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domingo, 19 de noviembre de 2017

Homenaje a Alberto Castillo y Fidel Pintos en Bahía Blanca

El Jueves 23 de noviembre a las 17 hs en el Centro Cultural de la Cooperativa Obrera (Zelarrayán 560)de Bahía Blanca se proyectará la última película del ciclo "Historia y Tango en el Cine" 2017. 
Será en Homenaje a Alberto Castillo y Fidel Pintos quienes serán evocados por el escritor y productor cultural José Valle ,quien presentará el largometraje.
“Alma de bohemio”(88 minutos) es una comedia dirigida por Julio Saraceni sobre un guion de Rodolfo Sciammarella y Carlos A. Petit, estrenada el 24 de agosto de 1949. La protagonizan Alberto Castillo, Fidel Pintos, Lilian Valmar y Lalo Malcolm.
Decir que Alberto Castillo tenía un "estilo particularísimo de cantar", o, como esbozó Julián Centeya, "no se parece a ninguna voz" es decir nada.Ningún cantor (ningún intérprete de la música popular) deja de tener su "particular estilo". Eso se dice cuando no se tiene nada que decir. Porque es evidente que cada cual tiene ineludiblemente una voz distinta, un distinto registro, un timbre personal, un modo de frasear o matizar especial.
El cine lo convirtió en actor natural. Su debut fue en 1946 con "Adiós pampa mía". Le siguieron "El tango vuelve a París" (1948) junto a Troilo: "Un tropezón cualquiera da en la vida" (1948), con Virginia Luque, "Alma de bohemio (1948), "La barra de la esquina" (1950), "Buenos Aires mi tierra querida" (1951), "Por cuatro días locos" (1953), "Ritmo, amor y picardía" (1955), "Música, alegría y amor" (1956) y "Luces de candilejas" (1958) en estas tres con la rumbera Amelita Vargas, y "Nubes de humo" (1959).
Fidel Pintos fue un actor y humorista de cine y televisión, una de las grandes figuras de la comicidad argentina.
Su personaje de sanatero, que supo interpretar tanto en la radio como en la televisión, donde intervino en el programa Operación Ja-Já en sus dos sketches principales: «La peluquería de don Mateo» y «Polémica en el bar» junto a Javier Portales, Vicente La Russa, Mario Sánchez, Adolfo García Grau y Juan Carlos Altavista (éste interpretando a Minguito Tinguitella), fue uno de los más recordados.
La sanata de Pintos, según los diccionarios de lunfardo (el argot de Buenos Aires) es una «manera de hablar confusa, incomprensible, en la que se expone un argumento sin sentido ni ideas claras».
En 1950 en Radio Callao, daba vida a sus personajes Churrinche y Mesié Canesú.
A través de la comedia picaresca, fue uno de los pioneros donde supo demostrar su gran talento humorístico tanto en el cine como en el teatro de revistas, donde compartió cartel con las vedettes del momento, como Susana Giménez, Moria Casán, Ethel Rojo, Nélida Lobato, Nélida Roca, Zulma Faiad e Isabel Sarli; y con otros grandes del género como Alberto Olmedo, Jorge Porcel, Pepe Arias, Alfredo Barbieri, Don Pelele, José Marrone, Dringue Farías y Adolfo Stray


sábado, 6 de diciembre de 2014

DÍA NACIONAL DEL TANGO Y CENTENARIO ALBERTO CASTILLO EN BAHÍA BLANCA.

El jueves 11 a las 16,00 hs en la fachada del Café Histórico de Av. Colón 602 Dandy Producciones junto con el Centro de Estudios y Difusión de la Cultura Popular Argentina y el Instituto Cultural de Bahía Blanca, colocarán una plaqueta fileteada realizada por el afamado pintor PEDRO ARAYA, con la imagen del cantor de los cien barrios porteños, ALBERTO CASTILLO, en el centenario de su nacimiento.
El mismo día a las 18 hs en el Centro Cultural de la Cooperativa Obrera de Bahía Blanca (Zelarrayán 560) celebrando el Día Nacional del Tango la cantante bahiense Gaby “La voz sensual del tango”, interpretará piezas popularizadas por este artista, lo propio hará el cantor Miguel Angel Baggio como invitado especial.
Asimismo, se exhibirá la película "Tango", primera película sonora filmada en la Argentina, lo que la convierte en una invalorable joya del Cine Nacional, con grandes estrellas como Libertad Lamarque, Pepe Arias, Tita Merello y Alberto Gómez.
Gaby

