo y en poco tiempo el tango ganó la calle.
A “Te llaman malevo” lo estrenó Ángel Cárdenas, que hacía poco tiempo acababa de ingresar a la orquesta de Pichuco recomendado por Osvaldo Manzi y para reemplazar a Carlos Olmedo. Siete u ocho años después, al tango lo cantó Tito Reyes acompañado por la misma orquesta. De Tito Reyes se dice que fue el último cantor de Troilo, aunque al respecto todo depende con el cristal con que se mire, ya que para los iniciados en el tema, el último cantor fue Roberto Achával, hombre oriundo de Bahía Blanca y que participó con Troilo en un recital en el Teatro Odeón en abril de 1975 titulado “Simplemente Pichuco”, recital que no fue muy bien acogido por el público, noticia que afectó mucho a Troilo, aunque es una exageración decir -como efectivamente se ha dicho- que culpa de ese desengaño murió de tristeza pocos meses después.
Esa noche en el Teatro Odeón, Achával cantó precisamente “Te llaman malevo”, aunque nunca grabó con Troilo. Sí, existe una cinta donde Pichuco y Achával ensayan este tango. Allí puede apreciarse la calidad vocal de este gran cantor y uno de los últimos firuletes de Troilo con su fueye. Habría que recordar -a título de información- que después de la muerte de Troilo, Expósito escribió en su homenaje “Ese muchacho Troilo”, con música de Enrique Francini, un inspirado homenaje al amigo de parte del primo de Billy Cafaro.
Además de Cárdenas y Reyes, “Te llaman malevo”, fue grabado por Nelly Omar, Roberto Goyeneche y Rubén Juárez. En 1972, en televisión se inició una serie titulada “Malevo”. El libro era de Abel Santa Cruz y trabajaban como actores Rodolfo Bebán, Oscar Ferrigno, Gabriela Gili ,Eduardo Rudy, Oscar Casco e Ignacio Quirós La serie contó con una amplia audiencia y los memoriosos recuerdan que la música de fondo era, precisamente, “Te llaman malevo”, entonada por Roberto Achával.
A los grandes cantores se los relaciona con un tango emblemático. Gardel, por ejemplo, con “Mano a mano”; Magaldi, con “Consejo de oro”; Vargas, con “Tres esquinas”; Fiorentino, con “Malena”; Rivero, con “Sur”; Goyeneche, con “Naranjo en flor”. Pues bien, “Te llaman malevo”, pertenece a Roberto Achával
Los críticos afirman que este tango no es lo mejor de Expósito. No estoy tan de acuerdo. No tendrá el nivel de abstracción poética de “Naranjo en flor”, “Maquillaje” o “Yuyo verde”, pero su nivel narrativo es excelente. Se trata de un tango que cuenta una historia con desenlace trágico: el suicidio de su protagonista. El suicidio después de haber sido un hombre bueno, de haber sufrido un desengaño amoroso, de haberse jugado más de una vez la vida con un facón en la mano y de haber descubierto a la vuelta del camino que no hay otra salida que la muerte. ¿Acaso ese itinerario nos recuerda esa perfecta síntesis poética que tanto le gustó a Cioran: “Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamientos...”.
Presentemos al poema: “Nació en un barrio de malvón y luna/ por donde el hambre sabe hacer gambetas/ y desde pibe fue poniendo el hombro/ y anchó a trabajo su sonrisa buena”. El inicio es excelente. Están todos los condimentos para sazonar a un buen tango: el barrio, la luna y la sonrisa buena.
“La sal del tiempo le quemó la cara/ cuando una mina lo dejó en chancleta/ y entonces solo, para siempre solo/ largó el laburo y se metió en la huella”. Que un desengaño amoroso hiera a un hombre no es nada nuevo en la literatura; lo que importa en este caso no es tanto la historia como la manera de contarla. Después de todo, la sal del tiempo a todos nos oxida la cara.
Luego llega el estribillo, algo admonitorio y algo ponderativo. “Malevo, te olvidaste en los boliches/ los anhelos de tu vieja./ Malevo, se agrandaron tus hazañas/ con las copas de ginebra./ Por ella, tan sólo por ella/ dejaste una huella de amargo rencor./ Malevo, ¡qué triste!/ jugaste y perdiste,/ tan sólo por ella/ que nunca volvió”. El fracaso con una mujer es la causa, además del derrumbe final, de una elección de vida dictada por el dolor, tal vez el resentimiento. No es el hambre, la pobreza o la rebeldía lo que lo lanza a la “huella”, sino ese amor maldito de su primera juventud.
En la última estrofa se cierra la historia. “Tambor de tacos redoblando calles/ para que se entren las muchachas buenas/ y allí el silencio que mastica el pucho/ dejando siempre la mirada a cuenta”. ¿Por qué las muchachas buenas entran a su casa cuando se oye el tambor de tacos? ¿Es el recato porque las putas ganaron la calle? ¿O ese eco, ese redoble, lo producen los tacos del malevo? No importa la respuesta, importa la puesta en escena.
“Dicen que dicen que una noche zurda/ con el cuchillo deshojó la espera/ y entonces solo como flor de orilla/ largó el cansancio y se mató por ella”. El “dicen que dicen” remite a una noche zurda. Giros como éstos después los van a usar otros poetas, pero Expósito es único en lo suyo. También pertenece a su poética comparar la soledad con la flor de orilla. Y a la angustia con el cansancio, con ese cansancio que nuestro malevo en algún momento no soportó más.
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miércoles, 20 de julio de 2016
viernes, 15 de julio de 2016
Cadícamo y el Zorzal
“Tengo 23 tangos grabados por Gardel. Unico caso de autor. Nadie tiene ese orgullo. Un verdadero record”, se alegraba Enrique Cadícamo en una carta fechada en 1998. Por entonces se editaban por primera vez todos sus tangos juntos en la voz del Zorzal a través del sello Odeón.
El tango que conectó a Gardel con Cadícamo fue el primero que escribió el autor, cuando todavía trabajaba como escribiente en el Archivo del Consejo Nacional de Educación junto a Leopoldo Lugones: Pompas de jabón. Una pieza que originalmente se llamó Pompas, pero Cadícamo cambió su título porque el compositor, Roberto Emilio Goyeneche –tío del Polaco–, falleció poco antes de la primera grabación y quiso evitar la analogía con las pompas fúnebres. Cadícamo recuerda que Gardel, al descubrirlo tan joven, le preguntó con sorna: “¿A quién le pungueaste la letra?” (ver recuadro). Después de ese, le grabó 22 temas más en menos de ocho años.
La recopilación que presenta este diario abre con uno de los tangos emblema de Gardel, Anclao en París. A modo de bonus track, culmina con la primera grabación que hizo el cantante de la sonrisa eterna de ese mismo tango, hecha en París en 1931, unos meses antes que la anterior, acompañado por sus guitarristas Guillermo Barbieri y Angel Riverol. Allí se añora a la lejana Buenos Aires, ahora modernizada: “Cómo habrá cambiado tu calle Corrientes/ Suipacha, Esmeralda, tu mismo arrabal/ alguien me ha contado que está floreciente/ y un juego de calles se da en diagonal”. “Yo copié del natural sobre los muchachos que no habían tenido suerte, que estaban dando vueltas por París, que habían ido con el sueño de ser bailarines y no habían sido nada. Esa derrota me inspiró. Estaban sin plata, sin fe, con ganas de volver a Buenos Aires”, contaba Cadícamo.
En su libro Debut de Gardel en París, de editorial Corregidor, el poeta cuenta que escribió este tango en Barcelona, por un pedido expreso que le hizo Gardel y que le comunicó por carta Barbieri: “Esa misma noche y de un tirón, en una mesa del grill, con el barullo de sus alegres turistas de fondo, escribí Anclao en París”, relata. Estoy hablando del año ’28, ’29. Tomé un block de papel. Eran las 2 de mañana. Fue raro: Anclao en París lo hice de un tirón, cosa que no era habitual en mí, porque el autor tacha, rompe el papel. Esa noche yo estaba muy apurado, me iba a buscar un amigo para salir. Con el apuro, lo terminé de un tirón. Se lo mandé a Barbieri por vía aérea: fue la primera composición que hice por avión. Lo grabó Gardel y tuvo mucho éxito porque era copiado del natural, como aconseja Aristóteles. Salen las cosas con más claridad”. Muchos de los temas de Gardel interpreta a Cadícamo retoman a aquella misma mujer de Pompas de jabón, la que derrocha sus abriles, pero que debe recordar que su belleza un día se esfumará. Esa Muñeca brava a quien se le advierte: “Cuando llegués al final de tu carrera tus primaveras verás languidecer”. Y en Che, papusa, oí: “Si entre el lujo del ambiente, hoy te arrastra la corriente, ¡mañana te quiero ver!”. O como se le dice a la Callejera: “Cuando estés vieja y fulera tendrás muerto el corazón (...) Seguí, nomás, deslizá tus abriles por la vida... que cuando empiece atallar el invierno de tu vida, notarás arrepentida que has vivido un carnaval”. Ahí está, también, La reina del tango: “Che milonga, seguí el jarandón, meta baile con corte y champán, ya una noche tendrás que bailar el tango grotesco del Juicio Final”. Tangos que avanzan sobre el prototipo femenino de la mujercita que descarrila en la juventud, pero a quien la vida espera con el castigo fatal del paso de los años. Un prototipo sobre el que Cadícamo supo explayarse con genial poesía.
