tomó por adopción.
En 1901 Casimiro Aín viaja a Europa en un buque de carga, trabajando de cualquier cosa menos como bailarín.
A su regreso en 1904 actúa en nuestro teatro Ópera junto a su esposa Marta.
Durante los festejos del Centenario (1910) actúa con gran éxito, convirtiéndose definitivamente en un profesional de la danza cuando viaja en 1913 a Francia con la orquesta típica que integraban el bandoneonista Vicente Loduca, el violinista Eduardo Monelos y el pianista Celestino Ferrer.
Se presentaron en el mítico Cabaret El Garrón que era el reducto de la comunidad argentina radicada en París y que encabezaba el músico Manuel Pizarro.
Luego viaja a Nueva York donde permanece tres años, volviendo a Buenos Aires en 1916.
La década del '20 lo encuentra nuevamente en París, donde gana con su compañera Jazmín, el Campeonato Mundial de Danzas Modernas, que se realizó en el Teatro Marigny en el mes de junio y compitiendo con 150 parejas.
Más tarde con la alemana Edith Peggy recorrió toda Europa y en 1930 retorna definitivamente a la Argentina para actuar unos pocos años más.
Existe una historia, para nosotros una leyenda, ya que nunca fue debidamente comprobada, que el primero de febrero de 1924, por una iniciativa del entonces embajador argentino ante el Vaticano, Don García Mansilla —muy preocupado en disipar el sayo de la inmoralidad del tango y su prohibición eclesiástica—, Aín bailó ante el Papa Pío XI y otros altos dignatarios el tango Ave María, de Francisco y Juan Canaro. Su pareja fue la bibliotecaria de la embajada, una señorita de apellido Scotto, acompañados por la música de un armonio. El tango elegido, muy livianito recibió la aprobación del Papa.
Esto lo cuenta y lo afirma Aín en un reportaje que se le realizó a su regreso de Italia. Pero nuestro amigo, el musicólogo Enrique Cámara, catedrático de la Universidad de Valladolid y con muchos años de residencia en Italia, recorrió con pacientemente la hemeroteca del Vaticano, en especial su diario L'Osservatore Romano, y no encontró nada al respecto.
En un artículo transcripto en la revista Tango y Lunfardo Nº 34 dirigida por Gaspar Astarita, el periodista Abel Curuchet entrevista a Casimiro Aín, en una publicación aparecida el 21 de marzo de 1923.
Allí nos dice «es en realidad un hombre simpático que habla a grandes voces, ni joven ni viejo, tendrá a lo sumo cuarenta años. De mediana estatura, viste con corrección aún cuando su elegancia es escasa. Al saber que soy cronista y que desconozco su obra y su prestigio, el hombre se desvive por ponerme al corriente de su vida.
«¿Si se baila mucho? Nunca como este año, la gente parece que no quiere más que bailar. No doy abasto con las lecciones.
«Mire esta libretita —la miro y leo, en orden alfabético, los nombres más copetudos—.
«Son a los que le di lecciones. Yo me dediqué al baile por casualidad. Fue una aventura de muchacho curioso y bohemio. Mi primera salida del país fue allá por 1903. No sabiendo qué hacer en Buenos Aires, me embarqué sin rumbo en un vapor que me condujo a Inglaterra. Estuve un mes en Londres y de allí pasé a París. Con dos amigos comenzamos a recorrer los bares y cabarets, con una guitarra raída y miserable y un violín destartalado, formamos un terceto errante y pintoresco. Yo comencé a bailar el tango criollo. El éxito que tuvimos fue rotundo, empezamos a ganar dinero a granel. De París fui a España, donde después de una breve estadía, regresé a mi país. Me fui perfeccionando en el baile e hice progresos notorios que me valieron importantes contratos para bailar en los teatros, como número de fin de fiesta.
«En 1913, deseoso de conquistar fama y fortuna, hice mi segunda salida de la patria. En el vapor Sierra Ventana, partimos a la aventura, yo y tres muchachos amigos. Uno de ellos pianista, el otro cargaba su violín y el tercero con un bandoneón. (se refiere a Ferrer, Monelos y Loduca, viaje que fue costeado por Ramón Alberto López Buchardo, importante personaje de la sociedad porteña).
«Llegamos a Bulogne Sur Mer y ni bien desembarcamos tomamos el tren rápido a París que llegó a las doce de la noche. Era una noche de un invierno cruel y lo primero que decidimos fue marchar a Montmartre. Encontramos el primer cabaret y nos metimos, estaba rebosante de gente. Y llegado el momento nos metimos con lo nuestro, atrajimos al público que nos tiraba unos francos, tantos que los cuatro vivimos muy bien durante un mes. Hubo suerte, porque aquel cabaret era el Princesa, famoso luego cuando en manos de Manuel Pizarro se transformó en El Garrón.
«También anduve por Dinamarca, Alemania, Rusia y Portugal. Por el momento no creo que regrese al Viejo Mundo. Aquí he reunido una fortuna respetable que me permite vivir rodeado de comodidades. Además están mi familia, mi madre, mi esposa y mis hijos.
«Claro que el dinero que gano me cuesta fatigas, pero no tengo más remedio que seguir enseñando a bailar a los que no saben, como si fuera un nuevo mandamiento.
«¿Usted quiere saber cuánto bailo yo? Le citaré un caso. Los siete días de la semana, por veinticuatro horas, dan un total de ciento sesenta y ocho horas. Pues bien, durante la semana del carnaval pasado bailé ciento veinticuatro horas repartidas así: en el salón del Club Pueyrredón, setenta y cuatro horas; sumadas a las siete u ocho lecciones diarias, que son otras cincuenta horas. Suponiendo que cada hora de baile corresponda a tres kilómetros, he recorrido trescientos setenta y dos kilómetros.
«Además, anote que he bailado con unas veinte mil personas.
«¿Si gano mucho dinero? Por año unos ciento veinte mil pesos.
«En eso se nos acerca una señora y le pregunta al bailarín cuándo podrá ir a su casa para unas lecciones, Aín consulta su libretita y le contesta que recién en tres semanas, la dama se retira después de saludar fríamente.
«Realmente comprobamos que es un artista exitoso.»
No hay comentarios:
Publicar un comentario