jueves, 2 de agosto de 2012

Ada Falcón, "La Emperatriz del Tango".


La amiga y compañera artística de Carlos Gardel y Enrique Santos Discépolo. La de la irresistible mirada verde que, dicen, inspiró a Francisco Canaro en Yo no sé qué me han hecho tus ojos, el vals que ella hizo célebre. Con 96 años, llevaba más de dos décadas pidiéndole a Dios que se la llevara de este mundo. El otro —el de los escenarios y los admiradores, el de los lujos y la fama—, lo había abandonado de golpe a los 35 años. Fue en 1942, y desde entonces la sobrevivían las leyendas.

La primera es su origen. Ada Elsa Aída Falcone nació el 5 de agosto de 1905 en pleno centro porteño. "No conocí a mi pa dre. Soy hija de Miguel Nazar Anchorena. El se enamoró de mi madre, la robó, y ella ya estaba embarazada cuando él partió a Francia porque estaba muy enfermo. Falleció de cáncer. Todo lo que sé de él es por lo que me contó mi madre".

Una madre de la que no pudo separarse ni un instante desde que nació hasta que la enterró, con más de 90 años. Una madre que la ató a sus dos hijas mayores —Amanda y Adhelma—, acortó el apellido en Falcón, y armó un número vivo de tonadillas para la varieté del cine Excelsior. "A los 4 años le expresé a mi madre: ''Yo voy a cantar'', y al otro día debuté en la Sociedad de San Vicente de Paul. Las damas vicentinas me llamaron ''La Joyita Argentina''".

Tenía 14 años cuando participó en la película muda El festín de los caranchos. Fue afianzándose en varietés y en cuadros de revistas, hasta que el 15 de julio de 1925 alcanzó la sala de grabación de RCA Víctor, acompañada por la orquesta de Osvaldo Fresedo.

No hacía mucho que las mujeres llegaban al disco. En 1923 habían sido Azucena Maizani y Rosita Quiroga. Después de Ada Falcón, en 1927 grabaron Mercedes Simone y Tita Merello. Ya por 1930 lo hizo Tania. Para 1929, el compositor Enrique Delfino la había hecho firmar con el sello Odeón; él mismo la acompañó al piano en catorce temas, junto con el guitarrista Manuel Parada. Entonces se la definía como cancionista. Con un registro de mezzosoprano, se distinguía de las voces agudas y finitas que estaban de moda.

El 24 de julio de 1929 ató su carrera al hombre con quien sería tan famosa como desgraciada: Francisco Canaro. Empezó apenas grabando el estribillo del tango La morocha, y en los 30 llegaría a grabar con su orquesta hasta quince discos por mes. Ese fue su gran año: debutó en Radio Cultura y desde entonces fue la gran estrella de emisoras como Stentor, Splendid, Argentina, Prieto, Belgrano y El Mundo.

¿Por qué dejó de actuar en teatros? Nunca lo explicó. Canaro estrenaba cada año una comedia musical, pero la Falcón que actuaba en ellas era su hermanastra Adhelma. Gracias a la radio, Ada tenía una audiencia inmensa que se derretía al escucharla cantar Destellos, Madreselva o Tus besos fueron míos. Sus cachets eran los más altos del ambiente. Vivía en un palacete de Palermo Chico, con paredes forradas en tafeta y un garaje donde guardaba dos autos "de media cuadra".



En las revistas

Las tapas de las revistas Sintonía y La Canción Moderna mostraban su melenita oscura o el muestrario de sombreros y turbantes. La sonrisa bien delineada. Las sandalias hechas a mano calzadas en un pie de Cenicienta. Los tailleurs de buena puntada que moldeaban el cuerpo grácil. Las pieles rutilantes. El despliegue de joyas (la leyenda incluye un anillo de brillantes obsequiado por el marajá de Kapurtala).

Y los ojos verdes. "¡Qué ojos! Usted no se imagina lo que era yo —recordó a Clarín en 1995—. Bastaba con mirarme los hoyitos de las mejillas, los dientes, las piernas. Decía Discépolo de mí: ''Es tan divina, que hace mal mirarla''".

Eran grandes amigos. Ada le grababa Secreto, Confesión. Con Ignacio Corsini había compartido la filmación de Idolos de la radio, la única película sonora en la que intervino. Con Gardel se turnaba en los estudios de grabación. "A veces llegaba más temprano, para escucharme a mí". Ada nunca dejó de recordar una cena compartida con él y con Canaro en el Tuñín de la Boca: "Más tarde, Carlitos me llevó caminando por la costa y nos alejamos. Cuando estábamos solos, me besaba los ojos y me decía: ''Piba, piba preciosa... enseñame a cantar Yo no sé qué me han hecho tus ojos. Me aseguraba que los hombres más poderosos de la Argentina estaban enamorados de mí"

En 1935, cuando los artistas morían por actuar en el auditorio de cualquier emisora, Ada Falcón decidió que sólo cantaría sin presencia de público. Se había convertido en una diva, y Radio El Mundo accedió a habilitarle una sala más pequeña. El 28 de setiembre de 1938 concluyó su relación laboral con Francisco Canaro.

Sus actuaciones comenzaron a hacerse esporádicas. Hacia 1940 terminó escondiéndose de sus propios músicos y cantando detrás de un cortinado. Sus admiradores se conformaban con agolparse en la calle, para verla entrar y salir. Después se subía a su auto rojo, llegaba al palacete, clausuraba las puertas para todos y liberaba el misterio.

Los reportajes de la época la muestran mística antes que religiosa, visitando iglesias o hablando con la Virgen. En 1942 grabó el tango Corazón encadenado y el vals Viviré con tu recuerdo, ambos de Canaro e Ivo Pelay. Fue el último disco. Poco después repartió casi todos sus bienes entre sus allegados, compró una casa feúcha en Salsipuedes, en las sierras de Córdoba, y se recluyó con su madre.

Eso se supo mucho después, ya que durante años la leyenda dijo que se había metido a monja. Que la había empujado un desengaño amoroso. Que el mal de amores tenía que ver con Canaro. Retazos del misterio comenzaron a develarse a partir de 1982, cuando excepcionalmente concedió algunos reportajes. Afirmó, por ejemplo, estar purgando un pecado. Otras confesiones, en cambio, abrieron nuevas incógnitas. Ada Falcón ya estaba viviendo en el hogar de ancianos que las hermanas de San Camilo atienden en Molinari, a 5 kilómetros de Cosquín.

Alguna vez acusó a Adhelma de cantar por los pueblos haciéndose pasar por ella y firmando autógrafos con su nombre. Fue más difusa al asegurar que "durante treinta años cobró otra persona todos mis derechos; fue una venganza de una persona muy poderosa que ya murió, que me dijo que me iba a hacer morir de hambre".

Le habían robado sus propios discos, casi todas las fotos, las cartas que durante 15 años le había escrito José Mojica, aquel cantor peruano que tomó los hábitos franciscanos. También sus Memorias. Acusó a Odeón de no querer reeditar sus discos, cuando lo cierto era que ella no lo permitía. No es ya leyenda que estaba en la miseria y sin cobertura social, aunque sus antiguos admiradores no tenían modo de saberlo. La pensión graciable le llegó pasados los 80, cuando algún periodista la espió en su ostracismo.

"En plena juventud tuve riquezas y belleza, tuve una visión maravillosa del Señor y no vacilé un instante en dejarlo todo y recluirme en las sierras con mamita, en un convento franciscano, y vivir con humildad", escribió a Clarín en marzo de 1982. El año anterior había perdido a su madre. "Desde que nací, dormí junto a mi madre, y su muerte me destrozó".

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