jueves, 28 de junio de 2012

IGNACIO CORSINI ¨El caballero cantor¨.

Nació el 13 de febrero de 1891 en Troina, en la provincia de Catania ( Sicilia ) sur de Italia. Llegó a Buenos Aires en el año 1896, su niñez transcurrió en el barrio de Almagro en la Capital Federal, donde su mamá instaló una fonda. cuando cumplió doce años fue enviado a una estancia en Carlos Tejedor. 
Allí conoció el duro trabajo del peón de campo. En la cocina de la estancia aprendió los acordes elementales de la guitarra, en compañía del Negro Domingo, compañero de faenas. 
Al pasar 2 años regreso a la Capital junto a su madre quien seguía viviendo en Almagro. 
En 1907 conoció a José Pacheco quien lo integró al teatro. 
Su debut fue con los " Nobles Serranos¨; y se realizó en una humilde sala llamada ¨ El progreso". 
En 1909 lo escuchó José Pepe Podestá, quien de inmediato lo incorporó a su compañía como actor-cantante, Junto a los ¨Podestá¨. 
Se caso en 1910 con Victoria Pacheco, con quién tuvo solo un hijo. 
En 1912 grabó sus primeros discos, pero siempre canciones criollas y campesinas, canto vidalitas, valsecitos, milongas y más tarde llego también el tango. 
En 1914 y 1915 hizo sus primeras grabaciones para el sello Víctor, a partir de 1920 comenzó a grabar para el sello Nacional-Odeón, con quién estuvo ligado hasta el final de su carrera. 
Tras 2 años de actuaciones con los podestá, recorrió el país con diversos grupos de circo, y en 1913 reanudó su labor teatral en la Capital porteña. 
Hasta 1927 intervino en innumerables dramas, comedias y sainetes junto a los nombres y las compañías más importantes, de la época con las que realizó giras por Argentina y Uruguay. Participo en Obras como ¨Juan Moreira¨. ¨Los 33 orientales¨ y, Principalmente ¨La Piedra del Escándalo¨, de Martín Coronado, todo ello hizo crecer su prestigio. 
Su encuentro con el tango sucedió en la obra ¨El bailarín de cabaret¨, 1922, se inició así su carrera como interprete exitoso con ¨Patotero sentimental¨. Con el auge de la radio Corsini, se dedico por completo a ser cantor. 
En 1934, por ultima vez participó en una comedia musical ¨La canción de los barrios¨, en el teatro Sarmiento. En cuanto a la pantalla participó en 5 películas: ¨Federación o muerte¨ (1917), "Santos Vega" (1918) y "Milonguita" (1922) en el periodo de cine mudo, "Idolos de la radio" (1934), y "Fortín alto" (1941), ya en la etapa de cine sonoro.
Ignacio Corsini dejó una extensa discografía y dejó también una gran obra como autor y compositor, especialmente de canciones criollas, Compuso para Edmundo Rivero "Aquel cantor de mi pueblo" que lo llevó a grabar un disco. 
En la década del ´40 se unió a Pedro Blomberg y Enrique Maciel en la guitarra. Algunos de los éxitos por los cuales se destacó, fueron "La canción de Amalia", "La pulpera de Santa Lucía", "Los jazmines de San Ignacio", "China de la Mazorca", "La guitarrera de San Nicolás", ¨Griseta¨, ¨ La que murió en París¨, ¨ La viajera perdida¨ y ¨Destellos¨. Sus ultimas grabaciones fueron en 1946. 

En 1948 muere su esposa y por esto lo sumerge en la melancolía y canta por última vez, en Radio Belgrano el 28 de marzo de 1949, que era la emisora de sus grandes éxito, allí interpreto, entre varios temas su versión de ¨La pulpera de Santa Lucía. 
El 26 de julio de 1967 fallece Ignacio Corsini. 
Él fue uno de los grandes interpretes de la lírica criolla y de la músíca ciudadana, tenia la esencia de los viejos payadores, su voz era de timbre atenorado, delicada y sencilla, y todo ello se unía a su porte gallardo y señorial por lo cual se le decía: ¨El príncipe de la canción y ¨El caballero cantor¨.