Se trata de una cabalgata musical en la que interpretes populares de la música ciudadana de los años treinta, muestran sus condiciones para la canción. Una muchacha del arrabal abandona a su novio cantor de tangos por un malevo; es entonces cuando comienza para el joven músico un desesperado recorrido que culminara en la cárcel. Al recuperar su libertad, triunfa como cantante y el éxito lo lleva a París, donde lo espera una nueva vida y un nuevo amor.
El Centro de Estudios y Difusión de la Cultura Popular Argentina (CEDICUPO) distinguirá a Mariel Estrada y a su programa radial "CITA A MEDIA TARDE" por sus 25 años ininterrumpidos al aire, actualmente en Radio Mitre Bahía Blanca.

martes, 26 de agosto de 2014

Alberto Castillo fue algo lindo que le pasó al tango.

Ante todo, para definir a Alberto Castillo, hay que puntualizar que jamás pretendió ser el sucesor natural de
Carlos Gardel, que no se pareció a Gardel y que, acaso, haya sido la antinomia de Gardel. O su complemento. Puesto que si Gardel fue la bocina parlante del compadrito de los años 20 y 30, Castillo cantó para otro prototipo de los 40: el carrero.
Dejó una impronta gestual y de vestuario, que marcaría a fuego a más de una generación. Traje cruzado con decenas de botones, anchas solapas en tela brillante, pantalones con cintura alta, amplias botamangas, corbata con nudo que amenazaba con deshacerse y una ilusión de flor en el pañuelo desparramado del bolsillo supe rior. En el ademán, la mano en el bolsillo y una caminata por el escenario, a veces provocativa, como para quitar el almidón del tango.
Afinado, con registro de tenor, voz blanca, repertorio reincidente, complicidad con su público, Castillo fue, en sí mismo, uno de los grandes espectáculos argentinos. Abandonó la parada estática frente al micrófono e inauguró la era de aquellos que cantarían "mancos": caminó los palcos, fierro en mano, comiéndolo en cada fraseo.
No se pareció a nadie, no tuvo herencia y no dejó herederos. Su intuición le hizo saber que lo popular o lo folclórico no se puede sólo cantar. Se requiere poner las hilachas del alma en cada verso y jamás retroceder. Creer en su estilo y en sus gustos, a veces confiscados a marginales, actitudes asumidas casi a nivel religioso, para configurar, más que un simple estilo cantable, un preciso universo funcional del tango.
Alberto Salvador De Luca, tal su nombre de familia, nació el 7 de diciembre de 1914 en el seno de una familia burguesa, habitante del barrio de Floresta. El mandato paternal fue convertirse en doctor. Así que que cursó la totalidad de los estudios de Medicina: cuando se recibió, a los 28, era ya un cantor consagrado. Se dice que Ricardo Tanturi fabricó a Castillo, pero suena a incierto. Lo descubre en una fiesta de estudiantes, acaso lo haya deslumbrado la voz rica y el desparpajo. Lo lleva a su orquesta, Los Indios, y es así como Castillo, ya con su nombre de batalla, revoluciona a la ciudad e incorpora al director a la antología del género.
El éxito es fulminante y no hay registro de semejantes niveles de adhesión popular. Cantaba como quería ese inmenso contingente de nuevos inmigrantes, aquellos que llegaban desde el país interior a la costa, y, además, cantaba un repertorio de buena calidad, pero algo burlón, dirigido a aquellos renuentes a todo cambio.