Entre todas esas mujeres, hay una de la que Cadícamo se apiada, Madame Ivonne. En su muy completa biografía de Gardel, Julián y Guido Barsky revelan que Madame Ivonne existió: su nombre fue Ivonne Guitry, conoció a Gardel en París y se enamoró de él, llevando una vida de tango a cuestas. Casada a los 16 años con un príncipe asiático, contrajo una enfermedad venérea incurable y desde los 18 se dedicó a derrochar su fortuna viviendo todos los excesos en los cabarets parisinos. “Guitry continuó tras los pasos de Gardel exactamente como una sombra”, dicen los Barsky. “Años después ella asegurará que viajó con él a Buenos Aires y que el tango fue compuesto en su honor, por sugerencia del propio Gardel.” Verdadera o no la versión de Madame Guitry, lo cierto es que los versos de Cadícamo coinciden con su historia: “Era la papusa del Barrio Latino/ que supo a los puntos de verso inspirar/ pero fue que un día llegó un argentino/ y a la francesita la hizo suspirar./ Madame Ivonne, la Cruz del Sur fue como un signo/ Madame Ivonne, fue como un signo de tu suerte./ Alondra gris, tu dolor me conmueve/ tu pena es de nieve, Madame Ivonne”. O que la historia de su vida fue, propiamente, la de un tango.
Hay otro tango-emblema que nació al calor de la crisis del ’30 y que Gardel grabó tan pronto como fue escrito, Al mundo le falta un tornillo. En su libro Mis memorias, Cadícamo recuerda el nacimiento de aquel tema: “La crisis mundial había entrado al país en forma implacable. Hubo desocupación y ésta trajo como consecuencia la primera villa miseria, que ocupó un sector de Puerto Nuevo y comenzó a hacer funcionar la tristemente recordada olla popular. Ese momento ingrato me inspiró una letra que a mí me parecía dramática por su contenido y al guitarrista Aguilar, festiva. Entusiasmado con la actualidad que reflejaba, le adaptó música y se la hizo escuchar a Gardel, quien de inmediato la llevó al disco”.
En esas memorias, Cadícamo también cuenta la historia de los temas “traducidos por encargo” que aparecen en esta recopilación. “Por encargo de Razzano escribí los textos en castellano de cuatro temas americanos que debía grabar Gardel: un fox trot titulado Yo nací para ti y tres valses que se hallaban en pleno auge: La divina dama, Ramona y En un pueblito de España, de este último una versión distinta a la que grabó Magaldi, que firmé con otro apellido por ser la anterior exclusividad de Víctor.” Aquel fue también el momento en el que Cadícamo pasó de ser un joven con talento e inquietud por la poesía para pasar a ser un poeta del tango hecho y derecho: “Comienzan a lloverme sobres de los sellos grabadores, con estampillas para contraseñar los discos. Ganaba por semana cuatro veces más de lo que cobraba mensualmente en el Archivo”.
El tango que conectó a Gardel con Cadícamo fue el primero que escribió el autor, cuando todavía trabajaba como escribiente en el Archivo del Consejo Nacional de Educación junto a Leopoldo Lugones: Pompas de jabón. Una pieza que originalmente se llamó Pompas, pero Cadícamo cambió su título porque el compositor, Roberto Emilio Goyeneche –tío del Polaco–, falleció poco antes de la primera grabación y quiso evitar la analogía con las pompas fúnebres. Cadícamo recuerda que Gardel, al descubrirlo tan joven, le preguntó con sorna: “¿A quién le pungueaste la letra?” (ver recuadro). Después de ese, le grabó 22 temas más en menos de ocho años.
La recopilación que presenta este diario abre con uno de los tangos emblema de Gardel, Anclao en París. A modo de bonus track, culmina con la primera grabación que hizo el cantante de la sonrisa eterna de ese mismo tango, hecha en París en 1931, unos meses antes que la anterior, acompañado por sus guitarristas Guillermo Barbieri y Angel Riverol. Allí se añora a la lejana Buenos Aires, ahora modernizada: “Cómo habrá cambiado tu calle Corrientes/ Suipacha, Esmeralda, tu mismo arrabal/ alguien me ha contado que está floreciente/ y un juego de calles se da en diagonal”. “Yo copié del natural sobre los muchachos que no habían tenido suerte, que estaban dando vueltas por París, que habían ido con el sueño de ser bailarines y no habían sido nada. Esa derrota me inspiró. Estaban sin plata, sin fe, con ganas de volver a Buenos Aires”, contaba Cadícamo.
En su libro Debut de Gardel en París, de editorial Corregidor, el poeta cuenta que escribió este tango en Barcelona, por un pedido expreso que le hizo Gardel y que le comunicó por carta Barbieri: “Esa misma noche y de un tirón, en una mesa del grill, con el barullo de sus alegres turistas de fondo, escribí Anclao en París”, relata. Estoy hablando del año ’28, ’29. Tomé un block de papel. Eran las 2 de mañana. Fue raro: Anclao en París lo hice de un tirón, cosa que no era habitual en mí, porque el autor tacha, rompe el papel. Esa noche yo estaba muy apurado, me iba a buscar un amigo para salir. Con el apuro, lo terminé de un tirón. Se lo mandé a Barbieri por vía aérea: fue la primera composición que hice por avión. Lo grabó Gardel y tuvo mucho éxito porque era copiado del natural, como aconseja Aristóteles. Salen las cosas con más claridad”. Muchos de los temas de Gardel interpreta a Cadícamo retoman a aquella misma mujer de Pompas de jabón, la que derrocha sus abriles, pero que debe recordar que su belleza un día se esfumará. Esa Muñeca brava a quien se le advierte: “Cuando llegués al final de tu carrera tus primaveras verás languidecer”. Y en Che, papusa, oí: “Si entre el lujo del ambiente, hoy te arrastra la corriente, ¡mañana te quiero ver!”. O como se le dice a la Callejera: “Cuando estés vieja y fulera tendrás muerto el corazón (...) Seguí, nomás, deslizá tus abriles por la vida... que cuando empiece atallar el invierno de tu vida, notarás arrepentida que has vivido un carnaval”. Ahí está, también, La reina del tango: “Che milonga, seguí el jarandón, meta baile con corte y champán, ya una noche tendrás que bailar el tango grotesco del Juicio Final”. Tangos que avanzan sobre el prototipo femenino de la mujercita que descarrila en la juventud, pero a quien la vida espera con el castigo fatal del paso de los años. Un prototipo sobre el que Cadícamo supo explayarse con genial poesía.
Entre todas esas mujeres, hay una de la que Cadícamo se apiada, Madame Ivonne. En su muy completa biografía de Gardel, Julián y Guido Barsky revelan que Madame Ivonne existió: su nombre fue Ivonne Guitry, conoció a Gardel en París y se enamoró de él, llevando una vida de tango a cuestas. Casada a los 16 años con un príncipe asiático, contrajo una enfermedad venérea incurable y desde los 18 se dedicó a derrochar su fortuna viviendo todos los excesos en los cabarets parisinos. “Guitry continuó tras los pasos de Gardel exactamente como una sombra”, dicen los Barsky. “Años después ella asegurará que viajó con él a Buenos Aires y que el tango fue compuesto en su honor, por sugerencia del propio Gardel.” Verdadera o no la versión de Madame Guitry, lo cierto es que los versos de Cadícamo coinciden con su historia: “Era la papusa del Barrio Latino/ que supo a los puntos de verso inspirar/ pero fue que un día llegó un argentino/ y a la francesita la hizo suspirar./ Madame Ivonne, la Cruz del Sur fue como un signo/ Madame Ivonne, fue como un signo de tu suerte./ Alondra gris, tu dolor me conmueve/ tu pena es de nieve, Madame Ivonne”. O que la historia de su vida fue, propiamente, la de un tango.
