Alto, flaco, pintón, provocó la admiración de las mujeres desde que pisó por primera vez un escenario porteño. Su poderosa atracción no tenía solamente como centro su seductora figura, sino que también provenía de una voz inconfundible, de impar estilo. En un tiempo en el que el panorama tanguero contaba con voces privilegiadas, que no se parecían entre sí (Alberto Marino, Jorge Casal, Roberto Rufino, Alberto Podestá…), no era poco mérito destacarse con luces propias.
Morán se ubicó con armas nobles en el singular espacio de los triunfadores a punta de sensibilidad y temperamento.
Y si en el contexto de su amplio repertorio fuera necesario rescatar tres títulos significativos, Pasional, San José de Flores y El abrojito no dejarán de ser jamás las canciones de Morán. Aquellas que se indentificaron de manera insoslayable con su peculiar forma de frasear, de decir las letras.
Vida en Pompeya
Nacido como Remo Andrés Domingo Recagno, en la localidad italiana de Steve, desembarcó en Buenos Aires cuando todavía era un chico. Consustanciado con Pompeya -el barrio en el que recaló-, allá por el 45 se unió a la orquesta del inolvidable Osvaldo Pugliese, haciendo dupla con Roberto Chanel, otro cantor personal.
Eran los tiempos, bellos tiempos, de trajinar los escenarios de los clubes de barrio. Verdaderas fiestas populares en las que participaban por igual la orquesta típica, la de jazz y un público que se largaba a la pista a bailar tangos sin el criterio deformante de esa línea for export que suele gambetear la autenticidad.
En ese marco se movió y brilló aquel cantor que no se codeaba seguido con el tango arrabalero y que, por el contrario, prefería letras de tratamiento acaso más pulcro. Sin que se perdiera por eso la arrasadora fuerza que nutría el espíritu de la canción ciudadana. Luego de separarse de Pugliese -con el que compartió nueve años intensos de trabajo-, Morán se largó como solista, secundado por el conjunto de Armando Cupo. El éxito siguió siendo su compañero de ruta.
El final
En octubre del 96, despuntando el vicio, participó en un show tanguero (en el Club del Vino), junto a su hija Roxana y al actor Franklin Caicedo. Al día siguiente del debut sufrió una descompostura en su domicilio y fue internado en el hospital Tornú, iniciando un proceso que ya no tendría boleto de regreso. Aunque zafó en esa oportunidad, en junio de este año tuvo que ser trasladado de urgencia al mismo lugar, donde murió el 16 de agosto 1997, a los 77 años, tras una larga y grave descompensación respiratoria.
Cordial, modesto, un italiano que abrazó la porteñidad por pura convicción, Morán acaba de subirse al podio de los que son eternos como el Sol, de los que dejan huella. La muerte no acallará su voz, que seguirá viva a través de Pasional, de San José de Flores, o de cualquier otro tango que, en su garganta, continuará haciendo vibrar los cien barrios de Buenos Aires. De este Buenos Aires que, pese a todo, no olvida a quienes supieron convertirse en verdaderos ídolos.
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