Juan Carlos Cobián en New York



Pianista y compositor de memorables tangos, Juan Carlos Cobián vivó dos largas temporadas en New York, llevando una vida aventurera, romántica y funambulesca.
Pianista y Don Juan
En 1923, hostigado por las inflamadas cartas románticas que le enviaba desde New York una cupletista española, Juan Carlos Cobián tuvo que elegir: el tango o el amor. Habiéndose enamorado mientras ella actuaba en Buenos Aires, Cobián, emocional como era, resolvió el dilema rápidamente. Disolvió su imbatible sexteto con el que actuaba en el "Abdulla Club", un cabaret de moda ubicado en el subsuelo de la Galería Güemes de la calle Florida, y viajó al encuentro de su amor.
De carácter donjuanesco, fácil de palabra y maneras distinguidas, con su maestría pianística, su impecable smoking y su aire mundano, Cobián fascinaba a mujeres otoñales y aristocráticas. Hermosas e inquietantes admiradoras era lo que le sobraba. No obstante, Concepción, la cupletista, quince años mayor que él, discreta bailarina, no muy atractiva y con una hija, inexplicablemente conmovió su bohemio corazón. Pero un día, viendo ella que su romance estaba plagado de celos y sin posibilidades de concretarse en algo más que una aventura, decidió imprevistamente viajar a New York. Quería tentar fortuna en los teatros de habla hispana de la gran ciudad del norte. Así, el viaje rompió el idilio. Aunque quizás no del todo, ya que al tiempo, pasionales cartas comenzaron a llegarle a Cobián pidiéndole que se reuniera con ella en New York.
Pensando en las posibilidades artísticas que se le podrían presentar en la tierra del dólar, o quizás buscando un desenlace definitivo al trunco romance, Cobián decidió viajar a su encuentro. Juntando el producto de viejas regalías acumuladas por grabaciones y actuaciones en el "Abdulla Club", y vendiendo su piano junto con los muebles de su departamento, compró un pasaje de ida y una fría mañana de julio de 1923 se embarcó rumbo a New York. Dieciocho días después, ansioso por el reencuentro, con su valija llena de sueños y tangos, desembarcó en la Ciudad de los Rascacielos para encontrase con la soledad. Nadie lo esperara en el puerto. Ni tan siquiera la cupletista.
Un compañero de viaje, al verlo desolado ante la imponente ciudad, le consiguió un hotel, sugestivamente llamado como el tango, "Hotel Victoria". Sin amigos, a los pocos días aceptó la invitación que éste le hizo para cenar en un restaurante hispano. Allí le presentó a Mabel Wayne, pianista y autora de los valses En una aldea de España y Ramona. Este ultimó, al tiempo sería difundido como tango con letra de Enrique Cadícamo, íntimo amigo de Cobián.
A pedido de la compositora, Cobián se despachó en el piano con El choclo, interpretación que llamó la atención del periodista y poeta mexicano Luis Sepúlveda, sentado a una mesa contigua. Ya sea por química o por afinidad lingüística, entre ambos nació una amistad que con el correr de los meses se transformaría en colaboración al ponerle Sepúlveda letra en inglés a algunos tangos de Cobián.
A las pocas semanas, la cupletista dio señales de vida. Total, para nada. Después del tierno reencuentro, entre explicaciones, recriminaciones y la creciente incompatibilidad, todo acentuado por la separación, el músico decidió olvidar a la causante de su viaje.
Ante la soledad, lleno de ideas y dispuesto a entrar en acción, Cobián formó un pequeño conjunto bautizado "Argentan-Band" con el que debutó en el bar del McAlpin Hotel, uno de los hoteles que ya en la década anterior había abierto sus salones al tango.
Así, Cobián pasó de ser el niño mimado de los ambientes nocturnos de Buenos Aires, a ser un desconocido tocando tangos para una concurrencia que, según le confesó a Cadícamo, no los entendía. No los entendían al extremo de que durante una de sus actuación se le acercó un parroquiano que, sabiendo que Cobián era argentino, le pidió tocara un tango justo en el momento en que estaba tocando uno.
En esa época los tangos popularizados en los EE.UU. fueron traídos por los norteamericanos que viajaban a París y, creyendo que eran franceses, los llevaron a New York.
Rudy Vallée y tangos en inglés
Cobián, usando el nombre de "Carlos Cobián" en lugar de su nombre completo, en setiembre de 1925 grabó en solos de piano dos temas suyos, Ironía y Letanía para el sello Cruz, que no tuvieron mucha difusión.
Frente a este panorama, recurrió a Sepúlveda, que dominaba el idioma, para que le escribiera una letra en inglés. Así nació The Thief (El ladrón).
Con esta letra en inglés, Cobián salió a la búsqueda de un crooner, así llamados los cantores melódicos cuya voz suave se acoplaba muy bien a las orquestas de baile. No pasó mucho tiempo cuando en medio de una de sus actuaciones, se acercó a saludarlo un joven rubio, elegante y de tímido aspecto, que en un precario español le dijo ser estudiante en la Universidad de Yale, tocar el saxofón y aficionado a cantar canciones en español. ¡Justo lo que Cobián necesitaba! A la semana, el joven estudiante se unió a la agrupación de Cobián tocando el saxo y cantando en inglés The Thief. Al tiempo, este joven rubio conquistaría el corazón de las jovencitas con su aterciopelada voz y el nombre de Rudy Vallée.
Este encuentro de Cobián con Rudy Vallée, según lo cuenta Cadícamo en su libro “Juan Carlos Cobián, ese desconocido” (1976), no figura en la autobiografía de Vallée, "Lets The Chips Fall" (1975). Tampoco figura en la biografía que escribió su esposa, Eleanor Vallée, "My Vagabond Lover" (1996), a pesar de que ella manifestó durante una entrevista realizada en Los Angeles por la revista “Tango Reporter” que recordaba el encuentro y la amistad entablada entre el compositor y el cantante. Ambos libros sólo coinciden con Cadícamo en que Vallée tocaba el saxo, estudió en la Universidad de Yale, y cantaba y hablaba español. Es más, Eleonor dice que a su esposo le gustaba tanto hablar español, que pensó en radicarse en la Argentina. Tan es así que en 1925 llenó una solicitud para trabajar como vendedor en una compañía norteamericana que estaba por abrir una planta manufacturadora en Buenos Aires. Para bien o para mal, no lo aceptaron.
Por otra parte, este encuentro tiene que haber sido un día en que el crooner se hallaba de paso, con su saxo bajo el brazo, por el bar de McAlpin, y al ver que un argentino tocaba tangos, se unió a él para darse el gusto de cantar en español. En ese tiempo Vallée tenía cierto nombre. Ya desde 1922 estaba trabajando en radio e integraba la orquesta de la Universidad de Yale, de donde se graduó en 1927. A partir de aquí, su nombre adquirió fama como actor y crooner.
No obstante, ya convertido en astro de la pantalla y cantante de gran fama, a fines de la década de 1930, Vallée grabaría Nostalgias. Editado por Chappell Music con letra en inglés de Jimmy Kennedy, llevaba el título de My Lost Love.
Una elegante dama norteamericana
Sea como haya sido el episodio con Rudy Vallée, lo concreto fue que Cobián estaba parcialmente desconectado con la realidad del país. Su trato frecuente con el ambiente hispano de la ciudad le hizo adelantar muy poco en su aprendizaje del inglés. Para colmo de males, unido a que en su pequeña orquesta, la mayoría de los músicos eran italianos, su costumbre de comer en un restaurante también italiano, hizo que a la larga aprendiese más el idioma de Toscanini que el de Gary Cooper.