Hay otro tango-emblema que nació al calor de la crisis del ’30 y que Gardel grabó tan pronto como fue escrito, Al mundo le falta un tornillo. En su libro Mis memorias, Cadícamo recuerda el nacimiento de aquel tema: “La crisis mundial había entrado al país en forma implacable. Hubo desocupación y ésta trajo como consecuencia la primera villa miseria, que ocupó un sector de Puerto Nuevo y comenzó a hacer funcionar la tristemente recordada olla popular. Ese momento ingrato me inspiró una letra que a mí me parecía dramática por su contenido y al guitarrista Aguilar, festiva. Entusiasmado con la actualidad que reflejaba, le adaptó música y se la hizo escuchar a Gardel, quien de inmediato la llevó al disco”.
En esas memorias, Cadícamo también cuenta la historia de los temas “traducidos por encargo” que aparecen en esta recopilación. “Por encargo de Razzano escribí los textos en castellano de cuatro temas americanos que debía grabar Gardel: un fox trot titulado Yo nací para ti y tres valses que se hallaban en pleno auge: La divina dama, Ramona y En un pueblito de España, de este último una versión distinta a la que grabó Magaldi, que firmé con otro apellido por ser la anterior exclusividad de Víctor.” Aquel fue también el momento en el que Cadícamo pasó de ser un joven con talento e inquietud por la poesía para pasar a ser un poeta del tango hecho y derecho: “Comienzan a lloverme sobres de los sellos grabadores, con estampillas para contraseñar los discos. Ganaba por semana cuatro veces más de lo que cobraba mensualmente en el Archivo”.
miércoles, 13 de julio de 2016
Alberto Margal :El cantor de las madres y las novias
Alberto Capa, cuyo nombre artístico era Alberto Margal, nació en Rosario el 13 de Julio de 1910. Estudió el colegio comercial aunque sin éxito. Trabajó en una panadería, que poseía unas máquinas “Margaldi”. De ahí nació su apellido artístico. En 1933 llegó a Buenos Aires, cantando en cantinas y cafés de Avellaneda acompañándose con su guitarra. Trabajó en la Editorial Sopena y concurrió a teatros vocacionales independientes, donde también cantaba. Durante un asado tuvo un encuentro con Juan Ruggero, “Ruggerito”, colaborador del caudillo Alberto Barceló, hecho que le sirvió como punto de arranque a su trayectoria profesinal. Fue contratado por LR2 “Radio Argentina”, emisora en la que permaneció casi 25 años. Pero también cantó en “Radio Prieto”, “Radio El Mundo” y “Radio Belgrano”, en las audiciones de “Jabón Federal”. Hay que destacar sus actuaciones en el Café Marzotto, acompañado por las guitarras de José Canet y Humberto Canataro. Fue llamado “El cantor de las madres y las novias”. Fueron muchas las giras que realizó por el interior del país, donde era muy conocido. Admirador de Agustín Magaldi, cultivó su repertorio con preferencia. Formó dúo con Lito Bayardo, con quien compuso varios temas. Su popularidad se acrecentó en 1937, destacándose como uno de los cantantes solistas de la época. Realizó giras por Brasil, Uruguay y Chile. En 1951 participó en 2 novelas de radioteatro en Radio Argentina. Su primera grabación fue en el sello “Odeón”, el 7 de Marzo de 1943 con el tango “No hables mal de las mujeres”. Su último registro se realizó en 1957, completando 46 grabaciones. Ese año abandonó la actividad artística. Falleció a los 70 años, el 18 de Septiembre de 1980.
martes, 28 de junio de 2016
Roberto Grela: la Guitarra de Oro del tango
Hubo varios guitarristas que descollaron en la escena musical porteña pero ninguno ha dejado, en los públicos tangueros, el recuerdo que dejó este maestro de las seis cuerdas cuyo apodo perdura en el tiempo, como perduran los elogios.
Nacido en el barrio de San Telmo, se crió en la música. Su padre (litógrafo de oficio) y su tío, constituían un conjunto de guitarras: "Los Hermanos Delpaso". Así fue como se inclinó por las cuerdas pero por un instrumento muy especial: el mandolín. Se cuenta que fue el guitarrista Manuel Parada quien lo alentó a abrazar el instrumento que lo acompañaría durante el resto de sus días.
En 1929 comenzó a tocar la guitarra para ganarse la vida. Luego de hacer sus primeros acordes acompañando a cantores de discreta fama, pasa a acompañar a Antonio Maida tras su retirada de la orquesta de Juan Maglio "Pacho". Más tarde acompañó, junto a otros guitarristas, a Charlo y, hacia fines de los años 30, a Fernando Díaz.
De esta etapa data uno de sus mayores éxitos: el tango “Las cuarenta”. Contaba años más tarde: “Llegó a mis manos un papel bastante ajado, amarillo: la letra. A mí me gustó. Lo terminé en General Pico, La Pampa y se lo hice estrenar a Fernando Díaz.”
Según Ricardo García Blaya y Néstor Pinsón, Fernando Díaz “le manifiesta su preocupación por no tener en su repertorio un tango de impacto para su debut en Radio Belgrano de regreso a Buenos Aires.
Grela lo sorprendió sacando de su bolsillo una letra que le había entregado Francisco Gorrindo a la que él acababa de ponerle música. Se trataba de "Las cuarenta" que, con gran éxito, estrenaron en 1937.” “Con el pucho de la vida, apretado entre los labios…” rezaban los primeros versos del tango que se transformaría en un clásico. Integró el conjunto folclórico de Abel Fleury, de quien guardó siempre un gran cariño y una enorme admiración. El folclore, el jazz, (llegó a tener su propia agrupación: los "American Fire"), la música brasileña, contaron con la guitarra de Grela.
Pero lo suyo era el tango. Aníbal Troilo lo invitó a tocar con él y así estrenaron la comedia musical “El patio de la morocha”, con guión de Cátulo Castillo. La reacción del público fue una total ovación. Había nacido el cuarteto Troilo-Grela, con el guitarrón de Edmundo Zaldívar y el contrabajo de Kicho Díaz. Ésa fue la formación inicial. Los años junto a Troilo serían, según sus propias palabras, los más importantes de su vida, en el plano artístico.
En 1958 forma un cuarteto de guitarras y en 1965 se une a Leopoldo Federico en lo que llamaron el "Cuarteto San Telmo".
A lo largo de su carrera fue acompañante de numerosos cantores y cancionistas de indiscutible prestigio: Edmundo Rivero, Nelly Omar, Alberto Marino, Agustín Irusta, Tito Reyes, Héctor Mauré, Alberto Podestá, Jorge Vidal, entre otros.
En 1980 integró la orquesta estable del canal once de televisión, dirigida por Osvaldo Requena.
Balance
No fue un compositor prolífico, pero dejó títulos valiosísimos tales como "Viejo baldío" (con letra de Víctor Lamanna), "Callejón" (letra de Héctor Marcó) y el célebre "A San Telmo" (en colaboración con Héctor Ayala).
Fue uno de los “orejeros” ilustres, de los “autodidactas” más granados que ha dado el tango. No tuvo una formación musical sólida como sí la tuvieron algunos de sus colegas más reconocidos pero tuvo por principal escuela el contacto con gigantes y una delicada sensibilidad para ejecutar el instrumento.
En boca de muchos esta consideración suele aparecer sin siquiera haber escuchado sus discos, como si fuera la repetición de una muletilla; sin embargo, Grela realmente fue extraordinario: aun careciendo de conocimientos teóricos y sin demasiado virtuosismo técnico, logró obtener de su instrumento el punto preciso para sobresalir siendo solista y también lucirse cuando le tocaba ser acompañante”.
“Artista de sensibilidad exquisita y rara capacidad musical, asimiló a su instrumento el fraseo brillante y ligado de la tradición bandoneonística” señala Horacio Ferrer sobre la guitarra de Grela.
Es la guitarra del tango con las nuevas formas que todavía siguen tocando los músicos. Yo personalmente nunca vi tocar la guitarra tan lindo y tan creativo como él. Tengo los mejores recuerdos.” Confiesa una preferencia: “Tocando solo, era mejor. Escuchen su forma de manejar la armonía.”
Nacido en el barrio de San Telmo, se crió en la música. Su padre (litógrafo de oficio) y su tío, constituían un conjunto de guitarras: "Los Hermanos Delpaso". Así fue como se inclinó por las cuerdas pero por un instrumento muy especial: el mandolín. Se cuenta que fue el guitarrista Manuel Parada quien lo alentó a abrazar el instrumento que lo acompañaría durante el resto de sus días.
