Es el académico más joven de la Academia Porteña del Lunfardo. Y aunque Marcelo Oliveri tiene 45 años, conserva esa juventud al estilo Isidoro Cañones, personaje con quien le gusta compararse. “Porque soy un solterón bien porteño. Un porteño es un tipo que ama Buenos Aires y la buena vida y le gusta vivir esa buena vida. Ser porteño es un vicio”, explica, engominado y vestido de impecable traje.
Dueño de una editora de libros que lleva su nombre y, también, académico de la Academia Nacional del Tango, describe así su farra favorita: “Mi noche ideal empieza yendo al teatro y sigue yendo a comer. Después voy a tomar unos whiskies a La Biela. Sentarse ahí no tiene parangón: se te viene a la cabeza todo el Buenos Aires de 50 años atrás. Lo imaginás a Divito con sus chicas, pergeñando la revista Rico Tipo. Me gusta la bohemia”.
La pasión de Oliveri por el lunfardo surgió de su pasión por el periodismo y de una casualidad. A los 5 años, ya jugaba frente al espejo a que era periodista de radio. “Agarraba un florero y la flor era el micrófono”, recuerda. Emulando a “Conversando con Tita”, el programa de TV que reunía a Tita Merello con Víctor Sueiro, el que él inventaba se llamaba “Charlando con todo”. Su imaginación estaba azuzada por las películas de Carlitos Balá, Luis Sandrini, Palito Ortega y Libertad Lamarque, que él veía con su abuela.
Después de un frustrado paso por Historia, Oliveri se graduó de Periodista en el Instituto Grafotécnico. Para entonces, era fanático del rock nacional y en su Winco escuchaba a Luis Alberto Spinetta, Serú Girán y Manal. Su primer entrevistado, en 1983, fue Miguel Abuelo y la nota salió en su propia revista under, Amanecer. “La hacía con un amigo y la vendíamos en los recitales”, cuenta. También trabajó en Diario Popular y compartió micrófono en radio con Guillermo Brizuela Méndez en “La bailanta de Brizuela”, por FM Unión de Villa Ballester. En esa misma radio, en 1999 condujo un programa de rock, “Mejor no hablar de ciertas cosas”. Y en ese punto de su vida es que intervino la casualidad.
“Después de mi espacio, José Gobello tenía un programa político. Un día Gobello escuchó mi programa y se sorprendió por la cantidad de lunfardo que había en el rock. Le llamó mucho la atención que Los Redondos usaran el término cafúa, que quiere decir cárcel. Y me pidió un trabajo con cien lunfardismos del rock argentino. Se lo llevé a la Academia Porteña del Lunfardo, de la que es presidente, y sacó un folleto. Ese hecho me cambió la vida y me ayudó a encontrar un camino”. En la presentación del folleto, un académico cuestionó por lo bajo: “Lo único que faltaba, que ahora se ocupen del rock”. “Era el poeta Héctor Negro, que hoy es amigo mío”, se ríe Oliveri, académico él mismo desde 2002.
Su especialidad es, precisamente, detectar nuevos lunfardismos, que surgen de géneros musicales como el rock o la cumbia o hasta de una crisis. Como la de 2001, que legó términos como “corralito”. Ya publicó once libros y otros diez en colaboración con Gobello, incluyendo “Tangueces y lunfardismos del rock argentino”.
“Detecto palabras leyendo los diarios –dice–. Una de mis principales fuentes es el Sí de Clarín. Algunas cosas primero te suenan a chino, pero ahí está la clave de lo que luego vas a encontrar en el cuerpo principal del diario. Me acuerdo la primera vez que apareció un título que decía Pity Alvarez tiene que bajar un cambio. La expresión se generalizó y un día vi un título de Política que decía: Macri bajó un cambio en la Ciudad. Así es el lunfardo”.
Oliveri asegura que gracias a él, la vieja guardia del lunfardo descubrió que chabón ya no era “gil, tonto”, sino “tipo innominado”. También los introdujo en las delicias idiomáticas de la cumbia villera. “He ido a ver a Damas Gratis o a las bailantas, por supuesto que no de traje, sino camuflado. Y me encantó. Así como nosotros en la cola para un recital en Obras nos pedíamos un faso, hoy el faso es de marihuana y el de tabaco es un careta. Todo se transforma”, cuenta.
En cambio, se queja de los Wachiturros. “Lo que pasa ahora es que hay inventos comerciales que generan guita para los productores. Este grupo dice que wachi es joven y turro, elegante. Pero yo no sé cuánto va a durar esto en el lunfardo. No es como el guachín de la cumbia, que quiere decir jovencito y ya quedó y se usa”. Y cita con admiración otras expresiones que sobrevivieron a los tiempos, como qué bajón o qué pálida. “Quedaron de la época de los chetos y hoy se usan en todas las clases sociales”. Eso sí: no tolera el “Che, boludo” de hoy. “Yo nunca llamaría así a alguien”, se molesta.
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