Para dar una acabada idea de lo antedicho, nos remontamos a fines del siglo XIX, a un moreno llamado Rosendo Medizábal, pianista que se desempeñaba en la casa de María “La Vasca”, y a una calurosa noche de noviembre de 1897. Esa tarde había ganado en el hipódromo de Palermo el caballo “Pillito” el Gran Premio Internacional, hoy Carlos Pellegrini. Los allegados a su caballeriza entre los que se encontraban Pablo Aguilera (que fue quien lo condujo), el cuidador Bastiani y otros, estaban festejando el triunfo del mismo, mientras el moreno pianista ejecutaba un tango aún sin nombre. Llamado a la mesa y al ser interrogado sobre el título respondió que no lo tenía, sugiriéndole entonces los concurrentes que le pusiera el del caballo ganador, cosa que decidió hacer; pero otras circunstancias hacen que cambie de opinión y el mismo termine siendo “El Entrerriano”, el que llega a nuestros días con la frescura y lozanía de aquellos lejanos años.
Alfredo Bevilacqua, pianista también, no escapó a la pasión que engendra el denominado Deporte de los Reyes; es así que entrando ya en el nuevo siglo le dedica a Domingo Torterolo, para esos años de gran predicamento en el oficio, un tango que titula “Gran Muñeca”. En cuanto a Torterolo y sus hermanos, se radicaron luego en París por largos años, extendiendo allí su amistad con los hermanos Pizarro, Petorossi, y luego Gardel, con quien puede vérselo en varias fotografías.
Tampoco Angel Villoldo fue ajeno a los aconteceres de nuestro turf; éste era asiduo concurrente al viejo Hipódromo Nacional -situado donde hoy está la cancha de River- como también al de Palermo, cuya inauguración data del 7 de mayo de 1876. Luego de los éxitos de “La Morocha” y “El Choclo” Villoldo compone el titulado “Una Fija”, en clara alusión a un caballo que no podía perder. Carlos Di Sarli en la década del ’40 hace una extraordinaria versión de dicho tango.
Cabe ahora mencionar a Eduardo Arolas, brillante como compositor tanto en el aspecto cualitativo como cuantitativo. Sus tangos no tienen parangón y estaría de más hablar de ellos ya que los de mayor divulgación fueron y son ejecutados por todas las orquestas; pero nos detendremos en dos relacionados a nuestro tema: Se trata de “Dinamita” y “Retintín”. Este en principio estaba dedicado a su amigo Rafael Tuegols (de allí la estrofa que dice “Qué hacés Che Rafael”), pero luego y para engrosar los escuálidos bolsillos del “Tigre del Bandoneón” fue “obsequiado” al propietario del caballo que origina el título, con la consiguiente retribución monetaria como era costumbre para la época. En cuanto a “Dinamita”, fue un pura sangre sin mayor éxito y pese a que el tango está dedicado “A mis queridos padres y hermano”, la portada de la partitura del mismo muestra la foto del caballo con su jinete en acción de desmontarlo.
Al Arolas turfman puede vérselo en curiosa foto en el hipódromo parisino de Longchamps, elegántemente vestido y con bastón, en compañía de dos damas, lo que desmentiría que estuviera atravesando momentos críticos económicamente.
Dos hechos singulares tienen lugar en 1917. El primero es la aparición en las pistas de un auténtico crack llamado Botafogo, a quien condujo durante ese año Jesús Bastías, al cuidado de Felipe Vizcay. El segundo es la invención que realiza Pascual Contursi a través de la letra para un tango que revolucionaría toda la temática del mismo. Sobre una música de Samuel Castriota titulada “Lita” y que estaba condenada a permanecer en el anonimato, Contursi le acopla versos y lo rebautizan con el título de “Mi Noche Triste”, considerándoselo el primer tango cantable con argumento.
Pedro Maffia, “El Pibe de Flores”, el que para ejecutar el bandoneón adoptaba la rígida postura, el de “Pelele”, “La Mariposa”, “Sentencia” y otros, tampoco pudo sustraerse al encanto que proporciona el fru-fru de las coloridas chaquetillas. Es así como en colaboración con Julio De Caro componen “Tiny”, en alusión al ganador del Gran Premio Carlos Pellegrini del año 1919, y solamente Maffia “Averán”, en honor a un animal que no tuvo trascendencia en las pistas pero sí en la melodía aportada por su creador para el tango homónimo.
Cabe agregar para dicho músico, que poseemos una inhallable placa con la grabación de un tango titulado “Correntino”, que dedica a su admirado Elías Antúnez en el año 1930, y que es anterior a “El Yacaré” en una versión para el sello Nacional-Odeón por el dúo Ruiz-Torres con letra de Enrique Lopez, que ensalza al jockey a poco de llegar de su Corrientes natal a Palermo.
