''El nuestro es un país que tendría que salir de gira''
Un día conoce una mujer. Se enamoran y, aduciendo que el mundo no los comprendía, deciden suicidarse al amanecer tirándose al Rio de la Plata. Se citan a las siete de la mañana en un determinado lugar de la Costanera. Los dos pensaron toda la noche que el otro no iba a acudir. Al final fueron los dos.
Discépolo llega un rato antes y espera debajo de una lluvia torrencial.
Alas siete en punto frena un taxi y baja ''ella''. Tenía piloto y paraguas. Cuando se acerca a él, Discépolo lleno de furia y tristeza, le dice que jamás se suicidaría por una mujer que, segundos antes de arrojarse a las aguas de un río está tratando que la lluvia no le moje el peinado, y se fue dándole la espalda (para siempre).
Estando con unos amigos en el hall del teatro donde había sido invitado a presenciar un estreno, se le acerca una mujer refinada y de perfectos modales.
Sin reconocerlo, le pregunta: ''Caballero, ¿me podría indicar dónde está el tocador de damas?''
Discépolo le tiende la mano y le dice: ''Soy yo señora, a sus órdenes''
La mujer en cuestión le pegó un cachetazo y se retiró sonrojada.
La anécdota corrió como reguero de pólvora en el ambiente artístico.
Discépolo, a raíz de sus pulmones maltrechos, se asomaba todas las mañanas al balcón a oxigenarse un poco luego de despertar (4to piso de Callao y Córdoba). Enfrente del edificio había un kiosco de un polaco. Ese hombre, cada vez que veía al poeta, lo saludaba agitando su mano. Discépolo le devolvía el saludo. Era una rutina que duró años, aunque nunca habían cruzado una palabra.
Cierto día, el kiosco se prende fuego y el pobre polaco llora por la pérdida de lo único que tenía para subsistir.
Enrique contempla la escena desde su balcón y baja para ayudar.
En ese momento (como tantos en su vida) el autor se encontraba sin dinero. Resuelto caminó por Callao hasta Corrientes entrando en todos los negocios a pedir ayuda para el polaco. Cruzó de vereda y volvió por enfrente haciendo otro tanto. Claro, era discépolo ¿Quién le podía negar algo?
Regresó con una cantidad de dinero como para dos kioscos. Se lo entregó al hombre y le auguró éxitos.
Siguieron saludándose cada mañana como si nada hubiese pasado.
Tania, su esposa, le reprochó la falta de dinero y lo amenazó con no ir más a la verdulería, a la carnicería y la tintorería, ya que les debía a todos y le daba verguenza.
Discépolo, con su paz ante estos pequeños detalles de la vida, le ordenó a la mucama citar en su casa a las 17 hs de ese día al carnicero, al verdulero y al tintero para tomar un té.
Los tres acudieron al encuentro, teniendo en cuenta que compartir una charla con él era motivo de orgullo.
Tania permaneció en el dormitorio, negándose a presenciar semejante osadía.
Discépolo hizo servir el té en finas tazas. Antes que se retire la mucama él la frenó y le dijo: ''Quiero que le cuente a los señores cuántos meses de sueldo le debo, no vaya a ser cosa que crean que soy millonario''. La muchacha dijo que le adeudaba sis meses y se retiró a la cocina.
''Caballeros, en este momento estoy pasando por una situación de pobreza franciscana, pero debo seguir comprando carne, verdura y planchando mis trajes y los vestidos de mi mujer. ¿Habría problemas en que siga contando con la amabilidad de ustedes hasta que tenga dinero para pagarles?''
Los comerciantes se deshicieron en gentilezas y aprobaciones para que tan distinguido personaje siguiera comprando en sus negocios. Ellos pensaban que, a pesar de todo, era el cliente más importante que tenían.
Cuando se marcharon, apareció Tania pálida de verguenza.
Discèpolo le dijo: ''¿Viste que fácil? ¿Para qué tanto problema?.
Demás está aclarar que la toledana no volvió a esos negocios, mandaba a su mucama. Al tiempo, Discèpolo aparecía con dinero y pagaba las cuentas dejando una propina mayor que la deuda que tenía.
Al crear el segmento radial de 'Mordisquito', Discépolo se ganó la antipatía de una gran porción del ámbito artístico, los cuales no le perdonarían jamás que ayudara al 'general'. Sabido es que el poeta nunca se afilió al partido justicialista, decía ser sólo un amigo de Perón y que no pertenecía a partido alguno. La izquierda pesaba en los intelectuales de la época y la sociedad argentina de autores y compositores (SADAIC) se inclinaba en la balanza para ese lado.
Algunos amigos de años miraban para otro lado cuando se los cruzaba en la calle, o lo dejaban con la mano tendida y el saludo en la boca.
Tania comentaba que Enrique sufrió mucho por todo eso y fue, posiblemente, lo que lo llevó a la muerte poco tiempo después..
El día de su cumpleaños numero cuarenta y nueve (murió a los cincuenta años) sus compañeros de escenarios y películas, lo homenajean con una cena en un restaurante a puertas cerradas.
