En realidad, ya para 1947 la orquesta de Francisco Rotundo se lucía en el mítico Café Nacional de calle Corrientes y sus cantores de entonces eran Horacio Quintana y Aldo Calderón, que luego serán desplazados por Carlos Roldán -formado al lado de Canaro- y Mario Corrales, un cantor que venía de la orquesta de Osmar Maderna y que luego de una breve temporada con Rotundo, se sumará a la orquesta de Di Sarli con el nombre de Mario Pomar.
En octubre de 1948 ingresa Floreal Ruiz a la orquesta. Unos meses antes Ruiz y Rotundo se encontraron una madrugada en un cafetín ubicado al frente del cabaret Tibidabo. El Tata era entonces la estrella estelar de la orquesta de Troilo. Tino Rossi, bandoneonista de Rotundo, cuenta que decidieron no reparar en gastos para contratarlo. No iba a ser fácil. Pichuco era muy celoso con sus cantores y se fastidiaba mucho cuando algún colega se los quería ganar. Pues bien, Rotundo hizo una oferta que, como dijera Michel Corleone, el Tata no le pudo decir que no. La oferta fue de tres mil pesos por mes durante cuarenta meses. Troilo le pagaba 700 pesos.
Demás está decir que Ruiz se fue con Rotundo y hasta 1957 fue la marca registrada de la orquesta. En esa década grabó 25 temas en el sello Odeón. Temas como “Infamia” de Enrique Santos Discépolo, “Esclavas blancas” de Horacio Pettorossi, “Melenita de oro” de Samuel Linning o “Un infierno” del propio Francisco Rotundo y letra de Reynaldo Yiso, pertenecen a ese período.
No terminaron allí las ambiciones de Rotundo. La orquesta para principios de los años cincuenta actuaba en los principales locales nocturnos de Buenos Aires con un notable éxito de taquilla. El público del café El Nacional de calle Corrientes, o de la Richmond de Suipacha disfrutaba de esta orquesta que contaba entre sus filas a músicos como Luis Staso, Ernesto Rossi y Mario Abramovich.
Sin embargo, el proyecto de Rotundo apuntaba a disponer de dos y, de ser posible tres cantores estrellas en su orquesta. Fiel a ese criterio, en 1952 incorporó a Enrique Campos, un uruguayo que se había desempeñado en la orquesta de Ricardo Tanturi imponiendo un estilo elegante, sutil, íntimo, un estilo que estaba en las antípodas del que practicaba ese otro gran cantante de Tanturi que fue Alberto Castillo.
Enrique Campos grabó con Rotundo, entre otros grandes éxitos, temas como “Por seguidora y por fiel” de Celedonio Flores, “Llorando la carta” de Juan Fulginiti y “Libertad” de Felipe Mitre Navas. También a esa época pertenece el tema de Charlo y González Castillo, “El viejo vals”, que Campos y Ruiz interpretaron a dúo constituyéndose en uno de los grandes éxitos de la época.
No conforme con estos dos cantores, al año siguiente sumó para la orquesta la presencia -nada más y nada menos- que de Julio Sosa, quien venía de actuar en la orquesta de Enrique Francini y Armando Pontier. También como en el caso de Ruiz y Campos, Rotundo le hizo una oferta irresistible de cinco mil pesos por mes al “Varón del tango”, quien no vaciló en decir que sí.
Sosa va a estar dos años con Rotundo. A ese período pertenecen tangos como “Mala suerte” de Francisco Gorrindo, una de sus grandes creaciones; “Levanta la frente” de Antonio Nápoli, que Agustín Magaldi había consagrado en su momento y “Secretos” y “Justo el 31” de Enrique Santos Discépolo. Sosa dejó esta orquesta por algunas dificultades vocales que luego, mediante una oportuna intervención quirúrgica, pudo superar. Problemas de salud al margen, siempre recordará con afecto esos dos años con Rotundo que le permitieron consolidar su estilo al lado de ese otro gran uruguayo como fue Enrique Campos.
En 1957 la orquesta sumó a sus filas a ese notable cantor que se llamó Jorge Durán, intérprete, entre otros grandes temas, de “Sus ojos se cerraron”, de Alfredo Lepera. La otra gran figura de la orquesta en estos años fue Alfredo del Río, un distinguido vocalista que provenía de las orquestas de Pedro Laurenz y Alfredo Gobbi. “Dicha pasada”, un tangazo de Guillermo Barbieri, es recuperado por Alfredo del Río gracias a la sugerencia de Rotundo.