En 1929 comenzó a tocar la guitarra para ganarse la vida. Luego de hacer sus primeros acordes acompañando a cantores de discreta fama, pasa a acompañar a Antonio Maida tras su retirada de la orquesta de Juan Maglio "Pacho". Más tarde acompañó, junto a otros guitarristas, a Charlo y, hacia fines de los años 30, a Fernando Díaz.
De esta etapa data uno de sus mayores éxitos: el tango “Las cuarenta”. Contaba años más tarde: “Llegó a mis manos un papel bastante ajado, amarillo: la letra. A mí me gustó. Lo terminé en General Pico, La Pampa y se lo hice estrenar a Fernando Díaz.”
Según Ricardo García Blaya y Néstor Pinsón, Fernando Díaz “le manifiesta su preocupación por no tener en su repertorio un tango de impacto para su debut en Radio Belgrano de regreso a Buenos Aires.
Grela lo sorprendió sacando de su bolsillo una letra que le había entregado Francisco Gorrindo a la que él acababa de ponerle música. Se trataba de "Las cuarenta" que, con gran éxito, estrenaron en 1937.” “Con el pucho de la vida, apretado entre los labios…” rezaban los primeros versos del tango que se transformaría en un clásico. Integró el conjunto folclórico de Abel Fleury, de quien guardó siempre un gran cariño y una enorme admiración. El folclore, el jazz, (llegó a tener su propia agrupación: los "American Fire"), la música brasileña, contaron con la guitarra de Grela.
Pero lo suyo era el tango. Aníbal Troilo lo invitó a tocar con él y así estrenaron la comedia musical “El patio de la morocha”, con guión de Cátulo Castillo. La reacción del público fue una total ovación. Había nacido el cuarteto Troilo-Grela, con el guitarrón de Edmundo Zaldívar y el contrabajo de Kicho Díaz. Ésa fue la formación inicial. Los años junto a Troilo serían, según sus propias palabras, los más importantes de su vida, en el plano artístico.
En 1958 forma un cuarteto de guitarras y en 1965 se une a Leopoldo Federico en lo que llamaron el "Cuarteto San Telmo".
A lo largo de su carrera fue acompañante de numerosos cantores y cancionistas de indiscutible prestigio: Edmundo Rivero, Nelly Omar, Alberto Marino, Agustín Irusta, Tito Reyes, Héctor Mauré, Alberto Podestá, Jorge Vidal, entre otros.
En 1980 integró la orquesta estable del canal once de televisión, dirigida por Osvaldo Requena.
Balance
No fue un compositor prolífico, pero dejó títulos valiosísimos tales como "Viejo baldío" (con letra de Víctor Lamanna), "Callejón" (letra de Héctor Marcó) y el célebre "A San Telmo" (en colaboración con Héctor Ayala).
Fue uno de los “orejeros” ilustres, de los “autodidactas” más granados que ha dado el tango. No tuvo una formación musical sólida como sí la tuvieron algunos de sus colegas más reconocidos pero tuvo por principal escuela el contacto con gigantes y una delicada sensibilidad para ejecutar el instrumento.
En boca de muchos esta consideración suele aparecer sin siquiera haber escuchado sus discos, como si fuera la repetición de una muletilla; sin embargo, Grela realmente fue extraordinario: aun careciendo de conocimientos teóricos y sin demasiado virtuosismo técnico, logró obtener de su instrumento el punto preciso para sobresalir siendo solista y también lucirse cuando le tocaba ser acompañante”.
“Artista de sensibilidad exquisita y rara capacidad musical, asimiló a su instrumento el fraseo brillante y ligado de la tradición bandoneonística” señala Horacio Ferrer sobre la guitarra de Grela.
Es la guitarra del tango con las nuevas formas que todavía siguen tocando los músicos. Yo personalmente nunca vi tocar la guitarra tan lindo y tan creativo como él. Tengo los mejores recuerdos.” Confiesa una preferencia: “Tocando solo, era mejor. Escuchen su forma de manejar la armonía.”
El reconocido historiador, investigador y divulgador José Valle manifestó "Grela fue el guitarrista más importante de la historia del tango y uno de los músicos más importantes en la música argentina"
Roberto Grela falleció el 6 de setiembre de 1992, dejando un nombre, una escuela, y un apodo que siempre nos recordará el tamaño de su guitarra.
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lunes, 20 de junio de 2016
En Bahía Blanca Comienzan Las Míticas Jornadas Gardelianas
Declaradas de interés cultural por la Cámara de Diputados de la Nación, de interés provincial y Cultural por el Instituto Cultural bonaerense y de interés municipal por la comuna de Bahía Blanca, desde el próximo miércoles al domingo, se desarrollarán las séptima edición de las Jornadas Gardelianas.
Domingo 26, 21 hs - Teatro Municipal.Espectáculo "CARLOS GARDEL, EL REY DEL TANGO" con las voces de Gaby “La voz sensual del Tango”, Carla Catá y Jorge Nacud, el Coro infantil del Colegio Juan José Passo dirigido por el maestro Daniel Wais y el Ballet de tango de la Peña Folklórica de las Escuelas Medias de la Universidad Nacional del Sur (EMUNS) dirigido por Sonia Agüero. Conducción Néstor de la Iglesia.
Cronograma de actividades:
Miércoles 22, 18 hs - Centro Cultural de la Cooperativa Obrera (Zelarrayán 560).
APERTURA OFICIAL con proyección de la película “El Tango en Broadway” protagonizada por Carlos Gardel, Trini Ramos y Vicente Padula.
Miércoles 22, 18 hs - Centro Cultural de la Cooperativa Obrera (Zelarrayán 560).
APERTURA OFICIAL con proyección de la película “El Tango en Broadway” protagonizada por Carlos Gardel, Trini Ramos y Vicente Padula.
Entrega de distinciones del CEDICUPO a Diego Berman por su programa “Abuelos Hoy”, a Raúl Degásperi, Guillermina Rizzo, Fabiana Úngaro y Luis María Serralunga por su trayectoria y a Canal 7 en su 50 Aniversario. Conducción: Mariel Estrada.
Jueves 23, 19 hs - Café Miravalles (Av. Cerri 777)
“Un vermut con Gardel” charla-debate de anécdotas gardelianas con la participarán de Ricardo Margo, Valentín Pazzi y nutrido panel integrado por miembros del Círculo Gardeliano de Bahía Blanca: Carlos Benítez. Francisco Cabeza, Olga Gil y Héctor Patrignani. Se entregará una distinción al Sr. Pazzi, coleccionista e investigador de la vida de Carlos Gardel y se rendirá homenaje a Víctor Palacios y Eduardo Giorlandini. Show musical de Pablo Gibelli.
Viernes 24, 17 hs - Hotel Muñiz (O´Higgins 23)
Inauguración plaqueta recordatoria de las últimas dos visitas de Carlos Gardel a Bahía Blanca, en las que se hospedó en el Hotel Muñiz (febrero de 1930 y mayo de 1933). Auspiciado por la Asociación de Hoteles, restaurantes, bares, confiterías y afines de Bahía Blanca y Región Sudoeste, Círculo Gardeliano de Bahía Blanca e Instituto Cultural de Bahía Blanca.
Viernes 24, 22hs - El Motivo Tanguería (Brandsen 550).
Milonga con el trío de Juan Carlos Polizzi y cantantes invitados: Anyela Cabrera, Gastón Peralta y David Roldán. Exhibición de los bailarines Natalia Gastaminza y Gustavo Rodríguez.
Sábado 25, 11 hs - Hotel Muñiz (O´Higgins 23)
Inicio de la visita “Tras los pasos del Zorzal” guiada por el Ing. Carlos Benítez, Presidente del CGB y por Valentín Pazzi, en la que se recorrerán los sitios frecuentados por Gardel en sus visitas a la ciudad entre ellos, el Hotel Muñiz, el Teatro Municipal, el Café Miravalles, entre otras referencias. Para confirmar asistencia y reservar lugar en transporte inscribirse en la Oficina de Turismo sita en Peatonal Drago (esquina Av. Colón) o comunicarse al teléfono: 291-15 4223928.
Sábado 25, 21.30 hs - Café Histórico (Av. Colón 602)
Show musical de tango con la cantante Adriana Re y el conjunto “La Puñalada” integrado por Germán Arens (voz), Sergio Arens y Francisco Romagnoli (guitarras) y Fernando Luciani (guitarrón).
