Se dice que aquella noche del 5 de abril de 1942 en el cabaret Tibidabo - el de la calle Corrientes entre Talcahuano y Libertad- había entre el público una singular expectativa. Esa noche Aníbal Troilo anunciaba la presentación de un nuevo cantor, un cantor que acompañaría a Francisco Fiorentino la estrella más calificada del canto en aquellos años.
Troilo había llegado a la conclusión de que necesitaba dos cantores para atender los reclamos de un público que exigía buena música y vocalistas calificados, vocalistas capaces de interpretar las letras escritas por los poetas de entonces. Su olfato nunca le permitió equivocarse: todos los cantores que Troilo seleccionó a lo largo de su extensa carrera fueron ejemplares.
El Tibidabo ya era para entonces uno de los grandes templos nocturnos del tango y el lugar de cita obligada de un público leal a Troilo y Fiorentino. Fue esa noche entonces, luego de la intervención de Fiorentino, que se presentó en el escenario Alberto Marino, un muchacho de veintidós años. En esa ocasión cantó “Copas, amigos y besos” y al concluir un aplauso cerrado coronó su actuación, una nueva voz se instalaba en el firmamento estelar del tango, en una década como la del cuarenta que se distinguió por la calidad de sus cantores. Los testigos de ese bautismo fueron los músicos de la orquesta de Troilo: Pedro Sapochnik, Kicho Díaz, José Basso, Miguel Rodríguez, Eduardo Marino y Alberto García.
Nombres como los de Roberto Rufino, Alberto Morán, Francisco Fiorentino, fueron emblemáticos, pero para ser justos a ese trío habría que sumarle los nombres de verdaderas luminarias del tango como fueron, por ejemplo, Alberto Castillo, Angel Vargas, Hugo del Carril...y la lista podría seguir amplíandose porque en aquellos tiempos el tango era dueño y señor de los salones y del gusto popular.
La incorporación de Marino a la orquesta de Troilo fue muy comentada en su momento, porque en principio Marino había sido tentado para sumarse a la orquesta de Rodolfo Biagi, el pianista que para fines de la década del treinta se había separado de Juan D’Arienzo para iniciar su propio periplo acompañado de cantantes como Jorge Ortiz, Andrés Falgás y Antonio Rodríguez Lesende .
Marino decidió, como se dice en estos casos, sobre la marcha y, a decir verdad, no se equivocó. Se dice que la oferta económica de Troilo fue mucho más generosa que la de Biagi, pero más allá de esos detalles contables lo seguro es que la oferta musical de Troilo era superior a la del ex pianista de Juan D’Arienzo.
Troilo para entonces ya era, junto con Carlos Di Sarli y Osvaldo Pugliese, uno de los directores más reconocidos de su tiempo. Para 1942 ya llevaba cinco años como director de su propia orquesta, luego de su inicio en el Marabú, en 1937. Lo cierto es que Marino se sumó a Troilo y su prueba de fuego la tuvo esa noche en el célebre Tibidabo. Luego llegarán otros locales y otros públicos. Tres años después, para 1945, ese excelente músico que fue Orlando Goñi, bautizó a Marino como “la voz de oro del tango”, una calificación acertada atendiendo la excelencia vocal de quien para esa época ya era el cantante estelar de la orquesta de Troilo, porque en 1944 Fiorentino se había retirado de la orquesta y su lugar había sido ocupado, nada más y nada menos, que por Floreal Ruiz, quien para entonces cantaba en la orquesta de Alfredo De Angelis. La leyenda relata que fue Marino el que le sugirió a Troilo la incorporación de Ruiz. A De Angelis le molestó que le hayan quitado a uno de sus cantores preferidos, pero pronto halló generoso consuelo, porque en su lugar ingresó Carlos Dante, quien al lado de Julio Martel habrán de constituir una de las parejas más célebres del canto tanguero.
Alberto Marino se consagra con Troilo, pero ya para esa fecha era un cantor que había recorrido un interesante camino al lado de músicos de relieve como Emilio Balcarce, Fortunato Martino, Luis Maresca y Emilio Orlando, director que le permitió debutar junto con ese otro excepcional cantor que fue Roberto Rufino, debut que se produjo en el Alvear Palace Hotel de la Recoleta .
Con Troilo, Marino estará cuatro años decisivos para su carrera por todo lo que significa como aprendizaje y fama al lado de un director emblemático de la década. De aquella época quedan marcados para siempre con su estilo tangos como “Tres amigos”, “Fuimos”, “Tal vez será su voz”.
En realidad, Marino se inicia profesionalmente con Emilio Balcarce en 1939. El debut con el autor de “La bordona” es en radio La Nación (después Radio Mitre”. Entonces es presentado como Alberto Demari. Tiene diecinueve años y registra como antecedente profesional haber sido alumno de canto del maestro Eduardo Bonessi, el mismo que tuvo Carlos Gardel y con quien educaron su voz cantores como Héctor Mauré, Oscar Larroca, Nelly Vázquez y Francisco Fiorentino, entre otros.
Diez años después, es decir, en 1949, Marino vuelve a cantar con Balcarce y el debut se produce en el café Marzotto. La afluencia del público es tan amplia que desborda las instalaciones del local, motivo por el cual la policía se ve obligada a cortar el tránsito en la calle Corrientes a la altura de Libertad y Cerrito. Para entonces empieza a grabar en el sello Odeón e incorpora a otros de sus grandes hallazgos musicales, como son los tangos “Organito de la tarde”, “Venganza” y “La casita de mis viejos”.
Al iniciarse la década del cincuenta, Marino ya es definitivamente una de las grandes luminarias del tango, el mejor de todos, según la calificación apasionada de sus seguidores. Su excepcional registro de tenor y su formación musical clásica le permite pasar del agudo al bajo sin esforzarse. Afinado, sobrio, con una dicción perfecta, algunos críticos le cuestionan cierta frialdad para expresarse, pero más allá de los gustos fue, como dijera uno de sus biógrafos, un verdadero lujo para el tango.
Desde esa época hasta casi el fin de los años ochenta, Marino se paseó por los grandes escenarios nacionales e internacionales del tango. También contó con el acompañamiento de músicos notables: Roberto Grela, Hugo Baralis, Osvaldo Manzi, Alfredo de Franco. En la década del sesenta estuvo con José Canet y en la del setenta sus músicos fueron Miguel Caló y Armando Pontier.
Alberto Marino, el “Tano” Marino, murió en junio de 1989. Tenía entonces 69 años y su registro ya no era el de tenor, pero seguía cantando muy bien, como los dioses, al decir de uno de sus críticos. Vicente Alberto Marinaro, así se llamaba, nació en Italia el 26 de abril de 1920. Su padres, Angel Marinaro y Angela Musso habían sido cantante líricos y llegaron desde Verona a la Argentina en 1925. Sus amigos siempre ponderaron su hombría de bien y su responsabilidad profesional. Se casó con Irma Argentina Galván con la que tuvo dos hijos. Hoy sus discos son un testimonio documental de su calidad interpretativa. Basta con escuchar “Rosicler”, “La luz de un fósforo”, “Café de los Angelitos’’ o “María”, para admitir que Gobbi no se equivocó al calificarlo como “la voz de oro del tango”.
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