Nació el 13 de febrero de 1891 en Troina, en la provincia de Catania ( Sicilia ) sur de Italia. Llegó a Buenos Aires en el año 1896, su niñez transcurrió en el barrio de Almagro en la Capital Federal, donde su mamá instaló una fonda. cuando cumplió doce años fue enviado a una estancia en Carlos Tejedor.
Allí conoció el duro trabajo del peón de campo. En la cocina de la estancia aprendió los acordes elementales de la guitarra, en compañía del Negro Domingo, compañero de faenas.
Al pasar 2 años regreso a la Capital junto a su madre quien seguía viviendo en Almagro.
En 1907 conoció a José Pacheco quien lo integró al teatro.
Su debut fue con los " Nobles Serranos¨; y se realizó en una humilde sala llamada ¨ El progreso".
En 1909 lo escuchó José Pepe Podestá, quien de inmediato lo incorporó a su compañía como actor-cantante, Junto a los ¨Podestá¨.
Se caso en 1910 con Victoria Pacheco, con quién tuvo solo un hijo.
En 1912 grabó sus primeros discos, pero siempre canciones criollas y campesinas, canto vidalitas, valsecitos, milongas y más tarde llego también el tango.
En 1914 y 1915 hizo sus primeras grabaciones para el sello Víctor, a partir de 1920 comenzó a grabar para el sello Nacional-Odeón, con quién estuvo ligado hasta el final de su carrera.
Tras 2 años de actuaciones con los podestá, recorrió el país con diversos grupos de circo, y en 1913 reanudó su labor teatral en la Capital porteña.
Hasta 1927 intervino en innumerables dramas, comedias y sainetes junto a los nombres y las compañías más importantes, de la época con las que realizó giras por Argentina y Uruguay. Participo en Obras como ¨Juan Moreira¨. ¨Los 33 orientales¨ y, Principalmente ¨La Piedra del Escándalo¨, de Martín Coronado, todo ello hizo crecer su prestigio.
Su encuentro con el tango sucedió en la obra ¨El bailarín de cabaret¨, 1922, se inició así su carrera como interprete exitoso con ¨Patotero sentimental¨. Con el auge de la radio Corsini, se dedico por completo a ser cantor.
En 1934, por ultima vez participó en una comedia musical ¨La canción de los barrios¨, en el teatro Sarmiento. En cuanto a la pantalla participó en 5 películas: ¨Federación o muerte¨ (1917), "Santos Vega" (1918) y "Milonguita" (1922) en el periodo de cine mudo, "Idolos de la radio" (1934), y "Fortín alto" (1941), ya en la etapa de cine sonoro.
Ignacio Corsini dejó una extensa discografía y dejó también una gran obra como autor y compositor, especialmente de canciones criollas, Compuso para Edmundo Rivero "Aquel cantor de mi pueblo" que lo llevó a grabar un disco.
En la década del ´40 se unió a Pedro Blomberg y Enrique Maciel en la guitarra. Algunos de los éxitos por los cuales se destacó, fueron "La canción de Amalia", "La pulpera de Santa Lucía", "Los jazmines de San Ignacio", "China de la Mazorca", "La guitarrera de San Nicolás", ¨Griseta¨, ¨ La que murió en París¨, ¨ La viajera perdida¨ y ¨Destellos¨. Sus ultimas grabaciones fueron en 1946.
En 1948 muere su esposa y por esto lo sumerge en la melancolía y canta por última vez, en Radio Belgrano el 28 de marzo de 1949, que era la emisora de sus grandes éxito, allí interpreto, entre varios temas su versión de ¨La pulpera de Santa Lucía.
El 26 de julio de 1967 fallece Ignacio Corsini.
Él fue uno de los grandes interpretes de la lírica criolla y de la músíca ciudadana, tenia la esencia de los viejos payadores, su voz era de timbre atenorado, delicada y sencilla, y todo ello se unía a su porte gallardo y señorial por lo cual se le decía: ¨El príncipe de la canción y ¨El caballero cantor¨.
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jueves, 28 de junio de 2012
Juan Carlos Cobián en New York
Pianista y compositor de memorables tangos, Juan Carlos Cobián vivó dos largas temporadas en New York, llevando una vida aventurera, romántica y funambulesca.
Pianista
y Don Juan
En
1923, hostigado por las inflamadas cartas románticas que le enviaba desde New
York una cupletista española, Juan Carlos Cobián tuvo que elegir: el tango o el
amor. Habiéndose enamorado mientras ella actuaba en Buenos Aires, Cobián,
emocional como era, resolvió el dilema rápidamente. Disolvió su imbatible
sexteto con el que actuaba en el "Abdulla Club", un cabaret de moda
ubicado en el subsuelo de la Galería Güemes de la calle Florida, y viajó al
encuentro de su amor.
De
carácter donjuanesco, fácil de palabra y maneras distinguidas, con su maestría pianística,
su impecable smoking y su aire mundano, Cobián fascinaba a mujeres otoñales y
aristocráticas. Hermosas e inquietantes admiradoras era lo que le sobraba. No
obstante, Concepción, la cupletista, quince años mayor que él, discreta
bailarina, no muy atractiva y con una hija, inexplicablemente conmovió su
bohemio corazón. Pero un día, viendo ella que su romance estaba plagado de
celos y sin posibilidades de concretarse en algo más que una aventura, decidió
imprevistamente viajar a New York. Quería tentar fortuna en los teatros de
habla hispana de la gran ciudad del norte. Así, el viaje rompió el idilio.
Aunque quizás no del todo, ya que al tiempo, pasionales cartas comenzaron a
llegarle a Cobián pidiéndole que se reuniera con ella en New York.
Pensando
en las posibilidades artísticas que se le podrían presentar en la tierra del
dólar, o quizás buscando un desenlace definitivo al trunco romance, Cobián
decidió viajar a su encuentro. Juntando el producto de viejas regalías
acumuladas por grabaciones y actuaciones en el "Abdulla Club", y
vendiendo su piano junto con los muebles de su departamento, compró un pasaje
de ida y una fría mañana de julio de 1923 se embarcó rumbo a New York.
Dieciocho días después, ansioso por el reencuentro, con su valija llena de
sueños y tangos, desembarcó en la Ciudad de los Rascacielos para encontrase con
la soledad. Nadie lo esperara en el puerto. Ni tan siquiera la cupletista.
