jueves, 26 de marzo de 2015

Gaby Con "La novia de América"En El Aniversario De Su Patria Chica

En el marco de los Festejos del 187 aniversario de la Ciudad de Bahía Blanca, el sábado 04 de abril a las 21,30 hs en el Teatro Municipal se presentará el musical "La novia de América" sobre vida y obra de la cantante y actriz Libertad Lamarque, protagonizado por Gaby "La voz sensual del tango" junto a Víctor Volpe en piano y los bailarines Natalia y Gustavo.
Declarado de Interés Cultural por el Ministerio de Cultura de la Nación y el Instituto Cultural de B. Bca., de Interés Provincial y Legislativo por la Honorable Cámara de Senadores de la Provincia de Bs. As. y de Interés Municipal por el Honorable Concejo Deliberante de Bahía Blanca, el musical recibió en febrero pasado el premio FARO DE ORO VIP 2015.
Bajo una idea y producción de José Valle, Gaby encarna a Libertad con destreza escénica, además de delicadas interpretaciones de tangos, milongas, valses y canciones latinoamericanas que caracterizaron el repertorio de Lamarque.
Conocida como “La novia de América”, Lamarque comenzó su carrera a los siete años en Rosario y no dejó de trabajar hasta el final de sus días. A los 92 años murió mientras protagonizaba la telenovela “Carita de ángel”, para quedar en el recuerdo de toda la región.
Sus más de 400 registros discográficos constituyen una cifra no alcanzada por ninguna otra cancionista argentina y nos da una idea de la importancia de su arte dentro del mundo tanguero y de nuestra cultura.
Se destaca también en el cine, por cada película cobra la inusual cifra, para entonces, de 95000 pesos. Más de veinte películas filma en la Argentina, algunos títulos: El alma del bandoneón, Ayúdame a vivir, Besos brujos, La ley que olvidaron, Madreselva, Puerta cerrada, Caminito de la gloria, La casa del recuerdo, Cita en la frontera, Una vez en la vida, Yo conocí a esa mujer, En el viejo Buenos Aires, Eclipse de sol, El fin de la noche, La cabalgata del circo y muchas más. En la última citada se produce una discusión entre Libertad y la actriz de reparto Eva Duarte, ya vinculada al presidente Juan Perón, surgen dificultades para la continuación de su carrera y emigra a México. 
En los escenarios y en las pantallas estuvo presente hasta los ochenta y cinco años. Disfrutó de la condición de leyenda viviente y fue respetada y considerada por colegas y críticos. 

ADRIÁN GUIDA. Su paso fugaz por el canto lo truncó la muerte

Transitó por los caminos del tango durante breve tiempo, pero su impronta quedó en el recuerdo de todos quienes -pese a haber conocido las grandes voces del siglo pasado- lo sitúan con valores propios en estilo y trayectoria. Prácticamente llamativo es haber sido cantor nada menos que de Osvaldo Pugliese cuando apenas alboraba su juventud, hasta el final de su corta vida.
Adrián Nicolás Guida nació el 26 de marzo de 1965 en el porteño barrio de Boedo, en el cual se mezclan reminiscencias históricas, el amor al 2x4 y la pasión futbolera que enmarca su existencia, tras el azulgrana de San Lorenzo de Almagro. “Adrián fue un purrete de cristal que se transformó en golondrina de otoño, para cantar las letras de una música en la cual lo inició Ángel, su padre, quien adem€ás fue el primer hincha de este pibe que tenía una voz clara y comunicativa, enraizada en los grandes cantores del cuarenta”. (José Pedro Aresi-biógrafo). 
Su hermandad con el tango, se gestó en actuaciones en palcos escénicos de su barrio, acompañado siempre por el guitarrista Toto Serrano. Durante los años 1977 y 78, participó en certámenes organizados por Canal 9, centrado en el programa ‘Grandes Valores del Tango’, conducido por Silvio Soldán. Y es así como a fines del mes de mayo de ese último año, Adrián ganó la pulseada, interpretando el tango Bailarín compadrito (del bandonenista, compositor y bailarín, Miguel Bucino). 
 Este suceso marcó el comienzo profesional de Adrián Guida, actuando en ‘La casa de Carlos Gardel’, el Club Mariano Moreno y otros locales tangueros. Hasta que su talento llamó la atención de Osvaldo Pugliese, quien lo incorporó a su agrupación musical, siendo su madrina y apoyatura la vocalista Nelly Vázquez. Adrián grabó, el 1 de julio de 1980, su primer tema bajo la dirección del Maestro: el tango Quinto año, emotiva evocación de egresados del secundario. En la orquesta de Pugliese compartió la responsabilidad vocal con Abel Córdoba (el cantor que más años estuvo con el autor de La Yumba) y registró, a dúo con él: Milonga para Gardel (Viván y Sanguinetti) y Aquel encuentro (de Roberto Caló). Ambos también compartieron en el disco un final cantado de La cumparsita con la letra de Si supieras. Él sólo, siempre con Pugliese, grabó desde estudios y en vivo varios temas, entre los que se destacan, además del mencionado Quinto año, los tangos: Almagro, Vieja amiga, Volver, Contame una historia y Bailemos. 
 En Adrián Guida, algunos fanáticos de Pugliese creían ver a un nuevo Alberto Morán; en tanto otros asimilaban sus dones a los de Raúl Berón. Cada uno podrá elegir al respecto, pero lo que sí no es materia de discusión, es lo bien que Adrián transmitía las virtudes de su canto. Si alguna duda podía quedar, basta con escucharlo en la interpretación de La reja, tango compuesto en 1927 por Marcuchi y Meaños, que había sido llevado al disco en España, en tres versiones, por Carlos Gardel. Un tango de difícil resolución que El Zorzal salvó con su enorme talento y que Adrián afrontó sin desentonar, según se puede apreciar en registros de sus actuaciones en vivo. Otra interesante versión de éste tango es la que en el año 1956, realizó Floreal Ruiz con José Basso. 
 Adrián era un adolescente cuando aceptó la difícil tarea de cantar con el Maestro. Un muchacho tímido, respetuoso y que en su momento, insufló un cacho de juventud a la orquesta de don Osvaldo. Parecía un exponente del pasado ayer, un cantor de la década del ‘40 y, sin embargo, era casi un joven de ese presente, con 16 años. En la extensa discografía de Pugliese existen doce temas grabados por Guida, incluyendo dos a dúo con Abel Córdoba y el mencionado final de La cumparsita. Además, están los registros de las presentaciones de Pugliese en el Teatro Colón, en el Cine Teatro Ópera y en otros escenarios, como así también en frecuentes actuaciones televisivas. 
 La muerte de Adrián Guida ocurrida a fines de 1994, pocos meses antes de cumplir 30 años, sorprendió a allegados y admiradores. Vivía con sus padres, tenía una novia y, pese a su personalidad un tanto retraída, contaba con un selecto grupo de amigos, dentro de una vida normal, lejos de la farándula. Atando cabos, amigos de Adrián comentaron que a menudo se quejaba de fuertes dolores de cabeza. En la fase artística, como Pugliese había mermado sus actuaciones por deterioro físico y un 90% de pérdida de la audición, Guida cantaba acompañado por el Sexteto Arrabal, integrado también por músicos compañeros suyos en la orquesta de Pugliese. Preferentemente se presentaban en clubes y locales de la zona. 
Una noche, mientras actuaba en La Casa Blanca, de San Telmo, Adrián sintió un repentino malestar y se retiró a su casa. Sus padres escucharon ruidos en la cocina y luego se acostó, advirtiendo algo raro. Respiraba con mucha dificultad y, urgentemente llamaron a un servicio de emergencia. En situación límite fue internado en el Hospital Durand, donde llegó casi sin vida, en la madrugada. Calificada en primer momento como muerte dudosa, los médicos determinaron finalmente que un aneurisma fue el desencadenante, descartando totalmente algo raro (drogas por ejemplo). Finalmente fue extendido el certificado de defunción, fechado el 12 de diciembre de 1994. De esta manera se tronchó lastimosamente, sin aviso previo, una vida joven, en esa triste madrugada cerca de Navidad. Así fue como al igual que ‘el viejo’ de Julián Centeya, “se las tomó una cheno de descuido y nos dejó un recuerdo lacerante”. 

