Nació una Noche de Reyes, el 6 de enero de 1922 en el barrio del Abasto y no utilizó seudónimo artístico. Un tipo de bien, muy querido. Un cantorazo, de un caudal de voz que parecía imposible saliera con tanta fuerza de su poca contextura física. Un matarife del Mercado de Abasto, Lorenzo Rufino, fue su padre. Devoto de Carlos Gardel, solía cantar con su guitarra. Un ataque cardíaco puso fin a su vida a los 43 años. Entonces, Roberto Rufino creció en la calle. Con admiración veía pasar a un personaje que vivía a pocos pasos de su casa y le tiraba un puñado de monedas a la pandilla al grito de “¡Atajen!”. Era El Morocho del Abasto. Rufino solía contar que se le murieron dos padres juntos cuando tenía 13 años: el suyo y Gardel, casi simultáneos en 1935.
Con pantalones cortos, en el Colegio Nacional Belgrano, Roberto entonó sus primeros tangos, a capella y en un sótano. Fue su debut en público. Abandonó en 2º año para ser cantor. Así nacía, en el argot tanguero, El Pibe del Abasto. Con apenas 14 años cantó con la orquesta de Antonio Bonavena en el Petit Salón, haciendo tangos difíciles. En otro mítico café porteño, El Nacional, cantaba con una orquesta de niños y tocaba el bandoneón. Iba madurando también el gran compositor que sería después. Se sucedían para Rufino las orquestas que lo convocaban, entre ellas la de Anselmo Aieta.
Enterado Carlos Di Sarli que un pibe maravilloso cantaba su tango Milonguero Viejo, mandó llamar a Rufino. Al rendir una prueba entonó Alma de Bohemio. Arrancó la primera frase: Peregrino y soñador, cantaaaaaaar… y así lo contaba Rufino: “Ese sostenido para el maestro fue algo muy fuerte y, bajando la tapa del piano, me abrazó. Surgió una relación afectiva y don Carlos pasó a ser el padre que yo no tenía, más la ayuda profesional que necesitaba. Esa amistad de respeto mutuo duró hasta el 12 de enero de 1960, fecha en la que el maestro falleció”.
Por ser menor de edad, necesitaba la autorización de su madre, que Agustina Guirin de Rufino firmó y Roberto pudo actuar en el cabaret Moulín Rouge y en Radio El Mundo. La noche del debut, Di Sarli arrancó con Alma de Bohemio y apareció el chiquilín desde detrás del piano. Cuando terminó, el público lo aplaudía de pie. Surgía una nueva estrella en el firmamento tanguero. Enseguida le alargaron los cortos en Los 49 Auténticos. El cantor iba afianzándose, cobraba buen sueldo y llegó el momento de grabar. El tango Corazón (Di Sarli y Marcó), fue su primer disco, para RCA Víctor en 1939. Rufino totalizó 46 grabaciones en los tres ciclos con Di Sarli, sobresaliendo el tango Griseta (Delfino y González Castillo), una versión irrepetible.
En 1942 hizo el Servicio Militar, sin abandonar a Di Sarli. Pero, por su temperamento inquieto, dejó la orquesta en septiembre para vincularse a la de Emilio Orlando, compartiendo el rubro vocal con Alberto Demare (después sería Alberto Marino). Retornó a Di Sarli en el ’43; luego se independizó y el pianista Atilio Bruni lo acompañaba. En 1947 pasó por las orquestas de Francini-Pontier y Miguel Caló. Volvió como solista con Armando Cupo, Ernesto Franco, Roberto Caló y Leopoldo Federico, sucesivamente. En 1957 integró la flamante formación de Enrique Francini. Entre esos constantes cambios artísticos, Rufino encontró la compañera de su vida: Perla Lorenzo, admiradora y hermana de un amigo suyo. Se casaron en 1949. De esa unión nacieron sus tres hijos: Roberto, Hugo y Daniel. Este último, ahijado de Juan D´Arienzo. También fue empresario. En sociedad con Romay, Gerola, López Pájaro (padre del comentarista de fútbol Julio Ricardo) y Steimberg, formaron el consorcio Huella y Roberto fue director artístico de Radio Libertad. Pero no dejó el canto y siguió grabando. En 1959 renunció a la empresa para seguir siendo ‘el cantor’ que el público quería. Su orquesta era dirigida por Mario Demarco, hasta fines del ‘60. Después lo convocó Pontier, con quien había sido exitoso cantor al formarse el binomio con Francini, en los años ‘40 (Una carta para Italia).
