En los años cincuenta y sesenta -y tal vez me quedo corto- era imposible no saber de ella. En la radio, en el cine, en la televisión, en los grandes locales nocturnos su voz, su rostro, su presencia estaban presentes como un símbolo de Buenos Aires. La recuerdo con Bergara Leumann en “La Botica del Ángel”, cantando “Yira yira”; con Dringue Farías haciendo un sketch donde representa a una sufrida mujer de barrio dueña de un humor ácido y desencantado; con Silvio Soldán, donde todavía se puede recuperar por Internet una versión de “Pa lo que te va a durar”, ese extraordinario tango de Celedonio Flores; o con Enrique Dumas, cantando a dúo y en contrapunto.
En 1962 rompe el complejo de inferioridad del tango frente a la avasallante nueva ola. Es el momento en que ella con Julio Sosa bailan “El firulete” delante de los chicos rockeros. Gracias a esa exhibición, en esos meses de principio de los años sesenta, los discos de Julio Sosa y las escenas de esa película conquistan más espectadores y escuchas que los imbatibles “Explosivos”, entonces sinónimo y símbolo de rock and roll y nueva ola.
Al cine y la revista, Bidart suma el género de las telenovelas. Dos de ellas batirán los récords en su momento: “La cruz de María Cruces” y “Rolando Rivas taxista”, la creación de Alberto Migré, serie que contó con la participación, entre otros, de Claudio García Satur y Soledad Silveyra. En “Rolando Rivas’’, Beba maneja un taxi, en un tiempo en que nadie hubiera imaginado a una mujer en ese trabajo.
Como para que nada faltara a ese romance con la fama, durante todos estos años estuvo en pareja con Cacho Fontana, el paradigma del locutor exitoso, el hombre de la voz inconfundible y la sonrisa irresistible. Dicen los entendidos que Fontana fue su gran amor, pero lo que nosotros nos importa es su amor al espectáculo, una consigna que Bidart vivía intensamente, con esa rigurosa profesionalidad de los artistas que saben que pase lo que pase en la vida privada de cada uno, el espectáculo debe seguir.
Elianne Renée Schiani Bidart nació en el barrio porteño de Boedo, el 3 de abril de 1924. De muy pequeñita se relacionó con los escenarios. A los cuatro años ingresó al Teatro Infantil Labardén; a los ocho, estuvo en la Compañía de Obras para Niños, dirigida por Concepción del Valle.
Actúa en el cine por primera vez en el film dirigido por Carlos Hugo Christensen, “Los pulpos”, película en la que interviene Olga Zubarry y Roberto Escalada. Su última película fue “Funes, un gran amor”, filmada un año antes de su muerte. Se estima que participó en más de treinta películas, algunas buenas, algunas regulares, muchas olvidables. Pero en ese prolongado itinerario profesional -casi medio siglo- merecen destacarse “La vendedora de fantasías”, dirigida por Daniel Tinayre; “El túnel”, de León Klimovsky”; “La casa grande”, de León Fleider.
La danza, el baile del tango, la contaron como un personaje destacado. De muy jovencita hizo pareja con Tito Lusiardo, pero además se dio el lujo de bailar con Juan Domingo Perón, Pedro Eugenio Aramburu, Juan Carlos Onganía y Carlos Saúl Menem. Como se podrá apreciar, a la hora de bailar, Bebe no hacía distinciones ideológicas o políticas, aunque a Menem se ocupó en decirle expresamente que bailaba con él, pero ella era radical.
El personaje que fue forjando a fuerza de voluntad, estudio y talento, debe haber sido consistente para que Mariano Mores le dedique una de sus grandes creaciones: “Taquito militar”. Años después inaugurará una tanguería -“Taconeando”- que la contará como artista de primer nivel. Su relación con el universo del tango debe de haber sido fuerte para que José Gobello y Sebastián Piana la propongan para integrar la Academia Porteña de Lunfardo, institución a la que ingresa para reemplazar a la escritora Nydia Cuniverti.
Postulo que Beba Bidart con Tita Merello representan en el campo de la creación de arquetipos, las dos grandes mujeres del tango. Ni Tita ni ella son excelentes cantantes, pero poseen otra cosa: ductilidad, percepción, sensibilidad para captar lo que es el tango y cuál es el rol que el tango le asigna a la mujer, un rol que más allá de sus pinceladas pintorescas, es artísticamente digno.
Recuerdo sus actuaciones con Dringue Farías. Realmente era un placer disfrutar la puesta en escena que montaban. Un gesto preciso, un leve movimiento de la mano, una manera de colocar la voz, la sonrisa insinuante, una palabra con el sonido exacto, el modo de caminar, de sostener el cigarrillo, eran los recursos que trabajaban para dar con un “tipo” actoral perfecto en su registro.
Jorge Göttling dijo de ella: “La Beba fue la versión de la Bardot de nuestro mundo. Fue la mina de enorme ratoneo. El deseo estaba puesto también en la lícita envidia o admiración de millones de mujeres con ruleros y batones, para las cuales significaba una suerte de vocera de sus cerradas proyecciones, una reivindicación de ciclos de vida cerrados nada más que en la imaginación”.
Se dice que fue el productor de Dringue Farías el que entusiasmó a Beba para que comenzara a cantar tangos. Su calidad vocal no se compara con la de Mercedes Simone y Ada Falcón, para no hablar de Nelly Omar o Susana Rinaldi, pero Bidart sabe de tango, lo sabe interpretar y además se toma el trabajo de educar la voz para estar a la altura de los desafíos que se propone. O sea que a partir del momento en que empieza a cantar sus primeros tangos el espectáculo que brinda es completo: canto, baile, teatro, todo ello acompañado de su belleza y una personalidad consistente, creíble, capaz de llegar al gran público. Hablo en definitiva, de una notable profesional que mantendrá su estilo hasta el último día de su vida.
En algún momento, Beba se da el lujo de ser acompañada por Francisco Canaro. Para placer de sus seguidores deja alrededor de treinta tangos grabados. Allí merecen destacarse “Pero yo sé”, “Madreselva”, “Muchacho”, “Te parece todavía”, “Ventarrón”, “El firulete” o “Me bautizaron milonga”. Escucharla da gusto, pero el espectáculo es completo si la vemos cantar, privilegio que la tecnología nos brinda en los tiempos que corren.
Beba Bidart murió el 27 de agosto de 1994. Coincidencia de la vida. Ese mismo día murió Roberto Goyeneche, uno de los grandes cantores de tango de todos los tiempos. Para esos años Beba animaba las noches de su propio local, Taconeando. Ella murió en su casa después de haber actuado por última vez en los salones del local de su creación. Fiel a su destino, exigió a sus seres queridos que cuando muriese sus restos fueran desparramados en la vereda de Taconeando. Es lo que se hizo. Hoy esa vereda de calle Balcarce se llama con justicia la vereda de Beba Bidart.
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