Había nacido como Josefina Rubianes Alzuri en Buenos Aires, y desde su adolescencia supo cultivar esas
canciones melancólicas que hablaban, al compás de una música tanguera o de sones valsísticos, de amores contrariados y escenografías con sabor a patios y madreselvas.
Resuelta ya su vocación artística a partir de su triunfo en un concurso de cancionistas realizado en la sala del Gaumont, Amanda Ledesma comenzó su trayectoria en radio, donde logró no sólo la atención de un público numeroso, sino también importantes contratos para actuar en las radios Prieto, Stentor y Excelsior, donde fue acompañada por el maestro Miguel Caló.
El teatro de revistas, necesitado de nuevas y jóvenes figuras, la convocó para varios de sus espectáculos, y así Amanda Ledesma transitó por los escenarios del Maipo, del Porteño y del Nuevo, donde demostró su ya cada vez más madurado oficio de actriz y de cantante.
Mientras tanto, el cine sonoro marcaba sus primeros pasos en un arte que no tardaría en atraer multitudes, y Argentina Sono Film, tras su éxito de "Tango", decidió proseguir por esa línea popular que había fundado Angel Mentasti, que no vaciló en contratar a Amanda Ledesma para uno de los personajes principales de "Dancing", que cimentaba la futura trayectoria de esa productora: las estrellas por encima de todo.
Corría 1933 y la serie de películas nacionales traspasaban las fronteras argentinas. Amanda Ledesma, que proseguía su carrera como cantante, participó, dos años después, en el elenco de "Canillita", que impuso definitivamente el nombre de Luis Sandrini como el máximo exponente de la comicidad en la pantalla.
En 1937 la cantante y ya hábil actriz, actuó en "Melodías porteñas", otra cabalgata de tangos unidos por una elemental anécdota, y en 1938 demostró sus ya maduras condiciones interpretativas en dos producciones donde formó pareja con Floren Delbene, uno de los galanes preferidos del gran público: "El último encuentro" y "Senderos de fe".
En 1940 Amanda Ledesma, en la cúspide de su triunfo, protagonizó "El astro del tango" y "De México llegó el amor". Sus más recordadas interpretaciones fueron en "Papá tiene novia", de Carlos Schlieper; "Peluquería de señoras", otra vez junto a Luis Sandrini, y "La novela de un joven pobre", con Hugo del Carril y dirigida por Luis Moglia Barth.
Posteriormente viajó a los Estados Unidos, donde permaneció varios años, y a su vuelta a la Argentina, en 1941, encabezó el reparto de "Mañana me suicidio", dirigida por Carlos Schliper, donde demostró sus condiciones de hábil comediante.
Paralelamente retomó su vocación de cantante, y con la orquesta de Héctor Stamponi recorrió Bolivia, Perú, Ecuador, Venezuela y Cuba. Poco después se instaló en México, país en el que residió por más de diez años.
Allí actuó, vestida impecablemente de blanco, con organzas y bordados, diversos espectáculos teatrales donde, además de cantar, contaba anécdotas y realizaba algunos diálogos con el público.
En su estada mexicana grabó numerosos temas musicales, algunos en dúo con Jorge Negrete, de quien fue su pareja en el film "Cuando quiere un mexicano".
Su trayectoria tenía ya dimensión internacional. En aquel país rodó, además, otras ocho películas, la última en 1949. Sin embargo, su estrellato comenzó a eclipsarse y decidió, al cumplir sus bodas de plata con el espectáculo, retirarse de la actividad artística.
Retornó a la Argentina y se cerró en un total mutismo. Eludió a los periodistas y al público, que todavía recordaba sus actuaciones, y convirtió su departamento del barrio de Almagro en una fortaleza inexpugnable. Su cabellera rubia, sus ojos melancólicos y su figura estilizada se transformaron en un nostálgico recuerdo del que, con los años, sobrevivieron a través de una trayectoria inserta en cándidos personajes, en canciones de difícil olvido y en una vida privada siempre alejada de los escándalos y de las revistas del corazón.
Su nombre y su apelativo de "la diosa rubia del tango" son, ya, míticos elementos de una estrella que apagó su luz para quedar, como signos indelebles, retratada en sus personajes cinematográficos y en un abanico de canciones -tangos, boleros, rancheras- que están registrados en centenares de discos que hoy, casi inhallables, perfiguran un repertorio que habla de la vida, de la esperanza y del amor.
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