lunes, 16 de marzo de 2015

Ricardo Tanturi, el caballero del tango

Como a Biagi, D’Arienzo o Alfredo De Angelis, se le reprocha cierta ligereza, un estilo demasiado
simplificador, una propuesta musical más destinada a ganar los pies livianos de los bailarines que hacer buena música. Las críticas tienen buenos fundamentos, pero sería un error suponer que son absolutas. Por otra parte, no es justo asimilar en un mismo formato orquestas diferentes que, en todo caso, lo que poseían en común fue una singular capacidad para llegar al gran público en un tiempo en que el tango empezaba a promover transformaciones internas decisivas.
La orquesta de Ricardo Tanturi integra por derecho propio la generación del cuarenta, considerada como la más calificada en la historia del tango. Justamente, fue en 1939 cuando Alberto Castillo se incorporó como vocalista en la orquesta de Tanturi y a partir de allí los dos universitarios -uno dentista, el otro médico- provocaron un suceso notable que se expresó en la grabación de alrededor de treinta y siete temas, entre los que merecen destacarse como verdaderos sucesos: “Noches de Colón”, “Moneda de cobre”, “Muñeca brava” y ese verdadero hits de su tiempo que fue “Así se baila el tango”.
Castillo debutó con Tanturi entonando en un micrófono de grabación los versos de “Recuerdo”: “Murió mi compañera idolatrada, la mujer que jamás olvidaré”. En ese texto ya está prefigurado todo Castillo y todo Tanturi, ese estilo que va del realismo descarnado, al grotesco, la emotividad y la agresividad, el sentimentalismo y la sobriedad, fundando un nuevo y singular estilo que habrá de ser reconocido por la amplia platea tanguera.
Tanturi y Castillo compartirán los beneficios de la fama durante cuatro años. Ambos estaban atravesando su mejor momento artístico. La voz de Castillo y la puesta musical de Tanturi constituyeron un verdadero suceso que ganó, por derecho propio, un lugar privilegiado en la historia del tango. La presencia de la orquesta en clubes de barrio, locales nocturnos y en los principales salones de Buenos Aires, Montevideo, Mar del Plata y Rosario, dan cuenta de su popularidad, popularidad reforzada por las singulares dotes histriónicas de Castillo y su calidad como vocalista.
Para esos años a los grandes directores de orquesta se los reconocía por el cantor que los acompañaba. Es así como Troilo era impensable sin Fiorentino, Pugliese estaba con Chanel, Di Sarli con o D’Afostino con Vargas. El cantor había dejado de ser el estribillista de la década del treinta y adquiría gravitación propia y, en más de un caso, su marketing superaba al del propio director de la orquesta.
Es por eso que fueron muchos los que temieron que cuando Castillo se separó de Tanturi a mediados de 1944, la orquesta iniciaría su definitiva cuenta regresiva. Sin embargo, y cuando todos esperaban que el sustituto fuera alguien parecido a Castillo, incluso algún imitador, Tanturi tuvo el tino de elegir a Enrique Campos, un uruguayo cuya personalidad artística era opuesta a la de Castillo.

Enrique Campos cuando llegó de Montevideo a Buenos Aires buscando nuevos horizontes, era conocido en el ambiente de la noche como Eduardo Ruiz. La anécdota cuenta que Tanturi le explicó que en los escenarios porteños ya estaban Ricardo Ruiz y Enrique Ruiz, por lo que no era aconsejable insistir con un Ruiz más. Dicho esto, abrió la guía telefónica y al azar eligió un nombre. A partir de ese momento para felicidad de los tangueros nació Enrique Campos.
Con él, Tanturi grabó alrededor de cincuenta temas algunos realmente notables. El estilo de Campos era más melancólico, menos estridente y de una perfecta afinación. Pertenecen a ese período “Calor de hogar”, “Si se salva el pibe” y “El sueño del pibe”. Campos debutó en Radio El Mundo el 4 de agosto de 1943 con dos temas excelentes: “Muchachos comienza la ronda”, de Luis Porcell y Leopoldo Díaz Vélez, y el vals “Al pasar”, de Raúl Iglesias y Juan Gatti . Después de tres años de lucirse en los mejores escenarios tangueros de Uruguay y Argentina, Campos se fue con Francisco Rotundo.
Después vinieron Roberto Videla, Osvaldo Ribó, Juan Carlos Godoy y Elsa Rivas. Se trataba de excelentes cantores que supieron estar a la altura de las exigencias del maestro, pero lo que había cambiado eran las circunstancias. El período de oro de la década del cuarenta nunca más volvió y en el camino numerosas orquestas -incluida la de Tanturi- se fueron apagando lentamente. En la década del sesenta el primer disco lo grabó en 1966. También fue el último.
Tanturi nació en el barrio de Barracas, el 27 de enero de 1905. En su primera juventud estudió violín con Francisco Alessio, tío del reconocido bandoneonista y director de orquesta Enrique Alessio. Sin embargo, no va a ser el violín su destino, sino el piano, una responsabilidad que correrá a cuenta de su hermano Antonio Tanturi, codirector de la orquesta típica Tanturi-Petrone.
La influencia tanguera de la casa no impidió que sus inicios musicales fueran el jazz. Probablemente sus estudios universitarios lo relacionaron con Sánchez Reinoso y Antonio Arciere con quienes constituyó una jazz band que actuaba ante un público universitario y que contaba con un vocalista que luego se destacaría como actor y tanguero: Juan Carlos Thorry.
En 1931, para otros 1933, formó su primera orquesta, un sexteto que en homenaje a su pasión por el polo lo bautizó con el nombre: “Los Indios” y la carta de presentación fue precisamente la melodía compuesta por el maestro Francisco Canaro. La orquesta debuta en el Alvear Palace Hotel, en 1934. Y a partir de ese fecha anima las temporadas veraniegas del Hotel Carrasco de Montevideo. Precisamente, la carta de presentación de “Los Indios” en la mítica terraza del Hotel, era precisamente la marcha “Carrasco”.
En 1937 realizó su primera grabación para el sello Odeón. Se trata de “Tierrita” de Agustín Bardi y ese drama tanguero que se llama “A la luz de un candil”, escrito por Julio Navarrino con música de Carlos Vicente Geroni Flores que lo interpreta uno de sus primeros cantores: Carlos Ortega. En una de esas presentaciones lo conoce a Osvaldo Valle, director artístico de Radio el Mundo. La impresión que le debe haber causado al empresario debe haber sido buena, porque a partir de ese momento Ricardo Tanturi será una de las figuras centrales de la emisora.
Capítulo aparte merecen sus condiciones de compositor. Poetas como Enrique Cadícamo, Enrique Dizeo o Francisco García Giménez contaron con sus aportes musicales. Pertenecen a Tanturi temas como “Mozo guapo”, “Amigos presente”, “A otra cosa che pebeta”, “Sollozos de bandoneón” y “Ese sos vos”. Ricardo Tanturi murió en Buenos Aires el 24 de enero de 1973.