Jueves 23, 19 hs - Café Miravalles (Av. Cerri 777)
“Un vermut con Gardel” charla-debate de anécdotas gardelianas con la participarán de Ricardo Margo, Valentín Pazzi y nutrido panel integrado por miembros del Círculo Gardeliano de Bahía Blanca: Carlos Benítez. Francisco Cabeza, Olga Gil y Héctor Patrignani. Se entregará una distinción al Sr. Pazzi, coleccionista e investigador de la vida de Carlos Gardel y se rendirá homenaje a Víctor Palacios y Eduardo Giorlandini. Show musical de Pablo Gibelli.
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La Puñalada |
Viernes 24, 17 hs - Hotel Muñiz (O´Higgins 23)
Inauguración plaqueta recordatoria de las últimas dos visitas de Carlos Gardel a Bahía Blanca, en las que se hospedó en el Hotel Muñiz (febrero de 1930 y mayo de 1933). Auspiciado por la Asociación de Hoteles, restaurantes, bares, confiterías y afines de Bahía Blanca y Región Sudoeste, Círculo Gardeliano de Bahía Blanca e Instituto Cultural de Bahía Blanca.
Viernes 24, 22hs - El Motivo Tanguería (Brandsen 550).
Milonga con el trío de Juan Carlos Polizzi y cantantes invitados: Anyela Cabrera, Gastón Peralta y David Roldán. Exhibición de los bailarines Natalia Gastaminza y Gustavo Rodríguez.
Sábado 25, 11 hs - Hotel Muñiz (O´Higgins 23)
Inicio de la visita “Tras los pasos del Zorzal” guiada por el Ing. Carlos Benítez, Presidente del CGB y por Valentín Pazzi, en la que se recorrerán los sitios frecuentados por Gardel en sus visitas a la ciudad entre ellos, el Hotel Muñiz, el Teatro Municipal, el Café Miravalles, entre otras referencias. Para confirmar asistencia y reservar lugar en transporte inscribirse en la Oficina de Turismo sita en Peatonal Drago (esquina Av. Colón) o comunicarse al teléfono: 291-15 4223928.
Gaby |
Show musical de tango con la cantante Adriana Re y el conjunto “La Puñalada” integrado por Germán Arens (voz), Sergio Arens y Francisco Romagnoli (guitarras) y Fernando Luciani (guitarrón).
Domingo 26, 21 hs - Teatro Municipal.Espectáculo "CARLOS GARDEL, EL REY DEL TANGO" con las voces de Gaby “La voz sensual del Tango”, Carla Catá y Jorge Nacud, el Coro infantil del Colegio Juan José Passo dirigido por el maestro Daniel Wais y el Ballet de tango de la Peña Folklórica de las Escuelas Medias de la Universidad Nacional del Sur (EMUNS) dirigido por Sonia Agüero. Conducción Néstor de la Iglesia.
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martes, 24 de mayo de 2016
El tango y los tungos
El 15 de junio de 1925 fue una noche de gala en “El Bataclán”, el célebre teatro de revistas de calle 25 de Mayo que forjó la imagen mítica de la bataclana. Precisamente, esa noche se presentaba en escena la obra “En la raya lo esperamos”, de Luis Bayón Herrera, musicalizada por Modesto Papávero y con la presencia estelar de Tita Merello. La obra ficcionalizaba una carrera de caballos, con la novedad de que los jockeys eran las chicas vestidas con polleritas cortas y chaquetillas de colores y los caballos unos simples bastones.
Nada del otro mundo en un teatro que convocaba multitudes decididas a apreciar las dotes sensuales de sus estrellas favoritas. Lo sorprendente, en este caso, es que esa tarde Papávero, que en su vida había pisado un hipódromo, fue a Palermo para presenciar una carrera de caballos y encontrar alguna posible inspiración para la obra. El azar o tal vez alguna recomendación, lo acercó al stud de Francisco Maschio y allí le aconsejaron que apostara al jockey Irineo Leguisamo, a quien sólo conocía de nombre. Se dice que Papávero jugó esa siesta seis boletos y se instaló en la popular para presenciar la carrera. Fue allí que vio cortar las cintas y cómo los pingos salían como saetas. Allí vio que el jockey a quien había apostado había quedado atrás y, para su asombro, registró cómo iba ganando posiciones, cómo al doblar el codo se acomodaba para entrar en acción y, en ese momento, comenzó a sentir los gritos de la tribuna: “Leguisamo solo”, un grito que unía a los cajetillas de la oficial con los reos de la popular, como si por un instante mágico las diferencias de clases se hubieran suspendido.
La carrera la ganó Leguisamo, pero no sabemos si Papávero cobró la apuesta porque según sus propias confidencias en ese momento estaba más entretenido en escribir la letra del tango que se le acababa de ocurrir que en ganar dinero. Cuando esa tarde llegó al teatro la letra ya estaba calentita, como recién salida del horno. Tita Merello la aprendió en dos patadas y a la noche la cantó por primera vez en público. Nunca en “El Bataclán” hubo una ovación tan estruendosa. Esa noche, tres veces Tita tuvo que cantar el tango y las últimas dos, el público la acompañaba en el estribillo de pie.
Fue una sensación. La novedad fue registrada al otro día por los columnistas de espectáculos de los diarios. “Leguisamo solo” era el gran tango de la temporada. Carlos Gardel estaba en Europa y, apenas se enteró de que se había escrito un tango en homenaje a su gran amigo, pidió urgente la letra. No era la primera vez que Gardel le cantaba un tango a lo que era su pasión y su vicio: los caballos. Ya en 1917 había interpretado “El moro” y “Pangaré” con Razzano, pero los entendidos aseguran que nunca Gardel cantó un tango con tanta emotividad, al punto que en algún momento se dejó llevar por la pasión y eso se nota cuando exclama “Leguisamo viejo y peludo nomás...”. O con el sugerente y sobrador “Leguisamo al trotecito...”.
Gardel graba este tango en Barcelona el 17 de octubre de 1925 y dos años después en Buenos Aires. No fue el único tango que cantó en homenaje a los caballos, pero fue el que más quiso. Gardel lo había conocido a Leguisamo en el hipódromo de Maronas, en 1920. Era el único que le decía “Mono”, sin que el jockey se molestara por el apodo, aunque, dirá después: “Para cobrarme, yo le decía Romualdo, sabiendo que no le gustaba”.
Se cuenta que una mañana Leguisamo recibió en su casa un enorme paquete con una tarjera de Gardel que decía: “Mono, te mando un postre”. Leguisamo empezó a abrir el paquete y para su sorpresa descubrió que era puro papel y cartón. Sospechando que se trataba de una de las tantas cargadas de su amigo, ya estaba por tirar el resto de los papeles, cuando descubrió, casi de casualidad, un disco que ni siquiera tenía etiqueta. Leguisamo puso el disco en el fonógrafo resignado, esperando una cachada, cuando para su sorpresa escuchó el tango dedicado en su homenaje. Leguisamo, que era un hombre sobrio y parco, no tiene reparo en decir que se le llenaron los ojos de lágrimas por ese distinguido obsequio de su amigo.
Gardel amaba a los caballos y al universo burrero. Tuvo seis caballos que habitualmente los alojaba en el stud de Francisco Maschio, el “viejo Francisco”, que menciona en el último monólogo de “Leguisamo solo”. De todos modos, su caballo preferido, el que adquirió dimensión literaria fue “Lunático”. Curiosamente en homenaje a ese caballo hay un tango compuesto por Guillermo Barbieri y Eugenio Calderón dedicado a Gardel y que nunca se grabó, ni la música ni la letra. Los músicos de la guardia vieja escribieron memorables composiciones musicales en homenaje a algún sportsman, algún jockey o a algún cuidador. Uno de los más famosos es “La gran muñeca” de Alfredo Bevilacqua, dedicado al jockey Domingo Torterolo. O “Correntino”, de Pedro Maffia, dedicado al “Yacaré” Elías Antúnez. Abundan los tangos en homenaje a los grandes señores del turf: “Marrón glacé” de Eduardo Arolas, está dedicado a Emilio de Alvear; “Espiga de oro” de Juan Maglio a Juárez Celman. El músico Pablo Laise compuso temas como “Viejo pillo”, dedicado al sportsman Enrique Dufour y “Don Santiago”, dedicado al fundador del Hipódromo San Martín, don Santiago Fontanilla. O “Buen Ojo”, de José Luis Visca, dedicado al doctor Benito Villanueva.
