El tango y el fútbol han caminado juntos a lo largo del siglo veinte. Sus diferencias son evidentes, pero también lo son sus coincidencias. Dicho de una manera general, ambos son expresiones de la cultura popular urbana, su origen se confunde con el nacimiento mismo de la nación moderna, con la constitución de los grandes centros urbanos y el despliegue de una cultura con sus logros, sus mitos y leyendas. Esta afirmación merece evaluarse, porque habitualmente se suele pensar al fútbol y al tango como diferentes y, en algún punto, antagónicos.
En su versión más simplificada, se sostiene que el fútbol es un deporte diurno mientras que el tango es un arte nocturno; el fútbol exige preparación física, vida sana y disciplina, mientras que al tango se lo confunde con la noche, los vicios, las mujeres de la calle y los muchachos calaveras. En definitiva, nada que ver uno con otro. ¿Es tan así? Todos sabemos que no, que desde sus diferencias por demás obvias, en el imaginario de las clases populares el fútbol y el tango suelen ir de la mano sin que nadie se complique demasiado la vida por ello. Como me dijera un amigo, no son hermanos pero son buenos amigos. Por lo menos así lo fue a lo largo del siglo veinte, tal como se puede comprobar a través de los diversos y variados homenajes que el tango le hizo al fútbol.
El primer ejemplo que tengo a mano es “Racing Club” de Roberto Firpo, tango grabado por Firpo en 1913 y por Canaro en 1915, además de una excelente versión de Agustín Bardi en la década del cuarenta. De “Racing Club”, se dice que hay una interesante e inédita versión que Aníbal Troilo interpretó en Montevideo hace de esto una ponchada de años.
A partir de ese momento fundacional con uno de los equipos más populares de la era del amateur, comienzan a llover los tangos en homenaje a los clubes de fútbol y a ciertos jugadores. La lista es larga y de diferente calidad, pero conviene citar algunos ejemplos. Francisco Rotundo hace “Estudiantes de la Plata”; Anselmo Aieta, “San Lorenzo del Almagro”; a Boca Juniors le dedica su talento Rodolfo Sciamarella; en 1953, Héctor Varela le rinde su homenaje tanguero a “Los diablos rojos de Avellaneda”; por su parte, Alfredo de Angelis compone “El Taladro”, dedicado a Banfield.
Después están las celebraciones a los jugadores: Armando Pontier lo hace con el Charro Moreno; Ángel Ratti a Ángel Labruna; Miguel Padula compone “Bernabé la Fiera” dedicado a Bernabé Ferreira; Leopoldo Días Vélez compone “Tarzán” en homenaje a Amadeo Carrizo; Osvaldo Fresedo hace lo suyo con “Tarasca solo”, en honor a Domingo Tarascone, jugador de Boca; en 1952, José Basso compone “Once y uno” y Osvaldo Requena, “Azulgrana”. Por su parte, a Gerardo Matos Rodríguez se le atribuye “Nacional para siempre” y a la típica de Pirincho Canaro, el tango “Siempre Peñarol” cantado por Luis Alberto Fleitas.
Los hombres del tango no ocultaban sus preferencias por el club de sus amores. Troilo era de River; De Angelis, de Banfield; Roberto Goyeneche, de Platense, Héctor Varela, de Independiente, y Carlos Gardel, de Racing. Seguramente, el fútbol no les hacía perder el sueño a estos hombres de la noche, pero lo que importa destacar es que el tango no les resultaba indiferente, aunque más no sea porque el público que los seguía amaba al fútbol.
Es verdad, las manifestaciones del fútbol son ruidosas, bullangueras, mientras que el tango es intimista, recatado. El fútbol se festeja con la multitud y el tango se celebra en soledad o con un número reducido de amigos; en el fútbol se festeja la victoria y la derrota es un estímulo para nuevas victorias; el tango es la tragedia de los perdedores, del “hombre que está solo y espera”, del abandonado por la mujer que amaba, de quien gastó su vida en aprontes y partidas, un balance que fatalmente se realiza cuando ya es tarde para todo.