Se lo amaba o se lo odiaba. Sus pares pretendían, con distinto éxito, cantar "a lo Castillo", ni bien ni mal, sólo con naturalidad y fervor.
Cuando se aparta de Tanturi, llega el cine a su vida. "La barra de la esquina", "Nubes de humo", son algunos de sus filmes tan modestos en intención como llegadores al público. En definitiva contar su propia peripecia, desarrollar la anécdota del muchacho de barrio leal, incapaz de traiciones, con códigos personales muy severos, que mansamente fabrica su éxito, el correlato del éxito pretendido por toda una clase en moderado ascenso.
Siempre al borde del ridículo, tuvo coraje, fe y personalidad como para no detenerse a averiguarlo, en la certeza de que ese tango,"su" tango, servía. Castillo paralizó varias veces a Buenos Aires. Hace 55 años, cuando Palermo era un festín de taco y de carmín, obligó a cortar el tránsito en Santa Fe y Godoy Cruz, tal la aglomeración provocada por su debut en el legendario Palermo Palace. Desde aquel escenario acentuó sus gestos y desdeñó, para siempre, las imposiciones de la moda. Como contrafigura de lo aceptado socialmente, Castillo imponía la suya: encorva el espinazo, flexiona la pelvis, hace bocina con las manos,con el dorso cruzado sobre la cara. "Canta como un carrero", apunta alguien, sin advertir que estaba en presencia del otro codificador del tango-canción.
Cuando la marea baja asoló al género, pocos soportaron la difícil noción del olvido. Castillo fue uno de los sobrevivientes. De joven lo llamaban "El Cabezón" y, con los años, recuperó la proporción, se le infló el cuerpo, pero no extravió sus antiguas certezas. Siguió poniendo en voz los pequeños dramas de las historias del puerto, pero, como una curiosidad para los sociólogos, tuvo mejor sobrevida en los emplazamientos provincianos, como si ese país interior necesitara la reiteración de su gesto, hecho de bronca y de protesta, cuando insistía en que así se baila el tango, mientras dibujó el ocho.
En 1990, fue protagonista de una aglomeración menor, cuando el Concejo Deliberante, ante el clamor de nostalgiosos ediles, lo ungió como Ciudadano Ilustre de Buenos Aires, institucionalizando su simbología.
Hubo, sí, un fundamento jamás explicitado: Castillo mejoró el catastro tanguero y transformó en cien barrios porteños a las prosaicas 46 barriadas.
Llegó otra vez con el telón de fondo de una generación joven, en su participación fugaz con Los Auténticos Decadentes. Desencadenó batallones de recuerdos, desempolvó amores e historias vetustas, arrinconadas en algún pliegue de la memoria.
Su vida doméstica fue el calco del deseo paterno: una única mujer, Ofelia Onetto, que supo proteger su magia. Tres hijos, Alberto (ginecólogo y obstetra), Viviana (ingeniera agrónoma y veterinaria) y Gustavo (cirujano plástico). Deja también seis nietos, un ejército de recuerdos y condecoraciones y una chapa lustrosa de médico, dedicada a su viejo.
Alberto Castillo fue algo lindo que le pasó al tango.
Dibujó su huella que unió el arrabal con el centro. Una pisada tan profunda y marcada como la que dejó en la gente y que lo aleja de la pesada sombra de la muerte.

miércoles, 23 de julio de 2014

ALBERTO CASTILLO:El cantor de los 100 Barrios Porteños

Decir que Alberto Castillo tenía un "estilo particularísimo de cantar", o, como esbozó Julián Centeya, "no se
parece a ninguna voz" es decir nada.
Ningún cantor (ningún intérprete de la música popular) deja de tener su "particular estilo". Eso se dice cuando no se tiene nada que decir. Porque es evidente que cada cual tiene ineludiblemente una voz distinta, un distinto registro, un timbre personal, un modo de frasear o matizar especial.
El canto de Castillo se diferencia del de los demás cantantes del tangos (aunque se lo asocie temerariamente por el gracejo burlón, arrabalero y de "cadencias reas" a Rosita Quiroga, Sofía Bozán o Tita Merello) por su modo de expresar las palabras, dando énfasis a los acentos prosódicos, mientras que las sílabas débiles se escondían en la articulación de la frase. Su voz de tenor era vibrante, siempre emocionada y entregada de lleno a cada tema.
Pero Castillo nunca gritó, jamás vociferó, aun en los momentos en que expandía su voz con esa cálida unción de los cantantes sentimentales. Castillo desgranaba matices y era clarísimo -como su impecable afinación- en la dicción, detalle que suele escapar a la mayoría de los cantores de tango, y que Goyeneche supo hacer de ella un culto acendrado, dejando así su ejemplo imperecedero.
Castillo sostenía que su modo de cantar favorecía a los bailarines: "La gente se mueve gracias a mi modo de cantar", aseguraba.
El verdadero nombre de Alberto Castillo era Alberto Salvador De Lucca. Nació el 7 de diciembre de 1914 en el barrio de Mataderos, precisamente en Juan Bautista Alberdi al 4700. Era el quinto hijo de un matrimonio de inmigrantes italianos: Salvador De Lucca y Lucía Di Paola. Se inició en la música de pequeño.
En algún tiempo lidió con el violín, pero su pasión era cantar en cuanta oportunidad se le presentaba durante su adolescencia. A los 15, en su barra, lo sorprendió el guitarrista Armando Neira y le propuso llevarlo a su grupo.
Allí fue su debut profesional. Su nombre artístico era entonces el de Alberto Dual. Otras veces se hacía llamar Carlos Duval. Cantó en las orquestas de Julio De Caro en el 34, de Augusto Pedro Berto al año siguiente, y en la de Mariano Rodas en 1937.
En 1938, dejó la orquesta y se dedicó a estudiar medicina. Pero su pasión musical pudo más y ya un año antes de recibirse ingresó en la Orquesta Típica Los Indios, que dirigía el dentista-pianista Ricardo Tanturi.
El 8 de enero de 1941 se publicó el primer disco de Tanturi con el cantor Alberto Castillo, su flamante y definitivo seudónimo, a instancias de Pablo Osvaldo Valle, un hombre de radio.
Allí, con el vals "Recuerdos", alcanzó su primer gran éxito. El paréntesis tanguero no le impidió recibirse de ginecólogo y de instalar su consultorio en la casa de sus padres.
Por un lado, Alberto Salvador De Lucca atendía a las señoras y, por otra, Alberto Castillo consolidaba su papel de cantor de tangos. La dualidad hizo que muchas de sus pacientes acudieran al consultorio para hacerse atender por el cantor. Pero las tentaciones no pudieron con el artista que llevaba adentro.
El 6 de junio de 1945 -disfrutando ya su condición de ídolo- se casó con Ofelia Oneto. Con ella tuvo tres hijos: Alberto Jorge (ginecólogo y obstetra), Viviana Ofelia (veterinaria e ingeniera agrónoma) y Gustavo Alberto (cirujano plástico).
Su estilo ya estaba definido: sus movimientos de un lado al otro del escenario, sus inclinaciones frente al micrófono, que manejaba con su mano derecha muy cerca de sus labios, su pañuelo en el bolsillo del saco, el cuello de la camisa desabrochado y la corbata aflojada constituían toda una marca.
Castillo se consideraba bien de pueblo y alguna vez tropezó con algún pituco que se ofendía por las letras de los tangos. Así ocurrió que, en 1944, la policía debió interrumpir el tránsito frente al teatro Alvear de la calle Corrientes.
En ese tiempo, ya no pertenecía a la orquesta de Tanturi. Su inclinación hacia las expresiones más reas lo acercaron al candombe, junto a bailarines negros, como fue el caso de Charon (Osvaldo Sosa Cordero) que compartió la fama del ídolo. El ritmo estaba en "Siga el baile", el "Baile de los morenos", "El cachivachero" o el escrito por él "Candonga".
La capacidad para inventar letras se tradujo en tangos como "Yo soy de la vieja ola", "Muchachos, escuchen", "Cucusita", "Así canta Buenos Aires", "Un regalo del cielo", "A Chirolita", "¡Adónde me quieren llevar!", "Castañuelas", "Cada día canta más", más dos marchas "La perinola" y "Año nuevo".
El cine lo convirtió en actor natural. Su debut fue en 1946 con "Adiós pampa mía". Le siguieron "El tango vuelve a París" (1948) junto a Troilo: "Un tropezón cualquiera da en la vida" (1948), con Virginia Luque, "Alma de bohemio (1948), "La barra de la esquina" (1950), "Buenos Aires mi tierra querida" (1951), "Por cuatro días locos" (1953), "Ritmo, amor y picardía" (1955), "Música, alegría y amor" (1956) y "Luces de candilejas" (1958) en estas tres con la rumbera Amelita Vargas, y "Nubes de humo" (1959).
El último éxito de Castillo fue en 1993, cuando grabó "Siga el baile" con Los Auténticos Decadentes, en el disco de la banda "Fiesta monstruo", y se ganó a la muchachada de fin de siglo, tal como lo había logrado con la de los años 40.
Habrá que recordar, entre sus temas identificatorios: "Noches de Colón" (1926), grabado en 1941, y "Muñeca Brava (1942) y "Así se baila el tango (1942) con Tanturi; "Los cien barrios porteños", uno de sus clásicos en forma de vals, grabado en 1945 y esgrimido durante toda su carrera, el candombe montevideano "Siga el baile", otro de sus caballitos de batalla, grabado en 1953 para el sello Odeón, que lo volvió a grabar en 1960 y finalmente en el ya mencionado 1993, y "Yo soy de la vieja ola", con letra escrita por el propio Castillo en protesta por la irrupción de la Nueva Ola, grabado en 1959. 