Con las composiciones musicales llegaron los poemas, los memorable temas burreros. El mundo del hipódromo, de los stud, de los caballos de carrera, las expectativa de las apuestas, los aprontes y los desencantos por los resultados constituyeron una fuente importante de inspiración tanguera, al punto que un veterano del turf llegó a decir que el tango es el responsable de haber desprestigiado un deporte distinguido, el deporte de los reyes, con su lunfardo y su narración obsesiva acerca de jugadores que perdían el sueldo, la fortuna y el hogar detrás de los caballos de carrera.
Le gustara o no a este caballero, los hipódromos fueron en aquellos años un lugar preferido por la gente. Las veladas domingueras convocaban multitudes, en algunos casos superiores en número a las de las canchas de fútbol. Palermo y, a partir de 1935, San Isidro fueron los grandes estadios donde el tango celebró uno de sus mitos más perdurables. El colorido de las chaquetillas de los jockeys, el sol iluminando la pista, el rumor de las multitudes en las tribunas, el ajetreo de los jugadores en las ventanillas, la estampa de los caballos constituyen un espectáculo inspirado en genuina poesía.
Los tangos relatan las penurias de los jugadores, sus esperanzas, sus hábitos. Es el caso de “Palermo”, “La catedrática”, “Tardecitas estuleras”, muy bien interpretada por Edmundo Rivero, “Preparate pal domingo”, “NP”, un tango de Francisco Loiácono, el apellido real del entrañable Negro Barquina.
Pero los caballos, las apuestas, la pasión de los jugadores dan también lugar a las más inspiradas metáforas del tango. Es el caso del poema de Alfredo Le Pera, “Por una cabeza”, en el que nunca se llega a saber con certeza si el personaje se está quejando por la suerte en el hipódromo o por la suerte en el amor. Es el caso de ese extraordinario tango que pertenece a Francisco García Jiménez, “Lunes” y que Carlos Dante le ha otorgado su sello definitivo. “Un catedrático escarba su bolsillo/ pa ver si un níquel alcanza pa un completo. Ayer qué dulce- la fija del potrillo; hoy qué vinagre- rompiendo los boletos...”.
Al mismo poeta pertenece uno de los grandes tangos burreros, “Bajo Belgrano”, también cantado por Gardel, pero con una muy buena interpretación de Marino, quien entre otras cosas se le animó a los tangos consagrados por Gardel. Había que animársele a “Leguisamo solo”.
Otro tango que no puede estar ausente en la lista es “Canchero”, escrito por Celedonio Flores e interpretado, entre otros, por Gardel y Rivero. O “Pan comido”, de Enrique Dizeo e Ismael Gómez. O “Preparaste pal domingo”, de José Rial y Guillermo Barbieri. Capítulo aparte, merece “Milonga que peina canas”, de Alberto Gómez y ese notable poema que se llama “Uno y uno”, escrito por Lorenzo Juan Traverso.
Alberto Marino, Jorge Vidal, Edmundo Rivero, Alberto Morán, el propio Alberto Echagüe han hecho su aporte a los temas burreros. Particular mención merece Angel Vargas y su tema “El yacaré”, un poema con música de Alfredo Attadía y letra de Mario Emilio Soto -el autor de “Pasional”- en el que le rinde homenaje a ese notable jockey correntino que fue Elías Antúnez. Como en “Leguisamo solo”, el poema narra una carrera donde la muñeca del jockey asegura el triunfo.
Demás está decir que los grandes poemas burreros pertenecen a Gardel por derecho propio, porque le gustaban los burros y porque como dice en la última carta que le escribe unos días antes de su muerte: “Me he gastado una ponchada de mangos en la raza caballar”.
Nada del otro mundo en un teatro que convocaba multitudes decididas a apreciar las dotes sensuales de sus estrellas favoritas. Lo sorprendente, en este caso, es que esa tarde Papávero, que en su vida había pisado un hipódromo, fue a Palermo para presenciar una carrera de caballos y encontrar alguna posible inspiración para la obra. El azar o tal vez alguna recomendación, lo acercó al stud de Francisco Maschio y allí le aconsejaron que apostara al jockey Irineo Leguisamo, a quien sólo conocía de nombre. Se dice que Papávero jugó esa siesta seis boletos y se instaló en la popular para presenciar la carrera. Fue allí que vio cortar las cintas y cómo los pingos salían como saetas. Allí vio que el jockey a quien había apostado había quedado atrás y, para su asombro, registró cómo iba ganando posiciones, cómo al doblar el codo se acomodaba para entrar en acción y, en ese momento, comenzó a sentir los gritos de la tribuna: “Leguisamo solo”, un grito que unía a los cajetillas de la oficial con los reos de la popular, como si por un instante mágico las diferencias de clases se hubieran suspendido.
La carrera la ganó Leguisamo, pero no sabemos si Papávero cobró la apuesta porque según sus propias confidencias en ese momento estaba más entretenido en escribir la letra del tango que se le acababa de ocurrir que en ganar dinero. Cuando esa tarde llegó al teatro la letra ya estaba calentita, como recién salida del horno. Tita Merello la aprendió en dos patadas y a la noche la cantó por primera vez en público. Nunca en “El Bataclán” hubo una ovación tan estruendosa. Esa noche, tres veces Tita tuvo que cantar el tango y las últimas dos, el público la acompañaba en el estribillo de pie.
Fue una sensación. La novedad fue registrada al otro día por los columnistas de espectáculos de los diarios. “Leguisamo solo” era el gran tango de la temporada. Carlos Gardel estaba en Europa y, apenas se enteró de que se había escrito un tango en homenaje a su gran amigo, pidió urgente la letra. No era la primera vez que Gardel le cantaba un tango a lo que era su pasión y su vicio: los caballos. Ya en 1917 había interpretado “El moro” y “Pangaré” con Razzano, pero los entendidos aseguran que nunca Gardel cantó un tango con tanta emotividad, al punto que en algún momento se dejó llevar por la pasión y eso se nota cuando exclama “Leguisamo viejo y peludo nomás...”. O con el sugerente y sobrador “Leguisamo al trotecito...”.
Gardel graba este tango en Barcelona el 17 de octubre de 1925 y dos años después en Buenos Aires. No fue el único tango que cantó en homenaje a los caballos, pero fue el que más quiso. Gardel lo había conocido a Leguisamo en el hipódromo de Maronas, en 1920. Era el único que le decía “Mono”, sin que el jockey se molestara por el apodo, aunque, dirá después: “Para cobrarme, yo le decía Romualdo, sabiendo que no le gustaba”.
Se cuenta que una mañana Leguisamo recibió en su casa un enorme paquete con una tarjera de Gardel que decía: “Mono, te mando un postre”. Leguisamo empezó a abrir el paquete y para su sorpresa descubrió que era puro papel y cartón. Sospechando que se trataba de una de las tantas cargadas de su amigo, ya estaba por tirar el resto de los papeles, cuando descubrió, casi de casualidad, un disco que ni siquiera tenía etiqueta. Leguisamo puso el disco en el fonógrafo resignado, esperando una cachada, cuando para su sorpresa escuchó el tango dedicado en su homenaje. Leguisamo, que era un hombre sobrio y parco, no tiene reparo en decir que se le llenaron los ojos de lágrimas por ese distinguido obsequio de su amigo.
Gardel amaba a los caballos y al universo burrero. Tuvo seis caballos que habitualmente los alojaba en el stud de Francisco Maschio, el “viejo Francisco”, que menciona en el último monólogo de “Leguisamo solo”. De todos modos, su caballo preferido, el que adquirió dimensión literaria fue “Lunático”. Curiosamente en homenaje a ese caballo hay un tango compuesto por Guillermo Barbieri y Eugenio Calderón dedicado a Gardel y que nunca se grabó, ni la música ni la letra. Los músicos de la guardia vieja escribieron memorables composiciones musicales en homenaje a algún sportsman, algún jockey o a algún cuidador. Uno de los más famosos es “La gran muñeca” de Alfredo Bevilacqua, dedicado al jockey Domingo Torterolo. O “Correntino”, de Pedro Maffia, dedicado al “Yacaré” Elías Antúnez. Abundan los tangos en homenaje a los grandes señores del turf: “Marrón glacé” de Eduardo Arolas, está dedicado a Emilio de Alvear; “Espiga de oro” de Juan Maglio a Juárez Celman. El músico Pablo Laise compuso temas como “Viejo pillo”, dedicado al sportsman Enrique Dufour y “Don Santiago”, dedicado al fundador del Hipódromo San Martín, don Santiago Fontanilla. O “Buen Ojo”, de José Luis Visca, dedicado al doctor Benito Villanueva.