El último cantor de Rotundo en esos años, fue Roberto Argentino. La interpretación que éste hace del tango “Qué tarde que has venido”, de Carlos Waiss -un amigazo de Rotundo- es muy buena y se la puede apreciar gracias a la excelente grabación del sello Odeón. Waiss -dicho sea de paso- fue su glosista cuando en 1945 un Rotundo joven dirigía la orquesta que actuaba en el club de San José de Flores. Otro de sus glosistas fue el gran Julián Centeya.
Se dice que para 1957, Rotundo no pudo soportar las prohibiciones y censuras ejercidas por el régimen de la llamada Revolución Libertadora. Es que, además de pianista, Rotundo era un hombre de clara filiación política peronista. Su identidad peronista se reforzaba porque su esposa era Juanita Larrauri, cantante de tangos y senadora peronista por la provincia de Córdoba.
Rotundo nunca fue pobre. Su padre era empresario y cuando las persecuciones políticas le hicieron la vida imposible desarmó la orquesta y retornó a la actividad de sus mayores. De todos modos, nunca dejó el ambiente del tango y a principios de los años setenta retornó a las andadas. Fue para esa época que inauguró, primero en Liniers y luego en Villa Luro, “La casa de Rotundo” por donde desfilaron personajes como Mario Bustos, Jorge Casal, Carlos Roldán, Alfredo del Río y el mismísimo Horacio Salgán.
Francisco Luis Rotundo nació en la ciudad de Buenos Aires, en el barrio de Belgrano, el 4 de noviembre de 1919. Su destino familiar era la conducción de la empresa de sus mayores, pero pronto supo que su vocación real era la música y, muy en particular, el tango.
Era un adolescente cuando ya andaba curioseando en el ambiente tanguero. Pero su hora de gloria se dio en 1944 cuando su improvisada orquesta de entonces ganó el concurso organizado por el Palermo Palace, uno de esos templos del tango de los cuarenta, ubicado en Godoy Cruz entre Santa Fe y Cerviño y que para aquellos años era animado por la orquesta de Ricardo Tanturi y sus cantores emblemáticos: Alberto Castillo y Enrique Campos.
La orquesta de Francisco Rotundo no tuvo la dimensión de formaciones como las de Pugliese, Maderna, Di Sarli o Troilo. Pero sería injusto desconocerle aportes musicales y esfuerzos honestos para brindar un espectáculo digno y respetuoso. Sólo un músico de calidad podía disponer de ese “olfato” para seleccionar cantores excelentes que -dicho sea de paso- siempre le reconocieron maestría y hombría de bien. Francisco Rotundo murió en Buenos Aires el 26 de septiembre de 1997.
En octubre de 1948 ingresa Floreal Ruiz a la orquesta. Unos meses antes Ruiz y Rotundo se encontraron una madrugada en un cafetín ubicado al frente del cabaret Tibidabo. El Tata era entonces la estrella estelar de la orquesta de Troilo. Tino Rossi, bandoneonista de Rotundo, cuenta que decidieron no reparar en gastos para contratarlo. No iba a ser fácil. Pichuco era muy celoso con sus cantores y se fastidiaba mucho cuando algún colega se los quería ganar. Pues bien, Rotundo hizo una oferta que, como dijera Michel Corleone, el Tata no le pudo decir que no. La oferta fue de tres mil pesos por mes durante cuarenta meses. Troilo le pagaba 700 pesos.
Demás está decir que Ruiz se fue con Rotundo y hasta 1957 fue la marca registrada de la orquesta. En esa década grabó 25 temas en el sello Odeón. Temas como “Infamia” de Enrique Santos Discépolo, “Esclavas blancas” de Horacio Pettorossi, “Melenita de oro” de Samuel Linning o “Un infierno” del propio Francisco Rotundo y letra de Reynaldo Yiso, pertenecen a ese período.
No terminaron allí las ambiciones de Rotundo. La orquesta para principios de los años cincuenta actuaba en los principales locales nocturnos de Buenos Aires con un notable éxito de taquilla. El público del café El Nacional de calle Corrientes, o de la Richmond de Suipacha disfrutaba de esta orquesta que contaba entre sus filas a músicos como Luis Staso, Ernesto Rossi y Mario Abramovich.
Sin embargo, el proyecto de Rotundo apuntaba a disponer de dos y, de ser posible tres cantores estrellas en su orquesta. Fiel a ese criterio, en 1952 incorporó a Enrique Campos, un uruguayo que se había desempeñado en la orquesta de Ricardo Tanturi imponiendo un estilo elegante, sutil, íntimo, un estilo que estaba en las antípodas del que practicaba ese otro gran cantante de Tanturi que fue Alberto Castillo.