martes, 23 de julio de 2013

Alberto Castillo: El cantor de los cien barrios porteños ...

Decir que Alberto Castillo tenía un "estilo particularísimo de cantar", o, como esbozó Julián Centeya, "no se parece a ninguna voz" es decir nada.

Ningún cantor (ningún intérprete de la música popular) deja de tener su "particular estilo". Eso se dice cuando no se tiene nada que decir. Porque es evidente que cada cual tiene ineludiblemente una voz distinta, un distinto registro, un timbre personal, un modo de frasear o matizar especial.

El canto de Castillo se diferencia del de los demás cantantes del tangos (aunque se lo asocie temerariamente por el gracejo burlón, arrabalero y de "cadencias reas" a Rosita Quiroga, Sofía Bozán o Tita Merello) por su modo de expresar las palabras, dando énfasis a los acentos prosódicos, mientras que las sílabas débiles se escondían en la articulación de la frase. Su voz de tenor era vibrante, siempre emocionada y entregada de lleno a cada tema.

Pero Castillo nunca gritó, jamás vociferó, aun en los momentos en que expandía su voz con esa cálida unción de los cantantes sentimentales. Castillo desgranaba matices y era clarísimo -como su impecable afinación- en la dicción, detalle que suele escapar a la mayoría de los cantores de tango, y que Goyeneche supo hacer de ella un culto acendrado, dejando así su ejemplo imperecedero.

Castillo sostenía que su modo de cantar favorecía a los bailarines: "La gente se mueve gracias a mi modo de cantar", aseguraba.

El verdadero nombre de Alberto Castillo era Alberto Salvador De Lucca. Nació el 7 de diciembre de 1914 en el barrio de Mataderos, precisamente en Juan Bautista Alberdi al 4700. Era el quinto hijo de un matrimonio de inmigrantes italianos: Salvador De Lucca y Lucía Di Paola. Se inició en la música de pequeño.

En algún tiempo lidió con el violín, pero su pasión era cantar en cuanta oportunidad se le presentaba durante su adolescencia. A los 15, en su barra, lo sorprendió el guitarrista Armando Neira y le propuso llevarlo a su grupo.

Allí fue su debut profesional. Su nombre artístico era entonces el de Alberto Dual. Otras veces se hacía llamar Carlos Duval. Cantó en las orquestas de Julio De Caro en el 34, de Augusto Pedro Berto al año siguiente, y en la de Mariano Rodas en 1937.

En 1938, dejó la orquesta y se dedicó a estudiar medicina. Pero su pasión musical pudo más y ya un año antes de recibirse ingresó en la Orquesta Típica Los Indios, que dirigía el dentista-pianista Ricardo Tanturi.
SEUDÓNIMO DEFINITIVO

El 8 de enero de 1941 se publicó el primer disco de Tanturi con el cantor Alberto Castillo, su flamante y definitivo seudónimo, a instancias de Pablo Osvaldo Valle, un hombre de radio.

Allí, con el vals "Recuerdos", alcanzó su primer gran éxito. El paréntesis tanguero no le impidió recibirse de ginecólogo y de instalar su consultorio en la casa de sus padres.