Con las composiciones musicales llegaron los poemas, los memorable temas burreros. El mundo del hipódromo, de los stud, de los caballos de carrera, las expectativa de las apuestas, los aprontes y los desencantos por los resultados constituyeron una fuente importante de inspiración tanguera, al punto que un veterano del turf llegó a decir que el tango es el responsable de haber desprestigiado un deporte distinguido, el deporte de los reyes, con su lunfardo y su narración obsesiva acerca de jugadores que perdían el sueldo, la fortuna y el hogar detrás de los caballos de carrera.
Le gustara o no a este caballero, los hipódromos fueron en aquellos años un lugar preferido por la gente. Las veladas domingueras convocaban multitudes, en algunos casos superiores en número a las de las canchas de fútbol. Palermo y, a partir de 1935, San Isidro fueron los grandes estadios donde el tango celebró uno de sus mitos más perdurables. El colorido de las chaquetillas de los jockeys, el sol iluminando la pista, el rumor de las multitudes en las tribunas, el ajetreo de los jugadores en las ventanillas, la estampa de los caballos constituyen un espectáculo inspirado en genuina poesía.
Los tangos relatan las penurias de los jugadores, sus esperanzas, sus hábitos. Es el caso de “Palermo”, “La catedrática”, “Tardecitas estuleras”, muy bien interpretada por Edmundo Rivero, “Preparate pal domingo”, “NP”, un tango de Francisco Loiácono, el apellido real del entrañable Negro Barquina.
Pero los caballos, las apuestas, la pasión de los jugadores dan también lugar a las más inspiradas metáforas del tango. Es el caso del poema de Alfredo Le Pera, “Por una cabeza”, en el que nunca se llega a saber con certeza si el personaje se está quejando por la suerte en el hipódromo o por la suerte en el amor. Es el caso de ese extraordinario tango que pertenece a Francisco García Jiménez, “Lunes” y que Carlos Dante le ha otorgado su sello definitivo. “Un catedrático escarba su bolsillo/ pa ver si un níquel alcanza pa un completo. Ayer qué dulce- la fija del potrillo; hoy qué vinagre- rompiendo los boletos...”.
Al mismo poeta pertenece uno de los grandes tangos burreros, “Bajo Belgrano”, también cantado por Gardel, pero con una muy buena interpretación de Marino, quien entre otras cosas se le animó a los tangos consagrados por Gardel. Había que animársele a “Leguisamo solo”.
Otro tango que no puede estar ausente en la lista es “Canchero”, escrito por Celedonio Flores e interpretado, entre otros, por Gardel y Rivero. O “Pan comido”, de Enrique Dizeo e Ismael Gómez. O “Preparaste pal domingo”, de José Rial y Guillermo Barbieri. Capítulo aparte, merece “Milonga que peina canas”, de Alberto Gómez y ese notable poema que se llama “Uno y uno”, escrito por Lorenzo Juan Traverso.
Alberto Marino, Jorge Vidal, Edmundo Rivero, Alberto Morán, el propio Alberto Echagüe han hecho su aporte a los temas burreros. Particular mención merece Angel Vargas y su tema “El yacaré”, un poema con música de Alfredo Attadía y letra de Mario Emilio Soto -el autor de “Pasional”- en el que le rinde homenaje a ese notable jockey correntino que fue Elías Antúnez. Como en “Leguisamo solo”, el poema narra una carrera donde la muñeca del jockey asegura el triunfo.
Demás está decir que los grandes poemas burreros pertenecen a Gardel por derecho propio, porque le gustaban los burros y porque como dice en la última carta que le escribe unos días antes de su muerte: “Me he gastado una ponchada de mangos en la raza caballar”.
Miguel Caló y su orquesta de las estrellas
En aquellos lejanos y memorables años de los cuarenta, uno de los lugares habituales frecuentados por el público tanguero fue el cabaret “Singapur”, ubicado en la esquina de Montevideo y Corrientes. En ese reducto de la noche, se podía disfrutar de una buena copa, de excelente y agradable compañía, y del privilegio de apreciar las dotes del Cachafaz, el mítico “bailarín compadrito”, entonces en su momento de máximo esplendor.
Entonces, en ese selecto y exigente ambiente de tango, la figura estelar de la noche era la orquesta de Miguel Caló, integrada por los mejores músicos de la época, una marca en el orillo de este pianista nacido el 28 de octubre de 1907 en el viejo Balvanera. En “Singapur” se iniciaron dos cantores emblemáticos de esta orquesta: Raúl Berón y Alberto Podestá. Al primero, lo recomendó su paisano Armando Pontier; el segundo, fue apadrinado por Roberto Caló, hermano de Miguel y un notable músico y cantor que en algún momento llegó a dirigir su propia orquesta que, según los entendidos, compitió en buena ley con la de su hermano. No está de más saber que Roberto contó en sus diversas formaciones musicales con cantores de la talla de Enrique Campos, Tito Reyes, Oscar Larroca y Roberto Ray. Y fue el compositor de “Soñemos”, el tango escrito por Reynaldo Yiso.
Miguel Caló es una de las figuras más representativas de la década del cuarenta. Su estilo sobrio, depurado, elegante, siempre estuvo atento a las exigencias de la vanguardia y los requerimientos del gran público. Como todos los grandes directores de orquesta de su tiempo, llegó a ese lugar luego de haber recorrido una exigente carrera musical.
Los Caló, como los Fresedo o los De Caro, fueron familias de músicos. Don José Caló y su esposa Natalia Pantano, tuvieron diecisiete hijos, seis de ellos varones y todos dedicados a la música. Los más destacados fueron Miguel y Roberto, pero no se puede dejar de mencionar a Armando, el contrabajista que en su momento integró la orquesta de Miguel. O Juan, que también llegó a dirigir su propia orquesta. La excepción a la regla, a la regla del tango se entiende, fue Salvador, quien se dedicó al jazz y se instaló en Estados Unidos.
Estamos entonces ante músicos de raza que se preocuparon por rendir y aprobar con excelentes calificaciones cada una de las asignaturas que el tango exigía en aquellos tiempos. Miguel se inició siendo un adolescente. La pobreza no le impidió estudiar música. Sus primeras armas las hizo bajo las enseñanzas de José di Nápoli, del famoso Trío Gadeón. Di Nápoli fue quien lo recomendó a Osvaldo Fresedo y el joven, luego de ser sometido a un riguroso examen, pasó a integrar la selecta línea de bandoneones del “Pibe de La Paternal”. Su otro aprendizaje ilustre fue el que realizó al lado de Francisco Pracánico, el compositor de uno de los grandes tangos de la historia: “Corrientes y Esmeralda”. Caló debutó con Pracánico en 1926 en el teatro Astral. A Pracánico lo acompañaban, entre otros, Elvino Vardaro y Azucena Maizani. Como se podrá apreciar, el muchacho desde muy jovencito tuvo el privilegio de jugar en primera y fue apadrinado por los grandes ases del tango.
En 1929 formó su primera orquesta, pero la disolvió para integrarse a la que entonces dirigía Cátulo Castillo, con quien ese año viajará a España acompañado por los hermanos Malerba y el cantor Roberto Maida. No serán sus únicos viajes de aprendizaje. Poco tiempo más tarde -en 1931- estará en Estados Unidos y su guía turístico será Osvaldo Fresedo.
En 1932 realizó sus primeras grabaciones: “Milonga porteña” y “Amarguras”. En 1934 constituyó otra orquesta en la que su personalidad artística ya está mucho más definida. En esa formación, que se mantendrá hasta 1939, se destaca el pianista Miguel Nijenshon. Los cantores son Alberto Morel y su hermano Roberto, pero el que más llama la atención es un jovencito que responde al nombre de Carlos Dante, quien en ese período grabará 18 temas. Las influencias musicales de Osvaldo Fresedo y Carlos Di Sarli son evidentes
En 1940 se inicia lo que sus biógrafos consideran la segunda y definitiva etapa en su aprendizaje musical. En esta orquesta ya están las grandes estrellas del tango y su estilo se ha depurado. Osmar Maderna en el piano; Domingo Federico, Armado Pontier, Eduardo Rovira, Julián Plaza, Carlos Lázari y José Cambareri, en bandoneones. Los violines estarán a cargo de Enrique Francini y Antonio Rodio y en el contrabajo se destacarán Ariel Pedernera, Juan Facio y Nito Farave. Nijenshon en algún momento reemplazará a Di Sarli, pero ahora Caló es reconocido por la calidad de sus músicos y su nombre es sinónimo de buen gusto.
