No son pocos los tangueros que aseguran que, después de Carlos Gardel, está Raúl Berón. Se pondera su sentido del ritmo, la calidad interpretativa, la elaboración cuidada y melódica de la frase, ese talento inusual para cantar por encima del tiempo y aquello que algún crítico calificó como su “dulce tristeza”. Algunas de estas virtudes debe de haber apreciado Miguel Caló, cuando en 1939 decidió convocarlo como cantor de su orquesta. Berón entonces no había cumplido los veinte años, aunque ya llevaba un par de años trajinando como cantor solista por las radios.
Como se podrá apreciar, los cantores de tango en aquellos años se iniciaban muy jóvenes, algunos con pantalones cortos. Es que, aunque parezca un chiste decirlo, el tango en la década del treinta y del cuarenta era una pasión juvenil. Basta con prestar atención a las fotos, para distinguir detrás de los severos trajes oscuros y el atildado peinado a la gomina, los rostros casi adolescentes de los cantores y los músicos en general.
Raúl Berón no era la excepción. En realidad, su relación con el canto la inició en su niñez gracias al estímulo de su padre y la compañía de su hermano mayor, José, un cantante que, según los que lo conocieron, era de una notable calidad y refinamiento, aunque ese privilegio hayan podido disfrutarlo muy pocos, porque sus grabaciones fueron escasas, en sellos de mala muerte, cuyas placas hoy son una obsesión para los coleccionistas.
Raúl pronto dejó su pueblo natal y se instaló en Buenos Aires, protegido por su hermano. Entonces su perfil artístico parecía más cercano al folclore que al tango. Es más, Caló cuando lo probó por primera vez le observó con cierta ironía esa tendencia que, a decir verdad, Berón corrigió en parte, porque lo que luego sería su impecable estilo gardeliano, siempre estará marcado por ese origen que aprendió al lado de su padre Manuel Berón, un amante de la música que inició a sus cinco hijos en las bellezas del canto y la guitarra.
El encuentro con Caló se produjo, como no podía ser de otra manera, en un dancing, en el Singapur de calle Montevideo ente Corrientes y Sarmiento. En el tango, como en cualquier otra actividad humana, lo bueno se nota enseguida. Berón en ese sentido no fue la excepción. En el acto el público percibió que estaba ante un cancionista de jerarquía, cuya personalidad artística fue creciendo sin pausa a lo largo de la década del cuarenta, en un tiempo donde había que competir con cantantes de la talla de Floreal Ruiz, Roberto Rufino, Francisco Fiorentino y Alberto Marino, por mencionar a los más destacados.
La orquesta de Caló fue una de las grandes formaciones de la época. Allí militaban Enrique Mario Francini con el violín, Osmar Maderna en el piano, mientras que los arreglos musicales estaban a cargo de Argentino Galván. Veintiocho temas grabó Berón en esa orquesta. El primero lo hizo en abril de 1942 con el sello Odeón. Se trata del poema de Homero Expósito y Domingo Federico, “Al compás del corazón”, un clásico de su repertorio al que luego sumará “Lejos de Buenos Aires”, “Azabache”, “Tú” y esa gran creación de Expósito que se llama “Tristezas de la calle Corrientes”.
Para esa época se incorpora a la orquesta de Lucio Demare, aunque siempre mantendrá relaciones artísticas con Caló. De esa temporada con Demare, quedaron en el disco temas como “El pescante”, “No nos veremos más”, “Una emoción” y “Tal vez será su alcohol”, que la censura del régimen militar iniciado en 1943 obligó a reemplazar la palabra “alcohol”, por la palabra “voz”.
Entre 1946 y 1949, graba alrededor de trece temas para la orquesta de Francini y Pontier. Pertenecen a ese período tangos como “Uno y uno”, “Y dicen que no te quiero”. De ese período hay dos o tres grabaciones en dúo con Raúl Iriarte y Alberto Podestá, grabaciones que merecen escucharse porque, además de la calidad de los cantores, son de una increíble belleza.
Alrededor de 1951, y con treinta años cumplidos, Berón ingresa a la orquesta de Troilo, que es como decir que accede al templo más distinguido y exigente de la música ciudadana. Ya para esa época es un ídolo popular, un cantante cuya voz y figura es reconocida y aclamada en los escenarios y en la calle. Pertenecen a la época de Troilo temas como “Ivette”, “De vuelta al bulín” y ese tangazo escrito por Manzi que se llama “Discepolín”, un poema trágico que honra a la amistad, un poema escrito por un hombre que estaba cerca de la muerte y dedicado a otro hombre que también tenía los días contados.
Para algunos biógrafos la trayectoria de Berón concluye en 1955, cuando se separa de Troilo. Según esta perspectiva, Berón dio lo mejor de si en estos quince años, donde integró las mayores orquestas de su tiempo. La afirmación es, por lo menos, controvertida. Raúl Berón murió el 28 de junio de 1982. Esa noche estaba anunciada su presencia en el célebre Café de los Angelitos, el de Rivadavia y Rincón, como lo recuerda poéticamente Cátulo Castillo. Esto quiere decir, que para esa fecha Berón seguía cantando y lo seguía haciendo bien, a juzgar por las asistencia del público que colmaba las instalaciones.
Por lo tanto, afirmar que su carrera artística concluyó en 1955 es, en el mejor de los casos, una exageración. Conviene recordar al respecto, que después de su experiencia con Troilo, el hombre continuó como solista, realizó giras por las principales ciudades de la Argentina y recorrió las capitales de los países vecinos donde un público diverso pudo apreciar su calidad interpretativa.
En 1963 se reencuentra con Caló y poco tiempo después graba con Argentino Galván el tango “Por qué soy reo”. También con Galván integra la programación tanguera de Radio Belgrano y en 1968 graba doce temas para el sello Show Récord. Su popularidad le facilita su presentación en obras de teatro como “Patio de la morocha”, a lo que luego suma grabaciones, a decir verdad, olvidables, en el sello TK.
Los cantores famosos en aquellos años solían ser convocados por los directores de cine para que lucieran en la pantalla su talento. Berón fue uno de ellos. En 1943 cantó en la película “Todo un hombre”, dirigida por Pierre Chenal, sobre la base de un libro de Miguel de Unamuno, cuyo guión estuvo a cargo de Ulyses Petit de Murat y Homero Manzi. Trabajaban en esa película, muy bien calificada por la crítica, los actores Francisco Petrone y Amelia Bence.
Raúl Berón nació en la ciudad de Zárate el 30 de marzo de 1920. Para la familia la música era casi una religión y en esos términos la celebraban. Los cinco hermanos se destacaron en lo suyo, pero particular mención merece Adolfo Berón, una de las grandes guitarras del tango. La otra referencia familiar es Elba, que entre 1960 y 1963 llegó a integrar la orquesta de Troilo, dejando dos grabaciones memorables: “A mi qué” y “Desencuentro”.
El último homenaje póstumo que Raúl recibió, fue brindado por el músico Roberto Siri, quien compuso un tema dedicado a él con letra de Martha Pizzo, merecido reconocimiento a quien fuera una de las grandes voces del tango.
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