Probablemente esta carencia idiomática llevó al fracaso su nueva aventura romántica con una elegante dama norteamericana, mayor que él, no mal parecida, divorciada varias veces y de muy buena posición. A esto se le sumo una nueva e inesperada aparición de la cupletista. Aunque desapareció tan rápido como apareció, permaneció el tiempo suficiente como para hacer arder Troya.
Frente al encuentro, la imposibilidad idiomática de recibir una coherente explicación sobre el asunto, y viendo a su vez que, pasado algún tiempo, su romance no se concretaba en matrimonio, la elegante dama cortó por lo sano. Le dio a Cobián las buenas noches desalojándolo de su departamento, al cual se había mudado tratando de ahorrar unos dólares.
En esta incertidumbre emocional y vislumbrando que sus tangos no traspasaban las puertas del bar del McAlpin donde los tocaba, decidió dedicarse definitivamente al jazz. Hábil pianista como era, no tardó mucho en dominar el dinámico swing y cambiar radicalmente la modalidad de su pequeña agrupación.
Así y todo, no pudo renovar su contrato con el McAlpin, por lo que tuvo que desintegrar su grupo por falta de trabajo.
Cobián y Valentino
La situación económica de Cobián, que sufría los mismo altibajos que sufre la bolsa de valores de los países en franco subdesarrollo, comenzó a declinar alarmantemente, hasta que en las escaleras de una estación del subterráneo neoyorquino, tropezó con Harry Kosarin. Viejo amigo de Cobián, Kosarin era un baterista judío- norteamericano que había vivido en Buenos Aires entre 1920 y 1922 y actuado al frente de su “Harry Kosarin Jazz Band”, en el "Armenonville". Radicado definitivamente en New York después de abandonar la Argentina, Kosarin le ofreció ser su representante. Estando al tanto de la idea de Rodolfo Valentino de montar en el Waldorf-Astoria Hotel el espectáculo de tango "The Wild Gaucho", colocó a Cobián como pianista del mismo durante ocho semanas.
A estar por la versión de Cadícamo, lo que lucía sensacional no duró mucho, ya que el espectáculo fue cancelado a las dos semanas.
Este episodio, contado así por Cadícamo, no coincide con lo que dicen las biografías de Valentino. Ninguna nombra "The Wild Gaucho", el Waldorf-Astoria Hotel o a Cobián tocando el piano durante la gira. A su vez, Cadícamo tampoco habla de Mineralava, la arcilla de belleza que promovía Valentino en su gira de tango, gira que se realizó en su totalidad.
Un gigoló de lujo
Otra figura femenina, llamada simplemente Berta en las confesiones que le hizo a Cadícamo, entró en la vida de Cobián. Era una mujer de holgada situación económica, que Cobián había conocido tiempo atrás, cuando ella era la amante de un truhán, y que ahora estaba libre.
Al avanzar el romance, y después de mudarse al fastuoso departamento de ella, al igual que le había ocurrido con amores anteriores, Cobián se sintió sofocado por las presiones románticas de su nueva amante. Además, estaba consciente, y muy disgustado, que hasta el último empleado del McAlpin sabía de su mudanza, y detestaba que por éste solo hecho lo calificaran de "gigoló de lujo". Por lo que quiso huir. Pero no pudo, al menos no pudo hacerlo a su manera. Berta, oliéndose la tostada, se le adelantó y, sorpresivamente, le dijo que se iba a París. ¿A hacer qué? No tenía al caso. Su viaje era una farsa para romper la relación.
En ese momento la cupletista, regresando de otra gira, apareció de nuevo. Queriendo retener a Cobián de alguna manera, le ofreció unirse a ella y su hija, convertida ya en una competente zapateadora de tap, para realizar una gira de 20 semanas como pianista del espectáculo internacional que ambas iban a montar. Sin nada mejor que hacer, Cobián aceptó, y a partir de octubre de 1925, se presentó con ellas en Philadelphia, Baltimore, Washington, Chicago, Cleveland e incluso en Canadá.
Terminada la gira y disgustado con la cupletista por una escena de celos ocasionada al ver ésta una foto de Berta, Cobián regresó a New York.
En septiembre de ese mismo año arribó, procedente de París, Francisco Canaro con su orquesta, contratado para actuar un par de meses en el "Club Mirador".
Si bien en esos años la Ley Seca estaba en pleno ejercicio, Cobián sabía como lidiar con ella. Perito en la vida nocturna y amante tanto de la buena bebida como de las mujeres peligrosas, conocía de memoria todos los lugares donde se podía beber buen whisky de contrabando. Canaro no pudo encontrar mejor cicerone sobre la vida nocturna neoyorquina que a Cobián.
Antes de los dos meses, Canaro, no resistiendo la sofocante ciudad, canceló su contrato y retornó a París.
Solo de nuevo, a Cobián le era cada vez más difícil ganarse el sustento. La aparición a fines de 1926 de su compatriota Pancho Rosquellas cambió, en parte, la situación. Rosquellas, violinista y autor de los tangos Cap Polonio y Una pena, hacía un tiempo que se había radicado en New York, ganándose la vida al frente de su agru pación animando bailes sociales y grabando todo tipo de música, principalmente tangos.
Sabiendo que Cobián andaba sin trabajo, Rosquellas le ofreció trabajo como pianista para actuar durante un par de semanas en el "Embassy Club".
Frustraciones, nostalgia y regreso a Buenos Aires
A fines del año siguiente, 1927, Cobián, desvinculado de Rosquellas, hizo unas presentaciones especiales en la National Broadcasting para América Latina. Interpretando brillantes, pero también desapercibidos tangos en su piano, la falta de repercusion de sus actuaciones, una vez más, lo desmoralizaron grandemente.
Ayudado por quien había sido su trompetista, se conectó con el director artístico de Columbia Records. Este, queriendo poner a la venta discos con música latinoamericana surtida, le pidió hacer una grabación de muestra. Cobián, que ya había grabado un tema de prueba el 9 de febrero de ese año, por razones inexplicables, lo volvió a complacer un año después grabando otro el 19 de enero de 1928.
Ya sea que ahora el ejecutivo quedó deslumbrado por el dinamismo y la facilidad rítmica de Cobián, o pensando que el mercado del disco estaba listo para absorber tango auténtico, la cuestión fue que contrató a Cobián para grabar más discos. Un par de semanas después, con el nombre de "Carlos Cobián y su Orquesta Argentina", Cobián grabó entre febrero y marzo 16 composiciones, mezclando tangos, fox-trots, charlestón, paso dobles y zambas argentinas. Entre estas grabaciones estaban: Che papusa oí, Mujer de fuego, Adiós muchachos, Pinta brava, Mi linda salteña, Manojo de claveles, y Francesada. Ningún tema de su autoría. Lamentablemente, estos discos pasaron desapercibidos por el público norteamericano. Sólo una parte de la colonia hispana supo apre ciarlos, pero no lo suficiente como para que el ejecutivo de Columbia intentara repetir el intento.
Con altos y bajos, tocando aquí y allá, dejando algunas grabaciones desperdigadas en distintos sellos, incomprendido en su talento musical, abrumado por amores contrariados, habiendo formado una orquesta para tocar fox-trots y pasodobles mechados con tangos, y dominando el italiano más que el inglés, cinco años después de su llegada Cobián sintió que la nostalgia de la patria lejana lo golpeaba. Por lo que en los primeros meses de 1928 regresó a su Buenos Aires querido, para años después ponerle música a los inmortales versos de su entrañable amigo Cadícamo "vuelvo vencido a la casita de los viejos", vívido reflejo de sus triste experiencia en el país del norte.