Un
compañero de viaje, al verlo desolado ante la imponente ciudad, le consiguió un
hotel, sugestivamente llamado como el tango, "Hotel Victoria". Sin
amigos, a los pocos días aceptó la invitación que éste le hizo para cenar en un
restaurante hispano. Allí le presentó a Mabel Wayne, pianista y autora de los
valses En una aldea de España y Ramona. Este ultimó,
al tiempo sería difundido como tango con letra de Enrique Cadícamo, íntimo
amigo de Cobián.
A
pedido de la compositora, Cobián se despachó en el piano con El choclo,
interpretación que llamó la atención del periodista y poeta mexicano Luis
Sepúlveda, sentado a una mesa contigua. Ya sea por química o por afinidad
lingüística, entre ambos nació una amistad que con el correr de los meses se
transformaría en colaboración al ponerle Sepúlveda letra en inglés a algunos
tangos de Cobián.
A
las pocas semanas, la cupletista dio señales de vida. Total, para nada. Después
del tierno reencuentro, entre explicaciones, recriminaciones y la creciente
incompatibilidad, todo acentuado por la separación, el músico decidió olvidar a
la causante de su viaje.
Ante
la soledad, lleno de ideas y dispuesto a entrar en acción, Cobián formó un
pequeño conjunto bautizado "Argentan-Band" con el que debutó en el
bar del McAlpin Hotel, uno de los hoteles que ya en la década anterior había
abierto sus salones al tango.
Así,
Cobián pasó de ser el niño mimado de los ambientes nocturnos de Buenos Aires, a
ser un desconocido tocando tangos para una concurrencia que, según le confesó a
Cadícamo, no los entendía. No los entendían al extremo de que durante una de
sus actuación se le acercó un parroquiano que, sabiendo que Cobián era
argentino, le pidió tocara un tango justo en el momento en que estaba tocando
uno.
En
esa época los tangos popularizados en los EE.UU. fueron traídos por los
norteamericanos que viajaban a París y, creyendo que eran franceses, los
llevaron a New York.
Rudy
Vallée y tangos en inglés
Cobián,
usando el nombre de "Carlos Cobián" en lugar de su nombre completo,
en setiembre de 1925 grabó en solos de piano dos temas suyos, Ironía y Letanía para
el sello Cruz, que no tuvieron mucha difusión.
Frente
a este panorama, recurrió a Sepúlveda, que dominaba el idioma, para que le
escribiera una letra en inglés. Así nació The Thief (El ladrón).
Con
esta letra en inglés, Cobián salió a la búsqueda de un crooner, así
llamados los cantores melódicos cuya voz suave se acoplaba muy bien a las
orquestas de baile. No pasó mucho tiempo cuando en medio de una de sus
actuaciones, se acercó a saludarlo un joven rubio, elegante y de tímido
aspecto, que en un precario español le dijo ser estudiante en la Universidad de
Yale, tocar el saxofón y aficionado a cantar canciones en español. ¡Justo lo
que Cobián necesitaba! A la semana, el joven estudiante se unió a la agrupación
de Cobián tocando el saxo y cantando en inglés The Thief. Al
tiempo, este joven rubio conquistaría el corazón de las jovencitas con su
aterciopelada voz y el nombre de Rudy Vallée.
Este
encuentro de Cobián con Rudy Vallée, según lo cuenta Cadícamo en su libro “Juan
Carlos Cobián, ese desconocido” (1976), no figura en la autobiografía de
Vallée, "Lets The Chips Fall" (1975). Tampoco figura en la biografía
que escribió su esposa, Eleanor Vallée, "My Vagabond Lover" (1996), a
pesar de que ella manifestó durante una entrevista realizada en Los Angeles por
la revista “Tango Reporter” que recordaba el encuentro y la amistad entablada
entre el compositor y el cantante. Ambos libros sólo coinciden con Cadícamo en
que Vallée tocaba el saxo, estudió en la Universidad de Yale, y cantaba y
hablaba español. Es más, Eleonor dice que a su esposo le gustaba tanto hablar
español, que pensó en radicarse en la Argentina. Tan es así que en 1925 llenó
una solicitud para trabajar como vendedor en una compañía norteamericana que
estaba por abrir una planta manufacturadora en Buenos Aires. Para bien o para
mal, no lo aceptaron.
Por
otra parte, este encuentro tiene que haber sido un día en que el crooner se
hallaba de paso, con su saxo bajo el brazo, por el bar de McAlpin, y al ver que
un argentino tocaba tangos, se unió a él para darse el gusto de cantar en
español. En ese tiempo Vallée tenía cierto nombre. Ya desde 1922 estaba
trabajando en radio e integraba la orquesta de la Universidad de Yale, de donde
se graduó en 1927. A partir de aquí, su nombre adquirió fama como actor y crooner.
No
obstante, ya convertido en astro de la pantalla y cantante de gran fama, a
fines de la década de 1930, Vallée grabaría Nostalgias. Editado por
Chappell Music con letra en inglés de Jimmy Kennedy, llevaba el título de My
Lost Love.
Una
elegante dama norteamericana
Sea
como haya sido el episodio con Rudy Vallée, lo concreto fue que Cobián estaba
parcialmente desconectado con la realidad del país. Su trato frecuente con el
ambiente hispano de la ciudad le hizo adelantar muy poco en su aprendizaje del
inglés. Para colmo de males, unido a que en su pequeña orquesta, la mayoría de
los músicos eran italianos, su costumbre de comer en un restaurante también
italiano, hizo que a la larga aprendiese más el idioma de Toscanini que el de
Gary Cooper.
Probablemente
esta carencia idiomática llevó al fracaso su nueva aventura romántica con una
elegante dama norteamericana, mayor que él, no mal parecida, divorciada varias
veces y de muy buena posición. A esto se le sumo una nueva e inesperada
aparición de la cupletista. Aunque desapareció tan rápido como apareció,
permaneció el tiempo suficiente como para hacer arder Troya.
Frente
al encuentro, la imposibilidad idiomática de recibir una coherente explicación
sobre el asunto, y viendo a su vez que, pasado algún tiempo, su romance no se
concretaba en matrimonio, la elegante dama cortó por lo sano. Le dio a Cobián
las buenas noches desalojándolo de su departamento, al cual se había mudado
tratando de ahorrar unos dólares.
En
esta incertidumbre emocional y vislumbrando que sus tangos no traspasaban las
puertas del bar del McAlpin donde los tocaba, decidió dedicarse definitivamente
al jazz. Hábil pianista como era, no tardó mucho en dominar el dinámico swing y
cambiar radicalmente la modalidad de su pequeña agrupación.
