“Derecho viejo” fue una de las grandes creaciones de Arolas, dueño de un repertorio calificado donde se destacan verdaderas joyas del género como “La cachila”, “El Marne”, “Rawson”, “Catamarca”, “Comme il faut”, “Maipo”, “Viborita”, “Marrón glacé”, “Una noche de garufa” y el póstumo, el escrito pocos instantes antes de su muerte: “Place Pigall”.
Sobre su calidad de compositor todos los grandes maestros coinciden en destacar que fue realmente notable. Astor Piazzolla, que nunca fue generoso con los elogios, le dedicó un tema que se llama “Juan Sebastián Arolas”, toda una definición de lo que el maestro pensaba sobre su antecesor. Pugliese, Di Sarli, Troilo, Salgán, por mencionar los mejores, siempre incorporaron los temas de Arolas al repertorio. Gabriel Clausi declaró en una entrevista que “Arolas como compositor es la mayor figura del tango de todos los tiempos”. Un crítico no vacila en compararlo con Mozart, sobre todo por su precocidad. Otro crítico dice lo siguiente: “Fue un refucilo, un relámpago, un estruendo que conmocionó a toda una generación de excelentes músicos”.
Lo sorprendente es que Arolas vivió apenas 32 años, pero ese tiempo le alcanzó para componer más de trescientos tangos y para ser la vanguardia en el corazón de la llamada guardia vieja del tango. Algunos temas los compuso de memoria, otros los alcanzó a escribir con la ayuda de otros músicos, su creatividad fue tan desordenada como fértil, tan inspirada como talentosa.
Arolas nació en 1892 en Buenos Aires en el muy tanguero barrio de Barracas. Los que lo comparan con Gardel dicen que tenían en común la pinta, la labia, el don musical y ser hijos de franceses. Quien será reconocido en el futuro como uno de los grandes bandoneonistas se inició curiosamente con la guitarra. Se explica. El bandoneón para esa época recién se estaba ganando un lugar en las orquestas. Arolas fue uno de los pioneros en la tarea de instalar en la orquesta el bandoneón en lugar de la alegre acordeona italiana o la clásica flauta.
Fue fundamentalmente un autodidacta, pero se preocupó por estudiar durante tres años teoría, solfeo y armonía con uno de los grandes músicos de su tiempo: el maestro José Bombig. No había cumplido los veinte años cuando ya era un personaje de la vida nocturna porteña. A su talento musical le sumaba su apostura, el desenfado para seducir a las mujeres y su exquisito vestuario donde se destacaban los guantes con un anillo en cada dedo, los pantalones con polainas, los chalecos dorados, los sacos con trencillas y el lustroso peinado a la gomina.
No sólo cuidaba su vestuario. También se preocupaba por su carrera musical. En 1911, integra el primer trío con Ernesto Ponzio, el temible “Pibe Ernesto”, en violín, y Leopoldo Thompson, en guitarra. Al año siguiente está con Agustín Bardi y Tito Roccatagliatta. Meses después constituye el cuarteto con José Astudillo, en flauta; Emilio Fernández, con guitarra de nueve cuerdas, y Tito Roccatagliatta, en violín
Roberto Firpo lo convoca para actuar en el cabaret Armenonville donde se relacionará con Francisco Canaro. Ya para 1917 es famoso por su calidad musical, su creatividad como compositor y sus hazañas como hombre de la noche. Actúa en Buenos Aires y en Montevideo, es la estrella del famoso Teatro Casino. Sus afanes vanguardistas lo llevan a incorporar a la orquesta el banjo y el saxofón.
Lamentablemente, no han quedado versiones grabadas en buen estado que permitan apreciar su calidad como intérprete. Sobre el tema están los que dicen que no fue un gran bandoneonista, que no se le pueden atribuir aportes importantes al género. Sin embargo, un músico de la calidad de Julio de Caro no piensa lo mismo y afirma que fue el creador del rezongo y el fraseo. En la misma línea, se asegura que Arolas fue el inventor de los fraseos octaveados y lo pasajes terciados a dos manos. También el creador de suaves melodías que transmiten una sobrecogedora belleza.
En homenaje a la biografía, recordemos que hasta 1913 se llamó Lorenzo Arola y le decían “el Pibe de Barracas” como a Osvaldo Fresedo lo conocían como “el Pibe de la Paternal”. En 1913, pasó a llamarse Eduardo Arolas y se ganó el apodo del “Tigre del Bandoneón”. Con ese apodo conquistó la inmortalidad, aunque es atendible suponer que su mayor talento fue el de compositor, un talento insólito por lo precoz, amplio e inspirado.
Quien dispuso de excepcionales condiciones para el arte no las dispuso para la vida privada y el amor. A los grandes artistas les suelen ocurrir estas cosas. Arolas siempre disfrutó de la vida nocturna y de todos sus excesos. Como todos los calaveras, los disfrutó al principio y los padeció luego. Su relación con las mujeres nunca fue serena. Asumió sin complejos su condición de cafisho y hasta se jactaba de ello. Los tangos dedicados a las mujeres no los escribió en homenaje a un amor sino a una pupila, a la de turno.
Sin embargo, a este bon vivant de la noche fue una mujer la que lo precipitó a la ruina. Por lo menos es lo que aseguran sus biógrafos. Como en el más típico drama tanguero, la mujer que amó se fue con su hermano mayor. Dicen que nunca se pudo recuperar de ese golpe. A los machos bravos les suele pasar esas cosas. Decepcionado del amor y de la vida, viajó a París. Ya no era el mismo. El alcohol y las drogas no sólo han minado su salud sino que le impidieron el mínimo de disciplina para actuar en los escenarios de la Ciudad Luz.
En París, es tan famoso como criticado.A su afición al alcohol y las drogas le suma su oficio de cafisho y los riesgos que de allí se derivan. Una noche de 1924, es emboscado por una patota de macrós que le propina una gran paliza y un tiro de gracia. Los amigos para no ensañarse con su memoria dijeron que murió en un hospital víctima de la tuberculosis. No fue así. Murió en la calle y en su ley. Tenía 32 años y le decían “el Tigre del Bandoneón”. Enrique Cadícamo le dedicó un poema a su triste y solitario final: “En esta calleja/ solo y amasijao por sorpresa/ fue que cayó Eduardo Arolas/ por robarse una francesa”.
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