Gardel y Corsini |
El 12 de mayo de 1922 en el Teatro Apolo se produce un hecho trascendente para la historia del tango. Esa noche la compañía de teatro de César Ratti estrena el sainete “El bailarín del cabaret” y en una escena Ignacio Corsini interpreta el tango de Manuel Romero y Manuel Jovés, “Patotero sentimental”. Esa noche Corsini quedó consagrado como cantor de tangos. Para que ningún detalle mítico faltase en la ceremonia, en los camerinos Corsini recibió la visita de Carlos Gardel, una amistad forjada en la admiración y respeto mutuo que se había iniciado unos cuantos años antes cuando ambos cantores se encontraron en Bahía Blanca, uno de los tantos destinos viajeros al que los conducía su oficio.
Carlos Gardel, Ignacio Corsini y Agustín Magaldi fueron las grandes figuras estelares del tango de los años treinta. A la lista podría agregarse el nombre de Charlo y el uruguayo Alberto Vila, pero ésa es otra historia. Los tres mencionados consagraron temas que los identificaron para siempre. Si Gardel fue por ejemplo- el creador de “Mano a mano” y “Tomo y obligo”; Magaldi se hizo inmensamente popular con “El penado catorce” y “Levanta la frente”, mientras que Corsini además de “Patotero sentimental” estrenó en 1927 en el Teatro Cómico su otro gran hallazgo: “Caminito”, el poema de Gabino Coria Peñaloza y Juan de Dios Filiberto, para no mencionar ese extraño tango abolerado escrito en España por Félix Garzo que se llama “Fumando espero” y que Corsini grabó en 1927.
Gardel y Magaldi murieron relativamente jóvenes, pero Corsini se retiró del canto cuando en 1948 falleció su esposa, el amor de toda su vida y a la que le dedicó el poema “Aquel cantor de mi pueblo”, muy bien interpretado luego por Edmundo Rivero. Para esa época Corsini tenía alrededor de 600 temas grabados en los sellos más prestigiosos de su tiempo, participaba en los programas más taquilleros de la radio y su popularidad en algún momento llegó a competir con la de Gardel.
Hoy hay motivos para establecer las diferencias entre estos dos grandes cantores que, conviene insistir, siempre se respetaron. Sin duda hay en Gardel un profesionalismo, un esfuerzo por enriquecer el canto, que no está presente en Corsini. De todos modos, en su momento de esplendor, Corsini convocaba multitudes y Gardel era un gran cantor de tangos, pero todavía no era un mito. Los seguidores de Corsini -que en algún momento sumaron legiones- decían que a Gardel le favoreció la muerte trágica en el mejor período de su carrera, mientras que Corsini falleció en 1967, viejo, solo y bastante olvidado.
Es verdad que la muerte trágica en plena juventud contribuye a proyectar el mito, pero más allá de estas interpretaciones históricas o sociológicas, lo que importa destacar es que Gardel no está donde está porque murió joven, sino porque fue un cantor excepcional, el más dotado o, por lo menos, el que reunía las condiciones necesarias para proyectarse como lo hizo.
Así y todo, las coincidencias entre Gardel y Corsini fueron notables. Uno nació en Toulusse en 1890 y el otro en un pueblito de la provincia italiana de Catania, en 1891. Los niños no conocieron a sus padres y fueron criados por una madre planchadora y otra cocinera. Llegaron a la Argentina cuando tenían cinco o seis años; a uno le decían Romualdo y al otro Andrés; grabaron sus primeros temas en 1912. En 1916 Corsini filma su primera película “Santos Vega”; en 1917 Gardel participa en “Flor de durazno”. Los críticos entonces señalan las diferencias entre un Corsini elegante, delgado, rubio y de ojos azules y un Gardel que entonces pesaba más de cien kilos.
Detalles físicos al margen, lo que llama la atención son las coincidencias en las historias de vida y los itinerarios artísticos. Estas coincidencias no obedecen exclusivamente a la casualidad. En la Argentina de las primeras décadas del siglo veinte era más o menos previsible haber nacido en Europa e identificarse luego con los géneros musicales populares. Ser inmigrante o hijo de inmigrantes en el Buenos Aires de 1900 ó 1915 era algo que a nadie podía llamarle la atención. En los conventillos, en los barrios, en el mundo popular, el tango se imponía por su poesía, su música y la cadencia de su baile.
Gardel y Corsini se iniciaron, como no podía ser de otra manera, cantando canciones camperas. Algo parecido puede decirse de Magaldi. Sus influencias musicales provenían de la música lírica y de los viejos payadores como José Betinotti o Gabino Ezeiza. Esa mezcla de payada y ópera será importante en la formación de los primeros cantores de tango. Por lo menos lo fueron en Gardel, Magaldi y Corsini.