Enrique Campos grabó con Rotundo, entre otros grandes éxitos, temas como “Por seguidora y por fiel” de Celedonio Flores, “Llorando la carta” de Juan Fulginiti y “Libertad” de Felipe Mitre Navas. También a esa época pertenece el tema de Charlo y González Castillo, “El viejo vals”, que Campos y Ruiz interpretaron a dúo constituyéndose en uno de los grandes éxitos de la época.
No conforme con estos dos cantores, al año siguiente sumó para la orquesta la presencia -nada más y nada menos- que de Julio Sosa, quien venía de actuar en la orquesta de Enrique Francini y Armando Pontier. También como en el caso de Ruiz y Campos, Rotundo le hizo una oferta irresistible de cinco mil pesos por mes al “Varón del tango”, quien no vaciló en decir que sí.
Sosa va a estar dos años con Rotundo. A ese período pertenecen tangos como “Mala suerte” de Francisco Gorrindo, una de sus grandes creaciones; “Levanta la frente” de Antonio Nápoli, que Agustín Magaldi había consagrado en su momento y “Secretos” y “Justo el 31” de Enrique Santos Discépolo. Sosa dejó esta orquesta por algunas dificultades vocales que luego, mediante una oportuna intervención quirúrgica, pudo superar. Problemas de salud al margen, siempre recordará con afecto esos dos años con Rotundo que le permitieron consolidar su estilo al lado de ese otro gran uruguayo como fue Enrique Campos.
En 1957 la orquesta sumó a sus filas a ese notable cantor que se llamó Jorge Durán, intérprete, entre otros grandes temas, de “Sus ojos se cerraron”, de Alfredo Lepera. La otra gran figura de la orquesta en estos años fue Alfredo del Río, un distinguido vocalista que provenía de las orquestas de Pedro Laurenz y Alfredo Gobbi. “Dicha pasada”, un tangazo de Guillermo Barbieri, es recuperado por Alfredo del Río gracias a la sugerencia de Rotundo.
El último cantor de Rotundo en esos años, fue Roberto Argentino. La interpretación que éste hace del tango “Qué tarde que has venido”, de Carlos Waiss -un amigazo de Rotundo- es muy buena y se la puede apreciar gracias a la excelente grabación del sello Odeón. Waiss -dicho sea de paso- fue su glosista cuando en 1945 un Rotundo joven dirigía la orquesta que actuaba en el club de San José de Flores. Otro de sus glosistas fue el gran Julián Centeya.
Se dice que para 1957, Rotundo no pudo soportar las prohibiciones y censuras ejercidas por el régimen de la llamada Revolución Libertadora. Es que, además de pianista, Rotundo era un hombre de clara filiación política peronista. Su identidad peronista se reforzaba porque su esposa era Juanita Larrauri, cantante de tangos y senadora peronista por la provincia de Córdoba.
Rotundo nunca fue pobre. Su padre era empresario y cuando las persecuciones políticas le hicieron la vida imposible desarmó la orquesta y retornó a la actividad de sus mayores. De todos modos, nunca dejó el ambiente del tango y a principios de los años setenta retornó a las andadas. Fue para esa época que inauguró, primero en Liniers y luego en Villa Luro, “La casa de Rotundo” por donde desfilaron personajes como Mario Bustos, Jorge Casal, Carlos Roldán, Alfredo del Río y el mismísimo Horacio Salgán.
Francisco Luis Rotundo nació en la ciudad de Buenos Aires, en el barrio de Belgrano, el 4 de noviembre de 1919. Su destino familiar era la conducción de la empresa de sus mayores, pero pronto supo que su vocación real era la música y, muy en particular, el tango.
Era un adolescente cuando ya andaba curioseando en el ambiente tanguero. Pero su hora de gloria se dio en 1944 cuando su improvisada orquesta de entonces ganó el concurso organizado por el Palermo Palace, uno de esos templos del tango de los cuarenta, ubicado en Godoy Cruz entre Santa Fe y Cerviño y que para aquellos años era animado por la orquesta de Ricardo Tanturi y sus cantores emblemáticos: Alberto Castillo y Enrique Campos.
La orquesta de Francisco Rotundo no tuvo la dimensión de formaciones como las de Pugliese, Maderna, Di Sarli o Troilo. Pero sería injusto desconocerle aportes musicales y esfuerzos honestos para brindar un espectáculo digno y respetuoso. Sólo un músico de calidad podía disponer de ese “olfato” para seleccionar cantores excelentes que -dicho sea de paso- siempre le reconocieron maestría y hombría de bien. Francisco Rotundo murió en Buenos Aires el 26 de septiembre de 1997.
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