El retorno a New York
No conforme con su desilusionada permanencia de cinco años en New York, Cobián retornó en 1937 a la Ciudad de los Rascacielos, pero por motivos muy distintos. Si la primera vez fue motivada por la nostalgia de un amor lejano, la segunda fue para dar por terminado un tormentoso romance.
Enamorado impenitente, luego de arrastrar un romance por Buenos Aires con una aristócrata, Cobián se casó imprevistamente con ella en Montevideo. Incapacitado para llevar una vida matrimonial sólida, al tiempo se separó. La realidad fue que ella quiso librarse de él. Para llevar sus planes adelante, N.M.G. -solo conocida por sus iniciales- le hizo a Cobián un depósito de $50.000 dólares en el National City Bank de New York, con la condición de ser cobrados personalmente. Buena excusa para alejarlo de su casa, de la ciudad y del país.
Citado por su abogado para arreglar los papeles pertinentes, divorcio y depósito fueron aceptados por Cobián previo rechazo de ambos. Al fin de cuentas, si bien Cobián era un hombre mundano y mujeriego que andaba económicamente a los saltos, a veces tenía su dignidad y le molestaba que lo vieran como a un vividor. Firmada la conformidad del divorcio y dispuesto a cobrar el dinero, en su deseo de no viajar solo, invitó a su amigo Cadícamo para que lo acompañase. Poeta y letrista de sus mejores tangos, compinche de muchas correrías, bohemio, e insaciable viajero, Cadícamo, escaso de dinero en ese momento, solicitó un préstamo a SADAIC (Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música) sobre futuros derechos de autor de sus letras. Dinero en mano, fue de la partida con Cobián.
Así, una cálida tarde de fines de noviembre de 1937, ambos se embarcaron rumbo a New York. Cobián, amén de querer cobrar el dinero depositado a su nombre y gastarlo, en su fuero íntimo quería tentar fortuna por segunda vez para imponer el tango en el país del norte.
Cadícamo, que además de sus letras de tango había escrito y dirigido algunas películas en la Argentina y Brasil sin conseguir con ellas honrar a ambas cinematografías, secretamente deseaba lograr el elusivo éxito cinematográfico, explorando la huella abierta por Carlos Gardel con películas musicales con tangos en los EE.UU.. Para ello, llevaba en carpeta un proyecto que le había encomendado Agustín Magaldi. Rival de Gardel junto con Ignacio Corsini en el gusto popular, Magaldi era el único de los tres que nunca había filmado.
A la semana de estar alojados en el Taft Hotel, se instalaron en un departamento amueblado de la West 140th y 55th Street. Como a los Don Juanes las situaciones donjuanescas se les dan constantemente, Cobián inmediatamente trabó relaciones sentimentales con Madame Ruth, la dueña del edificio. Mujer ligeramente otoñal y atractiva, según Cadícamo, al tiempo resultó ser "una famosa aventurera de la vida galante."
Retirada la chequera que ponía el dinero depositado por N.M.G en sus manos, Cobián rentó un Steinway para adornar su departamento. Sentado al piano desgranando melodías, luciendo su impecable smoking y su pícara sonrisa de villano, Cobián tumbaba a cuanta mujer se le acercaba. Por lo que sus serenatas tangueras a Madame Ruth, derivaron, precipitadamente, en concubinato al despertar el nuevo año de 1938.
Esta relación sentimental incitó a ella a promover a Cobián entre el mundo nocturno neoyorquino. Dada sus conexiones "sociales", organizó reuniones en su departamento, a las que fueron invitados periodistas del medio musical. Como resultado, algunos periódicos anunciaron sólo el arribo de un músico que venía de la "Argentina (Brasil)", mostrando así ese sentido de la desubicación geográfica que hacen gala ciertos elementos de los medios de comunicación. Indudablemente, estos individuos ignoraban quién era Cobián y qué países componían el mapa de Sudamérica, pero no el buen whisky que Madame Ruth les servía. No obstante, las reuniones siguieron, hasta que un día uno de los invitados llevó a una joven rubia de bronceada y elegante belleza, recién arribada de California para tratar de abrirse paso como modelo, que fascinó a Cobián. Estrechar su mano y enamorarse de ella, fue todo uno, a pesar de Madame Ruth.
Para llevar adelante este romance a primera vista con Kay O’Neill -tal el nombre de la rubia-, Cobián la invitó una noche, junto con Cadícamo y una comitiva de nuevos amigos al "Morocco". La orquesta del lugar, com puesta por músicos portorriqueños y cubanos, sabiendo que estaban allí los autores de Nostalgias, lo interpretaron para ellos. Nostalgias se había difundido en los EE.UU. grabado por Xavier Cugat con letra en español, y por Rudy Vallée con letra en inglés. No obstante los aplausos, los dos o tres tangos que Cobián tocó a pedido de la concurrencia, le permitieron comprobar con tristeza que el tango había entrado en un tobogán de bajada despertando cada vez menos interés. La causa probable de esta pérdida de atracción podría atribuirse a la creciente difusión de la rumba y la invasión de música brasileña. Carmen Miranda, recién llegada a los EE.UU., estaba haciendo estragos en el gusto popular. Otra causa podría ser los intrincados pasos de tango que ejecutaban los bailarines profesionales para llamar la atención, desalentando con ellos al bailarín común, que se inclinó hacia otros ritmos más fáciles de seguir.
Carlos Viván golpea a la puerta
En el momento álgido de su relación con Kay y no sabiendo como librarse de Madame Ruth, la policía llegó en inesperada ayuda de Cobián al llevársela detenida por trata de blancas. Libre el camino, Cobián pudo entrar de lleno en su romance con la rubia Kay.
Pero no todo fueron rosas. Cobián ya llevaba dos accidentados romances, media chequera gastada y ningún trabajo a la vista, hasta que una tarde de enero de 1938 se produjo un encuentro casual con Carlos Viván.
Viván, después de haber cantado en las orquestas de Juan Maglio, Pedro Maffia y Roberto Firpo, había cambiado el tango por el jazz. Nacido en Buenos Aires de ascendencia irlandesa –su verdadero nombre era Michael Rice Treacy–, luego de una larga gira por las Américas se había radicado en New York, donde con su buena voz y sus conocimientos del inglés se ganaba la vida como crooner en el "Habana Madrid", un club nocturno que presentaba espectáculos bilingues en español e inglés.
Su encuentro con Cobián fue narrado por Cadícamo de diferentes maneras en dos de sus libros. Según afirma en "El desconocido Juan Carlos Cobián" (1976), Viván apareció un día golpeando sorpresivamente la puer ta del departamento de Cobián. Pero en su libro "Bajo el signo del tango" (1987), Cadícamo da como lugar del encuentro el Consulado Argentino en New York. Cobián, que habitualmente iba allí a buscar su correspondencia, se encontró de casualidad con Viván que había ido a retirar un telegrama en el que le avisaban que volviese a Buenos Aires, pues había sido contratado por Radio Belgrano. Como se ve, la memoria a veces falla cuando se quieren recolectar recuerdos y narrarlos en distantes etapas de la vida.
Sea como haya sido el encuentro, lo concreto fue que Viván conectó a Cobián con diferentes y posibles fuentes de trabajo. Desgraciadamente, ninguna cuajó. Por una circunstancia u otra a Cobián no le resultaron de su agrado.
