Tiene casi cien años y los que lo conocen aseguran que sigue tocando el piano como en sus buenos tiempos. Aníbal Troilo lo calificó como “el mejor bandoneonista de Buenos Aires”. Pichuco no se equivocaba. Cuando un periodista intentó corregirlo recordándole que Salgán es pianista, le respondió diciéndole que si prestara un poco de atención a la manera en que toca el piano, se daría cuenta de que lo hace como si fuera un bandoneón, con el mismo fraseo y ritmo.
Arreglador, compositor, director, Horacio Salgán es por sobre todas las cosas uno de los grandes músicos argentinos y un testimonio vivo de la historia del tango. Se me puede escapar algún nombre, pero me atrevería a decir que junto con Emilio Balcarce y Mariano Mores integran el trío de sobrevivientes, testigos del origen del mito musical más formidable que supo generar el Río de la Plata.
El padre de Salgán tocaba el piano y se dice que estimulado por ese ambiente a los cinco años el chico ya se le animaba a las teclas. Se formó al lado de quienes lo iniciaron en los secretos de la armonía y el contrapunto. Uno de sus maestros fue Vicente Scaramuzza, maestro de Martha Argerich. Otro fue, Pedro Rubeone, maestro de Carlos García.
Su formación académica le permitió siendo todavía un adolescente subir al escenario de la sala del cine Universal de Villa Urquiza y deleitar al público con el piano. Un año después se conocía con el violinista Elvino Vardaro y en algún momento integró la orquesta de Juan Caló y luego la de Miguel. Si un músico se define por sus tradiciones, las tradiciones que sostienen a Salgán se llaman Roberto Firpo, Julio de Caro y Agusín Bardi, a quien le dedicará uno de sus temas memorables.
Antes de cumplir los treinta años ya tenía su primera orquesta y su personalidad musical estaba definida. En esa experiencia inicial lo acompañan músicos que darán que hablar. Allí están Leopoldo Federico, Ernesto Baffa e Ismael Spitalnik. Salgán también se distinguirá por la selección de los cantores. A Roberto Goyeneche lo llevó a su orquesta cuando todavía se ganaba la vida como chofer de colectivo. A Edmundo Rivero lo sostuvo contra viento y manera ante empresarios y promotores que pretendían descalificarlo porque -decían- que su voz no daba para el tango. Oscar Serpa, Horacio Deval y Jorge Durán serán otros de sus cantores, pero en aquellos años el cantor más notable, al que luego el propio Goyeneche reconocerá como su maestro, será Angel Díaz, el Paya, como le decían sus amigos.
“No vine a modificar ni hacer nada porque el tango no lo necesita. Vine con toda modestia a expresar mi lenguaje musical”, dijo en una entrevista. Precisamente en 1950, en un club de barrio, estrena una de sus creaciones de más jerarquía, tal vez la mejor. Me refiero al tema “A fuego lento”, considerado por los críticos como uno de los momentos culminantes del tango instrumental. “A fuego lento” provocó la misma conmoción que “Libertango” de Piazzolla, “La Bordona” de Emilio Balcarce, “Taquito militar” de Mariano Mores, “La puñalada” de Pintín Castellanos o “La yumba” de Osvaldo Pugliese. Después llegarán otros temas, de excelente factura musical, como por ejemplo, “A don Agustín Bardi”, “Del uno al cinco” y “La llamo silbando”.
Tal vez el mejor reconocimiento que recibió en su carrera se lo hizo Daniel Barenboim, cuando interpretó “A fuego lento” en su homenaje. Algo parecido hizo la Orquesta Filarmónica de Berlín. No fueron los únicos clásicos que lo honraron. Lalo Schiffrin cuenta que Stravinsky y Rubinstein tuvieron palabras de elogio para sus creaciones musicales.
Y en el ambiente siempre se habla de cuando el maestro Jean Ives Thibaudet, que había llegado a Buenos Aires para actuar en el Teatro Colón, lo escuchó en un recital. Thibaudet había viajado toda la noche, estaba cansado y sólo para satisfacer a sus anfitriones accedió a escuchar a este pianista argentino que dirigía un quinteto de tango para él desconocido. Sin embargo, cuando Salgán empezó a tocar el piano se le fue el cansancio y el mal humor. “Estuve en estado de shock durante todo el recital”, confesó admirado para luego referirse a la técnica notable de Salgán, la posición y la forma de las manos, la economía de los gestos. Al día siguiente, le dedicó al pianista que lo había conmovido, “Claro de luna” de Debussy.
Salgán respetó a Piazzolla, pero señala algo que resulta interesante a la hora de reflexionar sobre el itinerario estético de un músico. El dice que mientras Piazzolla siempre quiso ir más allá del tango, de alguna manera “irse” del tango, su preocupación -la de Salgán- fue la de entrar en el tango. La reflexión puede ser controvertida, pero artísticamente es sincera. La formación musical de Salgán es amplia y esa amplitud seguirá presente en toda su carrera. Los clásicos, el jazz, la música brasileña, el folklore argentino, son tradiciones constitutivas de su formación profesional. No exageran ni falta a la verdad los críticos cuando dicen que el gran aporte de Salgán fue el de haber elaborado un tango con toques de jazz, abierto a Bela Bartok, Ravel, Art Tatum y la música de Brasil. El crítico Federico Monjeau dice al respecto que “Salgán dejará una definitiva marca rítmica en el tango, no sólo por el uso de las formas sincopadas o por el llamado efecto candombe (donde los violines introducen un sonido de tambor), sino por los variados recursos percusivos. La percusión acriollada de Salgán se desarrollará, además, por medio del uso no convencional de los instrumentos del tango, como los golpes al costado del bandoneón o el rebote de los arcos en los instrumentos de cuerda”. Monjeau hace una particular referencia al aporte de Salgan a la escritura musical del tango. Su libro “Curso de tango” es un estudio pormenorizado y didáctico de detalles pianísticos, orquestales, rítmicos y armónicos.
A fines de la década del cincuenta forma su Quinteto Real porque es uno de los primeros en convencerse de que ya no hay lugar para las grandes orquestas. Lo integrarán, Pedro Laurenz en el bandoneón, Rafael Ferro en el contrabajo, Ubaldo De Lío en guitarra, Enrique Francini en violín y, por supuesto, Horacio Salgán en el piano. El Quinteto debuta a principios de 1960 en Radio El Mundo. Lo presenta Antonio Carrizo y lo apadrina Aníbal Troilo.
En 1995 forma el Nuevo Quinteto real, integrado por Antonio Agri en violín, Oscar Giunta en contrabajo, Néstor Marconi en bandoneón y, como no podía ser de otra manera, el gran Ubaldo de Lío en guitarra, el músico que compartió con Salgán más de cuarenta años de trabajo, al punto que un crítico extranjero algo distraído llegó a creer que eran una sola persona.
En esos años un periodista le preguntó a Salgán su opinión sobre la vigencia del tango. “Los adversarios del tango dicen que pertenece a otra generación a otra época de la ciudad. Son los que ignoran que el tango es -en su suma musical y poética- el único género que eternamente se renovó y que supo expresar la cadencia, el lenguaje, el ritmo, la pulsación y la misma respiración de Buenos Aires”. Como siempre, la razón está de su parte maestro.
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