Así
y todo, no pudo renovar su contrato con el McAlpin, por lo que tuvo que
desintegrar su grupo por falta de trabajo.
Cobián
y Valentino
La
situación económica de Cobián, que sufría los mismo altibajos que sufre la
bolsa de valores de los países en franco subdesarrollo, comenzó a declinar
alarmantemente, hasta que en las escaleras de una estación del subterráneo
neoyorquino, tropezó con Harry Kosarin. Viejo amigo de Cobián, Kosarin era un
baterista judío- norteamericano que había vivido en Buenos Aires entre 1920 y
1922 y actuado al frente de su “Harry Kosarin Jazz Band”, en el
"Armenonville". Radicado definitivamente en New York después de
abandonar la Argentina, Kosarin le ofreció ser su representante. Estando al
tanto de la idea de Rodolfo Valentino de montar en el Waldorf-Astoria Hotel el
espectáculo de tango "The Wild Gaucho", colocó a Cobián como pianista
del mismo durante ocho semanas.
A
estar por la versión de Cadícamo, lo que lucía sensacional no duró mucho, ya
que el espectáculo fue cancelado a las dos semanas.
Este
episodio, contado así por Cadícamo, no coincide con lo que dicen las biografías
de Valentino. Ninguna nombra "The Wild Gaucho", el Waldorf-Astoria
Hotel o a Cobián tocando el piano durante la gira. A su vez, Cadícamo tampoco
habla de Mineralava, la arcilla de belleza que promovía Valentino en su gira de
tango, gira que se realizó en su totalidad.
Un
gigoló de lujo
Otra
figura femenina, llamada simplemente Berta en las confesiones que le hizo a
Cadícamo, entró en la vida de Cobián. Era una mujer de holgada situación
económica, que Cobián había conocido tiempo atrás, cuando ella era la amante de
un truhán, y que ahora estaba libre.
Al
avanzar el romance, y después de mudarse al fastuoso departamento de ella, al
igual que le había ocurrido con amores anteriores, Cobián se sintió sofocado
por las presiones románticas de su nueva amante. Además, estaba consciente, y
muy disgustado, que hasta el último empleado del McAlpin sabía de su mudanza, y
detestaba que por éste solo hecho lo calificaran de "gigoló de lujo".
Por lo que quiso huir. Pero no pudo, al menos no pudo hacerlo a su manera.
Berta, oliéndose la tostada, se le adelantó y, sorpresivamente, le dijo que se
iba a París. ¿A hacer qué? No tenía al caso. Su viaje era una farsa para romper
la relación.
En
ese momento la cupletista, regresando de otra gira, apareció de nuevo.
Queriendo retener a Cobián de alguna manera, le ofreció unirse a ella y su
hija, convertida ya en una competente zapateadora de tap, para realizar una
gira de 20 semanas como pianista del espectáculo internacional que ambas iban a
montar. Sin nada mejor que hacer, Cobián aceptó, y a partir de octubre de 1925,
se presentó con ellas en Philadelphia, Baltimore, Washington, Chicago,
Cleveland e incluso en Canadá.
Terminada
la gira y disgustado con la cupletista por una escena de celos ocasionada al
ver ésta una foto de Berta, Cobián regresó a New York.
En
septiembre de ese mismo año arribó, procedente de París, Francisco Canaro con
su orquesta, contratado para actuar un par de meses en el "Club
Mirador".
Si
bien en esos años la Ley Seca estaba en pleno ejercicio, Cobián sabía como
lidiar con ella. Perito en la vida nocturna y amante tanto de la buena bebida
como de las mujeres peligrosas, conocía de memoria todos los lugares donde se
podía beber buen whisky de contrabando. Canaro no pudo encontrar mejor cicerone
sobre la vida nocturna neoyorquina que a Cobián.
Antes
de los dos meses, Canaro, no resistiendo la sofocante ciudad, canceló su
contrato y retornó a París.
Solo
de nuevo, a Cobián le era cada vez más difícil ganarse el sustento. La
aparición a fines de 1926 de su compatriota Pancho Rosquellas cambió, en parte,
la situación. Rosquellas, violinista y autor de los tangos Cap Polonio y Una
pena, hacía un tiempo que se había radicado en New York, ganándose la vida
al frente de su agru pación animando bailes sociales y grabando todo tipo de
música, principalmente tangos.
Sabiendo
que Cobián andaba sin trabajo, Rosquellas le ofreció trabajo como pianista para
actuar durante un par de semanas en el "Embassy Club".
Frustraciones,
nostalgia y regreso a Buenos Aires
A
fines del año siguiente, 1927, Cobián, desvinculado de Rosquellas, hizo unas
presentaciones especiales en la National Broadcasting para América Latina.
Interpretando brillantes, pero también desapercibidos tangos en su piano, la
falta de repercusion de sus actuaciones, una vez más, lo desmoralizaron
grandemente.
Ayudado
por quien había sido su trompetista, se conectó con el director artístico de
Columbia Records. Este, queriendo poner a la venta discos con música
latinoamericana surtida, le pidió hacer una grabación de muestra. Cobián, que
ya había grabado un tema de prueba el 9 de febrero de ese año, por razones
inexplicables, lo volvió a complacer un año después grabando otro el 19 de enero
de 1928.
Ya
sea que ahora el ejecutivo quedó deslumbrado por el dinamismo y la facilidad
rítmica de Cobián, o pensando que el mercado del disco estaba listo para
absorber tango auténtico, la cuestión fue que contrató a Cobián para grabar más
discos. Un par de semanas después, con el nombre de "Carlos Cobián y su
Orquesta Argentina", Cobián grabó entre febrero y marzo 16 composiciones,
mezclando tangos, fox-trots, charlestón, paso dobles y zambas argentinas. Entre
estas grabaciones estaban: Che papusa oí, Mujer de fuego, Adiós
muchachos, Pinta brava, Mi linda salteña, Manojo de claveles, y Francesada.
Ningún tema de su autoría. Lamentablemente, estos discos pasaron desapercibidos
por el público norteamericano. Sólo una parte de la colonia hispana supo apre
ciarlos, pero no lo suficiente como para que el ejecutivo de Columbia intentara
repetir el intento.