MARIO IAQUINANDI: CRÓNICA DE UN POETA TRASHUMANTE por Mariel Estrada

“AUTORRETRATO

Porque no sé si estoy o me he marchado,
( tanto dolor a veces me confunde )
y no me encuentro ya en los mediodías
ni en los cristales de ninguna lluvia.
Porque salgo a mirar si me he perdido
( son tantas calles, tanta noche y tanto !...)
y a veces no me veo en los espejos
que repiten fantasmas de mí mismo.
Llevo conmigo el corazón del hombre
que sabe de su tiempo y su distancia
y una sombra interior que me descubre
cada paso que doy ,o que me quedo.
Creo en un Dios de barba sensiblera
que me desordena las intenciones,
tocándome las ganas con su magia,
para que me desnude en los papeles.
Creo en una mujer, que no es mi madre,
pero que me devolvió la vida en un minuto,
prestándome sus duendes, su sonrisa,
su pedazo de sol y su mañana.
Y en nada más, porque no estoy a tono
con la formalidad ni la belleza.

Jamás sabré los cómo ni los cuándo.
Huyo de los: “ tal vez “, como del fuego,
pero me espera siempre en cada esquina
la certidumbre de nacer de vuelta.
Soy ese idiota que no espera nunca
la palabra final de los mensajes
y sin embargo escribe en las paredes
con un lápiz rebelde y sublevado.
Hago remiendos con mi pensamiento
para amparar lo poco que me queda :
dos ilusiones viejas, un presagio,
seis recuerdos gastados y una duda.
Mi porvenir se dice con silencios,
mi pasado es un grito. Y mi presente…,
una forma de estar que me ha quedado
colgada en el umbral de las costumbres.
Tengo este miedo de morir del todo
que no me deja respirar  a gusto.
Miedo a morir en los demás y en algo
que se quede trunco, sin cumplirse.
Fatigo los rincones de la ausencia
con ojos de mirar las despedidas
y hace una cruz mi soledad con todo
lo que se vuelve luz y pasatiempo.
Tengo el por qué de los que no se entregan

aunque los hayan derrotado mucho.
La canción de la bronca a flor de labios,
La idea, amartillada desde siempre.
Como no sé trepar del gris al blanco,
camino sin color,… pero camino .
Dejo la piel en cada vuelta de hoja.
Subo hasta mí. Desciendo hasta el infierno.
Reniego del idioma facilista,
del gesto sin razón y del mediocre,
del convencionalismo adocenado
que huele a mercader y a hipocresía.
Hago con toda la esperanza rota
dos muñecos de sal y una bandera
y una promesa que no vale mucho,
porque no queda bien con tanto esfuerzo.
Salgo a enfrentar la vida. Nunca miento.
No sé disimular ni arrepentirme.
Me enjuicio. Me condeno. Me ejecuto.
No me devuelvo nada. Soy… de veras”.

                                         Mario Iaquinandi
Qué curiosa es la memoria!. A lo largo de los años he conservado intacto el recuerdo de aquella nena que fui a mediados de los 50, regresando por las tardes de su clase de inglés. Si aún me parece verla  aminorando el paso y deteniéndose en la casa del portón verde de 19 de Mayo 226, para escuchar el sonido del piano que desgranaba melodías a través de la ventana abierta. Sólo algunas veces logra observar allí a un muchachito alto de buen porte, recostado en el portón, fumando, pensativo. Ninguno de los dos imagina por entonces que la insondable telaraña del destino irá a unirlos muchos años después, en la madeja oculta de un legado.
La letra impersonal de alguna biografía contará que Mario  vivió en esa casa desde el primer año de vida y allí se crió entre libros y música, adolescente retraído, habitante de ese territorio único de los artistas, donde ya moraba cierta melancolía. Admirador de su padre, el periodista Alfredo Iaquinandi, se vistió de coraje a sus 20 años y desertó de esta bahía en cuyas orillas se estaba asfixiando y así partió rumbo a un Buenos Aires que prometía avivar todos sus fuegos.
Los comienzos fueron hartamente difíciles en una ciudad que lo hizo graduarse a la fuerza en dos materias: la soledad y el hambre.  Peregrino en pensiones de mala muerte, sólo a la noche revivía, recalando en el Tortoni o en el célebre Café de los Angelitos, donde la vida cobraba sentido. Su amistad con Haroldo Conti, Norberto Aroldi, Osvaldo Piro, Raúl González Tuñón y tantos otros, le permitió conectarse con algunas editoriales del país y así fue cronista de arte y espectáculos del diario: “La Tarde”; colaborador del periódico cultural: “Acento” de Córdoba; corresponsal de la revista “Imagen” en Mar del Plata. En la década del 70 recaló definitivamente en Buenos Aires siendo jefe de redacción en “Panorama Marítimo”, redactor y cuentista de las revistas: “Antena”, “Nocturno”, “Vosotras”, “T.V. Guía”, “Siete días, “Mundo 21”, “Corriere degli italiani”, “Buenos Aires Tango y lo demás” y “Crisis”.
Su versatilidad lo hizo desplegarse en las múltiples facetas de periodista, escritor, productor creativo y director artístico en distintas emisoras del país, pero también como actor, integrando diversos elencos en escenarios capitalinos. Junto con Héctor Negro, Osvaldo Avena y otros poetas integró la llamada: “Revolución del 60”, siendo galardonado como mejor autor del Río de la Plata en 1970.
Como compositor alcanzó notoriedad a través de los tangos: “Contáme una historia” y “María de nadie” con música de Eladia Blázquez. Llegarían más tarde: “Romance para una vereda”, “Mi ventana triste”, “Mi sábado sin vos”, “Un hombre nuevo”, “Réquiem para un tiempo niño”, “La historia de los dos”, “Triste espejismo”, “Andando a solas” y “Mi ciudad sin tí”.
Después de este largo período de bonanza, sobrevino el eclipse, pero de esa etapa oscura no hablan las escasas biografías, lo memoramos solamente nosotros, sus amigos.

                    “ME QUIERO EN VOS”

Me quiero en vos
para vivir un mundo de días diferentes
sin sombras reiteradas,
con un tiempo de sol y desafío
corriendo por las venas,
y un idioma de piel
y una palabra rescatada del miedo,
conjugada en tu aliento.
De vos, sin treguas ni melancolías.
Consciente de tus ojos,
habitado en tus manos,
fundador insaciable de cosas permanentes,
habitual,… necesario.
De vos me quiero. Y ya no quiero nada
que no sea este asombro
de repoblar mi vida con tu nombre.
Definido en tu ser, como un espejo,
…para saber que existo.

Varón de pasiones renovadas, romántico incurable, su existencia siente el vacío de relaciones fugaces, incompletas, hasta que aparece en su destino Martha,  la última mujer,… la definitiva. Por ella abandonará la fama, el éxito, la miel de los halagos y regresará a su bahía natal a fines de los 80. Sobreviene entonces un relámpago de esplendor y descubrimiento mutuo, que los hace restañar heridas anteriores y prodigarse en un mutuo amor.
                            “DE PRONTO, VOS”
          De pronto, vos.
          Y entonces uno siente
          que la vida te duele como nunca.
          Por gris,
          por tantos años incendiados.
          por el amor vencido,
          por lo inútil de tantas ilusiones agotadas.
          Uno debía saber,
          debía guardarse.
          Preservar  la esperanza y esconderla
          donde nadie pudiera lastimarla,
          pero nunca se sabe,
          nunca es tiempo.
          Y hubo que andar por tanta medianoche
          calmando los sentidos,
          con el sol confiscado y el alma en bancarrota,
          sin entender por qué,.. sumando miedos.
          Y entonces, hoy,
          un día diferente,

          y este de pronto.
          Y vos
          y ese milagro
          de empezar a encontrarse en uno mismo.
          Todo un acto de magia.
          Lo imposible:
           cruzar la soledad....y hallar la vida”

Echando a volar su veta periodística, edita en Diciembre del 88 la revista “Imagen” que durará escasamente dos números. Alentado por colegas, Mario brinda un recital en el Teatro Municipal en Octubre del 89, al que asistirá muy poca gente.  Una vez más, el artista bahiense no había sido “profeta en su tierra”. Sin embargo, allí se reencuentra con Olga, su primera mujer,  que curiosamente será más tarde, su estoica enfermera.
Es en Enero del 90 cuando la nena que fui recupera a Mario por única vez. Por entonces él tiene un programa en Radio Nacional: “Señas particulares” y yo había comenzado mi ciclo cultural de Citas en la tarde. A través de Antonio Germani  (su hermano de la vida) Mario visita nuestra casa. Veo aparecer en el umbral a un hombre alto de gran apostura y cabello entrecano, vistiendo una campera de cuero negra. Era la prolongación de ese pianista de la casa de portón verde, que había hechizado mis tardes. No sabía entonces que iba a disfrutarlo escasamente cinco meses , pero  estoy convencida que me dio en ese brevísimo tiempo, mucho más que otra gente que pasó sin dejar huellas en mi vida.  
Las primeras señales de la enfermedad se manifiestan por esa época, así como el desapego de Martha, que comienza a alejarse, porque está moldeada para compartir instantes de gloria, nó nieblas de derrota.
Mario permanecerá internado una semana en la sala 10 del Hospital Municipal y durante ese período Martha irá  a verlo una sola vez, casi…a regañadientes. Él lo refleja así en los manuscritos que borronea en el hospital:

“Martha. Hay tanto para amar y estimar en ella y sin embargo ahora es como si un desdoblamiento, un espejo reversible, mostraran a otra Martha,  una Martha que está sin estar. La extraño y me duele. Extraño su amor, comprobado hasta la saciedad. Martha es hoy un ser contemplativo que no puede razonar el dolor de los demás, aunque no sea igual al suyo. Esta ausencia duele mucho a la hora de la visita”.

                          “YA VOY…
Te cuento que aquí abajo
hace muchas semanas que el sol se me evapora
y algo que no comprendo muy bien me determina cada momento nuevo,
como si todo hubiera sido convenido por otros,
a espaldas de mi vida.
Hay mucha sombra,
mucho silencio nuevo,
mucha ausencia.
Una conciencia extraña de las cosas,
un mucho no poder,
muy poco tiempo.
No se cómo explicarte ; pero empezó de pronto, sabés ?.
De pronto fueron tantas las espaldas,
tanto espejismo roto,
tanta desilusión,
que en un momento estuve muerto para todo lo que fuera creer.
Y entonces vos….,claro.
Vos, que vivís el sueño despierto de mi sueño,

que otra vez – y van tantas – volvés a protegerme.
Vos. Ese amor sin vueltas que no se apaga nunca
y que me vuelve pibe,
Me esconde la memoria de mis duelos más tristes
y me sonríe. Ahora.
Y ahora, claro, …ahora.
Para qué esperar más ?.
Los amigos olvidan, el amor fue una farsa
y vos estás de siempre.
Ya voy , papá .
Ya voy…”

Huérfano de familia esquiva, ausente de hijos, abandonado en razón de cobardía por su última pasión, Mario va languideciendo lentamente, recostado en el amor incondicional de sus amigos. Termina sus días en un hospedaje de mala muerte en calle Rondeau, muriendo en brazos de Olga, su amor de juventud, en el tormentoso atardecer del 29 de Junio del 90, a sus dolientes 53 años.

                    “DE ÚLTIMAS”    ( A José Antonio Germani, en confesión)  
Después de todo
habrá que acordarse  que la muerte también es una parte
de esta vieja costumbre de vivir.
Pero qué bronca da morirse así nomás, un día cualquiera,
lejos de Buenos Aires, sin lluvia y sin otoño ...!
Uno hubiera querido, noches antes, lastimarse de vinos,

comulgar con los duendes
y encender el idioma una vez más,
para lavarse un poco la mufa y los silencios.
Reconocer rincones
y devolverle sus esquinas a los sueños en vano;
enfermarse otro cacho de tangos;
secuestrarse en los labios de una muchacha última
y clausurar los miedos.
Hay tanta irreverencia en el borrarse
cuando se ha amado tanto la vida
que - al final - lo menos que uno pide
es la chance decente de emparejar los tantos.
Pero se da el absurdo
( la muerte es una boba franelera insensible
que no comprende nada )
y hay que morirse de cualquier manera.
Sin tiempo.
Sin razones.
Con una postrera sensación ridícula
de haberse disfrazado de uno mismo
para intentar zafar. Pero qué bronca …!

Tony :
Sabés qué es lo malo de vivir mal ?. Que no se puede morir bien.
Por eso quiero un último tiempo vivido  “ por derecha “, para
palmar en paz con mi conciencia. Un abrazo. Mario”.

Coherente en acción y pensamiento , la llama votiva de su antorcha sigue prendida en quienes, conociéndolo,… supimos amarlo.

Extraido del Libro " El silencio que mastica el pucho", Ed. EN UN FECA, Bs As, septiembre de 2014.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Julio De Caro por Pinky