Por un lado, Alberto Salvador De Lucca atendía a las señoras y, por otra, Alberto Castillo consolidaba su papel de cantor de tangos. La dualidad hizo que muchas de sus pacientes acudieran al consultorio para hacerse atender por el cantor. Pero las tentaciones no pudieron con el artista que llevaba adentro.

El 6 de junio de 1945 -disfrutando ya su condición de ídolo- se casó con Ofelia Oneto. Con ella tuvo tres hijos: Alberto Jorge (ginecólogo y obstetra), Viviana Ofelia (veterinaria e ingeniera agrónoma) y Gustavo Alberto (cirujano plástico).

Su estilo ya estaba definido: sus movimientos de un lado al otro del escenario, sus inclinaciones frente al micrófono, que manejaba con su mano derecha muy cerca de sus labios, su pañuelo en el bolsillo del saco, el cuello de la camisa desabrochado y la corbata aflojada constituían toda una marca.

Castillo se consideraba bien de pueblo y alguna vez tropezó con algún pituco que se ofendía por las letras de los tangos. Así ocurrió que, en 1944, la policía debió interrumpir el tránsito frente al teatro Alvear de la calle Corrientes.

En ese tiempo, ya no pertenecía a la orquesta de Tanturi. Su inclinación hacia las expresiones más reas lo acercaron al candombe, junto a bailarines negros, como fue el caso de Charon (Osvaldo Sosa Cordero) que compartió la fama del ídolo. El ritmo estaba en "Siga el baile", el "Baile de los morenos", "El cachivachero" o el escrito por él "Candonga".

La capacidad para inventar letras se tradujo en tangos como "Yo soy de la vieja ola", "Muchachos, escuchen", "Cucusita", "Así canta Buenos Aires", "Un regalo del cielo", "A Chirolita", "¡Adónde me quieren llevar!", "Castañuelas", "Cada día canta más", más dos marchas "La perinola" y "Año nuevo".

El cine lo convirtió en actor natural. Su debut fue en 1946 con "Adiós pampa mía". Le siguieron "El tango vuelve a París" (1948) junto a Troilo: "Un tropezón cualquiera da en la vida" (1948), con Virginia Luque, "Alma de bohemio (1948), "La barra de la esquina" (1950), "Buenos Aires mi tierra querida" (1951), "Por cuatro días locos" (1953), "Ritmo, amor y picardía" (1955), "Música, alegría y amor" (1956) y "Luces de candilejas" (1958) en estas tres con la rumbera Amelita Vargas, y "Nubes de humo" (1959).

El último éxito de Castillo fue en 1993, cuando grabó "Siga el baile" con Los Auténticos Decadentes, en el disco de la banda "Fiesta monstruo", y se ganó a la muchachada de fin de siglo, tal como lo había logrado con la de los años 40.

Habrá que recordar, entre sus temas identificatorios: "Noches de Colón" (1926), grabado en 1941, y "Muñeca Brava (1942) y "Así se baila el tango (1942) con Tanturi; "Los cien barrios porteños", uno de sus clásicos en forma de vals, grabado en 1945 y esgrimido durante toda su carrera, el candombe montevideano "Siga el baile", otro de sus caballitos de batalla, grabado en 1953 para el sello Odeón, que lo volvió a grabar en 1960 y finalmente en el ya mencionado 1993, y "Yo soy de la vieja ola", con letra escrita por el propio Castillo en protesta por la irrupción de la Nueva Ola, grabado en 1959.