Con
altos y bajos, tocando aquí y allá, dejando algunas grabaciones desperdigadas
en distintos sellos, incomprendido en su talento musical, abrumado por amores
contrariados, habiendo formado una orquesta para tocar fox-trots y pasodobles
mechados con tangos, y dominando el italiano más que el inglés, cinco años
después de su llegada Cobián sintió que la nostalgia de la patria lejana lo
golpeaba. Por lo que en los primeros meses de 1928 regresó a su Buenos Aires
querido, para años después ponerle música a los inmortales versos de su
entrañable amigo Cadícamo "vuelvo vencido a la casita de los viejos",
vívido reflejo de sus triste experiencia en el país del norte.
El
retorno a New York
No
conforme con su desilusionada permanencia de cinco años en New York, Cobián
retornó en 1937 a la Ciudad de los Rascacielos, pero por motivos muy distintos.
Si la primera vez fue motivada por la nostalgia de un amor lejano, la segunda
fue para dar por terminado un tormentoso romance.
Enamorado
impenitente, luego de arrastrar un romance por Buenos Aires con una
aristócrata, Cobián se casó imprevistamente con ella en Montevideo.
Incapacitado para llevar una vida matrimonial sólida, al tiempo se separó. La
realidad fue que ella quiso librarse de él. Para llevar sus planes adelante,
N.M.G. -solo conocida por sus iniciales- le hizo a Cobián un depósito de
$50.000 dólares en el National City Bank de New York, con la condición de ser cobrados
personalmente. Buena excusa para alejarlo de su casa, de la ciudad y del país.
Citado
por su abogado para arreglar los papeles pertinentes, divorcio y depósito
fueron aceptados por Cobián previo rechazo de ambos. Al fin de cuentas, si bien
Cobián era un hombre mundano y mujeriego que andaba económicamente a los
saltos, a veces tenía su dignidad y le molestaba que lo vieran como a un
vividor. Firmada la conformidad del divorcio y dispuesto a cobrar el dinero, en
su deseo de no viajar solo, invitó a su amigo Cadícamo para que lo acompañase.
Poeta y letrista de sus mejores tangos, compinche de muchas correrías, bohemio,
e insaciable viajero, Cadícamo, escaso de dinero en ese momento, solicitó un
préstamo a SADAIC (Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música)
sobre futuros derechos de autor de sus letras. Dinero en mano, fue de la
partida con Cobián.
Así,
una cálida tarde de fines de noviembre de 1937, ambos se embarcaron rumbo a New
York. Cobián, amén de querer cobrar el dinero depositado a su nombre y
gastarlo, en su fuero íntimo quería tentar fortuna por segunda vez para imponer
el tango en el país del norte.
Cadícamo,
que además de sus letras de tango había escrito y dirigido algunas películas en
la Argentina y Brasil sin conseguir con ellas honrar a ambas cinematografías,
secretamente deseaba lograr el elusivo éxito cinematográfico, explorando la
huella abierta por Carlos Gardel con películas musicales con tangos en los
EE.UU.. Para ello, llevaba en carpeta un proyecto que le había encomendado
Agustín Magaldi. Rival de Gardel junto con Ignacio Corsini en el gusto popular,
Magaldi era el único de los tres que nunca había filmado.
A
la semana de estar alojados en el Taft Hotel, se instalaron en un departamento
amueblado de la West 140th y 55th Street. Como a los Don Juanes las situaciones
donjuanescas se les dan constantemente, Cobián inmediatamente trabó relaciones
sentimentales con Madame Ruth, la dueña del edificio. Mujer ligeramente otoñal
y atractiva, según Cadícamo, al tiempo resultó ser "una famosa aventurera
de la vida galante."
Retirada
la chequera que ponía el dinero depositado por N.M.G en sus manos, Cobián rentó
un Steinway para adornar su departamento. Sentado al piano desgranando
melodías, luciendo su impecable smoking y su pícara sonrisa de villano, Cobián
tumbaba a cuanta mujer se le acercaba. Por lo que sus serenatas tangueras a
Madame Ruth, derivaron, precipitadamente, en concubinato al despertar el nuevo
año de 1938.
Esta
relación sentimental incitó a ella a promover a Cobián entre el mundo nocturno
neoyorquino. Dada sus conexiones "sociales", organizó reuniones en su
departamento, a las que fueron invitados periodistas del medio musical. Como
resultado, algunos periódicos anunciaron sólo el arribo de un músico que venía
de la "Argentina (Brasil)", mostrando así ese sentido de la
desubicación geográfica que hacen gala ciertos elementos de los medios de
comunicación. Indudablemente, estos individuos ignoraban quién era Cobián y qué
países componían el mapa de Sudamérica, pero no el buen whisky que Madame Ruth
les servía. No obstante, las reuniones siguieron, hasta que un día uno de los
invitados llevó a una joven rubia de bronceada y elegante belleza, recién
arribada de California para tratar de abrirse paso como modelo, que fascinó a
Cobián. Estrechar su mano y enamorarse de ella, fue todo uno, a pesar de Madame
Ruth.
Para
llevar adelante este romance a primera vista con Kay O’Neill -tal el nombre de
la rubia-, Cobián la invitó una noche, junto con Cadícamo y una comitiva de
nuevos amigos al "Morocco". La orquesta del lugar, com puesta por
músicos portorriqueños y cubanos, sabiendo que estaban allí los autores
de Nostalgias, lo interpretaron para ellos. Nostalgias se
había difundido en los EE.UU. grabado por Xavier Cugat con letra en español, y
por Rudy Vallée con letra en inglés. No obstante los aplausos, los dos o tres
tangos que Cobián tocó a pedido de la concurrencia, le permitieron comprobar
con tristeza que el tango había entrado en un tobogán de bajada despertando cada
vez menos interés. La causa probable de esta pérdida de atracción podría
atribuirse a la creciente difusión de la rumba y la invasión de música
brasileña. Carmen Miranda, recién llegada a los EE.UU., estaba haciendo
estragos en el gusto popular. Otra causa podría ser los intrincados pasos de
tango que ejecutaban los bailarines profesionales para llamar la atención,
desalentando con ellos al bailarín común, que se inclinó hacia otros ritmos más
fáciles de seguir.
Carlos
Viván golpea a la puerta
En
el momento álgido de su relación con Kay y no sabiendo como librarse de Madame
Ruth, la policía llegó en inesperada ayuda de Cobián al llevársela detenida por
trata de blancas. Libre el camino, Cobián pudo entrar de lleno en su romance
con la rubia Kay.
Pero
no todo fueron rosas. Cobián ya llevaba dos accidentados romances, media
chequera gastada y ningún trabajo a la vista, hasta que una tarde de enero de
1938 se produjo un encuentro casual con Carlos Viván.