Todas las invitaciones estaban (supuestamente) repartidas. La mesa larga, coqueta y bien servida para más de cien comensales. A las diez de la noche (hora del convite) sólo estaban Tania y Discépolo. Nadie acudió a la cita.
Una artera y sucia cachetada de sus ex amigos y compañeros.
Cuentan que Discépolo lloró y se preguntaba por qué se manejaban con tanta ignorancia.
A pesar de todo ordenó la comida y cenó solo con su esposa entre tantas sillas vacías y un ramillete de mozos para nada.
Una noche, ya casi de madrugada, Tania, muy cansada, llega de trabajar en el teatro. Discépolo (en pijamas) estaba concentrado en terminar una canción.
Al verla entrar saltó de su silla, la abrazó tiernamente y le dijo que la amaba.
Automáticamente le pidió encarecidamente que volviera a salir, que se fuera a tomar un café o a visitar a su hermana que vivía cerca...
Tania sabiendo que Enrique quería seguir solo en el departamento para no dejar volar sus musas, le preguntó por qué debía marcharse y volver más tarde.
''Porque me gusta verte entrar'', contestó el maestro.
Un año nuevo, levantando su copa se dirigió a la concurrencia (su mujer y algunos amigos) y dijo:
''Brindo por el año que comienza, porque no pienso hacer nada hasta que se termine''.
Y así lo hizo. Se pasó un año durmiendo hasta el mediodía, leyendo, en el café con los amigos y sin atender el teléfono ni el timbre de la puerta hasta que llegó el otro año.
Una noche, Discépolo y un amigo, se encuentran en el hall de un teatro. De repente ven entrar a un señor con un sobretodo (abrigo) a cuadros de diferentes tonos. Hay que tener en cuenta que en esa época los sobretodos eran negros o grises, fuera de esos colores todo era una transgreción imperdonable.
Discépolo le dice a su amigo: ¡Mirá a ese payaso está loco!, el amigo le dice que ese 'señor' era Javier Poncela, el cómico número uno de España.
¿El número uno? Pregunta el poeta. ''¿Estás seguro? Debe ser el número dos, el número uno es el sastre que lo viste''.
Llegan al país algunas voiturettes (auto deportivo, descapotable) importadas para funcionarios y gente del gobierno.
Evita llama a Tania y le hace entrega de dos unidades. Una para ella y otra para Discépolo a quien quería y admiraba profundamente (se dice que la muerte del escritor sumió en una depresión a la mujer de Perón y apresuró el avance de su cáncer).
Cuando Discépolo se entera del regalo, le exige a su esposa que devuelva inmediatamente los autos. Tania trata de salvar, aunque sea, el suyo.
Discépolo le propone el divorcio si no cumple con su exigencia.
Tania habla con Evita y resuelven mentirle a Enrique. Le dicen que la cantante le compraba, y pagaba en cuotas, una de las voiturette. Evita le 'inventó' unos papeles que servían como facturas de compra y venta y todo quedó solucionado.
''Vos y la flaca me están cagando'' dijo Discèpolo, pero no podía hacer nada.
Entonces acordó con su mujer subir al auto solamente en el asiento de atrás.
Las veces que usaron el automóvil de la discordia, Tania manejaba y el poeta iba disfrutando del paisaje como si tuviera chofer.
El castigo era cumplido a rajatablas.
Sin capota, la gente de la ciudad de Buenos Aires veía a Discépolo paseando sentado en la parte trasera del auto.
''Siempre soñé con tener de chofer a una mujer'', decía Enrique (no sabía manejar, ni tenía auto propio).
La pasividad de Tania duró poco y devolvió el auto a los pocos días.
Algunas noches regresaba a su casa con uno o dos pequeños en sus brazos. Eran hijos de algun amigo preso o de una cabaretera que iba a estar ocupada esa noche.
Discépolo visitaba constantemente los cabaret del bajo (Paseo Colón, 25 de Mayo, Retiro etc) era la zona donde se encontraban los bares para bailar, se veía un show, una orquesta de tango y también había mujeres que atendían a quien estuviese solo. Las famosas 'coperas', llamadas así porque se acercaban al solitario y le preguntaban: ''¿Me pagás una copa?''
El sueldo que recibían era una comisión por cada bebida que capturaban de su ocasional compañero. El mozo les servía Té con unos trozos de hielo haciéndolo pasar por whisky.
Discépolo amaba esos lugares y sentía especial afecto por esas mujeres. Decía ''si te quiere una puta, creele. Ellas, cuando aman, lo hacen en serio''.
Cuando murió Enrique Santos Discépolo sucedió algo impensado e increíble. Cerraron todos los cabarets de la ciudad y las frecuentadoras (coperas) de los mismos llegaron en masa a la esquina de Córdoba y Callao. Era de madrugada, y las calles en ese lugar quedaron, de improvisto, cerradas al tránsito. Los que recuerdan esa noche dicen que muchas de esas mujeres con su maquillaje desteñido y torpe lloraban como niñas.
Creo que no hubo ni habrá en ningún lugar del mundo una manifestación de dolor y de duelo tan original como la de aquella noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario