domingo, 10 de junio de 2012

Alfredo Le Pera fue uno de los mayores letristas de tango


Los poetas lo ignoran o lo desprecian, pocos lo recuerdan, todos lo cantan. Alfredo Le Pera fue uno de los mayores letristas de tango pero el destino le reservó un lugar secundario, glorioso y sombrío al mismo tiempo.
No es un mal ejercicio volver a algunos tangos para degustar la perfección de sus versos. Por ejemplo, Soledad: Yo no quiero que nadie a mí me diga/que de tu dulce vida/vos ya me has arrancado./Mi corazón una mentira pide/para esperar tu imposible llamado./Yo no quiero que nadie se imagine/cómo es de amarga y honda mi eterna soledad... Son versos pensados, con sentencias dolidas (mi corazón una mentira pide) que no se correspondían con la vida real de su autor, una vida con algún descalabro amoroso pero laboralmente exitosa desde temprano. Le Pera inaugura el letrista profesional, el que se corre de la autorreferencia que, como en la mayoría de las expresiones populares, inspira credibilidad. Es el caso opuesto de Manzi (que hablaba sobre lo que conocía, las calles que caminaba en su infancia y adolescencia) y de Discépolo (que expresaba su pensamiento existencial).
Es cierto: provoca escozor constatar que las obras más famosas de Le Pera fueron hechas a pedido, con líneas argumentales supeditadas a ideas cinematográficas, con reglas claras para capturar el mercado hispanoamericano (no escribir en lunfardo, tender a un español neutro) que tenían como objetivo el lanzamiento de Gardel como estrella internacional. Volviendo al caso de Soledad por ejemplo, el tema fue grabado en Nueva York para la película El tango en Broadway. Todo era calculado: eran los balbuceos de la industria del entretenimiento tal como la entendemos ahora. Una anécdota de los primeros encuentros compositivos entre Gardel y Le Pera cuenta que el cantor se quejaba de que el letrista no "captaba su estilo". "Tenés que escribir a mi medida", le dijo Gardel. Le Pera tomó la queja con humor: "Carlos, vos no necesitás un letrista. Necesitás un sastre".
Hijo de Alfonso Francisco de Paula Le Pera, nació el 7 de junio (o el 4 o el 6 de junio, los datos se cruzan) de 1900 en Cidade Jardim, San Pablo, Brasil. Sus padres, inmigrantes del sur de Italia, quisieron "hacer la América" en San Pablo, aunque terminaron radicándose en el barrio porteño de San Cristóbal.
Hizo la primaria en la escuela Gervasio Posadas (ubicada, todavía, en San Juan entre Pichincha y Pasco) y el secundario en el Colegio Bernardino Rivadavia. Se recibió de bachiller, estudió Medicina hasta cuarto año y se dedicó al periodismo. Fue apadrinado por periodistas que tallaban fuerte en la época como Manuel Sofovich y Pablo Suero y trabajó como crítico en Ultima hora, La Nación, Noticias gráficas y El Mundo. Paralelamente escribía ficción y acumulaba prestigio en el ámbito teatral: firmó libretos y más de treinta obras, algunas estrenadas: Piernas de seda, Opera en jazz, La plata del bebé Torres, El gran circo político.
Era un joven talentoso y audaz. Lector ferviente de los poetas modernistas hasta la cita o el plagio (La amada inmóvil de Amado Nervo, 1915, tiene el poema que dice El día que me quieras tendrá más luz que junio; / la noche que me quieras será de plenilunio,/ con notas de Beethoven vibrando en cada rayo...) viajó a Francia en 1928 con el propósito de adquirir los derechos de obras teatrales y se radicó en París.
En 1932 ocurrió el encuentro con Gardel. La Paramount notaba dificultades argumentales en algunas películas de Gardel y pensó en Le Pera para que se hiciera cargo de los textos, tanto de los guiones como de las canciones. Así ocurrió: Le Pera se ubicó dócilmente en las sombras del ídolo y se transformó en una febril máquina de escribir. La historia es conocida: películas olvidables con canciones inolvidables; más que inolvidables, perfectas. Una treintena de piezas junto a Carlos Gardel de una inspiración inusitada.

Lo dijo Aníbal Troilo en 1970: "Gardel era un tipo muy inteligente. Y un síntoma de esa inteligencia es haber recurrido en el exterior a una pluma como la de Alfredo Le Pera. Estaba solo, rodeado de franceses primero, luego de norteamericanos. Esa gente podía perderlo. Los dos hacen una trampa portentosa: conservan lo nuestro en un ambiente completamente extranjero".
Esa "trampa portentosa" arrojó un repertorio elegante, sentimental y sin fisuras y cristalizó una dupla compositiva que traspasó la historia del tango y que, dentro del género, está ahí, al nivel de duplas memorables como Blomberg-Maciel, Aieta-Giménez, Cobián-Cadícamo y Troilo-Manzi.

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