jueves, 24 de enero de 2013

Ricardo Tanturi

Pianista, director y compositor argentino .Nació el 27 de enero de 1905 en Buenos Aires, de padres italianos. 
Su primer instrumento fue el violín. Su hermano Antonio Tanturi, pianista y codirector de la Orquesta Típica Tanturi-Petrone, lo animó a dejar el violín por el piano y fue su maestro. Se inició a mediados de la década del 20, actuando en clubs, festivales benéficos y, junto con su hermano, en LOY Radio Nacional. Se licenció en Medicina
En 1933 formó su grupo, un sexteto llamado "Los Indios", actuando en Buenos Aires y en Montevideo. En 1937 se vinculó al sello Victor. Alcanzó un gran éxito cuando a finales de los años 30 incorporó a Alberto Castillo como vocalista. Sus obras fueron: "Ese sos vos", "Pocas palabras", "Mozo guapo", "A otra cosa", "Che, pebeta", "Sollozo de bandoneón"... Orquesta Ricardo Tanturi Se inició en el disco en 1937, con una histórica placa del sello Odeon que contiene el tango "Tierrita", de Agustín Bardi, en versión instrumental, y "A la luz del candil", música del talentoso Carlos Vicente Geroni Flores, y truculenta letra de Julio Navarrine, cantado por Carlos Ortega. Pero Tanturi da el gran salto en 1939, cuando incorpora a Alberto Castillo, que se convertiría en un imán para el público. Castillo, de afinación perfecta, magistral en el uso de los matices y la media voz, seducía con todos los recursos posibles: su impactante gestualidad, su engominada elegancia varonil, su título de médico ginecólogo (obtenido en 1942) y ese estilo por momentos confidencial, por momentos desenfadado que convertía cada tango en un espectáculo. En los 37 temas que dejó grabados Castillo antes de dejar a Tanturi en 1943, la orquesta le cede el protagonismo, como también haría con el elegido para sucederlo, el uruguayo Enrique Campos. Este compartía con Castillo el interés puesto en la comunicación con el público. Campos no intentaba ningún lucimiento vocal. Cantaba con displicencia, sin exaltarse, con la sencillez de las cosas humildes. Detrás de él, la orquesta sonaba afiatada, precisa y discreta, con una simple perfección. Esto convierte a los 51 temas que registró el binomio Tanturi-Campos en uno de los tesoros del género. La orquesta no conocería ya momentos de tanto esplendor, aunque alcanzó notable nivel con Osvaldo Ribó a partir de 1946. Roberto Videla para la misma época, y posteriormente Juan Carlos Godoy y Elsa Rivas, entre otros, consiguieron revitalizar ocasionalmente la popularidad de Tanturi.
Ricardo Tanturi falleció el 24 de enero de 1973.

viernes, 7 de diciembre de 2012

Alberto Castillo;Siga el baile


Decir que Alberto Castillo tenía un "estilo particularísimo de cantar", o, como esbozó Julián Centeya, "no se parece a ninguna voz" es decir nada.

Ningún cantor (ningún intérprete de la música popular) deja de tener su "particular estilo". Eso se dice cuando no se tiene nada que decir. Porque es evidente que cada cual tiene ineludiblemente una voz distinta, un distinto registro, un timbre personal, un modo de frasear o matizar especial.

El canto de Castillo se diferencia del de los demás cantantes del tangos (aunque se lo asocie temerariamente por el gracejo burlón, arrabalero y de "cadencias reas" a Rosita Quiroga, Sofía Bozán o Tita Merello) por su modo de expresar las palabras, dando énfasis a los acentos prosódicos, mientras que las sílabas débiles se escondían en la articulación de la frase. Su voz de tenor era vibrante, siempre emocionada y entregada de lleno a cada tema.

Pero Castillo nunca gritó, jamás vociferó, aun en los momentos en que expandía su voz con esa cálida unción de los cantantes sentimentales. Castillo desgranaba matices y era clarísimo -como su impecable afinación- en la dicción, detalle que suele escapar a la mayoría de los cantores de tango, y que Goyeneche supo hacer de ella un culto acendrado, dejando así su ejemplo imperecedero.

Castillo sostenía que su modo de cantar favorecía a los bailarines: "La gente se mueve gracias a mi modo de cantar", aseguraba.

El verdadero nombre de Alberto Castillo era Alberto Salvador De Lucca. Nació el 7 de diciembre de 1914 en el barrio de Mataderos, precisamente en Juan Bautista Alberdi al 4700. Era el quinto hijo de un matrimonio de inmigrantes italianos: Salvador De Lucca y Lucía Di Paola. Se inició en la música de pequeño.

En algún tiempo lidió con el violín, pero su pasión era cantar en cuanta oportunidad se le presentaba durante su adolescencia. A los 15, en su barra, lo sorprendió el guitarrista Armando Neira y le propuso llevarlo a su grupo.

Allí fue su debut profesional. Su nombre artístico era entonces el de Alberto Dual. Otras veces se hacía llamar Carlos Duval. Cantó en las orquestas de Julio De Caro en el 34, de Augusto Pedro Berto al año siguiente, y en la de Mariano Rodas en 1937.