De nuevo Rudy Vallée
En otra de sus aventuras nocturnas, Cobián, siempre arrastrando a Cadícamo, Kay y ocasionales amigos, concurrió a “La Conga”, un club nocturno de onda en la 52nd y 6th Avenue. Casualmente, allí se volvió a encontrar con Rudy Vallée ya convertido en estrella de cine de primera magnitud y cotizado cantante, quien, recordando el grato encuentro con Cobián ocurrido casi una década atrás en el bar del McAlpin, le ofrecio su ayuda. Si pensaba viajar a Hollywood, le dijo que lo fuera a ver. En un par de semanas comenzaría a filmar la película "Gold Diggers In Paris” (1938) dirigida por Busby Berkeley, uno de los directores de musicales más talentosos, y podría colocarlo como pianista en una de las secuencias.
Cobián, según Cadícamo, tenía un orgullo tan desmedido que le hacía perder grandes oportunidades. Esta fue una de las tantas, y quizás la mejor. Llamar a Vallée significaba pedirle un favor, y a Cobián no le gustaba pedirle favores a nadie. Así, su gran oportunidad de hacer algo por el tango en los EE.UU. se escurrió entre sus manos, quizás sin él darse cuenta. Era el momento oportuno para hacerla en Hollywood. Ya estaban allí Xavier Cugat con sus maracas, sus rumbas y sus chihuahuas; José Iturbe con su mal inglés, sus bien cortados trajes y sumelange de música seudo clásica, y Carmen Cavallaro con su lustroso peinado, sus pianos blancos y sus almibaradas melodías. ¿Por qué no también Cobián? Con su asombroso estilo pianístico, su pausada elegancia y su sonrisa de villano bonachón, Cobián hubiera barrido con todos. Esta, su magnífica, brillante y única oportunidad de introducir el tango –un tango auténtico– en Hollywood –y Hollywood significa el mundo– no volvería a dársele jamás. Ni a él, ni a ningún otro músico en la órbita del tango.
Max Kosarin, última chance de Cobián
Tres meses después de su llegada a New York, Cobián, no habiendo aprendido con sus borrascosos matrimonios de apuro como manejar una situación sentimental, sorpresivamente decidió reincidir casándose con Kay O'Neill el 1º de febrero de 1938. Matrimonio de doble filo, ya que Cobián, si bien le manifestó a Cadícamo estar profundamente enamorado. También sabía que al casarse con una norteamericana solucionaba sus problemas migratorios para poder trabajar libremente en los EE.UU.
A todo esto, Max Kosarin, el hijo de Harry Kosarin, el músico que lo había conectado años atrás con Valentino, tomó contacto con él. La relación, esta vez le vino bien a Cadícamo. Siendo Max un abogado relacionado con Hollywood, Cadícamo le manifestó su deseo de filmar en los EE.UU. películas de tango en español. Echando mano a sus conexiones, Max le presentó un productor, a quien Cadícamo interesó para su proyecto de filmar con Agustín Magaldi. El productor, después de estudiar la propuesta, la descartó argumentando que si las películas de Gardel no habían dado dinero en los EE.UU., a pesar de tener mucho más nombre que Magaldi, menos darían las de éste. La tajante respuesta dio por terminada la aventura cinematográfica de Cadícamo en el país del norte.
Max Kosarin, como antes lo había hecho su padre, trató de ayudar a Cobián conectándolo con varios clubes nocturnos, entre ellos el del Saint Regis Hotel y el "Chateau Madrid". Pero Cobián volvió a rechazar una oferta tras otra exponiendo banales excusas.
Viendo perdidas sus chances de colocar a Cobián, Kosarin desapareció. Para complicar la situación reinante, Madame Ruth fue puesta en libertad y regresó para exigirle a Cobián el pago de las rentas atrasadas. Desde el momento en que ella fue encarcelada, Cobián había dejado de pagarlas. Además, Madame Ruth, al descubrir que el romance con Kay había derivado en matrimonio, en un violento ataque de celos le pidió el desalojo. Por lo que Cobián, Kay y Cadícamo, que siempre vivió con ellos, hicieron las valijas y abandonaron el departamento. Sin dinero y sin trabajo, Cobián con Kay se mudaron al Lexington Hotel, no tan lujoso como el departamento de Madame Ruth pero curiosamente frente a éste. Cadícamo optó por abrirse y se mudó al hotel donde vivía Carlos Viván, ya a punto de dejar la habitación para viajar a Buenos Aires a cumplir con su contrato radial.
Ante esta incierta situación laboral y económica, agravada por la amenaza de guerra en Europa, que con toda seguridad repercutiría en los EE.UU., Cadícamo decidió abandonar el país y se embarcó con Viván rumbo a Buenos Aires llevando en su equipaje el deseo trunco de filmar una película con Magaldi.
Kay, que creyó que Cobián era un rico estanciero argentino que vivía de renta, ya que iba todas las semanas al banco a retirar dinero, al ver que se había equivocado puso la situación al borde de la ruptura matrimonial.
Incertidumbre
Ya sin Cadícamo, su biógrafo y mejor amigo, la historia de Cobián en los EE.UU. quedó oscura, inconclusa. Nadie supo con certeza qué pasó con él. Parecería que Cobián, avergonzado de su conducta, quiso guardar silencio sobre sus actividades. Supuestamente se divorció de Kay y al entrar los EE.UU. en guerra se fue a México, desde donde, en 1942 le escribió a Cadícamo una escueta carta en la que le contaba que había viajado junto con la pareja de bailarines Rosita y Ramón, y le insinuaba que necesitaba dinero urgente, el suficiente como para comprar un pasaje de regreso a Buenos Aires.
Cobián, que después de retornar a la Argentina nunca narró lo ocurrido en este lapso de soledad mexicana, falleció en Buenos Aires el 10 de diciembre de 1953 a los 41 años de edad.
Un interrogante
Reconocido como unos de los más grandes pianistas y compositores del tango, Cobián es autor de clásicos tan fundamentales comoNostalgias, Los mareados, Niebla del Riachuelo, La casita de mis viejos, y A pan y agua, todos con letra de su íntimo amigo Enrique Cadícamo. ¿Por qué entonces un músico de este calibre, pasó desapercibido en los EE.UU.? Su maestría pianística le permitía competir fácilmente con el surgente Eddy Duchin, que se ganaba la vida tocando el piano en los bares de los hoteles. Como compositor, su calidad melódica lo ponía a la par del incipiente Jimmy Van Heusen, luego autor de notables melodías de la música popular norteamericana. Para remate, su obra final, que quedaría incluida entre las obras maestras de la música popular argentina, como la de sus contemporáneos Cole Porter o Jerome Kern en la música popular norteamericana, es tan convincente, inspirada y atrapante como la de ellos.
Indudablemente y no obstante poseer un enorme talento, su desenfrenada vida bohemia, sus borrascosas aventuras sentimentales, la despreocupación por ganar y gastar dinero, su limitada fluencia idiomática, su falta de visión para sacar ventaja de las oportunidades y el orgullo al rechazar ofertas únicas quebraron sus posibilidades de triunfar en los EE.UU.. Como consecuencia, destruyó sus posibilidades de divulgar un auténtico tango no sólo en ese paí sino en el mundo entero por medio del cine de Hollywood.
Epílogo
El 31 de enero de 1954, casi un mes y medio después de la muerte de Cobián, Enrique Cadícamo recibió una llamada telefónica de Kay O'Neill desde New York para decirle que se había enterado del fallecimiento por una breve nota necrológica aparecida en un periódico local. A los pocos días, recibió una carta de ella manifestándole que quería saber cómo hacer para cobrar la herencia que le correspondía como esposa de Cobián·

lunes, 25 de junio de 2012

UN CIERRE CON BOMBOS Y PLATILLOS EN EL COLISEO BAHIENSE


El cierre de las jornadas gardelianas tuvo lugar en el Teatro Municipal de Bahía Blanca, el 24 de junio desde las 21 hs, con un hermoso marco de público y un elenco que esperaba ansioso la apertura del telón.
Contó con la participación de 19 artistas en escena y la importante colaboración del personal del teatro y asistentes de Dandy Producciones. Rubén Cordi ofició de maestro de ceremonias conduciendo el evento y recordando a Carlos Gardel con bellas y poéticas palabras a lo largo de la noche; el ballet de Sergio y Adriana y Cristina Fuertes pusieron dinámica, color, distinción y alegría a la escena; Pablo Gibelli creó un aire de nostalgia y emoción con sentidas interpretaciones de tangos como “Silencio” y “Sus ojos se cerraron” acompañado por el piano de Javier Catari; Susana Matilla y el Cuarteto de Lucio Passarelli, como siempre, aportaron una musicalidad exquisita al espectáculo y Norberto Roldán sorprendió con su porte, buena voz, inteligente selección de repertorio y emotivas interpretaciones.
Una ausencia justificada fue la de Florencia Albanesi a quien una laringitis la retuvo en cama. En su lugar cantó Gaby “La Voz Sensual del Tango” que explicó la situación y regaló a los presentes los tangos “Sin lágrimas” y “La última”, el foxtrot “Rubias de New York” y la canción “No soy de aquí ni soy de allá” de Facundo Cabral, junto al coro de una platea que acompañó con los ojos húmedos.  
Desde el comienzo, el show demostró su gran dinámica y numeroso elenco con el candombe “Oro y Plata”, interpretado por Pablo Gibelli y bailado por Sergio, Adriana y su ballet, compuesto por Guillermina Gomez, Francisco Fidalgo, Luciano Sosa, Guilermina Di Giorgio y Isabel Jañez. Así comenzó este espectáculo que mostró a una real “selección” del tango local que vibró al son de Carlos Gardel, infaltable en el repertorio de cada uno de los artistas. El cierre fue conjunto: el elenco completo cantó y bailó “El día que me quieras” acompañados por el piano de  Lucio Passarelli, Pinky Fernández en contrabajo, Julián Mansilla en bandoneón y Alejandro Cuomo en violín.
Un gran espectáculo que dejó muy conforme a la concurrencia y con ganas de más. La próxima cita en el Municipal será en octubre, en marco del 2º Festival de Tango de Bahía Banca, Carlos Di Sarli, donde una vez más José Valle reunirá a los talentos bahienses para hacer honor a la música popular argentina.
 