Viván,
después de haber cantado en las orquestas de Juan Maglio, Pedro Maffia y
Roberto Firpo, había cambiado el tango por el jazz. Nacido en Buenos Aires de
ascendencia irlandesa –su verdadero nombre era Michael Rice Treacy–, luego de
una larga gira por las Américas se había radicado en New York, donde con su
buena voz y sus conocimientos del inglés se ganaba la vida como crooner en
el "Habana Madrid", un club nocturno que presentaba espectáculos
bilingues en español e inglés.
Su
encuentro con Cobián fue narrado por Cadícamo de diferentes maneras en dos de
sus libros. Según afirma en "El desconocido Juan Carlos Cobián"
(1976), Viván apareció un día golpeando sorpresivamente la puer ta del
departamento de Cobián. Pero en su libro "Bajo el signo del tango"
(1987), Cadícamo da como lugar del encuentro el Consulado Argentino en New
York. Cobián, que habitualmente iba allí a buscar su correspondencia, se
encontró de casualidad con Viván que había ido a retirar un telegrama en el que
le avisaban que volviese a Buenos Aires, pues había sido contratado por Radio
Belgrano. Como se ve, la memoria a veces falla cuando se quieren recolectar
recuerdos y narrarlos en distantes etapas de la vida.
Sea
como haya sido el encuentro, lo concreto fue que Viván conectó a Cobián con
diferentes y posibles fuentes de trabajo. Desgraciadamente, ninguna cuajó. Por
una circunstancia u otra a Cobián no le resultaron de su agrado.
De
nuevo Rudy Vallée
En
otra de sus aventuras nocturnas, Cobián, siempre arrastrando a Cadícamo, Kay y
ocasionales amigos, concurrió a “La Conga”, un club nocturno de onda en la 52nd
y 6th Avenue. Casualmente, allí se volvió a encontrar con Rudy Vallée ya
convertido en estrella de cine de primera magnitud y cotizado cantante, quien,
recordando el grato encuentro con Cobián ocurrido casi una década atrás en el
bar del McAlpin, le ofrecio su ayuda. Si pensaba viajar a Hollywood, le dijo
que lo fuera a ver. En un par de semanas comenzaría a filmar la película
"Gold Diggers In Paris” (1938) dirigida por Busby Berkeley, uno de los
directores de musicales más talentosos, y podría colocarlo como pianista en una
de las secuencias.
Cobián,
según Cadícamo, tenía un orgullo tan desmedido que le hacía perder grandes
oportunidades. Esta fue una de las tantas, y quizás la mejor. Llamar a Vallée
significaba pedirle un favor, y a Cobián no le gustaba pedirle favores a nadie.
Así, su gran oportunidad de hacer algo por el tango en los EE.UU. se escurrió
entre sus manos, quizás sin él darse cuenta. Era el momento oportuno para
hacerla en Hollywood. Ya estaban allí Xavier Cugat con sus maracas, sus rumbas
y sus chihuahuas; José Iturbe con su mal inglés, sus bien cortados trajes y sumelange de
música seudo clásica, y Carmen Cavallaro con su lustroso peinado, sus pianos
blancos y sus almibaradas melodías. ¿Por qué no también Cobián? Con su
asombroso estilo pianístico, su pausada elegancia y su sonrisa de villano
bonachón, Cobián hubiera barrido con todos. Esta, su magnífica, brillante y
única oportunidad de introducir el tango –un tango auténtico– en Hollywood –y
Hollywood significa el mundo– no volvería a dársele jamás. Ni a él, ni a ningún
otro músico en la órbita del tango.
Max
Kosarin, última chance de Cobián
Tres
meses después de su llegada a New York, Cobián, no habiendo aprendido con sus
borrascosos matrimonios de apuro como manejar una situación sentimental,
sorpresivamente decidió reincidir casándose con Kay O'Neill el 1º de febrero de
1938. Matrimonio de doble filo, ya que Cobián, si bien le manifestó a Cadícamo
estar profundamente enamorado. También sabía que al casarse con una
norteamericana solucionaba sus problemas migratorios para poder trabajar
libremente en los EE.UU.
A
todo esto, Max Kosarin, el hijo de Harry Kosarin, el músico que lo había
conectado años atrás con Valentino, tomó contacto con él. La relación, esta vez
le vino bien a Cadícamo. Siendo Max un abogado relacionado con Hollywood,
Cadícamo le manifestó su deseo de filmar en los EE.UU. películas de tango en
español. Echando mano a sus conexiones, Max le presentó un productor, a quien
Cadícamo interesó para su proyecto de filmar con Agustín Magaldi. El productor,
después de estudiar la propuesta, la descartó argumentando que si las películas
de Gardel no habían dado dinero en los EE.UU., a pesar de tener mucho más
nombre que Magaldi, menos darían las de éste. La tajante respuesta dio por
terminada la aventura cinematográfica de Cadícamo en el país del norte.
Max
Kosarin, como antes lo había hecho su padre, trató de ayudar a Cobián
conectándolo con varios clubes nocturnos, entre ellos el del Saint Regis Hotel
y el "Chateau Madrid". Pero Cobián volvió a rechazar una oferta tras
otra exponiendo banales excusas.
Viendo
perdidas sus chances de colocar a Cobián, Kosarin desapareció. Para complicar
la situación reinante, Madame Ruth fue puesta en libertad y regresó para exigirle
a Cobián el pago de las rentas atrasadas. Desde el momento en que ella fue
encarcelada, Cobián había dejado de pagarlas. Además, Madame Ruth, al descubrir
que el romance con Kay había derivado en matrimonio, en un violento ataque de
celos le pidió el desalojo. Por lo que Cobián, Kay y Cadícamo, que siempre
vivió con ellos, hicieron las valijas y abandonaron el departamento. Sin dinero
y sin trabajo, Cobián con Kay se mudaron al Lexington Hotel, no tan lujoso como
el departamento de Madame Ruth pero curiosamente frente a éste. Cadícamo optó
por abrirse y se mudó al hotel donde vivía Carlos Viván, ya a punto de dejar la
habitación para viajar a Buenos Aires a cumplir con su contrato radial.
Ante
esta incierta situación laboral y económica, agravada por la amenaza de guerra
en Europa, que con toda seguridad repercutiría en los EE.UU., Cadícamo decidió
abandonar el país y se embarcó con Viván rumbo a Buenos Aires llevando en su
equipaje el deseo trunco de filmar una película con Magaldi.