Uno de los privilegios (quizás el más importante que me ha dado mi profesión) ha sido poder acercarme a personas que admiraba. Y aun más, haber llegado a disfrutar de su amistad. Como todo el mundo sabe, mi música es el tango (recuerdo a mis compañeras de la secundaria, en plena época del bolero, diciéndome: “No digas que te gusta el tango, sos un quemo”). Tuve el privilegio de ser amiga de Aníbal Troilo, de Cátulo Castillo, de Julián Centeya, de Sebastián Piana y, especialmente, de ese hombre tan adorable como extraordinario que fue Julio De Caro. En el año ‘74, yo hacía un programa que se transmitía para todo el interior, en el cual entrevistaba mano a mano y a lo largo de una hora a diferentes figuras. Un día convencí a Julito De Caro para que viniera al programa y contara algunas de las muchísimas anécdotas que le había escuchado en privado. Llegó al estudio acompañado de su mujer, Corita, con su elegancia y distinción de siempre, lejos del estereotipo tanguero. Quizá fue la ubicación del estudio, en la calle Catamarca, lo que lo llevó a recordar la época de su niñez en que vivía en esa misma calle (de hecho, a pocos metros del estudio donde estábamos grabando), precisamente la época en que accedió al mundo del tango, de una manera tan fascinante como tremenda, tal como se verá a continuación. 
¿Cómo estás, Julito?–Muy feliz, me siento renovado, me siento joven con estos setenta y cuatro años. Porque, como vos sabés, yo voy a la vera del siglo: nací en el noventa y nueve, en la calle Piedad, que ahora se llama Bartolomé Mitre. En la esquina que es hoy Bartolomé Mitre y Ayacucho, a fines del siglo pasado: Buenos Aires era una aldea casi. Papá y mamá me contaban que después creció tan rápido... ¡Pero en ese entonces había farolitos a querosén! Por esos barrios, salir a las seis o siete de la tarde, cuando anochecía, era realmente sentirse finado. Pero aquí me tenés, con 74 años vividos intensamente, porque en mi profesión uno va de un lado para otro: otros pueblos, otras ciudades, otra gente, otros idiomas... Vos sabés que fue un poco accidentada mi vocación por el tango, no tuve la suerte de que a mis padres les gustara que fuese así. 
Contame desde el principio. ¿Cómo fue tu infancia? ¿A qué colegio ibas?
–Vivíamos en Defensa 1020, fui a un colegio de San Telmo los primeros grados, después nos mudamos para acá, a Catamarca y México. Ahí conocí a Villoldo, a Bevilacqua, a Saborido, a Arolas, a Greco... También a Alberto Williams y a otros maestros. Pero, como mi papá vendía bandoneones, tenía la exclusividad de venta de bandoneones en Buenos Aires, entonces caían al negocio todos estos señores que lo tocaban... El más asiduo concurrente era Vicente Greco, al que llamaban “Garrote”, que ha sido una figura prominente, realmente de vanguardia, en el tango. Me acuerdo que era el año diez, había llegado la Infanta y Greco fue de visita al negocio para que lo escuchase, ¿cómo se llamaba el editor?, Caviglia, sí. Porque papá tenía también una academia de música allí. La cuestión es que Greco empezó a tocar el tango “La Infanta” y se llenó de gente el negocio y la calle... Todo. Era una locura. 
Es conocida una anécdota que revela la tozudez de tu padre: a vos, que te gustaba el violín, te obligó a estudiar piano. Y a Francisco, tu hermano, que prefería el piano, le impuso el violín...–Así es. Afortunadamente, a nosotros se nos ocurrió intercambiar las lecciones y pudimos aprender cada uno el instrumento que le gustaba. Bueno, yo estaba enloquecido con el tango; me había aprendido “El pibe” y “El morochito”... A escondidas, claro, de contrabando. ¡Y ahora estaba Greco ahí, y todos aplaudían! A mí me parecía, no sé, como si uno tuviera un caballito de madera y de pronto le regalan uno de verdad, un pony de carne y hueso... Me enloquecí, corrí para adentro, saqué el violín y me puse a tocar “El pibe”, como un homenaje a él. ¡Y fue mi perdición!
¿Por qué? –Porque papá se puso furioso, me mandó adentro, ¡no le gustaba nada nuestra debilidad por el tango, le parecía una música prostibularia! Y menos que menos le gustaba que desobedeciéramos sus órdenes: porque yo tenía que tocar el piano, no el violín. Pasaron los años y acá cerca, en Catamarca y México (porque han sido mis barrios éstos), los muchachos me vinieron a buscar para ir a verlo a don Roberto Firpo, uno de los ases... ¡Roberto Firpo, que ha sido una lumbrera en el tango! Porque yo no estoy de acuerdo con algunos colegas míos que lo quieren dejar de lado: es lo mismo que si los argentinos quisiéramos olvidar a San Martín, a Moreno, a Belgrano. Imposible, ¿no? Bueno, cuando me dijeron de ir a escucharlo a Firpo, yo ni lo pensé. Tuvieron que prestarme pantalones largos, porque todavía yo iba de pantalones cortos. Antes los muchachos se ponían los largos a los dieciocho años, como las chicas también eran lanzadas al mundo a esa edad, ya tenían derecho a tener una simpatía, a tener novio. Yo apenas tenía catorce...
¿Así que te pusiste los largos y te fuiste a ver a Firpo?–¡Fue una noche...! Parece realmente una novela contar todo lo que ocurrió. Me llevaron los amigos, incluso me consiguieron ellos los pantalones, y yo que era muy menudo y muy delgadito no podía ni caminar de lo largos que eran, ¡los tenía que llevar enrollados a la cintura! Bueno, nos sentamos en una mesa, todos pidieron guindados y yo no sabía qué pedir, así que dije: granadina con soda. Firpo estaba tocando, era una maravilla. Y, de pronto, todo el mundo empezó a gritar: “¡El pibe! ¡Que toque el pibe!” Yo creí que era el tango “El pibe”... ¡Y el pibe era yo! Que tocara yo, pedían, porque estos compañeros míos del colegio Mariano Moreno me habían hecho una trampa, me habían llevado engañado. Bueno, la cuestión es que me levantaron y me llevaron casi en andas al palco. Ahí estaba Tito Rocatagliata, que era muy buen violinista, y otro famoso violinista que se llamaba Ferrasano, los dos mejores violinistas que tenía el tango en el país estaban allí... Tito, que era famosísimo, me alcanzó el violín, y yo, con el instrumento en la mano, me sentí... De pronto los nervios desaparecieron y me sentí dueño de mí mismo, con el violín en la mano: “Vamos a tocar La Cumparsita, maestro”, le dije a Firpo, “y cuando venga la primera de vuelta, la hacen despacito, que yo voy a hacer un contracanto”. ¡Para qué habré hecho eso! Fue apoteótico. Yo estaba asustado, bajé casi a ciegas del palco, y una mujer, una francesa, de las que llamaban cocottes (que eran unas mujeres muy elegantes, como las maniquís de ahora, ¿no?, las cocottes tenían grandes modistos que las vestían, y eran las apreciadas por un Benito Villanueva, un Álzaga Unzué, no era pecado, era realmente un honor), bueno, esta mujer me empezó a morder, a besar, qué sé yo, ¡yo era muy chico, era inocente! Casi me sofoca. Hasta que un señor la apartó, le dijo en francés que se retirase. Yo me sentí ya medio liberado... Aunque estaba todo mordido. ¡Me parece un sueño contar esto! Y el señor que me había salvado me dice: “Vos vas a tocar conmigo, pibe”. “Yo no voy a tocar con nadie, señor, yo sólo me quiero ir a mi casa”, le contesté. Pero él insistió: “Vos vas a tocar conmigo, yo soy Arolas”.