. Entre 1962/65 Roberto Rufino volvió a tocar el cielo: cantó con Aníbal Troilo, dejando memorables versiones discográficas, como Ninguna (Manzi y Fernández Siro). El curso de los años le había quitado algo de fuerza, pero no su intacta calidad. Con el fraseo que adquirió con Troilo surgió un estilo: el tango dicho, de la voz modulada, creando una escuela que fue tomada, entre otros cantores, por Goyeneche, para disimular el paso del tiempo en el caudal de voz. Tras su ciclo con Troilo, en 1966 se asoció con Miguel Caló para grabar y luego siguió su trayectoria como solista. Rufino fue también un gran compositor, con colaboradores de lujo. Totalizó 80 títulos, entre los más conocidos: Eras como la flor, ¡Cómo nos cambia la vida!, ¡Calla!, Destino de flor, Dejame vivir mi vida, Soñemos, El clavelito, Los largos del pibe, En el lago azul, Carpeta, La calle del pecado, Manos adoradas, El bazar de los juguetes.
RECONOCIMIENTOS. Todas las salas, radios, televisión, directores y sellos se disputaban a Roberto Rufino. El más importante homenaje fue el del público que lo seguía, alentaba y aplaudía, insuflándole la fuerza que por ahí necesitaba. Fue declarado en 1997/98 Ciudadano Ilustre de Buenos Aires y de la Cultura Nacional. Tino Diez le dedicó el poema El pibe. El 24 de febrero de 1999, este inolvidable cantor dejaba de existir, en la sala de terapia intensiva de la Fundación Favaloro. Tenía 77 años. Fue inquieto como agua de río, emigrando como las golondrinas, agradecido pero con espíritu superador in crescendo. Multifacético en sus interpretaciones: romántico, dramático, descriptivo, tierno, según el tema. Un artista total. Sus restos fueron despedidos en La Chacarita por el mundo tanguero entonando el tango Malena. Siempre se lo sigue escuchando y, parafraseando los versos de Homero Manzi, puede decirse que Rufino cantó el tango como ninguno.
Susto y aclaración
Durante una actuación con Di Sarli, Rufino sangró por la boca. Revivió la versión en el ámbito tanguero de que tenía un solo fueye (un solo pulmón). El doctor Pribluda, laringólogo que atendía a cantantes, diagnosticó la causa en un desmedido esfuerzo de las cuerdas vocales. Le prescribió descanso prolongado en Córdoba, para oxigenar el aparato respiratorio. pero pronto regresó a Buenos Aires, con la promesa de hacer buena letra. Al tiempo volvió a la orquesta con la calidad de siempre. En el visor de la radiografía que le sacaron cuando volvió de Córdoba, se apreciaban fielmente los dos pulmones intactos del cantor.
SOLIDARIO. Rufino estaba tan a gusto con un paletó Ante Garmaz que lo lucía en todas sus actuaciones. Pero una noche encontró a un indigente durmiendo en plena calle. Se sacó el paletó y lo tapó, quedando en camisa. Sus compañeros le recriminaron haberse desprendido de semejante prenda. “Saben la ropa que tengo yo... y ese pobre tipo no tiene nada...”, les contestó. Así era, puro corazón y bondad. Lo había aprendido de Pichuco. Seres queribles, hoy raros de encontrar. Otros tiempos.
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