Redundante sería extendernos en Irineo Leguisamo, hondamente vinculado tanto al turf como al tango. Simplemente diremos que en la tarde del 13 de diciembre de 1931, de las 8 carreras que se disputaron en Palermo, triunfó en 7 y entró segundo en la restante. Por la noche le enviaría un telegrama a su fraterno Gardel, a la sazón actuando en París, con el suiguiente texto: “Carlos, corrí 8 y gané 7. Abrazos, Mono”.
Llegamos así a algo que es imposible de soslayar: El stud de la calle Olleros, donde cuidaba Francisco Maschio, apodado “El Brujo”, y donde se alojaron los cracks más famosos desde mitad del ’20 hasta mediados del ’30; allí concurría el Zorzal a darle el terroncito de azucar a su Lunático. Dicha caballeriza llevaba por nombre “Yeruá”, con chaquetilla color oro y mangas lila; frecuentes allegados al mismo fueron cantores, poetas y demás, entre los que se contaban Maffia, Néstor Feria, los hermanos Ratti, Edgardo Donato, Agustín Irusta y otros grandes de la época. Dicho stud cayó bajo la implacable piqueta en 1957 para dar paso, cuándo no, a un edificio de departamentos.
Para perpetuarlo, el autor de esta nota junto con el folclorista Oscar Valles habían iniciado la composición de un tango que no llegó a concretarse en su totalidad debido al fallecimiento del músico, y del que transcribimos la primer cuarteta: Era el stud de Maschio, por la década del veinte / Albergue de pur-sang, poetas y cantores / Hoy qué lejos todo eso, qué vacío y ausente / El duende del recuerdo nos devuelve sus flores.
Tampoco puede excluirse a Hector Marcó de estos apuntes, cuyo verdadero apellido era Marcolongo. Prolífero autor y compositor en ciertos casos, y en otros en colaboración con músicos de la época, destacándose entre ellos Carlos Di Sarli (“Porteño y Bailarín”, “En un Beso la Vida”, “Nido gaucho”, etc). Enamorado de los pingos, fue propietario de una caballeriza cuyo nombre remitía a la conjunción de sus dos pasiones, ya que la denominó “Nido Gaucho”. Brindó a dicha pasión los tangos “Tirate un Lance”, “Arriba Jara”, “Te lo Digo por tu Bien” y la milonga “Tardecitas estuleras” donde nombra a su hermano Ricardo, que le atendía profesionalmente sus caballos, entre los que se contaban “Pilote”, “Versado”, “Vichador” y otros.
Para Alberto Gómez necesitaríamos una nota aparte, pero no sería del caso omitirlo ya que fue, aparte de excelente cantor, “burrero” nato. Como ejemplo de lo antedicho tenemos su “Milonga que Peina Canas” en la cual hace un raconto de todos los cracks que pasaron por los distintos hipódromos y en distintas épocas, pero como decimos al comienzo, en otra desglosaremos uno por uno los ejemplares que cita en dicha milonga.
Carmen Idal, cancionista de los años cuarenta, también se acercó al turf. Propietaria junto a su esposo el escribano Jorge Picaso Cazón del stud “Mis Leones” (chaquetilla negra con dos bandas blancas cruzadas); puede vérsela en una fotografía del diario Crítica sosteniendo de las bridas a su potranca “Tana Linda”, que había ganado la Polla de su sexo en el año 1956.
Como corolario, ya que proseguir en detalle equivaldría a llenar páginas íntegras, citaremos en forma global a restantes personajes de nuestra música que nutrieron y de los que se nutrió nuestro turf: José Razzano y Enrique P. Maroni fueron propietarios del stud “La Taba”; Alfredo De Angelis y su cantor Julio Martel fueron dueños de los caballos “Devorador” y “Chincal” respectivamente; ambos Magaldi, padre e hijo, de “Simpatía” y “Chusarito”; Homero Manzi, quien se mudó a la calle Oro y Libertador para estar más cerca del hipódromo; finalmente tenemos a Jorge Vidal, vigente en la actualidad, muy buen cantor y mejor “burrero”, quien inmortalizó en discos títulos tales como “Milonga burrera”, “Salvame Legui”, “Pingo Lindo” y varios más del mismo tenor.
Y sí, los caballos siempre estuvieron muy ligados a la historia argentina. Desde siempre en el ejército también, se vinculó a la equitación con la elite porteña. Hoy en día, podés ir al hipódromo (yo iba porque alquilaba departamentos en Palermo) y estaba cerca). Muy buen espectáculo se ofrece!
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