“AUTORRETRATO
Porque no sé si estoy o me he marchado,
( tanto dolor a veces me confunde )
y no me encuentro ya en los mediodías
ni en los cristales de ninguna lluvia.
Porque salgo a mirar si me he perdido
( son tantas calles, tanta noche y tanto !...)
y a veces no me veo en los espejos
que repiten fantasmas de mí mismo.
Llevo conmigo el corazón del hombre
que sabe de su tiempo y su distancia
y una sombra interior que me descubre
cada paso que doy ,o que me quedo.
Creo en un Dios de barba sensiblera
que me desordena las intenciones,
tocándome las ganas con su magia,
para que me desnude en los papeles.
Creo en una mujer, que no es mi madre,
pero que me devolvió la vida en un minuto,
prestándome sus duendes, su sonrisa,
su pedazo de sol y su mañana.
Y en nada más, porque no estoy a tono
con la formalidad ni la belleza.
Jamás sabré los cómo ni los cuándo.
Huyo de los: “ tal vez “, como del fuego,
pero me espera siempre en cada esquina
la certidumbre de nacer de vuelta.
Soy ese idiota que no espera nunca
la palabra final de los mensajes
y sin embargo escribe en las paredes
con un lápiz rebelde y sublevado.
Hago remiendos con mi pensamiento
para amparar lo poco que me queda :
dos ilusiones viejas, un presagio,
seis recuerdos gastados y una duda.
Mi porvenir se dice con silencios,
mi pasado es un grito. Y mi presente…,
una forma de estar que me ha quedado
colgada en el umbral de las costumbres.
Tengo este miedo de morir del todo
que no me deja respirar a gusto.
Miedo a morir en los demás y en algo
que se quede trunco, sin cumplirse.
Fatigo los rincones de la ausencia
con ojos de mirar las despedidas
y hace una cruz mi soledad con todo
lo que se vuelve luz y pasatiempo.
Tengo el por qué de los que no se entregan
aunque los hayan derrotado mucho.
La canción de la bronca a flor de labios,
La idea, amartillada desde siempre.
Como no sé trepar del gris al blanco,
camino sin color,… pero camino .
Dejo la piel en cada vuelta de hoja.
Subo hasta mí. Desciendo hasta el infierno.
Reniego del idioma facilista,
del gesto sin razón y del mediocre,
del convencionalismo adocenado
que huele a mercader y a hipocresía.
Hago con toda la esperanza rota
dos muñecos de sal y una bandera
y una promesa que no vale mucho,
porque no queda bien con tanto esfuerzo.
Salgo a enfrentar la vida. Nunca miento.
No sé disimular ni arrepentirme.
Me enjuicio. Me condeno. Me ejecuto.
No me devuelvo nada. Soy… de veras”.
Mario Iaquinandi
Qué curiosa es la memoria!. A lo largo de los años he conservado
intacto el recuerdo de aquella nena que fui a mediados de los 50, regresando
por las tardes de su clase de inglés. Si aún me parece verla aminorando el paso y deteniéndose en la casa
del portón verde de 19 de Mayo 226, para escuchar el sonido del piano que
desgranaba melodías a través de la ventana abierta. Sólo algunas veces logra observar
allí a un muchachito alto de buen porte, recostado en el portón, fumando, pensativo. Ninguno
de los dos imagina por entonces que la insondable telaraña del destino irá a
unirlos muchos años después, en la madeja oculta de un legado.
La letra impersonal de alguna biografía contará que Mario vivió en esa casa desde el primer año de vida
y allí se crió entre libros y música, adolescente retraído, habitante de ese territorio
único de los artistas, donde ya moraba cierta melancolía. Admirador de su
padre, el periodista Alfredo Iaquinandi, se vistió de coraje a sus 20 años y
desertó de esta bahía en cuyas orillas se estaba asfixiando y así partió rumbo
a un Buenos Aires que prometía avivar todos sus fuegos.
