Los poetas lo ignoran o lo desprecian, pocos lo recuerdan,
todos lo cantan. Alfredo Le Pera fue uno de los mayores letristas de tango pero
el destino le reservó un lugar secundario, glorioso y sombrío al mismo tiempo.
No es un mal ejercicio volver a algunos tangos para degustar
la perfección de sus versos. Por ejemplo, Soledad: Yo no quiero que nadie a mí
me diga/que de tu dulce vida/vos ya me has arrancado./Mi corazón una mentira
pide/para esperar tu imposible llamado./Yo no quiero que nadie se imagine/cómo
es de amarga y honda mi eterna soledad... Son versos pensados, con sentencias
dolidas (mi corazón una mentira pide) que no se correspondían con la vida real
de su autor, una vida con algún descalabro amoroso pero laboralmente exitosa
desde temprano. Le Pera inaugura el letrista profesional, el que se corre de la
autorreferencia que, como en la mayoría de las expresiones populares, inspira
credibilidad. Es el caso opuesto de Manzi (que hablaba sobre lo que conocía,
las calles que caminaba en su infancia y adolescencia) y de Discépolo (que
expresaba su pensamiento existencial).
Es cierto: provoca escozor constatar que las obras más
famosas de Le Pera fueron hechas a pedido, con líneas argumentales supeditadas
a ideas cinematográficas, con reglas claras para capturar el mercado
hispanoamericano (no escribir en lunfardo, tender a un español neutro) que
tenían como objetivo el lanzamiento de Gardel como estrella internacional.
Volviendo al caso de Soledad por ejemplo, el tema fue grabado en Nueva York para
la película El tango en Broadway. Todo era calculado: eran los balbuceos de la
industria del entretenimiento tal como la entendemos ahora. Una anécdota de los
primeros encuentros compositivos entre Gardel y Le Pera cuenta que el cantor se
quejaba de que el letrista no "captaba su estilo". "Tenés que
escribir a mi medida", le dijo Gardel. Le Pera tomó la queja con humor:
"Carlos, vos no necesitás un letrista. Necesitás un sastre".
Hijo de Alfonso Francisco de Paula Le Pera, nació el 7 de
junio (o el 4 o el 6 de junio, los datos se cruzan) de 1900 en Cidade Jardim,
San Pablo, Brasil. Sus padres, inmigrantes del sur de Italia, quisieron
"hacer la América" en San Pablo, aunque terminaron radicándose en el
barrio porteño de San Cristóbal.
Hizo la primaria en la escuela Gervasio Posadas (ubicada,
todavía, en San Juan entre Pichincha y Pasco) y el secundario en el Colegio
Bernardino Rivadavia. Se recibió de bachiller, estudió Medicina hasta cuarto
año y se dedicó al periodismo. Fue apadrinado por periodistas que tallaban
fuerte en la época como Manuel Sofovich y Pablo Suero y trabajó como crítico en
Ultima hora, La Nación, Noticias gráficas y El Mundo. Paralelamente escribía
ficción y acumulaba prestigio en el ámbito teatral: firmó libretos y más de
treinta obras, algunas estrenadas: Piernas de seda, Opera en jazz, La plata del
bebé Torres, El gran circo político.
Era un joven talentoso y audaz. Lector ferviente de los
poetas modernistas hasta la cita o el plagio (La amada inmóvil de Amado Nervo,
1915, tiene el poema que dice El día que me quieras tendrá más luz que junio; /
la noche que me quieras será de plenilunio,/ con notas de Beethoven vibrando en
cada rayo...) viajó a Francia en 1928 con el propósito de adquirir los derechos
de obras teatrales y se radicó en París.
En 1932 ocurrió el encuentro con Gardel. La Paramount notaba
dificultades argumentales en algunas películas de Gardel y pensó en Le Pera
para que se hiciera cargo de los textos, tanto de los guiones como de las
canciones. Así ocurrió: Le Pera se ubicó dócilmente en las sombras del ídolo y
se transformó en una febril máquina de escribir. La historia es conocida:
películas olvidables con canciones inolvidables; más que inolvidables,
perfectas. Una treintena de piezas junto a Carlos Gardel de una inspiración
inusitada.
Lo dijo Aníbal Troilo en 1970: "Gardel era un tipo muy
inteligente. Y un síntoma de esa inteligencia es haber recurrido en el exterior
a una pluma como la de Alfredo Le Pera. Estaba solo, rodeado de franceses
primero, luego de norteamericanos. Esa gente podía perderlo. Los dos hacen una
trampa portentosa: conservan lo nuestro en un ambiente completamente
extranjero".
Esa "trampa portentosa" arrojó un repertorio
elegante, sentimental y sin fisuras y cristalizó una dupla compositiva que
traspasó la historia del tango y que, dentro del género, está ahí, al nivel de
duplas memorables como Blomberg-Maciel, Aieta-Giménez, Cobián-Cadícamo y
Troilo-Manzi.
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