Tres grandes cantantes están presentes con Miguel Caló: Alberto Podestá, Raúl Berón y Raúl Iriarte. La trilogía se amplía con la presencia de Jorge Ortiz, Luis Correa y, en algún momento el gran Roberto Rufino. Podestá le dio su sello particular a la orquesta con temas como “El bazar de los juguetes” o “Bajo un cielo de estrellas”; Raúl Berón -para muchos la escolta insustituible de Gardel- consagró “Late un corazón” y “Azabache”. A Jorge Ortiz siempre se regresa cuando se quiere escuchar “A las siete en el café”, del mismo modo que Raúl Iriarte es imprescindible para interpretar “La vi llegar”.
Para los bailarines y los amigos de la buena música, el tema fetiche de Caló fue “Sans Souci”. Así como a Pugliese se lo recuerda por “La Yumba”, a Di Sarli por “Bahía Blanca”, a Maderna por “Lluvia de estrellas”, a Troilo por “Quejas de bandoneón” y a Piazzolla por “Adiós Nonino”, a Miguel Caló se lo relaciona con “Sans Souci”, compuesto por Enrique Francini y grabado por primera vez en 1944.
En 1961, en un tiempo en que se profetizaba la definitiva decadencia del tango, Caló asume el desafío de convocar a los mejores músicos de su tiempo para formar una orquesta. Allí están entre otros Armando Pontier, Domingo Federico, Enrique Francini, Hugo Baralis y Octavio Trípodi en el piano. Los cantores son, una vez más, Alberto Podestá y Raúl Berón. Esta formación musical será presentada en la radio y los locales nocturnos con el sugestivo título de “Miguel Caló y la orquesta de las estrellas”. Con ese nombre grabarán para el sello Odeón doce temas inolvidables.
Miguel Caló murió el 24 de mayo de 1972. El infarto lo derrumbó casi en la esquina de Corrientes y Montevideo. Magia o destino: en esa misma esquina se había iniciado como profesional hacía más de treinta años, cuando después de las doce de la noche su orquesta iniciaba el rito nocturno del Buenos Aires de entonces.
Entonces, en ese selecto y exigente ambiente de tango, la figura estelar de la noche era la orquesta de Miguel Caló, integrada por los mejores músicos de la época, una marca en el orillo de este pianista nacido el 28 de octubre de 1907 en el viejo Balvanera. En “Singapur” se iniciaron dos cantores emblemáticos de esta orquesta: Raúl Berón y Alberto Podestá. Al primero, lo recomendó su paisano Armando Pontier; el segundo, fue apadrinado por Roberto Caló, hermano de Miguel y un notable músico y cantor que en algún momento llegó a dirigir su propia orquesta que, según los entendidos, compitió en buena ley con la de su hermano. No está de más saber que Roberto contó en sus diversas formaciones musicales con cantores de la talla de Enrique Campos, Tito Reyes, Oscar Larroca y Roberto Ray. Y fue el compositor de “Soñemos”, el tango escrito por Reynaldo Yiso.
Miguel Caló es una de las figuras más representativas de la década del cuarenta. Su estilo sobrio, depurado, elegante, siempre estuvo atento a las exigencias de la vanguardia y los requerimientos del gran público. Como todos los grandes directores de orquesta de su tiempo, llegó a ese lugar luego de haber recorrido una exigente carrera musical.
Los Caló, como los Fresedo o los De Caro, fueron familias de músicos. Don José Caló y su esposa Natalia Pantano, tuvieron diecisiete hijos, seis de ellos varones y todos dedicados a la música. Los más destacados fueron Miguel y Roberto, pero no se puede dejar de mencionar a Armando, el contrabajista que en su momento integró la orquesta de Miguel. O Juan, que también llegó a dirigir su propia orquesta. La excepción a la regla, a la regla del tango se entiende, fue Salvador, quien se dedicó al jazz y se instaló en Estados Unidos.
Estamos entonces ante músicos de raza que se preocuparon por rendir y aprobar con excelentes calificaciones cada una de las asignaturas que el tango exigía en aquellos tiempos. Miguel se inició siendo un adolescente. La pobreza no le impidió estudiar música. Sus primeras armas las hizo bajo las enseñanzas de José di Nápoli, del famoso Trío Gadeón. Di Nápoli fue quien lo recomendó a Osvaldo Fresedo y el joven, luego de ser sometido a un riguroso examen, pasó a integrar la selecta línea de bandoneones del “Pibe de La Paternal”. Su otro aprendizaje ilustre fue el que realizó al lado de Francisco Pracánico, el compositor de uno de los grandes tangos de la historia: “Corrientes y Esmeralda”. Caló debutó con Pracánico en 1926 en el teatro Astral. A Pracánico lo acompañaban, entre otros, Elvino Vardaro y Azucena Maizani. Como se podrá apreciar, el muchacho desde muy jovencito tuvo el privilegio de jugar en primera y fue apadrinado por los grandes ases del tango.
En 1929 formó su primera orquesta, pero la disolvió para integrarse a la que entonces dirigía Cátulo Castillo, con quien ese año viajará a España acompañado por los hermanos Malerba y el cantor Roberto Maida. No serán sus únicos viajes de aprendizaje. Poco tiempo más tarde -en 1931- estará en Estados Unidos y su guía turístico será Osvaldo Fresedo.
En 1932 realizó sus primeras grabaciones: “Milonga porteña” y “Amarguras”. En 1934 constituyó otra orquesta en la que su personalidad artística ya está mucho más definida. En esa formación, que se mantendrá hasta 1939, se destaca el pianista Miguel Nijenshon. Los cantores son Alberto Morel y su hermano Roberto, pero el que más llama la atención es un jovencito que responde al nombre de Carlos Dante, quien en ese período grabará 18 temas. Las influencias musicales de Osvaldo Fresedo y Carlos Di Sarli son evidentes
En 1940 se inicia lo que sus biógrafos consideran la segunda y definitiva etapa en su aprendizaje musical. En esta orquesta ya están las grandes estrellas del tango y su estilo se ha depurado. Osmar Maderna en el piano; Domingo Federico, Armado Pontier, Eduardo Rovira, Julián Plaza, Carlos Lázari y José Cambareri, en bandoneones. Los violines estarán a cargo de Enrique Francini y Antonio Rodio y en el contrabajo se destacarán Ariel Pedernera, Juan Facio y Nito Farave. Nijenshon en algún momento reemplazará a Di Sarli, pero ahora Caló es reconocido por la calidad de sus músicos y su nombre es sinónimo de buen gusto.
Tres grandes cantantes están presentes con Miguel Caló: Alberto Podestá, Raúl Berón y Raúl Iriarte. La trilogía se amplía con la presencia de Jorge Ortiz, Luis Correa y, en algún momento el gran Roberto Rufino. Podestá le dio su sello particular a la orquesta con temas como “El bazar de los juguetes” o “Bajo un cielo de estrellas”; Raúl Berón -para muchos la escolta insustituible de Gardel- consagró “Late un corazón” y “Azabache”. A Jorge Ortiz siempre se regresa cuando se quiere escuchar “A las siete en el café”, del mismo modo que Raúl Iriarte es imprescindible para interpretar “La vi llegar”.
Para los bailarines y los amigos de la buena música, el tema fetiche de Caló fue “Sans Souci”. Así como a Pugliese se lo recuerda por “La Yumba”, a Di Sarli por “Bahía Blanca”, a Maderna por “Lluvia de estrellas”, a Troilo por “Quejas de bandoneón” y a Piazzolla por “Adiós Nonino”, a Miguel Caló se lo relaciona con “Sans Souci”, compuesto por Enrique Francini y grabado por primera vez en 1944.
En 1961, en un tiempo en que se profetizaba la definitiva decadencia del tango, Caló asume el desafío de convocar a los mejores músicos de su tiempo para formar una orquesta. Allí están entre otros Armando Pontier, Domingo Federico, Enrique Francini, Hugo Baralis y Octavio Trípodi en el piano. Los cantores son, una vez más, Alberto Podestá y Raúl Berón. Esta formación musical será presentada en la radio y los locales nocturnos con el sugestivo título de “Miguel Caló y la orquesta de las estrellas”. Con ese nombre grabarán para el sello Odeón doce temas inolvidables.
Miguel Caló murió el 24 de mayo de 1972. El infarto lo derrumbó casi en la esquina de Corrientes y Montevideo. Magia o destino: en esa misma esquina se había iniciado como profesional hacía más de treinta años, cuando después de las doce de la noche su orquesta iniciaba el rito nocturno del Buenos Aires de entonces.
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