martes, 20 de enero de 2015

Orlando Goñi, el mariscal del tango

Su amigo desde la adolescencia, Alfredo Gobbi, compuso en 1949 cuatro años después de su muerte el tango “Orlando Goñi”, un tango grabado por el propio Gobbi y más adelante por Aníbal Troilo y Osvaldo Pugliese, un merecido y poético homenaje a quien fuera considerado el gran pianista del tango, “el pulpo del piano”, como lo calificara un admirador.
Orlando Cayetano Goñi nació en Buenos Aires, en la zona del mercado Spinetto, el 20 de enero de 1914, y murió en Montevideo, en la casa de su amigo el bandoneonista Juan Esteban Martínez, el 5 de febrero de 1945, cuando apenas había cumplido treinta y un años y tenía la salud hecha trizas por los excesos del alcohol y las drogas.
Con la música se relacionó desde pibe y su maestro fue Vicente Scaramuzza, el mismo que le dio clases a ese otro grande del piano que fue Osvaldo Pugliese. Se asegura que a los 13 años estaba en la orquesta de Alfredo Calabró, pero lo seguro es que su primer grupo musical lo formó con su amigo Alfredo Gobbi, Alfredo Attadía, un Troilo muy jovencito, Luis Adesso en el bajo y su hermano José Goñi, en el violín.
No ha cumplido veinte años y su destino definitivo ya es el tango, una vocación que la desarrollará desde el piano donde, quienes lo conocieron, aseguran que demostró un inusual talento para la interpretación. Al respecto, las consideraciones de los críticos son casi unánimes: el piano de Goñi se distingue por un fraseo claro, un ritmo inconfundible, un estilo donde es evidente la influencia del jazz, la síncopa y el swing, variaciones aprendidas escuchando muy de pibe las sesiones de tango de Julio de Caro en el Cine Select de calle Lavalle o disfrutando de la música de su admirado jazzista Tedy Wilson.
Después de una muy breve temporada con Miguel Caló, está en radio Fénix con Cayetano Puglisi, acompañado de Eladio Blanco, Totó Rodríguez y Alfredo Calabró en la línea de bandoneones; Mauricio Nise en el violín y Francisco Vitale en el bajo. En otro momento, está el LR1 Radio el Mundo con los bandoneonistas Ciriaco Ortiz y Totó Rodríguez, los violinistas Holgado Barrios, Pedro Sapochnik y el propio Cayetano Puglisi; en el bajo está Vicente Sciareta y las voces son las de Susy del Carril y el mítico Antonio Rodríguez Lesende.
En ese deambular por diferentes formaciones musicales -una excepcional y privilegiada escuela de aprendizaje-, participa en la Orquesta Típica Paraguaya y en un improvisado cuarteto constituido para acompañar al cantante riojano Enrique Arbel, ocasión en la que grabarán “En un beso la vida” y “Charlemos”. En los carnavales de 1936, se lo ubica en la orquesta de Francisco Canaro y Luis Ricardi; también se sabe que en algún momento estuvo en el Café Nacional con la orquesta de Manuel Buzón, el hombre que en su momento le presentó a Troilo, motivo por el cual en 1937 será convocado por éste para integrar la orquesta que acaba de constituir. Más de seis años estuvo Goñi con Troilo, un tiempo en el que grabará 71 temas, un detalle menor comparado con su gravitación en esa formación musical, al punto que se llegó a decir que el alma real del grupo era el piano de Goñi, un detalle que captó rápidamente Astor Piazzolla, quien dirá al respecto: “Su forma de tocar el piano marcó el sonido de la primera orquesta de Troilo”.
Verlo frente al piano era un espectáculo aparte. Desdeñaba los rigores formales; se sentaba frente al piano como si estuviera en la mesa del café, no usaba los pedales, apenas prestaba atención al pentagrama; su genio era la improvisación, aquello que un crítico llamó la imaginación creadora. En ciertos momentos, daba la sensación de mover las manos con desgano, pero a las teclas les arrancaba sonidos únicos, recreando un fraseo delicado con la mano derecha, mientras la mano izquierda marcaba los bajos.
La orquesta de Troilo contaba con los bandoneones además del suyo- de Totó Rodríguez y Gianitelli; los violines de Reinaldo Michele, Pedro Sapochnik y José Stilman; Fazio en el bajo y, por supuesto, Goñi en el piano. Troilo debutó en el cabaret Marabú y en esas sesiones de hacha y tiza Goñi dictó cátedra interpretando temas como “Uno”, “Cuando tallan los recuerdos”, “Farolito de papel”, o “Corazón no le hagas caso”.
El pasaje de Goñi por esta orquesta fue tan brillante como conflictivo. A su talento increíble se sumaban sus impuntualidades, las inconstancias profesionales de una vida disipada que fueron minando la paciencia de un veterano de la noche como fue Troilo. Piazzolla recuerda que en diferentes ocasiones él debía hacerse cargo del piano, pero lo cierto es que estas ausencias, que se fueron reiterando con el paso del tiempo, se cortaron por la sano cuando Troilo se presentó con un escribano en el Café Germinal, donde Goñi estaba dado vuelta, trámite legal que le permitió cesantearlo, vacante que en poco tiempo será ocupada por José Basso.
Expulsado de la orquesta de Troilo, decide formar su propia orquesta que debutará el 1º de diciembre de 1943 en el Café Nacional, ocasión en la que un cronista del diario El Mundo lo calificará como “El mariscal del tango”. En esa formación, están en la línea de bandoneones el excepcional músico rosarino Antonio Ríos, el impecable Eduardo Rovira, Luis Bonnat y Roberto Di Filippo; en los violines se destacan Rolando Curcel, José Amatrain, Antonio Blanco y Emilio González; en el bajo, Domingo Domaruma y Enrique Storani en el cello. Los cantantes merecen un capítulo aparte, porque allí van a estar Rodríguez Lesende, Osvaldo Cabrera, Raúl Aldao y el gran Francisco Fiorentino, quien se retira al poco tiempo fastidiado por las impuntualidades de Goñi. Lamentablemente, esta orquesta que en su mejor momento convocó a multitudes e hizo una muy buena temporada en Radio Belgrano, sólo dejó como testimonio de su arte una deficiente grabación en la que se destacan cuatro temas: “Y siempre igual”, “Mi regalo”, “Chiqué” y “El taura”.
Orlano Goñi vivió al límite y en esas condiciones a nadie le debería extrañar que haya muerto tan joven. Piazzolla, poco afecto a las efusiones sentimentales lo describe con palabras tiernas; “Tenía unas manos hermosas como no he visto en otro pianista. Era uno de esos personajes del tango: tenía en la cara la palidez de los músicos de cabaret y unas ojeras enormes. No le gustaba la música clásica ni el jazz, pero tocando el piano era algo supremo”. Desde otro lugar, Horacio Ferrer dice algo parecido: “Sería injusto para la valoración de otros ejecutantes, afirmar que fue el mejor pianista del género, pero sería también muy difícil afirmar lo contrario”.
Singular presencia la de Goñi en el tango: su vida fue breve, su bohemia desenfrenada seguramente debe de haber conspirado contra su propia formación musical; recién en los dos últimos años de su vida tuvo una orquesta donde sus indisciplinas eran célebres. No dejó escuela ni dejó discípulos y el único tema que compuso fue “Mi regalo”, pero sin embargo todos los críticos coinciden en destacar su genio, esa inspiración que le otorgaba a su piano un sello inconfundible.

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