¿Era Eduardo Arolas?–Era. Parece que había sido grandioso lo que yo había hecho con el violín esa noche, pero yo salí corriendo, me llevé las mesas por delante, él me quería agarrar, pero igual salí a la calle, corriendo como loco, me trepé al tranvía 52 y llegué a mi casa. Lo primero que hice, como era sábado, fue contarle a mi mamá lo que había pasado. Ella se asustó toda: “No hay que decirle nada a papá que has hecho eso, que te has ido con los amigos”. “¡Pero, mamá, ellos me llevaron!”, le dije yo. Porque ella los conocía a todos: en este barrio, que ha sido un barrio extraordinario, vivían los De Valle, los Discépolo, los Simari, los González Tuñón, el Malevo Muñoz... Pero mi madre me dijo: “Te vas a olvidar de esto, no tocarás nunca más, en ninguna parte”. Porque, poco tiempo antes, había hecho una especie de trampa con De Valle: me había ido al Teatro Lorea (su voz se adelgaza, se aniña), yo quería tocar en la orquesta...
¿Tu padre qué dijo? ¿Se enteró?–No se enteró de nada. Pero a los dos o tres días llegó Arolas al negocio y preguntó por mí. Y mi padre dijo: “Yo los he atendido siempre bien a ustedes, pero con mi hijo no se metan. ¡Mi hijo va a ser médico, él no toca tangos!”. Arolas, inmutable, se limitó a contestar: “Yo he venido porque Ferrari me dijo que aquí hay un chico que toca muy bien. Y, como ando sin elementos y tengo que debutar, he venido a buscar a este niño, que dicen toca muy bien el violín. Usted me lo presta unos días y...”. Ahí mi padre estalló: “¡No le presto nada y se me manda a mudar de acá!”. Y a mí, que estaba escuchando, me dijo: “¡Usted vaya para adentro ahora mismo!”. Pero esa noche yo le conté a Ferrari lo que había pasado y él me dijo: “Vamos a verlo a Arolas. Vos tenés que tocar tangos. ¡Vos sos un genio!”. Y me llevó con él. ¡Me hacés rememorar tantas cosas, Pinky!
Bueno, pero qué pasó después.–Me fui nomás a tocar con Arolas. La gente me llamaba “Billiken”, por lo delgado y menudo que era, y por los cachetes como coloreados. Además de la edad, claro: porque yo parecía de diez años, era muy chiquito. La cuestión es que una noche, volví de tocar con Arolas (la voz se le quiebra) y golpeé suavecito la puerta para que mi madre me abriese...
¿Cuánto hacía que tocabas con él?–Días... una semana llevaba tocando con Arolas (le cuesta hablar), y el que me abrió la puerta fue papá. Y me dice: “¿Qué hace con ese violín bajo el brazo?”. Yo nunca le había mentido, nunca mentí. Le dije: “Papá, vengo de tocar. Estoy tocando con Arolas. Estoy tocando el violín con Arolas”. “¿Arolas? Ése estuvo acá, en el negocio”. Entonces me hizo sentar, y me explicó que yo no podía tocar tangos, que debía seguir mi carrera y estudiar para concertista, si no quería ser médico: “Eso que estuvo haciendo es una música bastarda”, me dijo. Porque él era un maestro a la antigua, a los veintisiete años había sido maestro del Conservatorio de Milán y en La Scala, ¡era un genio musical, papá! Y entonces me dijo: “Usted tiene que elegir, ahora”. Yo era muy inocente, había estado muy enfermo de chico, siempre, y no conocía la calle, así que le dije: “Papá, ¿usted me da a elegir?”. “Sí, hijo, ya sabe lo que es el tango: música prohibida. No es para nosotros”. Pero yo le dije: “A mí me gusta el tango, papá. Si usted me deja elegir, yo le voy a dedicar toda mi vida al tango”. Entonces abrió la puerta, me empujó hacia afuera y me gritó: “Esta casa no es más la suya. Yo no soy su padre. Usted ya no tiene familia. ¡Váyase con su música! En su camino va a descubrir que esa música que a usted le gusta es lo único que va a encontrar. ¡Pero esto no lo va a encontrar más!” (De Caro tiene la cara arrasada en lágrimas). Así que me senté en el umbral de la puerta, me puse a llorar, y cuando empezó a amanecer me fui caminando como un sonámbulo... Llegué a casa de mis abuelos (hace un enorme esfuerzo para reponerse), que vivían en la calle Independencia al 500... sabiendo que, o dejaba de tocar y me reintegraba a mis estudios, a mis cosas, o perdía todo... 
Y seguiste tocando tangos.–Y seguí tocando tangos. Pasaron veinte años (rápidamente pasan por mi cabeza las cosas que el mismo De Caro o sus amigos me han contado, porque ya son leyenda: su éxito en Buenos Aires, el suceso arrollador en Brasil y, antes de su consagración definitiva en París, esa noche en Montecarlo cuando, al salir al escenario, sintió por primera vez en su vida que no podía tocar, que su seguridad lo había abandonado, y entonces se volvió hacia la orquesta y cambió el primer tema, porque empezaba con un solo de violín, y él estaba aterrado frente a esa audiencia plagada de personalidades expectantes, y de pronto se oyó una voz estentórea, alguien se había puesto de pie entre el público y decía: “Señores, están ustedes ante el más grande músico de tango, así que les ruego que la misma generosidad que me han brindado siempre se la anticipen a él y lo recibamos con un aplauso”, y el que había hablado era nada más y nada menos que Carlos Gardel, y por encima del aplauso, De Caro empezó a tocar, hizo el primer tema, hizo el segundo tema, que era “El torito”, y entonces un señor bajito y muy elegante corrió las mesas para hacer espacio y se puso a bailar con su pareja, y cuando terminó el tema le pidió a Julio que lo repitiera, se lo hizo tocar tres veces, y recién al bajar del escenario De Caro supo que era Chaplin), ¡veinte años, Pinky! Durante todo ese tiempo, yo le mandaba a mi mamá todos los recortes de prensa desde Europa y otras partes. Siempre le escribía, pero nunca tuve respuesta. 
¿Nunca nada?–Nunca. Hasta que un día en que daba un concierto en el ópera, cuando terminamos la función (los músicos salíamos un poquito más tarde, para que la gente se fuese yendo del teatro), salí al hall y, entre la poca gente que había en el fondo, ya en penumbras, la vi a mi madre... Y a mi padre. Mamá se adelantó para decirme que lo atendiese bien, que él había decidido venir, y yo me acerqué y le dije: “¿Cómo está, papá?”. “Bien. Estoy bien”, contestó él con voz ligeramente imperativa. “Quiero hablar con usted, vamos a casa”. Yo tenía coche, antes uno paraba el coche en la puerta del cine, no era como ahora, el vigilante te lo cuidaba, sabía que era de Gardel, o de Canaro, o de Lomuto (por un instante se ríe, después su voz cambia, se vuelve grave). Llegamos a casa, nos sentamos, mi madre se retiró, él me ofreció un cigarrillo, yo le dije que no fumaba, él insistió: “Sé que no lo he autorizado, pero ya puede fumar en mi presencia”. “No, papá, gracias”, le dije yo. “Hijo”, me dijo él entonces, “¿qué es lo que hacés? ¡Hacés una música del cielo! ¡Yo no sabía que hacías esto!” (su voz se corta por los sollozos). Y entonces me pidió perdón. ¿Te das cuenta, Pinky? ¡Él me pidió perdón a mí! ¡Yo no lo había deshonrado! (hace un enorme esfuerzo para dominarse). Pero me costó veinte años. Veinte años de cuidarme, y estudiar, porque yo pensaba, mi escudo era pensar que yo no lo había deshonrado, y que no lo iba a deshonrar. Me cuidé de todo. Y, como la salamandra, salí ileso: no conocí ninguna trampa, ninguna cosa, de mi trabajo me iba a dormir. Arolas me acompañaba, al principio, todas las noches me acompañaba. Y ya más grande, no he sabido nunca de nada, ni he vivido nunca nada. Pinky, mi vida ha sido una vida pu-do-ro-sa (su voz baja, es casi inaudible): la vida de un santo.