Kay,
que creyó que Cobián era un rico estanciero argentino que vivía de renta, ya
que iba todas las semanas al banco a retirar dinero, al ver que se había
equivocado puso la situación al borde de la ruptura matrimonial.
Incertidumbre
Ya
sin Cadícamo, su biógrafo y mejor amigo, la historia de Cobián en los EE.UU.
quedó oscura, inconclusa. Nadie supo con certeza qué pasó con él. Parecería que
Cobián, avergonzado de su conducta, quiso guardar silencio sobre sus
actividades. Supuestamente se divorció de Kay y al entrar los EE.UU. en guerra
se fue a México, desde donde, en 1942 le escribió a Cadícamo una escueta carta
en la que le contaba que había viajado junto con la pareja de bailarines Rosita
y Ramón, y le insinuaba que necesitaba dinero urgente, el suficiente como para
comprar un pasaje de regreso a Buenos Aires.
Cobián,
que después de retornar a la Argentina nunca narró lo ocurrido en este lapso de
soledad mexicana, falleció en Buenos Aires el 10 de diciembre de 1953 a los 41
años de edad.
Un
interrogante
Reconocido
como unos de los más grandes pianistas y compositores del tango, Cobián es
autor de clásicos tan fundamentales comoNostalgias, Los mareados, Niebla del
Riachuelo, La casita de mis viejos, y A pan y agua, todos con
letra de su íntimo amigo Enrique Cadícamo. ¿Por qué entonces un músico de este
calibre, pasó desapercibido en los EE.UU.? Su maestría pianística le permitía
competir fácilmente con el surgente Eddy Duchin, que se ganaba la vida tocando
el piano en los bares de los hoteles. Como compositor, su calidad melódica lo
ponía a la par del incipiente Jimmy Van Heusen, luego autor de notables
melodías de la música popular norteamericana. Para remate, su obra final, que
quedaría incluida entre las obras maestras de la música popular argentina, como
la de sus contemporáneos Cole Porter o Jerome Kern en la música popular
norteamericana, es tan convincente, inspirada y atrapante como la de ellos.
Indudablemente
y no obstante poseer un enorme talento, su desenfrenada vida bohemia, sus
borrascosas aventuras sentimentales, la despreocupación por ganar y gastar
dinero, su limitada fluencia idiomática, su falta de visión para sacar ventaja
de las oportunidades y el orgullo al rechazar ofertas únicas quebraron sus
posibilidades de triunfar en los EE.UU.. Como consecuencia, destruyó sus
posibilidades de divulgar un auténtico tango no sólo en ese paí sino en el
mundo entero por medio del cine de Hollywood.
Epílogo
El
31 de enero de 1954, casi un mes y medio después de la muerte de Cobián,
Enrique Cadícamo recibió una llamada telefónica de Kay O'Neill desde New York
para decirle que se había enterado del fallecimiento por una breve nota
necrológica aparecida en un periódico local. A los pocos días, recibió una
carta de ella manifestándole que quería saber cómo hacer para cobrar la herencia
que le correspondía como esposa de Cobián·
lunes, 25 de junio de 2012
UN CIERRE CON BOMBOS Y PLATILLOS EN EL COLISEO BAHIENSE
El cierre de las jornadas gardelianas tuvo lugar en el Teatro Municipal de Bahía Blanca, el 24 de junio desde las 21 hs, con un hermoso marco de público y un elenco que esperaba ansioso la apertura del telón.
Contó con la participación de 19 artistas en escena y la importante colaboración del personal del teatro y asistentes de Dandy Producciones. Rubén Cordi ofició de maestro de ceremonias conduciendo el evento y recordando a Carlos Gardel con bellas y poéticas palabras a lo largo de la noche; el ballet de Sergio y Adriana y Cristina Fuertes pusieron dinámica, color, distinción y alegría a la escena; Pablo Gibelli creó un aire de nostalgia y emoción con sentidas interpretaciones de tangos como “Silencio” y “Sus ojos se cerraron” acompañado por el piano de Javier Catari; Susana Matilla y el Cuarteto de Lucio Passarelli, como siempre, aportaron una musicalidad exquisita al espectáculo y Norberto Roldán sorprendió con su porte, buena voz, inteligente selección de repertorio y emotivas interpretaciones.
Una ausencia justificada fue la de Florencia Albanesi a quien una laringitis la retuvo en cama. En su lugar cantó Gaby “La Voz Sensual del Tango” que explicó la situación y regaló a los presentes los tangos “Sin lágrimas” y “La última”, el foxtrot “Rubias de New York” y la canción “No soy de aquí ni soy de allá” de Facundo Cabral, junto al coro de una platea que acompañó con los ojos húmedos.
Desde el comienzo, el show demostró su gran dinámica y numeroso elenco con el candombe “Oro y Plata”, interpretado por Pablo Gibelli y bailado por Sergio, Adriana y su ballet, compuesto por Guillermina Gomez, Francisco Fidalgo, Luciano Sosa, Guilermina Di Giorgio y Isabel Jañez. Así comenzó este espectáculo que mostró a una real “selección” del tango local que vibró al son de Carlos Gardel, infaltable en el repertorio de cada uno de los artistas. El cierre fue conjunto: el elenco completo cantó y bailó “El día que me quieras” acompañados por el piano de Lucio Passarelli, Pinky Fernández en contrabajo, Julián Mansilla en bandoneón y Alejandro Cuomo en violín.
Un gran espectáculo que dejó muy conforme a la concurrencia y con ganas de más. La próxima cita en el Municipal será en octubre, en marco del 2º Festival de Tango de Bahía Banca, Carlos Di Sarli, donde una vez más José Valle reunirá a los talentos bahienses para hacer honor a la música popular argentina.
JORGE CASAL
Salvador Carmelo Pappalardo, conocido en el mundo artístico como Jorge Casal, nació en Buenos Aires el 14 de Enero de 1924.
Participó en un concurso en Radio Splendid, pero en la ronda de preselección, no le dejaron finalizar el tango elegido. Un amigo le informó que Florindo Sassone buscaba un cantor para debutar en Radio Splendid. Hizo una prueba en la casa de Sassone, pero a éste no le agradó.
Sin embargo, al día siguiente fue llamado para actuar en dicha orquesta, con la que debutó el 18 de Noviembre de 1946. Ya actuando en la orquesta, fue solicitado su concurso por Pedro Láurenz, Miguel Caló, Carlos Di Sarli y Aníbal Troilo, invitaciones que rechazó cortesmente. Sus excelentes condiciones vocales quedaron registradas en los primeros tangos que grabó: “Rencor”, “La última cita”, “Volver”, que fueron factores fundamentales del éxito de la orquesta de Sassone.