Los comienzos fueron hartamente difíciles en una ciudad que lo hizo
graduarse a la fuerza en dos materias: la soledad y el hambre. Peregrino en pensiones de mala muerte, sólo a
la noche revivía, recalando en el Tortoni o en el célebre Café de los
Angelitos, donde la vida cobraba sentido. Su amistad con Haroldo Conti,
Norberto Aroldi, Osvaldo Piro, Raúl González Tuñón y tantos otros, le permitió
conectarse con algunas editoriales del país y así fue cronista de arte y
espectáculos del diario: “La Tarde”; colaborador del periódico cultural:
“Acento” de Córdoba; corresponsal de la revista “Imagen” en Mar del Plata. En
la década del 70 recaló definitivamente en Buenos Aires siendo jefe de redacción en “Panorama
Marítimo”, redactor y cuentista de las revistas: “Antena”, “Nocturno”,
“Vosotras”, “T.V. Guía”, “Siete días, “Mundo 21”, “Corriere degli italiani”,
“Buenos Aires Tango y lo demás” y “Crisis”.
Su versatilidad lo hizo desplegarse en las múltiples facetas de periodista,
escritor, productor creativo y director artístico en distintas emisoras del
país, pero también como actor, integrando diversos elencos en escenarios
capitalinos. Junto con Héctor Negro, Osvaldo Avena y otros poetas integró la
llamada: “Revolución del 60”, siendo galardonado como mejor autor del Río de la
Plata en 1970.
Como compositor alcanzó notoriedad a través de los tangos: “Contáme una
historia” y “María de nadie” con música de Eladia Blázquez. Llegarían más
tarde: “Romance para una vereda”, “Mi ventana triste”, “Mi sábado sin vos”, “Un
hombre nuevo”, “Réquiem para un tiempo niño”, “La historia de los dos”, “Triste espejismo”, “Andando a solas” y “Mi ciudad sin tí”.
Después de este largo período de bonanza, sobrevino el eclipse, pero de
esa etapa oscura no hablan las escasas biografías, lo memoramos solamente
nosotros, sus amigos.
“ME QUIERO EN VOS”
Me quiero en
vos
para vivir un
mundo de días diferentes
sin sombras
reiteradas,
con un tiempo
de sol y desafío
corriendo por
las venas,
y un idioma
de piel
y una palabra
rescatada del miedo,
conjugada en
tu aliento.
De vos, sin treguas
ni melancolías.
Consciente de
tus ojos,
habitado en
tus manos,
fundador
insaciable de cosas permanentes,
habitual,…
necesario.
De vos me
quiero. Y ya no quiero nada
que no sea
este asombro
de repoblar
mi vida con tu nombre.
Definido en
tu ser, como un espejo,
…para saber
que existo.
Varón de pasiones renovadas, romántico incurable, su existencia siente
el vacío de relaciones fugaces, incompletas, hasta que aparece en su destino Martha,
la última mujer,… la definitiva. Por
ella abandonará la fama, el éxito, la miel de los halagos y regresará a su
bahía natal a fines de los 80. Sobreviene entonces un relámpago de esplendor y
descubrimiento mutuo, que los hace restañar heridas anteriores y prodigarse en
un mutuo amor.
“DE
PRONTO, VOS”
De
pronto, vos.
Y
entonces uno siente
que la
vida te duele como nunca.
Por
gris,
por
tantos años incendiados.
por el
amor vencido,
por lo
inútil de tantas ilusiones agotadas.
Uno
debía saber,
debía
guardarse.
Preservar la esperanza y esconderla
donde
nadie pudiera lastimarla,
pero
nunca se sabe,
nunca
es tiempo.
Y hubo
que andar por tanta medianoche
calmando
los sentidos,
con el
sol confiscado y el alma en bancarrota,
sin
entender por qué,.. sumando miedos.
Y entonces,
hoy,
un día
diferente,
y este
de pronto.
Y vos
y ese
milagro
de
empezar a encontrarse en uno mismo.
Todo un
acto de magia.
Lo imposible:
cruzar
la soledad....y hallar la vida”
Echando a volar su veta periodística, edita en
Diciembre del 88 la
revista “Imagen” que durará escasamente dos números. Alentado por colegas, Mario
brinda un recital en el Teatro Municipal en Octubre del 89, al que asistirá muy
poca gente. Una vez más, el artista
bahiense no había sido “profeta en su tierra”. Sin embargo, allí se reencuentra
con Olga, su primera mujer, que curiosamente
será más tarde, su estoica enfermera.
Es en Enero del 90 cuando la nena que fui recupera a Mario por única
vez. Por entonces él tiene un programa en Radio Nacional: “Señas particulares”
y yo había comenzado mi ciclo cultural de Citas en la tarde. A través de Antonio
Germani (su hermano de la vida) Mario
visita nuestra casa. Veo aparecer en el umbral a un hombre alto de gran
apostura y cabello entrecano, vistiendo una campera de cuero negra. Era la
prolongación de ese pianista de la casa de portón verde, que había hechizado
mis tardes. No sabía entonces que iba a disfrutarlo escasamente cinco meses , pero
estoy convencida que me dio en ese
brevísimo tiempo, mucho más que otra gente que pasó sin dejar huellas en mi
vida.
