miércoles, 29 de octubre de 2014

El Tigre del Bandoneón

Piedra basal del tango moderno Apodado ‘El Tigre del Bandoneón’, su extraordinario talento como compositor lo colocan un peldaño arriba del resto en la historia del tango, mérito aún mayor si se tiene en cuenta que en su generación surgieron los más grandes creadores, entre ellos músicos de la talla de Bardi, Greco, De Bassi, Cobián, Firpo.
Sería el bandoneón el responsable de la consagración de Eduardo Arolas y fiel testigo de su genio como ejecutante 
En Enero de 1913, al tramitar su documento, rectificó su nombre y apellido. De Lorenzo Arola pasó a ser Eduardo Arolas. Hijo menor de padres franceses llegados al país en 1890 con el aluvión inmigratorio, nació dos años después en el barrio de Barracas, el 24 de febrero de 1892.

Cuando tomó notoriedad, lo apodaron ‘El Pibe de Barracas’ y más adelante ‘El Tigre del Bandoneón’. Desde su corazón bohemio surgieron más de 100 obras, aunque sólo llegaron al disco unas 30, que bastaron para consagrarlo como uno de los más grandes compositores de nuestro género ciudadano.

Además, fue un notable ejecutante y director que modificó en fuerza y en brillo lo que se escuchaba en otras formaciones de su tiempo. “Fue un refucilo, un relámpago, un estruendo que conmocionó a toda una generación de excelentes músicos que lo siguieron” (Jorge Göttling). 
Su primer tango, ‘Una noche de garufa’ (1909) fue concebido intuitivamente, de oído. Después hizo cosas que hoy mismo se consideran modernidades y sin embargo ya estaban en el fraseo y canto de su bandoneón. De ese impulso creativo basta con mencionar: ‘El Marne’, ‘La cachila’, ‘Comme il faut’, ‘La guitarrita’, ‘Lágrimas’, ‘Maipo’, ‘Retintín’, ‘Marrón glacé’, ‘Catamarca’, ‘Papas calientes’, ‘Derecho viejo’, ‘Rawson’ y ‘Fuegos artificiales’ (este con Roberto Firpo).

Todos llevados al disco por innumerables intérpretes. Testimonios indubitables en la construcción de un tango del más genuino romanticismo y modernismo, surgidos de una creatividad melódica llena de posibilidades para los arreglos y las variaciones. Con los primeros compases, uno se da cuenta que esa melodía pertenece a Arolas. 
En 1911 formó su primer conjunto con el guitarrista Leopoldo Thompson y el violín de Ernesto Ponzio, actuando en Buenos Aires y Montevideo. Luego integró un trío con el gran Agustín Bardi al piano y el violinista Tito Roccatagliatta. En 1912 armó un cuarteto incorporando un flautista. Requerido por Roberto Firpo para tocar en el Armenonville y otros escenarios, no tardó Arolas en formar su propia orquesta.
Con ella realizó incontables actuaciones en Montevideo, ciudad donde se radicaría para intentar olvidar un drama amoroso que lo marcaría el resto de sus días. No obstante, volvía frecuentemente a Buenos Aires para cumplir contratos puntuales y presentaciones, pero su autoexilio se repetía al término de cada trabajo. En 1917 participó como bandoneonista estrella en la gran orquesta de la fusión Canaro-Firpo.