A fines de 1949, Edmundo Rivero se aleja de Aníbal Troilo y Jorge Casal se desvincula de Sassone ingresando a la orquesta de Pichuco, donde realizó 20 grabaciones entre las que se encuentran: “Una canción”, “Che bandoneón”, “Amigazo” y “Del suburbio”. Varias intervenciones quirúrgicas, interrumpieron su laboir en varias ocasiones.
En 1952 salió de gira por Brasil y en 1953 participó en el “Patio de la Morocha”, sainete de Cátulo Castillo y Aníbal Troilo, presentado en el Teatro “Enrique Santos Discépolo”. Actuó en el cine, en las películas “Mi noche triste” en 1952; “El cartero” en 1954 y “Vida nocturna” en 1955. En ese año se desvinculó de la orquesta de Aníbal Troilo, prosiguiendo su carrera como solista.
A partir de 1956 realizó giras por Estados Unidos y Colombia. En 1959 se reunió nuevamente con Troilo para representar en el Teatro Alvear, la obra de Discépolo “Caramelos surtidos”. Fue un representante genuino de la escuela gardeliana, poseedor de una voz de barítono potente y dulce a la vez, rica en matices. Jorge Casal murió en Buenos Aires el 25 de Junio de 1996.
SÁBADO HISTÓRICO EN EL CAFÉ DE ITALIA Y COLÓN
Marinissen |
La tercera jornada gardeliana bahiense producida por José Valle para Dandy Producciones dentro del Ciclo “Bahía Blanca NO Olvida” tuvo su lugar de encuentro en el Café Histórico de Av. Colón 602, desde las 21 hs y a sala llena, en vísperas del aniversario número 77 de la tragedia de Medellín donde Gardel pasó de la vida terrenal al mito eterno.
Omar Olea |
En esta ocasión la bienvenida fue ofrecida por Gaby “La voz sensual del tango” quien tras los agradecimientos correspondientes al público presente, introdujo a los cantantes de la noche: Cristina Marinissen, quien ofreció una selección de tangos como “Canción desesperada”, “Pipistrela” y “Milonga de mis amores” y baladas de todos los tiempos que incluyeron un emotivo homenaje a Estela Raval con sus más grandes éxitos y la clásica “Balada de la trompeta”; Omar Olea, gran cantor de tangos que se lució con interpretaciones gardelianas y otros tangos de gran renombre como “La luz de un fósforo”, “Siga el corso”, “Pasional” y “Grisel”, entre otros; y Julio Lupín, invitado de la noche que interpretó dos tangos para la ocasión y cerró su participación con la compañía de brazos en alto y coro de los presentes al cantar “Un año más”, éxito de José Velez que agregó un toque extra de energía en el Café.
Fue una noche muy íntima y alegre, con buena gastronomía, bellas interpretaciones de los cantantes y cálida respuesta del público. Quedó demostrado, una vez más, que Bahía Blanca cuenta con grandes talentos musicales que elevan su calidad artística y la ubican entre las ciudades culturales más ricas del país.
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TITO LUSIARDO
He
aquí el caso de un amigo real de Carlos Gardel. Vale la aclaración, y no
porque el cantor no los tuviera de verdad, sino porque después de su
fallecimiento se adjudicaron tal condición muchos que simplemente lo habían
conocido y tratado, sin profundizar más allá de alguna charla circunstancial (y
a menudo, ni siquiera eso). Amigos fueron Deferrari, Laurent, Maschio, Alippi, Guibourg... y Tito Lusiardo.
No
obstante ser un prototipo del porteño, había nacido en El Ferrol, sobre la
orilla septentrional de la ría de Betanzos, en La Coruña. Algún motivo
fomentado por el propio Lusiardo (quizá la necesidad de reforzar su imagen
paradigmática de hombre de tango, en el sentido más amplio de la frase) llevó a
que se lo creyera nacido en Buenos Aires, en el barrio de San Telmo, y así fue
transmitido en algunos textos. Lo cierto es que ya desde muy pequeño vivía en
esta zona, y que fue en sus patios de conventillo donde aprendió sus primeros
pasos de baile, que le darían tanta fama años después.
Una
anécdota de su adolescencia cuenta que hizo lo imposible por estar cerca de
Isabel (María Isabel Francisca de Asís de Borbón), infanta de España y dos
veces princesa de Asturias, cuando ésta visitó la Argentina en representación
del gobierno español con motivo de los festejos del Centenario de 1810;
Lusiardo, que no deseaba perderse la ocasión, consiguió un lugar llevándole la
cola del vestido.
Atraído
por el ambiente artístico de la época, y muy seguro de su vocación de actor,
consiguió vincularse al medio cuando ingresó como utilero del Teatro Nacional.
Este puesto, ofrecido por el empresario Pascual Carcavallo, consistió al
principio sólo en acarrear enseres (Lusiardo afirmaba haber acomodado las
sillas para algunas actuaciones del dúo Gardel-Razzano); en 1918 ya tuvo ocasión de compartir
escenario en "El cabaret", obra de Pacheco, para la que el actor Luis
Vittone debió prestarle su propio smoking. Lusiardo apareció bailando un tango
junto a Concepción Sánchez.
Su
primer gran éxito en las tablas lo consiguió en un papel de "Tu cuna fue
un conventillo", de Alberto Vaccarezza. Luego vendría un sinfín
de actuaciones ("El conventillo de la Paloma", "Al tango hay que
saberlo bailar", "Mujercitas de lujo") junto a las grandes
compañías de la época, como la que encabezaban Enrique Muiño y Elías Alippi;
también tendría una permanente presencia en los teatros de revistas. A lo largo
de su carrera trabajó junto a nombres destacados como Francisco Álvarez, Olinda
Bozán, Gregorio Ciccarelli, Pierina Dealessi, César Fiaschi, Vicente
Forastieri, Gloria Guzmán y muchos otros.
En
1930 contrajo nupcias con la actriz Delia Codebó, iniciada en el teatro y que
aparecería en varios films entre 1936 y 1939. De este matrimonio nació una
hija.