En 1938, dejó la orquesta y se dedicó a estudiar medicina. Pero su pasión musical pudo más y ya un año antes de recibirse ingresó en la Orquesta Típica Los Indios, que dirigía el dentista-pianista Ricardo Tanturi.

SEUDÓNIMO DEFINITIVO

El 8 de enero de 1941 se publicó el primer disco de Tanturi con el cantor Alberto Castillo, su flamante y definitivo seudónimo, a instancias de Pablo Osvaldo Valle, un hombre de radio.

Allí, con el vals "Recuerdos", alcanzó su primer gran éxito. El paréntesis tanguero no le impidió recibirse de ginecólogo y de instalar su consultorio en la casa de sus padres.

Por un lado, Alberto Salvador De Lucca atendía a las señoras y, por otra, Alberto Castillo consolidaba su papel de cantor de tangos. La dualidad hizo que muchas de sus pacientes acudieran al consultorio para hacerse atender por el cantor. Pero las tentaciones no pudieron con el artista que llevaba adentro.

El 6 de junio de 1945 -disfrutando ya su condición de ídolo- se casó con Ofelia Oneto. Con ella tuvo tres hijos: Alberto Jorge (ginecólogo y obstetra), Viviana Ofelia (veterinaria e ingeniera agrónoma) y Gustavo Alberto (cirujano plástico).

Su estilo ya estaba definido: sus movimientos de un lado al otro del escenario, sus inclinaciones frente al micrófono, que manejaba con su mano derecha muy cerca de sus labios, su pañuelo en el bolsillo del saco, el cuello de la camisa desabrochado y la corbata aflojada constituían toda una marca.

Castillo se consideraba bien de pueblo y alguna vez tropezó con algún pituco que se ofendía por las letras de los tangos. Así ocurrió que, en 1944, la policía debió interrumpir el tránsito frente al teatro Alvear de la calle Corrientes.

En ese tiempo, ya no pertenecía a la orquesta de Tanturi. Su inclinación hacia las expresiones más reas lo acercaron al candombe, junto a bailarines negros, como fue el caso de Charon (Osvaldo Sosa Cordero) que compartió la fama del ídolo. El ritmo estaba en "Siga el baile", el "Baile de los morenos", "El cachivachero" o el escrito por él "Candonga".

La capacidad para inventar letras se tradujo en tangos como "Yo soy de la vieja ola", "Muchachos, escuchen", "Cucusita", "Así canta Buenos Aires", "Un regalo del cielo", "A Chirolita", "¡Adónde me quieren llevar!", "Castañuelas", "Cada día canta más", más dos marchas "La perinola" y "Año nuevo".

El cine lo convirtió en actor natural. Su debut fue en 1946 con "Adiós pampa mía". Le siguieron "El tango vuelve a París" (1948) junto a Troilo: "Un tropezón cualquiera da en la vida" (1948), con Virginia Luque, "Alma de bohemio (1948), "La barra de la esquina" (1950), "Buenos Aires mi tierra querida" (1951), "Por cuatro días locos" (1953), "Ritmo, amor y picardía" (1955), "Música, alegría y amor" (1956) y "Luces de candilejas" (1958) en estas tres con la rumbera Amelita Vargas, y "Nubes de humo" (1959).

El último éxito de Castillo fue en 1993, cuando grabó "Siga el baile" con Los Auténticos Decadentes, en el disco de la banda "Fiesta monstruo", y se ganó a la muchachada de fin de siglo, tal como lo había logrado con la de los años 40.

Habrá que recordar, entre sus temas identificatorios: "Noches de Colón" (1926), grabado en 1941, y "Muñeca Brava (1942) y "Así se baila el tango (1942) con Tanturi; "Los cien barrios porteños", uno de sus clásicos en forma de vals, grabado en 1945 y esgrimido durante toda su carrera, el candombe montevideano "Siga el baile", otro de sus caballitos de batalla, grabado en 1953 para el sello Odeón, que lo volvió a grabar en 1960 y finalmente en el ya mencionado 1993, y "Yo soy de la vieja ola", con letra escrita por el propio Castillo en protesta por la irrupción de la Nueva Ola, grabado en 1959.