El “Tata” Floreal Ruiz fue uno de los grandes cantores en un género donde lo que abundan son cantores de muy buena calidad. Roberto Rufino y Julio Sosa ponderaron sin disimulo su maestría. Hugo del Carril lo consideraba un maestro, un maestro con el que se habían iniciado juntos de muchachos cantando serenatas para las novias de los amigos.
En los últimos años de su vida cantó en “Caño 14”. Correcto, profesional hasta en los detalles, una noche le dijo a su amigo José Vizzini: “Llamá a Caño 14 y decile que esta noche no voy a ir”. Se estaba muriendo, pero no faltó sin aviso. La misma corrección mantuvo con los directores de las numerosas orquestas donde brilló con su estilo.
Floreal Ruiz nació en el barrio de Flores el 29 de marzo de 1916 y murió en su Buenos Aires querido el 17 de abril de 1978. Era hijo de José Ruiz y Rosa Raimundo. La militancia anarquista del padre se reflejaba en los nombre a sus hijos. Si uno se llamó Floreal, los otros se llamaron Fraternidad y Libertario. Por supuesto, don José estaba convencido de que el tango era cosa de rufianes y sinvergüenzas. Cuando se enteró de que su hijo cantaba esas canciones lo echó de la casa. Cinco o seis años después se reconciliaron y una de las grandes alegrías del hijo fue ver una noche a su padre entrar al local donde estaba cantando.
El muchacho se había iniciado unos cuantos años antes en la orquesta de José Otero y los biógrafos aseguran que su debut fue en Radio Prieto. Como los problemas familiares eran serios, cantaba entonces con el apodo de Fabián Conde. Con ese apodo grabó la “Marcha de Platense”, a pesar de que toda su vida fue hincha de Independiente. También con el apodo de Conde cantó algunos tangos en la Orquesta Armenonville.
El 4 de septiembre de 1942 ingresó en una de las orquestas más populares de los años cuarenta, la de Alfredo de Ángelis, “el Colorado de Banfield”. Junto con Julio Martel actuó en uno de los templos del tango de aquellos años: el “café Marzotto”, el de Corrientes y Cerrito, y también en LR1 Radio el Mundo. Con el maestro De Ángelis grabó sólo ocho temas, pero consagró una de sus grandes creaciones: “Marionetas”, el tango escrito por Armando Tagini, tema que luego grabará con las orquestas de Troilo y Basso. También a ese período pertenece otra de sus grandes creaciones, “Bajo el cono azul”, un tango de Camilo Volpes que en la grabación de 1944 está precedido por las glosas de Néstor Rodi, el mismo que hará la introducción a “Cómo se muere de amor”, otro de los grandes hallazgos de Ruiz cantando con De Ángelis.
En 1944, Aníbal Troilo lo incorporó a su orquesta. El desafío era grande. Debía reemplazar a Francisco Fiorentino y sus compañeros de canto serían, nada más y nada menos, que el excelente Alberto Marino y luego Edmundo Rivero. Por supuesto, al examen lo superó con las mejores notas. Con Troilo, Ruiz grabó 31 temas, algunos de ellos memorables para la historia del tango: “Naranjo en flor”, “La noche que te fuiste”, “Flor de lino”… Esos tangos se lucirán en los grandes salones de entonces: Marabú, Tidibabo, Ocean, Dancing y los disfrutarán los porteños en aquellos celebres bailes de carnaval donde Alfredo De Ángelis y sus músicos convocaban multitudes.
En 1948, lo llama Francisco Rotundo, y con él grabará veinticinco temas. Poemas como “Aquel tapado de armiño, “Sobre el pucho” y el “Viejo Vals” pertenecen a ese período. En la orquesta de Rotundo se distinguían esos excelentes cantores que fueron Enrique Campos y Carlos Roldán. Para 1955 se sumó Julio Sosa, quien nunca disimulará el respeto y la admiración que le despertaba Floreal Ruiz.