Querido Gato por Horacio Ferrer

En el invierno de 1940, la ascendente condición de la orquesta de Aníbal Troilo le permite tocar todas las tardes en el café Germinal.
Pero el café Germinal está abierto todo el día y antes de la orquesta de Pichuco toca el excelente conjunto de la Orquesta Buenos Aires dirigida por Enrique Forte.
Espectador atentísimo de todo lo que se toca en el Germinal, es un chico de diecinueve años, que de tanto ir y pasarse el día allí, termina por hacer amistad con Hugo Baralis, violinista de Troilo. Le relata a éste que ha vivido con sus padres en Estados Unidos durante catorce años, casi continuos. Que ahora ha regresado, que ha dejado a su familia en la natal Mar del Plata, que toca el bandoneón,  que tiene admiración ilimitada por la orquesta de Pichuco, que  se sabe todas las partes de todos los bandoneonistas.
Así llega un día en que falta el segundo bandoneón de la orquesta y el chico, al que llaman el Johnny, y Pichuco llamará Gato, se ofrece para cubrir su plaza.
Orlando Goñi, desde el piano, lo mira con desconfianza, pensando en el zafarrancho que podía hacer en una orquesta que funcionaba como un relojito, un tipo que tocara mal, y dijo:
– Ese chico no tiene cara de saber tocar el bandoneón.
Pero Pichuco lo corrigió, proféticamente:
-Que suba.
El chico subió y se tocó todo el repertorio y cuando hicieron el tango Abandono de Pedro maffia, todos hicieron la variación con la derecha y él la hizo con la izquierda, y Goñi se rectificó:
– Es un fenómeno.
Toto Rodríguez, el segundo bandoneón, faltó dos días más porque estaba engripado y cuando volvió Pichuco sentención:
– Desde ahora tendremos cuatro bandoneones: este muchacho queda.
Era Astor Piazzolla. Fue la primera sorpresa que le ofreció a Troilo. En 1941, cuando la orquesta empieza a grabar, ya está Piazzolla tocando en esta armonía de instrumentos.
Al año siguiente, Pizzolla toca en todas las actuaciones de Pichuco y la orquesta se estira a cinco bandoneones, es decir, Troilo, Juan Miguel Rodríguez -“Toto”-, Eduardo Marino, Astor Piazzolla, y Marcos Troilo, el hermano mayor de Pichuco, que hace el quinto bandoneón.
Llega 1942 y la orquesta, en pleno apogeo, interviene en Ronda de Ases, programa de radio con público donde las distintas orquestas tocan las mismas obras. Un día Pichuco tiene en sus manos la partitura y la letra de Azabache, milonga camdombre de Francini, Stamponi y el Mimo Expóstio, pero no hay quién le escriba la instrumentación. Piazzolla dice: “Yo…”, “¿Cómo?” duda Pichuco “Si vos no sabes escribir instrumentaciones”.
Resulta que Piazzolla estudiaba con Ginastera hacía dos años y sabía hacer la instrumentación. Cuenta Piazzolla: “Había que escribirla de un día para el otro. Utilicé los violines haciendo escalas para arriba, cosa que no era lo más común en la orquesta, me salió bárbara, ganamos el primer premio. Así y todo, a Troilo mucho no le gustó”.
De ahí en más hizo muchísimas instrumentaciones, muy bellas e imaginativas y muy ofrecidas siempre dentro de lo que Pichuco quería del estilo. Porque Piazzolla conocía muy bien el estilo de Pichuco, tan es así que, cuando actuaban en el cabaret Tibidabo, durante tantos años, muchas noches Pichuco dirigía la primera vuelta de la orquesta y cuando el cabaret quedaba con los parroquianos de rutina, dirigía Piazzolla. Astor aprendió a dirigir una orquesta de tango, dirigiendo la orquesta de Aníbal Troilo, haciendo de Troilo.
Por suerte que el conocimiento profundo del estilo de la orquesta y la admiración que tenía por Pichuco, por Goñi, por Kicho Díaz, por Hugo Baralis y los demás muchachos de la orquesta, auspiciaron bellísimas instrumentaciones. Entre otras, la de orquesta sola del tango Inspiración de Peregrino Paulos, compuesto en 1916, que Pichuco ya tocaba antes , pero cantado por Fiorentino.
Troilo le encomendó a Piazzolla esta orquestación con una gran novedad: tiene un largo solo de piano de Goñi, después un largo solo de violoncello por Alfredo Citro, que ya se había incorporado a la orquesta, y después el famoso fraseo final de Aníbal Troilo. (…)
Hay que ver, ubicándose en la época, lo que representó este famoso solo de violoncello, contrapunteado por la cuerda: fue una revolución.
Es difícil regresar a ese entonces para asistir a las polémicas, la contraposición del hinchismo y los adversarios de todo cambio. Pero esta contribución de Piazzolla para la orquesta de Troilo, continúa y vamos a seguir analizándola, porque ha sido de una trascendencia excepcional para las grandes ideas de Troilo, ese aporte y esa compresión de Astor a su estilo, en el que éste formaría el suyo para presentarlo poco después con su orquesta, pero ya como director.
Admirador y compinche de los dos, de Troilo y de Piazzolla, en varios capítulos posteriores relataré lo que fueron las jornadas imborrables en que Pichuco se convirtió, con orgullo y valentía, durante siete años, en adalid de la vaguardia formula por Astor en sus tangos notables, raros y bellísimos, desde Para lucierse hasta Lo que vendrá, a cuyos estrenos en Buenos Aires y Montevideo asistí bien cerciorado de que estaba escuchando y presenciadndo uno de los episodios fundamentales de toda la historia del tango protagonizados por esos dos amados amigos.
Luego el Gato, peregrino eterno atrás de sus fantásticas utopías, se fue otra vez a Estados Unidos y su amigo Pichuco, eterno viajero de sí mismo, se quedó en su Buenos Aires y en el reencuentro hubo algún malentendido que concluyó con esta esquela que Troilo envía a Piazzolla:
“Querido Gato: Siempre me he honrado con tu amistad. Mucho más ahora que ha pasado tanta agua debajo del puente. Ahora, repito, sólo me queda pedirle a Dios que te dé tranquilidad y a mí que no me desampare. Algo hemos hecho para merecerlo. Te abraza Pichuco. 19 de junio de 1967″. Y Astor ha dicho de Pichuco en la revista “Todo” en 1963: “Es un gran tipo, gran persona, gran corazón, prototipo del porteño, parecido a lo que era Gardel, canta con el bandoneón como cantaba Gardel. Pichuco es el continuador de Gardel”.
En 1971, en homenaje a Carlitos, estrenamos Fábula para Gardel, con música de Piazzolla y ellos en dúo de bandoneones graban Volver y El motivo: Astor toca como labrando joyas negras y melancólicas y Pichuco haciendo brillantes lágrimas de luz.
Son los tres del siglo XX: en el primer tercio es Gardel, en el segundo Troilo y en el tercero Piazzolla. (…)
(Fragmentos del Capítulo 71 “Querido Gato” del Libro “El Gran Troilo, Cien capítulos sobre su arte, persona y vida” de Horacio Ferrer)