JORGE CASAL


Salvador Carmelo Pappalardo, conocido en el mundo artístico como Jorge Casal, nació en Buenos Aires el 14 de Enero de 1924.
Participó en un concurso en Radio Splendid, pero en la ronda de preselección, no le dejaron finalizar el tango elegido. Un amigo le informó que Florindo Sassone buscaba un cantor para debutar en Radio Splendid. Hizo una prueba en la casa de Sassone, pero a éste no le agradó.
Sin embargo, al día siguiente fue llamado para actuar en dicha orquesta, con la que debutó el 18 de Noviembre de 1946. Ya actuando en la orquesta, fue solicitado su concurso por Pedro Láurenz, Miguel Caló, Carlos Di Sarli y Aníbal Troilo, invitaciones que rechazó cortesmente. Sus excelentes condiciones vocales quedaron registradas en los primeros tangos que grabó: “Rencor”, “La última cita”, “Volver”, que fueron factores fundamentales del éxito de la orquesta de Sassone.
A fines de 1949, Edmundo Rivero se aleja de Aníbal Troilo y Jorge Casal se desvincula de Sassone ingresando a la orquesta de Pichuco, donde realizó 20 grabaciones entre las que se encuentran: “Una canción”, “Che bandoneón”, “Amigazo” y “Del suburbio”. Varias intervenciones quirúrgicas, interrumpieron su laboir en varias ocasiones.
En 1952 salió de gira por Brasil y en 1953 participó en el “Patio de la Morocha”, sainete de Cátulo Castillo y Aníbal Troilo, presentado en el Teatro “Enrique Santos Discépolo”. Actuó en el cine, en las películas “Mi noche triste” en 1952; “El cartero” en 1954 y “Vida nocturna” en 1955. En ese año se desvinculó de la orquesta de Aníbal Troilo, prosiguiendo su carrera como solista.
A partir de 1956 realizó giras por Estados Unidos y Colombia. En 1959 se reunió nuevamente con Troilo para representar en el Teatro Alvear, la obra de Discépolo “Caramelos surtidos”. Fue un representante genuino de la escuela gardeliana, poseedor de una voz de barítono potente y dulce a la vez, rica en matices.  Jorge Casal murió en Buenos Aires el 25 de Junio de 1996.

SÁBADO HISTÓRICO EN EL CAFÉ DE ITALIA Y COLÓN


Marinissen

La tercera jornada gardeliana bahiense producida por José Valle para Dandy Producciones dentro del Ciclo “Bahía Blanca NO Olvida” tuvo su lugar de encuentro en el Café Histórico de Av. Colón 602, desde las 21 hs y a sala llena, en vísperas del aniversario número 77 de la tragedia de Medellín donde Gardel pasó de la vida terrenal al mito eterno.
Omar Olea
En esta ocasión la bienvenida fue ofrecida por Gaby “La voz sensual del tango” quien tras los agradecimientos correspondientes al público presente, introdujo a los cantantes de la noche: Cristina Marinissen, quien ofreció una selección de tangos como “Canción desesperada”, “Pipistrela” y “Milonga de mis amores” y baladas de todos los tiempos que incluyeron un emotivo homenaje a Estela Raval con sus más grandes éxitos y la clásica “Balada de la trompeta”; Omar Olea, gran cantor de tangos que se lució con interpretaciones gardelianas y otros tangos de gran renombre como “La luz de un fósforo”, “Siga el corso”, “Pasional” y “Grisel”, entre otros; y Julio Lupín, invitado de la noche que interpretó dos tangos para la ocasión y cerró su participación con la compañía de brazos en alto y coro de los presentes al cantar “Un año más”, éxito de José Velez que agregó un toque extra de energía en el Café.
Fue una noche muy íntima y alegre, con buena gastronomía, bellas interpretaciones de los cantantes y cálida respuesta del público. Quedó demostrado, una vez más, que Bahía Blanca cuenta con grandes talentos musicales que elevan su calidad artística y la ubican entre las ciudades culturales más ricas del país.
 ,