Las primeras señales de la enfermedad se manifiestan por esa época, así
como el desapego de Martha, que comienza a alejarse, porque está moldeada para
compartir instantes de gloria, nó nieblas de derrota.
Mario permanecerá internado una semana
en la sala 10 del Hospital Municipal y durante ese período Martha irá a verlo una sola vez, casi…a regañadientes. Él
lo refleja así en los manuscritos que borronea en el hospital:
“Martha. Hay tanto para amar y estimar en ella y sin embargo ahora es
como si un desdoblamiento, un espejo reversible, mostraran a otra Martha, una Martha que está sin estar. La extraño y me
duele. Extraño su amor, comprobado hasta la saciedad. Martha es hoy un ser
contemplativo que no puede razonar el dolor de los demás, aunque no sea igual
al suyo. Esta ausencia duele mucho a la hora de la visita”.
“YA VOY…
Te cuento que aquí abajo
hace muchas semanas que el sol se me evapora
y algo que no comprendo muy bien me determina cada
momento nuevo,
como si todo hubiera sido convenido por otros,
a espaldas de mi vida.
Hay mucha sombra,
mucho silencio nuevo,
mucha ausencia.
Una conciencia extraña de las cosas,
un mucho no poder,
muy poco tiempo.
No se cómo explicarte ; pero empezó de pronto, sabés
?.
De pronto fueron tantas las espaldas,
tanto espejismo roto,
tanta desilusión,
que en un momento estuve muerto para todo lo que fuera
creer.
Y entonces vos….,claro.
Vos, que vivís el sueño despierto de mi sueño,
que otra vez – y van tantas – volvés a protegerme.
Vos. Ese amor sin vueltas que no se apaga nunca
y que me vuelve pibe,
Me esconde la memoria de mis duelos más tristes
y me sonríe. Ahora.
Y ahora, claro, …ahora.
Para qué esperar más ?.
Los amigos olvidan, el amor fue una farsa
y vos estás de siempre.
Ya voy , papá .
Ya voy…”
Huérfano de familia esquiva, ausente de hijos, abandonado en razón de
cobardía por su última pasión, Mario va languideciendo lentamente, recostado en
el amor incondicional de sus amigos. Termina sus días en un hospedaje de mala
muerte en calle Rondeau, muriendo en brazos de Olga, su amor de juventud, en el
tormentoso atardecer del 29 de Junio del 90, a sus dolientes 53 años.
“DE
ÚLTIMAS” ( A José Antonio Germani,
en confesión)
Después de todo
habrá que acordarse que la
muerte también es una parte
de esta vieja costumbre de vivir.
Pero qué bronca da morirse así nomás, un día cualquiera,
lejos de Buenos Aires, sin lluvia y sin otoño ...!
Uno hubiera querido, noches antes, lastimarse de vinos,
comulgar con los duendes
y encender el idioma una vez más,
para lavarse un poco la mufa y los silencios.
Reconocer rincones
y devolverle sus esquinas a los sueños en vano;
enfermarse otro cacho de tangos;
secuestrarse en los labios de una muchacha última
y clausurar los miedos.
Hay tanta irreverencia en el borrarse
cuando se ha amado tanto la vida
que - al final - lo menos que uno pide
es la chance decente de emparejar los tantos.
Pero se da el absurdo
( la muerte es una boba franelera insensible
que no comprende nada )
y hay que morirse de cualquier manera.
Sin tiempo.
Sin razones.
Con una postrera sensación ridícula
de haberse disfrazado de uno mismo
para intentar zafar. Pero qué bronca …!
Tony :
Sabés qué es lo malo de vivir mal ?. Que no se puede morir bien.
Por eso quiero un último tiempo vivido
“ por derecha “, para
palmar en paz con mi conciencia. Un abrazo. Mario”.
Coherente en acción y pensamiento , la llama votiva de su antorcha
sigue prendida en quienes, conociéndolo,… supimos amarlo.
Extraido del Libro " El silencio que mastica el pucho", Ed. EN UN FECA, Bs As, septiembre de 2014.