Pero sin embargo, en la mitología popular hay lugar para los dos. La música, el compás del hincha de fútbol tiene sabor a tango, por lo menos lo tuvo durante muchos años.
A propósito, hay dos tangos en los que estas realidades se fusionan. Me refiero a “La número cinco” y “El sueño del pibe”, ambos escritos por Reynaldo Yiso. De “La número cinco”, hay una versión clásica a cargo de Alfredo Gobbi con la voz de Jorge Maciel; mientras que al “El sueño del pibe” podemos disfrutarlo con las voces de Roberto Chanel o Enrique Campos. Ambos poemas orillan peligrosamente por las fronteras del sentimentalismo, pero logran eludir a último momento las trampas más peligrosas de la cursilería. Como para dar testimonio de sus preferencias Edmundo Rivero graba en 1961 “Gol argentino”. A decir verdad, no es ni por cerca lo mejor de Edmundo Lionel, pero el documento allí está para quien lo quiera escuchar.
Para Carlos Gardel, el deporte de su vida eran los burros. Su relación con el fútbol en ese sentido era distante, pero no indiferente. Puesto a elegir entre una tenida de hacha y tiza en Palermo o un partido de fútbol, no tenía dudas, sobre todo si el caballo que corría era Lunático o el jockey que lo montaba se llamaba Irineo Leguisamo o, en su defecto, se trataba de algún pingo del stud de Francisco Maschio.
Sin embargo, hay testigos que juran que lo vieron alguna vez en las canchas hinchando por Racing, el club de sus amores. Algunos biógrafos sugirieron que Gardel jugó de pibe en un cuadrito del barrio, y que de chico corría detrás de una pelota de trapo en el potrero. Puede que haya sido así, pero no hay pruebas al respecto. Lo que importa en todos los casos es que su personalidad no era la de un hincha de fútbol, sino la de un porteño noctámbulo, cuyas aficiones diarias eran los muchachos del café y los burros.
Gardel no era futbolero y es inútil esforzarnos para que sea lo que no fue, pero su sensibilidad de artista no dejaba de percibir la receptividad popular del fútbol. Tres tangos, dos de ellos muy buenos se los dedica al fútbol. En 1928, graba en París “Patadura”, de Enrique Carrera Sotelo y José López Ares; al año siguiente graba “Largue a esa Mujica” y en 1933 “Mi primer gol” de Pettorossi, Bonano y Fatorini. “Mi primer gol'' se parece mucho a “Knock out de amor”, es decir, que el box en este caso o el fútbol son un pretextos poéticos para registrar una historia de amor. Ambos poemas están muy bien escritos y Gardel los interpreta como solo él sabe hacerlo.
“El Zorzal” no era un apasionado por el fútbol, pero sus preferencias eran claras. Así como en Argentina era de Racing, en Uruguay era de Nacional y en Barcelona, del Barsa. Su amistad con Pedro Ochoa, jugador de Racing está documentada, como también hay testimonios y fotos de su amistad con José Samitier, jugador del Barcelona.
No, no era futbolero, pero en 1928 se hace presente en el hotel donde están alojados los jugadores argentinos que van a disputar el Olímpico de ese año. La leyenda cuenta que se quedó con ellos varios días y luego viajaron juntos s París. A los futbolistas argentinos, Gardel les dedicó “Dandy” y no faltan los que aseguren que en realidad fue allí donde estrenó este tango.
A la hora de cumplir con el fútbol, algo parecido va a hacer en 1930 en Montevideo cuando visita a los jugadores argentinos alojados en el Hotel de la Barra. La delegación estaba concentrada allí porque jugaba la final por el campeonato del mundo con Uruguay, ocasión en la que los orientales se impusieron por cuatro a dos. Esta visita de Gardel a los argentinos en un partido de esas características refutaría la hipótesis del Gardel uruguayo, aunque ni lerdos ni perezosos los uruguayos afirmarán luego que en esos días Gardel también visitó a los uruguayos, afirmación que nunca pudo ser probada, pero ya se sabe que en estos temas la leyenda siempre es más importante que la verdad.
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