Pese a haber filmado más de cincuenta películas, en las que compartió el cartel con figuras de la magnitud de , los argentinos la recordarán siempre por haber sido la compañera de Carlos Gardel en “Cuesta abajo”. Hoy (1990), a los ochenta y tres años, Mona Maris sigue manteniendo el porte fino y distinguido que la caracterizó en su época de estrella de Hollywood, y sus recuerdos la convierten en uno de los últimos testigos de quienes convivieron con Carlos Gardel.
«Me eligieron para “Cuesta abajo” de una manera muy singular: por teléfono. Estaba en California y me enteré de que la Paramount estaba buscando dos actrices con tipo latino para hacer los papeles de una niña bien y una vampiresa. Las candidatas eran Rosita Moreno, Raquel Torres y yo. Acababa de filmar con Cary Grant "El templo de las hermosas", dirigida por Harlan Thompson.
«En los tiempos iniciales del cine sonoro se tenía muy en cuenta la voz. El propio Carlos Gardel, quien estaba acompañado por Alfredo Le Pera y el director Gasnier, tomó la prueba telefónica en los estudios de la Paramount en Nueva York. Gardel hablaba enfatizando aún más su típico acento porteño, seguramente para comprobar cuál era nuestra reacción. Nunca lo había visto y recién lo conocí cuando me eligieron. Fue para el papel de la vampiresa.
«Empecé haciendo personajes de niña tonta, pero con el tiempo me di cuenta de que las mujeres fatales eran doblemente interesantes. Lo que no entendí en ese momento fue la razón por la que me eligieron. Nunca tuve acento argentino. De Buenos Aires me fui siendo muy pequeña, con apenas cuatro años, a vivir con mi abuela, a Francia, a los Altos Pirineos. Prácticamente había perdido mi idioma original. Lo recuperé en Los Angeles, hablando con los mexicanos.
«La filmación duró un poco más de cinco semanas. Allí descubrí que Gardel era un ser encantador y muy buen mozo. Había logrado una gran madurez intelectual y refinamiento en sus costumbres, pero ninguno de esos atributos le hizo perder la espontaneidad, la fuerza natural de su personalidad.
«En el trabajo era muy solidario con sus compañeros, sobre todo con aquellos que comenzaban. Además tenía una enorme honestidad, algo poco común en una figura de su fama. Era consciente de que tenía muchas dificultades como actor y lo confesaba sin ningún pudor. No sabía qué hacer con las manos, pero ponía una gran dedicación y estoy segura de que hubiera llegado a ser un muy buen actor, como lo fueron Bing Crosby o Frank Sinatra, quienes también llegaron al cine como cantantes y fueron excelentes intérpretes.
«A Carlos lo vi por última vez en Nueva York, en agosto de 1934. Fue en una cena. Habíamos terminado “Cuesta abajo” y quedamos en comunicamos telefónicamente para continuar filmando. Regresé a Los Ángeles y posteriormente me fui a Europa. Una mañana estando en el hotel Savoy de Londres, el maitre, de apellido Santarelli, gran admirador del Zorzal Criollo, me dio la noticia de su muerte. Tuve una reacción muy peligrosa: estuve un mes sin querer hacer nada.
«Se dijo que de no haber mediado esa desgracia, pude haberme convertido en el gran amor de Gardel. Se especuló bastante con esa posibilidad. Lo cierto es que me sentí muy atraída por su personalidad y creo que a él también le impactó la mía. Teníamos algo en común: los dos éramos “hijos del amor”. Ninguno de los dos conoció a su padre. La diferencia fue que a Gardel lo educó su madre. Charlamos bastante sobre el tema y logramos una comunicación muy particular. Seguramente, si hubiéramos vivido en Nueva York, es probable que esa mutua atracción se hubiera transformado en amor.
«Era muy cálido, muy generoso, con una seducción fuera de lo común, pero también muy tímido. Esa timidez lo hacía muy particular en sus relaciones, sobre todo con las mujeres.
«Era muy respetuoso de las mujeres, nada agresivo en el terreno del amor, pese a que todas las mujeres lo perseguían. Gardel fue muy hombre, lo conocí lo suficientemente bien como para asegurarlo.
«Gardel no fue un mito, es una realidad, y lo sigue siendo. Interpretó como nadie la música de su pueblo, y la gente lo que hace es seguir reconociéndoselo.»
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