En aquellos lejanos y memorables años de los cuarenta, uno de los lugares habituales frecuentados por el público tanguero fue el cabaret “Singapur”, ubicado en la esquina de Montevideo y Corrientes. En ese reducto de la noche, se podía disfrutar de una buena copa, de excelente y agradable compañía, y del privilegio de apreciar las dotes del Cachafaz, el mítico “bailarín compadrito”, entonces en su momento de máximo esplendor.
Entonces, en ese selecto y exigente ambiente de tango, la figura estelar de la noche era la orquesta de Miguel Caló, integrada por los mejores músicos de la época, una marca en el orillo de este pianista nacido el 28 de octubre de 1907 en el viejo Balvanera. En “Singapur” se iniciaron dos cantores emblemáticos de esta orquesta: Raúl Berón y Alberto Podestá. Al primero, lo recomendó su paisano Armando Pontier; el segundo, fue apadrinado por Roberto Caló, hermano de Miguel y un notable músico y cantor que en algún momento llegó a dirigir su propia orquesta que, según los entendidos, compitió en buena ley con la de su hermano. No está de más saber que Roberto contó en sus diversas formaciones musicales con cantores de la talla de Enrique Campos, Tito Reyes, Oscar Larroca y Roberto Ray. Y fue el compositor de “Soñemos”, el tango escrito por Reynaldo Yiso.
Miguel Caló es una de las figuras más representativas de la década del cuarenta. Su estilo sobrio, depurado, elegante, siempre estuvo atento a las exigencias de la vanguardia y los requerimientos del gran público. Como todos los grandes directores de orquesta de su tiempo, llegó a ese lugar luego de haber recorrido una exigente carrera musical.
Los Caló, como los Fresedo o los De Caro, fueron familias de músicos. Don José Caló y su esposa Natalia Pantano, tuvieron diecisiete hijos, seis de ellos varones y todos dedicados a la música. Los más destacados fueron Miguel y Roberto, pero no se puede dejar de mencionar a Armando, el contrabajista que en su momento integró la orquesta de Miguel. O Juan, que también llegó a dirigir su propia orquesta. La excepción a la regla, a la regla del tango se entiende, fue Salvador, quien se dedicó al jazz y se instaló en Estados Unidos.
Estamos entonces ante músicos de raza que se preocuparon por rendir y aprobar con excelentes calificaciones cada una de las asignaturas que el tango exigía en aquellos tiempos. Miguel se inició siendo un adolescente. La pobreza no le impidió estudiar música. Sus primeras armas las hizo bajo las enseñanzas de José di Nápoli, del famoso Trío Gadeón. Di Nápoli fue quien lo recomendó a Osvaldo Fresedo y el joven, luego de ser sometido a un riguroso examen, pasó a integrar la selecta línea de bandoneones del “Pibe de La Paternal”. Su otro aprendizaje ilustre fue el que realizó al lado de Francisco Pracánico, el compositor de uno de los grandes tangos de la historia: “Corrientes y Esmeralda”. Caló debutó con Pracánico en 1926 en el teatro Astral. A Pracánico lo acompañaban, entre otros, Elvino Vardaro y Azucena Maizani. Como se podrá apreciar, el muchacho desde muy jovencito tuvo el privilegio de jugar en primera y fue apadrinado por los grandes ases del tango.
En 1929 formó su primera orquesta, pero la disolvió para integrarse a la que entonces dirigía Cátulo Castillo, con quien ese año viajará a España acompañado por los hermanos Malerba y el cantor Roberto Maida. No serán sus únicos viajes de aprendizaje. Poco tiempo más tarde -en 1931- estará en Estados Unidos y su guía turístico será Osvaldo Fresedo.
En 1932 realizó sus primeras grabaciones: “Milonga porteña” y “Amarguras”. En 1934 constituyó otra orquesta en la que su personalidad artística ya está mucho más definida. En esa formación, que se mantendrá hasta 1939, se destaca el pianista Miguel Nijenshon. Los cantores son Alberto Morel y su hermano Roberto, pero el que más llama la atención es un jovencito que responde al nombre de Carlos Dante, quien en ese período grabará 18 temas. Las influencias musicales de Osvaldo Fresedo y Carlos Di Sarli son evidentes
En 1940 se inicia lo que sus biógrafos consideran la segunda y definitiva etapa en su aprendizaje musical. En esta orquesta ya están las grandes estrellas del tango y su estilo se ha depurado. Osmar Maderna en el piano; Domingo Federico, Armado Pontier, Eduardo Rovira, Julián Plaza, Carlos Lázari y José Cambareri, en bandoneones. Los violines estarán a cargo de Enrique Francini y Antonio Rodio y en el contrabajo se destacarán Ariel Pedernera, Juan Facio y Nito Farave. Nijenshon en algún momento reemplazará a Di Sarli, pero ahora Caló es reconocido por la calidad de sus músicos y su nombre es sinónimo de buen gusto.
Tres grandes cantantes están presentes con Miguel Caló: Alberto Podestá, Raúl Berón y Raúl Iriarte. La trilogía se amplía con la presencia de Jorge Ortiz, Luis Correa y, en algún momento el gran Roberto Rufino. Podestá le dio su sello particular a la orquesta con temas como “El bazar de los juguetes” o “Bajo un cielo de estrellas”; Raúl Berón -para muchos la escolta insustituible de Gardel- consagró “Late un corazón” y “Azabache”. A Jorge Ortiz siempre se regresa cuando se quiere escuchar “A las siete en el café”, del mismo modo que Raúl Iriarte es imprescindible para interpretar “La vi llegar”.
Para los bailarines y los amigos de la buena música, el tema fetiche de Caló fue “Sans Souci”. Así como a Pugliese se lo recuerda por “La Yumba”, a Di Sarli por “Bahía Blanca”, a Maderna por “Lluvia de estrellas”, a Troilo por “Quejas de bandoneón” y a Piazzolla por “Adiós Nonino”, a Miguel Caló se lo relaciona con “Sans Souci”, compuesto por Enrique Francini y grabado por primera vez en 1944.
En 1961, en un tiempo en que se profetizaba la definitiva decadencia del tango, Caló asume el desafío de convocar a los mejores músicos de su tiempo para formar una orquesta. Allí están entre otros Armando Pontier, Domingo Federico, Enrique Francini, Hugo Baralis y Octavio Trípodi en el piano. Los cantores son, una vez más, Alberto Podestá y Raúl Berón. Esta formación musical será presentada en la radio y los locales nocturnos con el sugestivo título de “Miguel Caló y la orquesta de las estrellas”. Con ese nombre grabarán para el sello Odeón doce temas inolvidables.
Miguel Caló murió el 24 de mayo de 1972. El infarto lo derrumbó casi en la esquina de Corrientes y Montevideo. Magia o destino: en esa misma esquina se había iniciado como profesional hacía más de treinta años, cuando después de las doce de la noche su orquesta iniciaba el rito nocturno del Buenos Aires de entonces.
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