Hay, entre tantas casas perdidas en el tiempo, una que en Bahía Blanca adquiere una dimensión singular. Estaba ubicada en calle Moreno al 300, a pocos metros de la esquina con calle Castelli, y en ella vivía, desde fines del siglo XIX, la familia de los Cobián. En ella vivió, llegado junto con su familia desde Pigüé cuando tenía 3 años de edad, quien sería uno de los grandes compositores y ejecutantes más destacados del tango: Juan Carlos Cobián. Luego de completar la escuela primaria y estudiar música en el Conservatorio Williams, Cobián se marchó a la Capital Federal, para probar suerte con su pasión musical. Era apenas un adolescente, pero su nombre se grabaría para siempre entre los grandes creadores del tango. Luego de mucho trajinar, Cobián encontró un ladero de lujo en Enrique Cadícamo, con quien compuso, entre otros temas, los tangos Los Maredos, Nostalgias y La Casita de Mis Viejos. Precisamente este último tema da cuenta a esta historia. Porque la letra de La Casita... fue escrita por Cadícamo en referencia a la particular historia de Cobián, quien tras alejarse de Bahía Blanca en 1913 no regresó sino luego de 22 años , para visitar a sus padres, en 1935. La historia recién se hizo pública en 1976, cuando en una nota en TV el propio Cadícamo señaló que la letra del tango estaba inspirada en ese hecho. Ese mismo año, un periodista de La Nueva Provincia se acercó al lugar para conocer la de pronto "singular" casona y solo encontró... escombros: había sido demolida unas semanas antes para dar lugar a la construcción de un edificio en altura. Para la historia, la modesta referencia histórica que al menos da cuenta al ocasional transeúnte de tan trascendente circunstancia.
"Vuelvo vencido a la casita de mis viejos,
cada cosa es un recuerdo que se agita en mi memoria,
mis veinte abriles me llevaron lejos...
locuras juveniles, la falta de consejo.
Hay en la casa un hondo y cruel silencio huraño,
y al golpear, como un extraño, me recibe el viejo criado...
Habré cambiado totalmente, que el anciano por la voz
tan sólo me reconoció.
Pobre viejita la encontré
enfermita; yo le hablé
y me miró con unos ojos... Con esos ojos
nublados por el llanto
como diciéndome por qué tardaste tanto...
Ya nunca más he de partir
y a tu lado he de sentir el calor de un gran cariño...
Sólo una madre nos perdona en esta vida,
es la única verdad,
es mentira lo demás"
(De La Casita de mis Viejos, fragmento, 1932, Cobián y Cadícamo)
Juan Carlos Cobián: fue un auténtico evolucionista del tango, tanto en su calidad de ejecutante como de compositor. Como pianista, fue el primero en llenar con adornos en los bajos de los silencios de la melodía –procedimiento que sería luego sistematizado por Francisco De Caro-, además de su delicadeza en la interpretación.
Como compositor es, junto con Enrique Delfino, el creador del denominado "tango-romanza"; en 1917 este último produjo "Sans Souci", y Cobián, "Salomé", con los que abrieron el camino para el tango de avanzada. A tal punto fue un evolucionista Cobián que las editoriales le rechazaban sus tangos iniciales por considerarlos "mal compuestos". La realidad es que estaban muy por encima de la música popular de la época.
Nació lejos de la ciudad que lo consagró, en Pigüe (provincia de Buenos Aires), el 31 de mayo de 1896 –hijo de Manuel Cobián, español, y Silvana Coria, argentina- y ya de pequeño se sintió irresistiblemente atraído por el piano de su casa, que tocaba su hermana Dolores, cuando ya la familia estaba radicada en Bahía Blanca. Admirada por lo que los dedos del pequeño conseguían arrancarle al teclado, Dolores influyó con los padres para que lo hicieran estudiar música. Así ingresó Juan Carlos en el Coservatorio Williams de esa ciudad, donde tuvo como profesor a Numa Rossotti, quien a su vez, fue alumno de Vincent d'Indy en París, donde llegó a estrenar la "Berceuse heroïque", de Debussy.
En 1913, ya recibido, Cobián arribaba a la ciudad de Buenos Aires, y se ganaba sus primeros pesitos como pianista en un oscuro trajín por una cervecería alemana y varios cines, en los que ponía la cuota de música al silencio de las películas.
De allí pasó a tocar con uno de los más cotizados bandoneonistas del momento: Genaro Espósito, en un trío que completaba el violinista Ernesto Zambonini, autor de La clavada y hombre de facón al cinto. Juan Carlos estaba en la vereda opuesta de este músico: era el típico "cajetilla" al que le bastaban sus certeras trompadas, generalmente por cuestiones de polleras, ya que siempre fue un mujeriego empedernido.
En 1916, integró un trío con Eduardo Arolas en bandoneón y Tito Roccatagliatta en violín, en el escenario del cabaret "Montmartre", que compartían con Pepita Avellaneda, la primera mujer que cantó tangos en público.
Ese mismo año era el de su servicio militar, que postergó por decisión propia y que debió cumplir forzosamente tres años más tarde, generalmente bajo arresto; no por nada compuso entonces su luego famoso A pan y agua. Pero para entonces ya eran conocidos sus tangos iniciales: Salomé, El motivo, Mano a mano (que luego, a raíz del éxito del homónimo escrito por Gardel, Razzano y Flores, retituló Viejo bandoneón), El orejano, El botija, La catanga, Sea breve, El trino, El gaucho y quizá algún otro.
Posteriormente, pasó a la orquesta de Arolas y luego formó trío con Ricardo González "Muchila" (bandoneón) y Julio Doutry (violín).
Después de algo más de un año bajo bandera en el Regimiento 2 de Infantería, obtuvo la ansiada baja y continuó con su vida normal, es decir, la que ocurría al amparo de las sombras nocturnas, entre buenos tangos, buen whisky y buenas “minas”.
En 1922, integró el sexteto de Osvaldo Fresedo, con el que estrenó su bellísimo Mi refugio, en el "Abdullah Club". Meses más tarde, al retirarse Fresedo de ese escenario, el gerente de la casa le propuso formar su propio sexteto. Y así lo hizo, con Pedro Maffia y Luis Petrucelli (bandoneones), Julio De Caro y Agesilao Ferrazzano (violines), Humberto Constanzo (contrabajo) y, por supuesto, él en el piano. No le duró demasiado tiempo: en 1923 dejó todo y corrió detrás de una dama hacia los Estados Unidos.
Poco antes, Julio De Caro se había alejado del conjunto por un malentendido con el director, y se llevó a Maffia y Petrucelli, es decir, la mitad de la formación. De Caro sumó a sus hermanos Francisco (piano) y Emilio (violín) y a Leopoldo Thompson (contrabajo) para constituir el famoso sexteto que revolucionaría definitivamente la ejecución del tango.
En el país del norte, se vio obligado a tocar jazz –alternando con alguno que otro tanguito– con su "Argenine Band"; secundó al "crooner" Rudy Vallée y puso música a los sofisticados cortes de Rodolfo Valentino.
Fue en esas latitudes donde compuso los tangos ¿Me querés?, Ladrón, Vení... vení –los tres con letra del mexicano Luis Spúlveda–, el célebre Nostalgias y el son Yes or no? ("¿Sí o no?"), con versos de Al Stillman.
Otros de sus tangos son Biscuit (letra de F. Warley), Los dopados (Raúl Doblas y Alberto Weisbach, luego retitulado Los mareados, con letra de Enrique Cadícamo), La casita de mis viejos, Gitana, El cantor de Buenos Aires, Shusheta, Dolor milonguero, Piropos, Pico de oro, Niebla del Riachuelo, Hambre, Rubí (los diez con letra de Cadícamo), Es preciso que te vayas (Celedonio Flores), Volvé a mi lado, No me cortes las alas, Has cambiado por completo (los tres con Enrique Dizeo), La noche de los dos, Monedita de plomo (ambos con letra propia) y muchos otros.
Además, Cadícamo versificó los ya mencionados Salomé, Viejo bandoneón, Nostalgias y A pan y agua; Pedro Numa Córdoba, Mi refugio y Pascual Contursi, El motivo (que también llevó unos versos no divulgados de Cadícamo).
Harto del whisky falsificado de los gángsters y de tener que alternar el jazz con el tango, regresó de los Estados Unidos en 1928.
Formó una orquesta que tuvo como vocalista a Francisco Fiorentino; dirigió luego, una agrupación de jazz; tocó en el Trío Nº 1, con Ciriaco Ortiz (bandoneón) y Cayetano Puglisi (violín); volvió a organizar su típica; regresó a los Estados Unidos –donde permaneció hasta 1943– y continuó, aquí al frente de su orquesta, con la que actuó en Radio El Mundo.
Luego, "se alejó de la actividad musical voluntariamente, recluyéndose en su modesto departamentito de la calle Montevideo", según recordaba ese maestro de historiadores que fue Luis Adolfo Sierra.
El 10 de diciembre de 1953, dejaba este mundo. Tenía 57 años, pero había conocido la vida como si acabara de cumplir un siglo. "¿Había algo que hacer en la tierra después de haberlo conocido todo?", dijo al respecto Enrique Cadícamo, su colaborador de siempre.
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