La cantante –cuyo nombre era Ana Luciano Divis: su apodo era el anagrama del diminutivo “Anita”– nació en Toledo, España, el 13 de octubre de 1900 y llegó a la Argentina en 1924. Se definía entonces como una “decidora” de la música rioplatense. Luego de su arribo con la Troupe Ibérica, contratada por el Teatro Casino, decidió quedarse.
Su carrera había comenzado mucho antes. A los 12 años, y como su hermana era cantante de operetas, se entusiasmó en seguirla, por lo que estudió canto y baile. A los 18 ya tenía su compañía de varieté, con la que recorrió Barcelona, Alicante y Madrid. Entonces le decían “la Lucianito” y su nombre artístico se fue modificando a Tania Visdi, luego Tania Mexican y finalmente Tania, cuando ya caminaba las calles porteñas y el destino la había enfrentado con Discépolo. Sin embargo, Tania no pasó de canciones como “La violetera” y “Agua que no has de beber” al tango por influencia de Discepolín. Un tiempo antes, de gira por Brasil, fue animada por el guitarrista Mario Pardo: su debut con la música ciudadana se llamó “Fumando espero”. Tanto éxito tuvo con ese tango que volvió a Buenos Aires para actuar en el Chantecler.
Su consagración como artista y su gran amor le llegaron cuando cantaba en el Follies Bergère porteño “Esta noche me emborracho”, con la orquesta de Roberto Firpo. El autor, Discépolo, fue a escucharla por curiosidad: no se imaginaba a aquella gallega entonando sus estrofas. Los presentó José Razzano, el compañero de Carlos Gardel: ella recordaba que el compositor “era diferente de los ricachones que poblaban las noches de champán y caviar de los cabarets”. En su departamento de Córdoba y Callao, donde recibían a Aníbal Troilo, Osvaldo Miranda, Enrique Cadícamo, Homero Manzi, Pepe Arias y Francisco Canaro, Discépolo dio vida a “Yira Yira”, “Cambalache”, “Uno” y “Alma de bandoneón”. Mientras, actuaba en las radios Del Pueblo, París y Belgrano, de las que pasó a El Mundo, como solista de Mariano Mores en 1945. En 1947, Discépolo la incluyó en el ciclo “Así nacieron mis anciones”, por Belgrano. Un trajinar que quedó registrado en discos de Columbia, Víctor, Odeón, Music Hall y Magenta.
A sus dotes de cantante, Tania agregó la de comediante, tanto en cine como en teatro. Filmó tres películas: El pobre Pérez (Luis César Amadori, 1937), Cuatro corazones (1939) y Caprichosa y millonaria (1940), ambas realizadas por Discépolo. La relación amor-trabajo entre ambos era tan fuerte que él siempre la incluyó en sus temporadas teatrales. Así interpretó La perrichona y Mis canciones en 1932, en 1933 actuó en Wunder Bar y en 1935 en Winter garden. Sus personajes livianos y encantadoramente distraídos, se prolongaron en otras piezas de su marido como Blum (1949) y luego en 1950 y 1951 en el Teatro Gran Splendid. Ese fue el año que concluyó la etapa junto a Discépolo, el hombre que la acercó por primera vez a los problemas sociales. Tania compartió la adhesión de su marido al peronismo y la atención a la gente desprotegida. Sufrió a su lado la persecución de la que fue objeto por sus “Mordisquitos” radiales –duras respuestas al “gorilismo” de la época– y el desprecio del que fue víctima Discépolo por su militancia justicialista. “Se desmoronó de amargura, no se alimentó más, se encerró y se dejó morir”, recordaba Tania, que asistió impotente al final del genial artista, el 23 de diciembre de 1951. La muerte de Enrique y la caída del gobierno peronista fueron golpes tremendos. Las giras por Europa y América latina la mantuvieron lejos del país hasta 1959, cuando inauguró un local al que llamó Cambalache, que sería el origen de muchos otros. En una época en que el tango no tenía un lugar privilegiado, Tania lo albergó en su reducto. Sus memorias quedaron plasmadas en un libro que escribió Jorge Miguel Couselo en 1973, pero ella transitó etapas importantes más allá de esa fecha. A partir de 1983 realizó cinco temporadas en el Teatro de la Ribera, mientras actuaba en “Botica de tango” por Canal 11. En 1998, en su cumpleaños, se le tributó un homenaje en la sede de la Asociación de Periodistas de Radio y Televisión (Aptra), donde actuó en un sketch que se llamó “El descubrimiento de América”, una alusión humorística a su longevidad, tema que la divertía. Unos meses antes había sido una de las protagonistas de un homenaje a Aníbal Troilo, cuando junto a Fito Páez y frente a casi un millar de jóvenes cantó “Uno” y “Cambalache”.
TEXTUAL DE TANIA: “Discépolo me hacía oír lo que componía. ‘Sos pura intuición, sos como el público’, decía. Pero yo no sabía cuándo escribía sus canciones. Cuando quería componer solo me decía ‘Mami, por qué no te vas a dar una vuelta? Pero tardá, ¿eh?’.” “Ser la viuda de una leyenda es algo tremendo. Al principio es algo que comienza por halagar, pero después se torna pesado, se apodera de todo lo que hago, me ahoga. Será porque interiormente siempre tuve bien claro que antes que nada yo era Tania, y lo sigo siendo, aún con el orgullo de haber sido la mujer de Enrique Santos Discépolo.”
“Si inevitablemente se me asocia al recuerdo de Discépolo, trato de que la nostalgia no invada esos momentos. Prefiero sentirlo como una presencia, como una compañía eterna que aún está a mi lado. Será porque nos amamos, y el amor transforma todo. Por él me metí en el corazón de Buenos Aires, con el tango como excusa y telón de fondo.”
“Escribía las letras de sus tangos una y otra vez. Se paseaba por la habitación y me las leía, después casi siempre las destruía. Los únicos tangos que escribió rápidamente fueron ‘Cafetín de Buenos Aires’ y ‘Uno’, en tres o cuatro meses. Para él eso era una velocidad increíble.”
“Un día me dijo: ‘Me gustaría ser linyera, para no hacer nada’. Muchos dicen que si viviera, estaría lleno de plata. ¡Qué equivocados están! No tendría
un peso, porque no le gustaba trabajar.”
“A Gardel apenas lo conocí. Dos cositas puedo evocar. Una, su atención al acercarse al Folies Bergère para oírme cantar. Otra, una expresión que le escuché y me dejó estupefacta. Nos cruzamos en un festival: él estaba con sus guitarristas, y cuando los llamaron a escena les dijo: ‘Después de la ovación nos vamos’. Nunca volví a escuchar tal exabrupto de seguridad.”
“Al llegar acá noté que los cambios que me exigía el tango se prestaban a mi personalidad. Pero uno de aquellos señores de la sociedad porteña le dijo al empresario: ‘Si esta mina canta tangos, ¡yo me hago obispo!’. Cada vez que me encuentro con este abuelo le echo en cara su falta de palabra.”
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