Con la Revolución Libertadora, Rotundo tiene algunos problemas políticos y debe exiliarse. Floreal Ruiz se sumó en esa fecha a la orquesta de José Basso remplazando a Rodolfo Galé. En la formación del maestro Basso grabó alrededor de cuarenta temas, entre los que merecen destacarse “Como dos extraños”, “Muriéndome de amor” y “Vieja amiga”, ese melancólico poema de Cadícamo gracias al cual lo descubrí a Ruiz.
En la orquesta de Basso, convivió con cantores de primer nivel: Oscar Ferrari, Alfredo Belusi, Roberto Florio, Jorge Durán y Alfredo del Río. Al iniciarse la década del sesenta, Floreal Ruiz ya es por mérito propio una de las grandes figuras del tango. Así lo reconocen los directores de orquesta, los críticos y, sobre todo, sus admiradores que suman legión.
Quienes lo conocieron lo describen como un gran amigo, un tipo derecho y sencillo. Por supuesto, le gustaba la noche, pero lo que minó su salud y deterioró su voz fueron los cuatro paquetes de cigarrillos diarios que fumó sin pausa. Siempre estuvo casado con Leonor Videla. La familia y los amigos íntimos lo conocían con el apodo de Piruco, pero todos sabemos que para el gran público siempre será el Tata, apodo puesto por el cantor Mario Bustos. Según se dice, en esas giras que los cantores hacían por el mundo era muy habitual que se gastaran en las mesas de juego, los mostradores o el cabaret la plata ganada en los escenarios. Para evitar estos derroches de los que luego se arrepentían al regresar a la casa, se pusieron de acuerdo para dejar que la plata la administrara Floreal Ruiz, el más ordenado de todos y, por sobre todas las cosas, el más derecho.
Como suele ocurrir en estos casos entre calaveras, las mejores intenciones se vienen abajo cuando con la noche llegan las tentaciones a hombres que no están preparados o no saben decir que no a una mesa de póker, a una copa con alguna señorita o a un show en el cabaret más caro de la ciudad, motivo por el cual se iniciaba el desfile hasta el cuarto de Ruiz para pedirle que les adelante unos pesos, “por esta única vez”.
La leyenda cuenta que esa noche Bustos estaba con unas señoritas en la puerta del hotel y les dice que lo esperen unos minutos, que va hasta el bar a hacer una diligencia. Extrañadas, le preguntan sobre el motivo de su sigilosa marcha. Bustos les responde mirando en dirección a la mesa donde está sentado Ruiz: “Voy a pedirle a Tata Dios que me afloje unos mangos”. Desde ese momento, dejó de ser Floreal o Piruco y pasó a llamarse “Tata”.
Los años sesenta fueron los de su consagración definitiva. Su voz algo se había deteriorado, pero su modulación, su fraseo seguían siendo perfectos. Ya no será más un cantor de orquesta sino que él elegirá al músico que lo acompañe. Así como Sosa convoca a Leopoldo Federico que entonces era director musical de Radio Belgrano, el Tata lo cita al maestro Osvaldo Requena. Luego vendrán otros grandes músicos: José Dragone, Luis Stazo, y Raúl Garello, el director de la Orquesta Típica Porteña, con quien grabará quince temas, los últimos de un itinerario profesional que se extendió durante casi cuarenta años.
Con el maestro Garello grabó poco tiempo antes de morir el tema “Buenos Aires conoce”, escrito por el propio Garello. También pertenece a ese período “Perfume de mujer” de Armando Tagini y “Cuándo volverás” compuesto por el maestro Pedro Maffia. Para entonces, su voz está algo deteriorada, pero a pesar de todo el Tata se las arregla para estar a la altura de las circunstancias.
Capítulo aparte merecen sus interpretaciones a dúo. Cinco temas merecen destacarse por su calidad y la personalidad musical de los intérpretes: “Palomita blanca”, con Alberto Marino; “Lagrimita de mi corazón”, con Edmundo Rivero”; “El viejo vals”, con Enrique Campos”; “Un placer”, con Alfredo Belusi, y “Viejo café” con Jorge Durán.
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