Ese año comenzó a grabar con su propia formación para RCA Victor, donde se comprueba su sonoridad y
un ritmo de particular vibración. Héctor Ernié nos dice: “Su marcación rítmica en este período resulta –en comparación a las demás orquestas de la época- la más avanzada, con la inclusión de instrumentos no contemplados por otros directores, como el violoncello, el saxofón y el banjo”. 
En cuanto a sus obras más difundidas e importantes, siempre instrumentales ‘La cachila’ tiene tantas grabaciones que merecería un capítulo aparte, ya que la mayoría de las orquestas la incorporó a su repertorio. De todas ellas sobresale la versión del maestro Carlos Di Sarli (1941) con un final de 8 violines insuperable. Lo mismo se podría decir sobre ‘El Marne’; entre muchas versiones sin duda se destacan las de Osmar Maderna (1950), Aníbal Troilo (1952) y Horacio Salgán (1953). 
El tango comenzaba sus incursiones a París y la muchachada aristocrática flirteaba con músicos y personajes arrabaleros, generando un mundo donde convivían compadritos y bacanes. La noche, las mujeres y el permanente deambular por cafés y prostíbulos; el éxito, la fama y una adolescencia apresurada generaron la idea de que la vida era una farra interminable. Concluida la Primera Guerra Mundial, como todo tanguero porteño, soñaba duplicar su éxito en París. Un oscuro episodio en Montevideo, donde Arolas atropelló un chico con su automóvil, aceleró su viaje. En 1920 se embarcó y, como Gardel, hizo pie en esa sociedad distinta. Es que el primero era francés de nacimiento y porteño de adopción; el segundo argentino, hijo de padres franceses. 
Pasado un tiempo, Eduardo Arolas regresó a Buenos Aires, que lo vería por última vez. De vuelta en París, ya era un hombre terminado. Murió el 29 de septiembre de 1924, dejando su última obra, la única escrita en Francia: ‘Place Pigall’. Sus restos fueron repatriados 30 años después, en la segunda presidencia de Perón. 
Al margen del notable músico y compositor, hubo ‘otro’ Eduardo Arolas; el personaje casi de leyenda. El aficionado a la bebida -muchas veces actuaba con una botella de ginebra junto a su silla-; el que vestía en su adolescencia a la moda orillera del momento, con su melena, que luego acortó; con el cigarrillo en una larguísima boquilla y con sus anillos sobre los guantes, ampulosidad ésta que no le era exclusiva, ya que solía ser común en bailarines y cafishios. Posteriormente, adoptó una elegancia propia de verdadero bacán. Y era también proxeneta. Acerca de esta otra profesión, se refería el historiador Otto Miller: “Arolas era cafishio. Pero un cafishio al que las mujeres terminaban por sacarle todo”. 
Así le ocurrió con Delia López (‘La Chiquita’), a quien conoció en un burdel de Bragado, en el que actuó en 1912, y a la que arrancó de allí para llevarla a convivir con él. Le dedicó los tangos ‘Delia’ y ‘Nariz’ (este a raíz de su tic de tocarse la nariz con los dedos). Delia terminó por engañarlo con el propio hermano mayor. En cuanto a otros amoríos, se sabe que ‘El Tigre’ hizo su segundo viaje a París junto a la francesa Alice Lesage, inspiradora de su tango ‘Alice’. Y resulta significativa la circunstancia de que, en una fotografía parisiense de 1923, Arolas luzca junto a su moderno automóvil marca Amílcar y a dos señoritas... no a una, que sería lo normal si se tratara de un romance. ¿Dos pupilas..? Se sabe, además, de otra relación durante su estadía final con una bailarina del cabaret ‘Le Perroquet’, de la que sólo quedó el nombre de pila, Bernardette. 
París, 1924. Hospital Bichat. El 29 de setiembre, a las 18.55 de una tarde gris, Eduardo Arolas se despedía de la vida. La partida de defunción señalaba: ‘Diagnostic: Tuberculose Pulmonaire’. Sin embargo, es mucho más romántica la versión de un Arolas muerto a raíz de una golpiza de ‘macrós’ parisienses, “por robarse una francesa”, como sostuvo Enrique Cadícamo. Esos mismos rufianes habrían ‘tapado’ monetariamente la verdadera causa. Las opiniones al respecto son contradictorias. Lo cierto es que el gran Arolas sigue vivo en su obra. Una obra que, por otra parte, ha trascendido nuestras fronteras. ‘Desillusioned’ (Desilusionado) fue retitulado en los Estados Unidos el tango ‘Derecho viejo’. ¿Qué melancolía habrán captado los yanquis en esas notas compadritas para darles tal título..? Sí, Arolas no ha muerto porque sus tangos son inmortales. 

Adiós Arolas - ( Se llamaba Eduardo Arolas ) - Tango - 1949 

Con tu bandoneón querido, 
Eduardo Arolas te fuiste, 
enfermo de amor y triste 
en busca de olvido. 
No se apartó de tu lado 
aquel amor del que huías 
y al escapar te seguía 
una sombra de mujer. 

El veneno verde del pernod 
fue tu amigo de bohemia, 
y tu triste inspiración 
floreció en tu bandoneón 
como flores de tu anemia. 
Y una noche fría de París, 
pobre Arolas te morías, 
cuarto oscuro de pensión, 
una lluvia fina y gris 
y la muerte tras cartón. 

Aquella noche Montmartre 
estaba en copas, de fiesta, 
y vos oyendo tu orquesta 
pensando sanarte. 
Las notas de un tango tuyo 
desde el cabaret llegaban 
y el bandoneón te rezaba 
un responso compadrón. 

Letra: Enrique Cadícamo. - Música: Ángel D’Agostino.

La versión más difundida fue la de Angel D’Agostino con su orquesta y la voz de Rubén Cané,
grabada el 10 de Agosto de 1953 para RCA Víctor.

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