viernes, 26 de diciembre de 2014

La repatriación de los restos de Gardel, una jugada política de Justo

En plena “Década Infame” el general-presidente Agustín P. Justo estaba francamente preocupado por el
cariz que iba tomando el debate de las carnes que comprometía a un creciente número de funcionarios de su corrupto gobierno. El senador santafecino Lisandro De la Torre y sus denuncias contra el frigorífico Anglo y los ministros de Agricultura, Luis Duhau, y de Hacienda, Federico Pinedo, ocupaban las primeras planas de los diarios. Cuenta Helvio, el hijo del célebre Natalio Botana, que el general presidente tomó el teléfono y habló con su padre, el legendario dueño de Crítica, el diario más leído de la época, para ver qué se podía hacer para distraer a la gente.
Estaban en esos intercambios de ideas cuando se produjo la trágica muerte de Carlos Gardel en Medellín, Colombia, el 24 de junio de 1935. El gobierno argentino, tan alejado de lo popular, no le había prestado la menor atención al tema que conmovía a las grandes mayorías. El tema llegó a la tapa de los diarios. Noticias Gráficas publicó un titular a toda página que decía: “Censúrase la indiferencia de la Cancillería (Argentina) por la repatriación de los restos de Carlos Gardel”.
A los pocos días a Justo y a Botana se les habría ocurrió la idea salvadora: ganarle la partida al gobierno uruguayo que a cuatro días del accidente de Medellín ya había comenzado los trámites para repatriar a Gardel. La cosa no era sencilla porque la ley colombiana prohibía la exhumación de un cadáver hasta cuatro años después del fallecimiento. Había que recurrir a las máximas autoridades, o sea, al presidente colombiano Alfonso López y pedirle que los restos vinieran hacia la Argentina. Tras la decisión de la madre de Gardel, doña Berta de que los restos descansen en Buenos Aires y no en Montevideo, y los engorrosos trámites llevados adelante por Armando Defino, representante del cantor, el presidente de Colombia, autorizó la exhumación y el traslado a del zorzal a su Buenos Aires querido. El general Justo tendría su beneficio político y don Natalio la posibilidad de iniciar en Crítica una serie interminable de notas sensacionales sobre la vida, obra y muerte del morocho del abasto que agotarían todas las ediciones del diario.
Dice Botana hijo: “Natalio lo comprendió. [Gardel] era el símbolo de la alegría, de la limpieza criolla adecuado para oponerlo a la hora de descrédito y decepción que sacudía a la República. Fríamente, como sólo ellos podían hacerlo, analizaron con el presidente Justo esa poderosa imagen positiva que el mundo nos devolvía. Fue así que a ocultas, sabia y tenazmente, aceleraron el culto a Gardel y desviaron la mirada de la opinión pública. El Estado puso su parte; Crítica lo suyo. Se demoró ex profeso la vuelta de sus restos durante seis meses, buscando que la apoteosis tapara lo que por razones de Estado se debía olvidar  .
El lujoso ataúd con el cadáver del argentino más famoso de su tiempo partió de Medellín el 17 de diciembre de 1935. El cuerpo fue llevado a Panamá y de allí a Nueva York a donde arribó el 6 de enero de 1936 y fue velado durante una semana en una funeraria del barrio latino a la que concurrieron cientos de admiradores locales de Carlitos. De allí partió Defino con el cuerpo el 17 de enero de 1936 haciendo escala en Río de Janeiro y Montevideo donde también se le rindieron sentidos homenajes.
Finalmente el ataúd que traía al hombre que a partir de entonces comenzaría a cantar mejor cada día, llegó a Buenos Aires el 5 de febrero de 1936. Tanto el velatorio, que tuvo lugar en el Luna Park, como el entierro fueron, fueron junto a los de Yrigoyen, Evita y Perón, de los más multitudinarios de la historia argentina. La inauguración oficial de la nueva avenida Corrientes ensanchada estaba prevista para 1937 pero todo el pueblo de Buenos Aires decidió inaugurarla por su cuenta casi un año antes recorriéndola de punta a punta, desde la catedral del Box a la Chacarita para acompañar a Carlitos hasta “su última morada”, como gustaban y gustan decir los diarios. Eran decenas de miles que de tanto en tanto podían ver en las paredes sobrevivientes los restos de un empapelado, las intimidades interrumpidas de aquellas casas de Corrientes y también la nueva forma que iba adquiriendo la vieja calle con sus teatros reconstruidos y sus bares reciclados.
Y como el general Justo quería, los diarios no se ocuparon de otra cosa durante semanas. Gardel, sus familiares, sus amigos y el pueblo que lo lloraba eran lógicamente ajenos a las maniobras de un gobierno insensible y decadente. Pero la cultura popular ha acuñado la frase plenamente vigente: “es Gardel” para referirse a alguien fuera de serie. En cambio, al período del general Justo, aquel régimen corrupto que en el intento de acallar a De la Torre mandó asesinar por un sicario en plena sesión del Senado a su compañero de bancada, Enzo Bordabehere, le reservó el calificativo simple y lapidario de “infame”.

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