TITO LUSIARDO


He aquí el caso de un amigo real de Carlos Gardel. Vale la aclaración, y no porque el cantor no los tuviera de verdad, sino porque después de su fallecimiento se adjudicaron tal condición muchos que simplemente lo habían conocido y tratado, sin profundizar más allá de alguna charla circunstancial (y a menudo, ni siquiera eso). Amigos fueron Deferrari, Laurent, Maschio, Alippi, Guibourg... y Tito Lusiardo.
No obstante ser un prototipo del porteño, había nacido en El Ferrol, sobre la orilla septentrional de la ría de Betanzos, en La Coruña. Algún motivo fomentado por el propio Lusiardo (quizá la necesidad de reforzar su imagen paradigmática de hombre de tango, en el sentido más amplio de la frase) llevó a que se lo creyera nacido en Buenos Aires, en el barrio de San Telmo, y así fue transmitido en algunos textos. Lo cierto es que ya desde muy pequeño vivía en esta zona, y que fue en sus patios de conventillo donde aprendió sus primeros pasos de baile, que le darían tanta fama años después.
Una anécdota de su adolescencia cuenta que hizo lo imposible por estar cerca de Isabel (María Isabel Francisca de Asís de Borbón), infanta de España y dos veces princesa de Asturias, cuando ésta visitó la Argentina en representación del gobierno español con motivo de los festejos del Centenario de 1810; Lusiardo, que no deseaba perderse la ocasión, consiguió un lugar llevándole la cola del vestido.
Atraído por el ambiente artístico de la época, y muy seguro de su vocación de actor, consiguió vincularse al medio cuando ingresó como utilero del Teatro Nacional. Este puesto, ofrecido por el empresario Pascual Carcavallo, consistió al principio sólo en acarrear enseres (Lusiardo afirmaba haber acomodado las sillas para algunas actuaciones del dúo Gardel-Razzano); en 1918 ya tuvo ocasión de compartir escenario en "El cabaret", obra de Pacheco, para la que el actor Luis Vittone debió prestarle su propio smoking. Lusiardo apareció bailando un tango junto a Concepción Sánchez.
Su primer gran éxito en las tablas lo consiguió en un papel de "Tu cuna fue un conventillo", de Alberto Vaccarezza. Luego vendría un sinfín de actuaciones ("El conventillo de la Paloma", "Al tango hay que saberlo bailar", "Mujercitas de lujo") junto a las grandes compañías de la época, como la que encabezaban Enrique Muiño y Elías Alippi; también tendría una permanente presencia en los teatros de revistas. A lo largo de su carrera trabajó junto a nombres destacados como Francisco Álvarez, Olinda Bozán, Gregorio Ciccarelli, Pierina Dealessi, César Fiaschi, Vicente Forastieri, Gloria Guzmán y muchos otros.
En 1930 contrajo nupcias con la actriz Delia Codebó, iniciada en el teatro y que aparecería en varios films entre 1936 y 1939. De este matrimonio nació una hija.
Lusiardo fue convocado nuevamente por Carcavallo en 1933 para cubrir algunos roles en la obra "De Gabino a Gardel" (Crónica cómica de la canción nacional a través de los años), de Ivo Pelay, estrenada el 23 de marzo. Como actor y bailarín aparecía en el primer, segundo y sexto cuadro (también en el tercero, junto a toda la compañía); y si bien no todas las críticas fueron favorables por lo endeble de la puesta, casi todos los medios destacaron sus intervenciones, además del cierre a cargo del propio Gardel.
Ese mismo año ingresa a la cinematografía local, en la que fue la segunda producción de la empresa Argentina Sono Film: "Dancing" (dir.: Luis Moglia Barth), basada en la obra teatral homónima. En este film, del que no parecen haber sobrevivido copias, podía verse a Lusiardo junto a estrellas como Arturo García Buhr, Amanda Ledesma, Alicia Vignoli, Alicia Barrié, Severo Fernández, Pedro Quartucci, Héctor Quintanilla, Amelia Bence y Rosa Catá, además de la orquesta típica de Roberto Firpo, la "jazz" de René Cóspito y el conjunto Los de la Raza. Fue estrenado el 9 de noviembre en el Teatro Porteño.
Un año después protagonizó "Ídolos de la radio" (dir.: Eduardo Morera), en la que a pesar de lo endeble del libro y la torpeza con que fue rodado, pudo salir relativamente airoso. Es verdad que todo el tiempo pareciera estar al servicio de una comicidad que no llega, pero por suerte el interés de la película es otro: se trata de un desfile de las estrellas radiofónicas de entonces, encabezado por Ada Falcón,Ignacio CorsiniPablo Osvaldo ValleFrancisco Canaro, el Trío Gedeón,Tita MerelloErnesto Famá, Los Bohemios, Fred y Leo, y unos cuantos más, asistidos por actores de teatro como Lusiardo y Olinda Bozán. Tras su estreno en el cine Monumental, el 24 de octubre de 1934, la crítica señaló precisamente la buena participación de estos últimos.
Afianzada su amistad con Gardel, éste lo llamó a su lado para que apareciese en dos películas rodadas en Long Island, EE.UU. Con el tiempo se convirtieron en las dos actuaciones más recordadas de Lusiardo, y la imagen de ambos, actor y cantante, quedaría fija para siempre en la memoria del tango.
El primero de estos títulos fue "El día que me quieras" (dir.: John Reinhardt), rodado en enero de 1935. Lusiardo, interpretando a Rocamora, compuso a la perfección el rol de un entrañable compañero de correrías de Julio Argüelles/Julio Quiroga (Gardel), e incluso en una secuencia canta a trío con éste y Saturnino (Manuel Peluffo) el vals "Suerte negra", escrito especialmente para el film por Gardel y Le Pera. La simpatía natural de Lusiardo conquista enseguida al espectador. Cuando el acto termina arruinado por su ataque de hipo, pasa convincentemente de lo grotesco a lo dramático; e igual solvencia demuestra más adelante cuando no tiene fuerzas suficientes para comunicarle a Argüelles/Quiroga que su esposa, Margarita (Rosita Moreno), ha muerto.
El segundo fue "Tango Bar" (dir.: John Reinhardt), producido un mes después. Aquí Lusiardo hace de Juan Carlos Puccini, incondicional amigo de Ricardo Fuentes (Gardel), al punto de acompañarlo a Europa... viajando como polizón en el mismo barco. El personaje ideado para Lusiardo es más sólido que el de "El día que me quieras" (y debe reconocerse que el propio guión del film es superior), y supo aprovecharlo desplegando toda su gama de recursos expresivos. Su presentación ante el capitán del buque (José Luis Tortosa) es sencillamente inolvidable, a la vez que refleja al típico "porteño vivo" que se cree capaz de salir indemne de cualquier entuerto. Por ejemplo, al no tener argumentos para defenderse y librarse de la prisión, apela a su prosapia y con gesto "canchero" busca comprensión diciendo: "-Capitán... ¿un Puccini preso...?". Imposible no solidarizarse con el caradura.
Pero la trágica muerte de Gardel, que pesó mucho en el sentimiento de Lusiardo, puso prematuramente un punto final en aquello que prometía ser una dupla cinematográfica, ya que el actor encajaba a la perfección como partenaire del cantante.
De nuevo en los estudios argentinos, actuó en cerca de cuarenta películas entre 1936 y 1969. Sería ocioso mencionarlas a todas; basta con un inventario de sus papeles más destacados, que fueron los que hizo en "La muchachada de a bordo" (Manuel Romero, 1936); "Tres anclados en París" (Manuel Romero, 1938); "Jettatore" (Luis Bayón Herrera, 1938); "El sobretodo de Céspedes" (Leopoldo Torres Ríos, 1939); "Un señor mucamo" (Enrique Santos Discépolo, 1940); "El mozo número 13" (Leopoldo Torres Ríos, 1941); "El fabricante de estrellas" (Manuel Romero, 1943); "La calle Corrientes" (Manuel Romero, 1943); "Con la música en el alma" (Luis Bayón Herrera, 1951); y "El cartero" (Homero Cárpena, 1954).
Lusiardo apareció en algunos films de homenaje al Zorzal, como "La historia del tango", "El morocho del Abasto" y "Carlos Gardel: historia de un ídolo"; así como también repitió papeles en la versión de 1967 de "La muchachada de a bordo" y en la de 1969 de "El día que me quieras"; dos "remakes" innecesarias que se convertirían, curiosamente, en sus últimas intervenciones en la pantalla grande. Y todo un récord, al hacer el mismo personaje con casi treinta y cinco años de diferencia.
Siempre presente en el teatro, en su extraordinaria condición de actor y bailarín de tangos, tuvo por parejas de baile a Tita Merello, Olinda Bozán y Beba Bidart. Había desarrollado un estilo muy particular de caminar sobre la pista, que era la delicia de los espectadores. Su última gran demostración la hizo en un espectáculo junto a la orquesta de Mariano Mores.
En marzo de 1977, estando como invitado en el programa "Grandes valores del tango", lo atacó una hemiplejía de la que nunca se recuperó. En junio se 1982 falleció en el Sanatorio Evangélico. Sus restos fueron velados en el hall del Teatro Presidente Alvear y hoy reposan en el Cementerio del Oeste. El coche fúnebre que lo llevó hasta su morada final, mientras lo cubrían de flores, llevaba en su luneta trasera el retrato de su gran amigo Carlos Gardel.