Entre las anécdotas que Osvaldo Miranda relataba con frecuencia se encuentra una que siempre contaba con emoción, recordando a su entrañable amigo Enrique Santos Discépolo y a esas reuniones de antaño, llenas de poesía, entre cantores de tango. Así la contó una vez a una revista porteña en 1997 (*): “Nos estábamos por ir y Enrique me dice ‘¡quedate a cenar...!’ Enrique no comía. ¡Nunca vi una cosa igual! Por eso, habitualmente no me quería quedar a cenar en su casa porque como mucho, siempre fui muy voraz... Además como muy rápido y Enrique comía despacito. No quería quedarme porque hacían cinco niños envueltos para toda la familia y yo solo me comía ocho... Insistió con una sanata que no le entendí: ‘Quedate porque hay una cosa que...’ –y bajando la voz– ‘mrindibum retii mnotoco... paramtán...’. ¡Cualquier cosa! Y mire qué regalo nos hizo a mi mujer y a mí. Sonó el timbre y cuando Enrique abre la puerta –porque ya era un poco tarde y la muchacha se había ido a dormir– aparecen Aníbal Troilo, su mujer, Zita, y Homero Manzi. Después de saludarnos, nos sentamos en el living junto al piano vertical: Enrique, Tania, mi mujer, yo, Homero a mi izquierda y frente a mí Troilo y Zita. Hablábamos de cualquier cosa y de repente Homero le dice a Troilo: ‘Bueno, ¿empezamos?’ A todo esto, yo en ayunas y Enrique también. Sabía que venían a hablar con él porque tenían una sorpresa, pero eso era todo. Entonces el Gordo Troilo largó un tarareo: parapapá papaipa, parapapaipa... y Manzi, que había sacado un papel, comenzó a leer. ¡Le leyó por primera vez el tango ‘Discepolín’ y yo estaba de testigo! Mientras Manzi leía yo no hacía más que mirar a Enrique, que se ponía cada vez más pálido. Y cuando llegó a esa parte con tu talento enorme y tu nariz..., ahí Enrique tenía dos lagrimitas... Cuando terminó hubo un gran silencio. Y yo, con la emoción de haber asistido a ese gran regalo”.
* Extraído de una entrevista a Osvaldo Miranda en la revista Arte y cultura del 11 de septiembre de 1997.
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