Después están las inevitables diferencias. Gardel fue el “Morocho del Abasto” y Corsini el “Caballero cantor”. Cabellos rubios, ojos celestes como la mítica pulpera y una voz de tenor delicada y sugerente a la que los críticos más exigentes le hallan algunas imperfecciones fonéticas, Corsini rehuyó el tango reo y nunca abusó de los giros lunfardos. Sus letras fueron más discretas, un tono más melódico, intimista si se quiere, aunque, a diferencia de algunos de sus contemporáneos, nunca cayó en el sentimentalismo fácil.
La infancia de Corsini transcurrió en Almagro donde se dice que conoció a Betinotti. Después vivió algunos años en Carlos Tejedor donde se familiarizó con los oficios rurales. Alguna vez declaró en una entrevista que aprendió a cantar escuchando a los pájaros, “lo hice naturalmente, sin esfuerzo”. Sus inicios de cantor están relacionados con el circo. Esto también era un clásico en los cantores populares de aquellos años: el circo, el teatro, la revista y, un poco más adelante, el cine y la radio. La otra alternativa para sobrevivir eran las interminables giras por las ciudades y pueblos de la Argentina. Se viajaba en tren en segunda, se dormía en pensiones y fondas baratas, en más de un caso se actuaba ante un público que todavía no solía ser respetuoso con los artistas y los honorarios eran modestísimos.
En 1907, Corsini trabajó con José Pacheco. Allí conocerá a su hija, Victoria Pacheco, la mujer con la que se casará y tendrá un hijo, pero por sobre todas las cosas será el gran amor de su vida, al punto que cuando ella muera al año siguiente él decidirá retirarse del canto. Las crónicas registran que la despedida final se produjo el 28 de mayo de 1949, en el programa “La argentinidad”, de Radio Belgrano.
Decía que el circo y el teatro fueron sus escuelas formativas. También el cine. Después de “Santos Vega”, filma en 1917 “Federación o muerte”. Corsini no es un gran actor, pero su pinta y su modesta capacidad interpretativa le alcanza y le sobre para superarlo a Gardel. Con el inicio del cine hablado filma en 1934 “Idolos de la radio” y en 1941 “Fortín alto”, que cuenta con la participación de un cantor y músico notable, casi desconocido para el gran público: Edmundo Rivero.
El otro recurso artístico que abonará la popularidad de Corsini, serán los poemas de lo que se conoce como su “Ciclo federal”. La designación alude al puñado de tangos escritos por Pedro Blomberg y musicalizados por Enrique Maciel. Allí se distinguen: “La pulpera de Santa Lucía”, “La mazorquera de Monserrat”, “Tirana unitaria”, entre otros. Todos estos poemas, muy bien escritos, relatan historias de amor y coraje ocurridas en tiempos de Juan Manuel de Rosas. Los poemas hablan de los conflictos de hombres y mujeres cuyas vidas transcurren en una Argentina en la que las pasiones políticas y las privadas podían confundirse. No todos los tangos de Blomberg son federales. También merecen un destacado lugar en su repertorio “La canción de Amalia”, escrita en homenaje a la heroína de la novela antirosista de José Mármol.
Tan importantes como los tangos del “ciclo federal”, son aquellos otros escritos por Blomberg en homenaje a una mujer, a un amor perdido, o a una heroína muerta en una ciudad lejana. Nos referimos a “La que murió en París”, “Violines gitanos” o “Viajera perdida”. Algunos de estos tangos fueron cantados luego por Edmundo Rivero y Alberto Castillo, pero más allá de la calidad de estos insignes cantores, las interpretaciones que hace Corsini siguen siendo insuperables.
Su última presentación pública la hizo en 1961 en el programa de Canal 7 “Volver a vivir”. Tenía setenta años y ya era una reliquia. Hoy sus tangos se siguen escuchando con placer. Si bien su estilo, a diferencia del de Gardel, se revela como algo anacrónico, como algo que pertenece al más lejano pasado, esos mismos limites son los que le otorgan ese aura nostálgico, el aura de un tiempo en el que suponía que el tango se cantaba así: con ese fraseo, esa entonación y esas guitarras pulsadas por Armando Pagés, Rosendo Pessoa y Enrique Maciel. Basta para ellos escuchar “La que murió en París” o “La pulpera de Santa Lucía”, para recuperar un tiempo y un clima perdido en la niebla del pasado.
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