Lusiardo
fue convocado nuevamente por Carcavallo en 1933 para cubrir algunos roles en la
obra "De Gabino a Gardel" (Crónica cómica de la canción nacional a
través de los años), de Ivo Pelay, estrenada el 23 de marzo. Como
actor y bailarín aparecía en el primer, segundo y sexto cuadro (también en el
tercero, junto a toda la compañía); y si bien no todas las críticas fueron
favorables por lo endeble de la puesta, casi todos los medios destacaron sus
intervenciones, además del cierre a cargo del propio Gardel.
Ese
mismo año ingresa a la cinematografía local, en la que fue la segunda
producción de la empresa Argentina Sono Film: "Dancing" (dir.: Luis
Moglia Barth), basada en la obra teatral homónima. En este film, del que no
parecen haber sobrevivido copias, podía verse a Lusiardo junto a estrellas como
Arturo García Buhr, Amanda Ledesma, Alicia Vignoli, Alicia
Barrié, Severo Fernández, Pedro Quartucci, Héctor Quintanilla, Amelia Bence y
Rosa Catá, además de la orquesta típica de Roberto Firpo, la "jazz" de René
Cóspito y el conjunto Los de la Raza. Fue estrenado el 9 de noviembre en el
Teatro Porteño.
Un
año después protagonizó "Ídolos de la radio" (dir.: Eduardo Morera),
en la que a pesar de lo endeble del libro y la torpeza con que fue rodado, pudo
salir relativamente airoso. Es verdad que todo el tiempo pareciera estar al
servicio de una comicidad que no llega, pero por suerte el interés de la
película es otro: se trata de un desfile de las estrellas radiofónicas de
entonces, encabezado por Ada Falcón,Ignacio Corsini, Pablo Osvaldo Valle, Francisco Canaro, el Trío Gedeón,Tita Merello, Ernesto Famá, Los Bohemios, Fred y Leo, y
unos cuantos más, asistidos por actores de teatro como Lusiardo y Olinda Bozán.
Tras su estreno en el cine Monumental, el 24 de octubre de 1934, la crítica
señaló precisamente la buena participación de estos últimos.
Afianzada
su amistad con Gardel, éste lo llamó a su lado para que
apareciese en dos películas rodadas en Long Island, EE.UU. Con el tiempo se
convirtieron en las dos actuaciones más recordadas de Lusiardo, y la imagen de
ambos, actor y cantante, quedaría fija para siempre en la memoria del tango.
El
primero de estos títulos fue "El día que me quieras" (dir.: John
Reinhardt), rodado en enero de 1935. Lusiardo, interpretando a Rocamora,
compuso a la perfección el rol de un entrañable compañero de correrías de Julio
Argüelles/Julio Quiroga (Gardel), e incluso en una secuencia canta a trío con
éste y Saturnino (Manuel Peluffo) el vals "Suerte negra", escrito especialmente
para el film por Gardel y Le Pera. La simpatía natural de Lusiardo
conquista enseguida al espectador. Cuando el acto termina arruinado por su
ataque de hipo, pasa convincentemente de lo grotesco a lo dramático; e igual
solvencia demuestra más adelante cuando no tiene fuerzas suficientes para
comunicarle a Argüelles/Quiroga que su esposa, Margarita (Rosita Moreno), ha
muerto.
El
segundo fue "Tango Bar" (dir.: John Reinhardt), producido un mes
después. Aquí Lusiardo hace de Juan Carlos Puccini, incondicional amigo de
Ricardo Fuentes (Gardel), al punto de acompañarlo a Europa... viajando como
polizón en el mismo barco. El personaje ideado para Lusiardo es más sólido que
el de "El día que me quieras" (y debe reconocerse que el propio guión
del film es superior), y supo aprovecharlo desplegando toda su gama de recursos
expresivos. Su presentación ante el capitán del buque (José Luis Tortosa) es
sencillamente inolvidable, a la vez que refleja al típico "porteño
vivo" que se cree capaz de salir indemne de cualquier entuerto. Por
ejemplo, al no tener argumentos para defenderse y librarse de la prisión, apela
a su prosapia y con gesto "canchero" busca comprensión diciendo:
"-Capitán... ¿un Puccini preso...?". Imposible no solidarizarse con
el caradura.
Pero
la trágica muerte de Gardel, que pesó mucho en el sentimiento de
Lusiardo, puso prematuramente un punto final en aquello que prometía ser una
dupla cinematográfica, ya que el actor encajaba a la perfección como partenaire
del cantante.
De
nuevo en los estudios argentinos, actuó en cerca de cuarenta películas entre
1936 y 1969. Sería ocioso mencionarlas a todas; basta con un inventario de sus
papeles más destacados, que fueron los que hizo en "La muchachada de a
bordo" (Manuel Romero, 1936); "Tres anclados
en París" (Manuel Romero, 1938); "Jettatore" (Luis Bayón
Herrera, 1938); "El sobretodo de Céspedes" (Leopoldo Torres Ríos, 1939); "Un señor
mucamo" (Enrique Santos Discépolo, 1940); "El
mozo número 13" (Leopoldo Torres Ríos, 1941); "El fabricante de
estrellas" (Manuel Romero, 1943); "La calle Corrientes" (Manuel
Romero, 1943); "Con la música en el alma" (Luis Bayón Herrera, 1951); y "El
cartero" (Homero Cárpena, 1954).
Lusiardo
apareció en algunos films de homenaje al Zorzal, como "La historia del
tango", "El morocho del Abasto" y "Carlos Gardel: historia
de un ídolo"; así como también repitió papeles en la versión de 1967 de
"La muchachada de a bordo" y en la de 1969 de "El día que me
quieras"; dos "remakes" innecesarias que se convertirían,
curiosamente, en sus últimas intervenciones en la pantalla grande. Y todo un
récord, al hacer el mismo personaje con casi treinta y cinco años de
diferencia.
Siempre
presente en el teatro, en su extraordinaria condición de actor y bailarín de
tangos, tuvo por parejas de baile a Tita Merello, Olinda Bozán y Beba Bidart. Había desarrollado un estilo
muy particular de caminar sobre la pista, que era la delicia de los
espectadores. Su última gran demostración la hizo en un espectáculo junto a la
orquesta de Mariano Mores.
En
marzo de 1977, estando como invitado en el programa "Grandes valores del tango", lo atacó
una hemiplejía de la que nunca se recuperó. En junio se 1982 falleció en el
Sanatorio Evangélico. Sus restos fueron velados en el hall del Teatro
Presidente Alvear y hoy reposan en el Cementerio del Oeste. El coche fúnebre
que lo llevó hasta su morada final, mientras lo cubrían de flores, llevaba en
su luneta trasera el retrato de su gran amigo Carlos Gardel.
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