jueves, 5 de marzo de 2015

Francisco García Jiménez

Escribió tangos memorables antes de los treinta años. Muchos de ellos los hizo sobre la base de una composición musical previa, lo cual para todo escritor que se precie es una desventaja. Sin embargo, asumió el desafío y salió muy bien parado.
Así fue en 1920 cuando Rafael Tuegols el compositor de “La Gayola”, le propuso que le pusiera letra a “Zorro gris”. Ese mismo año Carlos Gardel lo estrenó y hoy “Zorro gris” y “Milonguita”, el tango de Enrique Delfino y Samuel Linning estrenado ese mismo año, están en el cuadro de honor de la poesía tanguera.
García Jiménez para esa fecha apenas tenía veinte años e iniciaba con “Zorro gris” una carrera de letrista fecunda y trascendente en el género. Autodidacta, lector infatigable, periodista, guionista de cine y teatro, fue uno de los grandes poetas del tango, ponderado por la calidad de su poesía, la originalidad de sus imágenes y metáforas, la delicadeza de sus recursos verbales.
Hay dos tangos que a mi criterio son decisivos en su repertorio poético. Uno se llama “Tus besos fueron míos” que Carlos Gardel grabó con su reconocida maestría; el otro, menos conocido pero de una calidad notable, se llama “Escolaso” grabado por Edmundo Rivero, en 1955, con acompañamiento de guitarras. “Tus besos fueron míos” fue el tango preferido, por ejemplo, de Juan Carlos Onetti, un tanguero exigente que sabía distinguir muy bien lo bueno de lo malo. Gardel lo grabó en 1926 y tres décadas más tarde lo grabó Oscar Larroca. En este caso se trata de una versión muy bien hecha, una versión que seguramente Gardel habría aprobado con una sonrisa y un guiño.
Respecto de Escolaso lo puedo definir con una palabra: ¡Extraordinario! Si a mí me pusieran un revólver en el pecho y me obligaran a decir, so pena de ser ejecutado en el acto si me equivoco, cuál es la mejor letra de tango en un mapa que suma alrededor de quince mil poemas, respondería sin vacilar: ¡Escolaso! Y si insistieran en saber quién es el cantor que mejor lo puede interpretar, con la misma seguridad respondería: ¡Edmundo Rivero! Curiosamente es imposible encontrar este tango en las casas de música. Como dijera Borges, he fatigado todas las bateas de las disquerías de Santa Fe, Rosario y Buenos Aires y “Escolaso” brilla por su ausencia. De Rivero tengo todo lo que se vende, pero me falta su mejor tango. Sin lugar a dudas que García Jiménez se esmeró para escribirlo y Rivero puso lo mejor de sí en el momento de mayor plenitud de su carrera artística para interpretarlo como se merece. Ninguna de estas consideraciones fueron tenidas en cuenta por los editores que pareciera que deliberadamente se saltean el mejor poema de la historia del tango. Resignado y fatalista, espero que alguna vez a alguien se le encienda la lamparita y haga justicia con “Escolaso”. Mientras tanto seguiré diciendo en voz baja: “...y pensar que condenado por la ley del escolaso, juego igual si el mismo mazo me lo tiran otra vez...” ¿Gustó? Va otra estrofa para que, por favor, no la confundan con el tema que lleva el mismo nombre, pero es de Astor Piazzolla: “Escolaso de mis años que en el pase de sus noches, se quedó con los derroches de mi generosidad, yo sé bien cómo se vuelve de la última parada, con un gris de madrugada y un dolor de soledad...”.
Los aciertos poéticos de García Jiménez se contrastan con lo que algunos de sus críticos consideran que fue el gran error de su carrera. Se trata del tango “Viva la patria”, grabado el 25 de septiembre de 1930 por Gardel en homenaje al golpe de Estado del 6 de septiembre que derrocó a Hipólito Yrigoyen.
Que yo sepa no hay otra versión de ese poema al que Anselmo Aieta le hizo la música. Más allá de la política y sus compromisos, la letra está muy por debajo del nivel de otros poemas. Se trata de una alabanza grosera a los golpistas y, como toda manifestación demasiado directa y politizada, fracasa poéticamente. Leyendo el poema daría la sensación de que en lugar de haberlo escrito un poeta sensible y sutil como García Jiménez lo hubiera escrito, por ejemplo, Aníbal Fernández.
Los seguidores de Gardel cuando se habla de este tema tratan de cambiar de conversación o mirar para otro lado. Algunos dicen que el Morocho del Abasto luego se arrepintió por haber cantado “Viva la patria”. No existen constancias escritas de que así haya sido. De todos modos, no hay por qué hacerse mala sangre o desencantarse con Gardel. El “Morocho” era un artista cuya valía estaba en el canto y no en sus ideas políticas. Pudo haber sido conservador, entre otras cosas porque para recorrer la noche de aquellos años y actuar en los locales nocturnos era necesario tener buenas relaciones con los caudillos conservadores, del mismo modo que en Chicago, Nueva Orléans o San Francisco un saxofonista o trompetista debía ser amigo de los mafiosos para actuar en sus locales nocturnos.
Se dice que Gardel nunca lo quiso a Hipólito Yrigoyen, aunque algunos aseguran que en 1925 grabó una versión de la “Marcha radical”. Todo puede ser cierto o mentira en estos temas porque, insisto, a Gardel no hay que juzgarlo o evaluarlo como político. Quien así lo hace pierde el tiempo y desaprovecha lo mejor de él.
Más complicado es entender a García Jiménez. Gardel cantó un tango que duró menos de tres minutos y hasta es probable que al otro día se haya olvidado de la letra o haya considerado que con ese tango ajustaba cuentas con los muchachos del “Klan Radical”, que le hacían la vida imposible con sus insultos y silbatinas en los locales públicos. Pero García Jiménez escribió una letra que le llevó su tiempo con las correcciones y agregados del caso. Digamos que García Jiménez fue consciente de lo que hacía. ¿A la hoguera entonces con él? No lo creo. El golpe de Estado de 1930 fue injusto, pero en su momento contó con una interesante adhesión popular. Conservadores, radicales antipersonalistas, socialistas independientes miraron con simpatía el “cuartelazo” protagonizado por cadetes y generales fascistas, y aplaudido por señoras y señores distinguidos, pero también por intelectuales, estudiantes y el diario de mayor tiraje de la época. Al respecto hay que decir que a nadie le debería llamar la atención que un escritor, un intelectual, considerara que en 1930 el golpe de Estado era necesario o inevitable. Hoy la historia estima que fue un error, pero en 1930 esa unanimidad en el juicio estaba muy lejos de existir y mucho menos en los ambientes de la bohemia nocturna en la que García Jiménez era un protagonista habitual.
Lo que vale para Gardel y García Jiménez vale también para ese gran músico que fue Anselmo Aieta, el bandoneonista que acompañó a García Jiménez en sus tangos más importantes. Digamos a modo de conclusión que los tangueros nunca se distinguieron por ser progresistas, entre otras cosas porque tampoco tenían la obligación de serlo. Preocupados por ganarse la vida con un mínimo de dignidad, trataban de percibir el humor de la sociedad en cada momento. Es así como acertaban con ella y se equivocaban con ella.
Más allá de ese opinable traspié, la obra poética de García Jiménez es de una inusual calidad literaria. Poco tiempo después de haber estrenado “Zorro gris” escribió “Barrio pobre”, sobre la base de una composición del guitarrista Vicente Belvedere. Extrañamente este bello poema no fue grabado por Gardel, pero hay una versión muy buena de Carmen Duval, acompañada por la orquesta de Argentino Galván.
En 1928, Gardel grabó “Alma en pena” poema de García Jiménez, acompañado por las guitarras de Aguilar Barbieri y Ricardo. Un año antes había escrito “Lunes”, un delicioso poema que alude al día que inicia la semana laboral, el día en que hay que ir a trabajar cargando sobre la memoria, o sobre la salud, la felicidad, las esperanzas o los excesos del fin de semana. Este tango fue grabado en 1947 por la orquesta de Alfredo De Angelis y la voz de Carlos Dante.
Un poema que da cuenta de la inspiración de García Jiménez es “Farolito de papel” con música de Mario y Teófilo Lespes. “Siga el corso” es otro de sus grandes hallazgos. Las versiones de Carlos Gardel, Ricardo “Chiqui” Pereyra, Raúl Berón y Julio Sosa son excelentes. Lo mismo puede decirse de “Bajo Belgrano”, en las versiones de Gardel y Julio Martel. “Carnaval”, “Rosicler”, con música de José Basso, “Ya estamos iguales” y el vals “Palomita blanca”, confirman, por si hay alguna duda, su calidad poética.
Publicó algunos libros que merecen leerse si es que el azar permite encontrarlos en alguna librería de usados. Se trata de “Vida de Carlos Gardel”, “El tango, historias de medio siglo”, “Memorias y fantasmas de Buenos Aires” y “Estampas tangueras”. Francisco García Jiménez nació en el porteñísimo barrio de Monserrat, el 22 de septiembre de 1899 y murió en la misma ciudad el 5 de marzo de 1983.