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Vargas |
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Beron |
Comenzamos
esta evocación con Ángel Vargas, prototipo del cantor intimista, de quien se
cumplieron 50 años de su muerte, pero sigue plenamente vigente en su extensa
discografía. Nació en Parque Patricios el 22 de octubre de 1904. Modelo del
cantor de la orquesta, hablar de Vargas nos remite indefectiblemente a Ángel
D’Agostino, con quien plasmó sus grandes éxitos. Lo particulariza su fraseo de
un infinito buen gusto y los arrastres como si fuera una voz de baldío. Cultor
de un romanticismo esquinero, su estilo sentimental, expresivo, profundo, sin
gesticulaciones y aliado al micrófono, permitía a la gente bailar y deleitarse
escuchándolo, a la vez. Tenía una dulzura que disimulaba su acento varonil,
transmitía simpatía y era sobretodo, un cantor carismático.
La dupla D’Agostino-Vargas es, seguramente, uno de los
engranajes más perfectos que nos dio el tango. Entre 1940/46 desarrollaron esa
etapa fundamental, grabando 94 temas para el sello Víctor. Verdaderas joyas
representativas de un inconfundible modo vocal, como: Adiós arrabal, A pan y
agua, Viejo coche, Tres esquinas, No vendrás, Palais de Glace, El cuarteador,
Shusheta, Ninguna, Muchacho, Mano blanca, El Yacaré, el vals Esquinas porteñas
y la milonga El Morocho y el Oriental.
En su carrera como solista, alternativamente acompañado por
Attadía, Del Piano, Lacava, D’Amario, Stazo, Libertella y el trío de Scarpino,
grabó unos 90 temas. De esos 15 años de solista seleccionamos dos tangos:
Carnaval de mi barrio, con la orquesta de D’Amario y No aflojés, con Scarpino.
Aún sin declinar sus condiciones interpretativas, El Ruiseñor de las calles
porteñas murió en una cirugía de rutina (quería estar óptimo para una gira) el
7 de julio de 1959. Los índices de su popularidad se mantienen intactos. Hace
falta mencionar otro hecho poco común: Vargas no ha reclutado fanáticos, pero,
en cambio, no se le conocen opositores.
RAÚL BERÓN. Atentos seguidores lo ubican entre los mejores
cantores de orquesta y como una de las grandes medias voces. De clara estirpe
gardeliana, registro de tenor y timbre aterciopelado, su apogeo coincidió con
la época de mayor auge del tango: desde su ingreso a la orquesta de Miguel Caló
(1939), hasta su retiro de la de Aníbal Troilo en 1955.
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Diaz |
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Campos |
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Dante |
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Cardei |
El amplio y variado
repertorio de Berón revela su aptitud para captar todos los temas y climas del
género, que abordó siempre con buen gusto y mesura, alejado de los extremos.
Fue un cantor cálido e íntimo, que giró en el circuito del tango más elaborado,
junto a directores de alta calidad, como: Caló, Demare, Laurenz,
Francini-Pontier. Quizá pueda reprochársele cierta oscuridad en la emisión, que
por momentos dificultaba la comprensión de las palabras.
Nació en Zárate el 30 de marzo de 1920 y, con 19 años, ingresó
a la célebre Orquesta de las Estrellas. Debutó en el disco en 1942 para Odeón
con un enorme éxito: Al compás del corazón. Entre los 28 temas que registró
después sobresalen: Lejos de Buenos Aires y Tristezas de la calle Corrientes,
unas joyitas. Siguió su derrotero hasta recalar con Troilo, junto al cantor
Jorge Casal. Se pueden recordar de ese ciclo de Raúl los tangos: De vuelta al
bulín, Cualquier cosa y Discepolín. La deficiente matricería del sello TK no
permitió recopilar esa buena etapa del cantor, que después de 1955 fue solista.
Raúl Berón murió el 28 de junio de 1982.
CARLOS DANTE. Al término de su actuación con la orquesta de
Manuel Pizarro, en un café parisino de Montmartre en los años 30, un
distinguido caballero, en correcto castellano, le expresó: “Lo escuché con
mucha atención. Es usted un excelente cantor de tangos. No cambie nunca su
estilo. Al tango hay que decirlo, no gritarlo”: Aquel personaje era el famoso
barítono italiano Tita Rufo. Y Dante adquirió prestigio y personalidad propia
cantando así, siempre a media voz, durante su prolongada trayectoria.
Carlos Dante Testori nació en Boedo el 12 de marzo de 1906.
Cantor creativo, personal, de afinada y expresiva dicción, tenía la
particularidad de darle vida al sentido de cada letra, logrando consagrarse en
el más alto nivel de popularidad durante su ciclo inolvidable con De Ángelis,
con quien estuvo 14 años (1944/58). Su perseverancia en ensayos, vocalización y
respiración, dieron esos frutos. Lo prueban 305 temas que dejó grabados, 139
con El Colorado de Banfield.
Tomó la decisión irreversible de retirarse en 1974, para
disfrutar en familia. Toda una lección: “Soy consciente de mis limitaciones
vocales. Los años no pasan en vano. Prefiero que me recuerden a través del
disco”. Y vaya si se lo recuerda. En colecciones de Odeón uno puede disfrutar
de incomparables interpretaciones, como: La brisa, Ya estamos iguales, Lunes,
Mocosita, Carnaval, Melenita de oro, Cruz de palo, Justicia criolla, Al pie de
la Santa Cruz, Compadrón, La Novena, Así es Ninón. Cuando grabó Mano a Mano, en
los dos primeros días se vendieron 14.800 discos.
El 28 de abril de 1985, a los 79 años, en su casa sufrió un pico
de presión y falleció repentinamente. Fue uno de los cantores más queridos,
auténtico; por eso perdura en el tiempo.
ÁNGEL DÍAZ. No tuvo la trascendencia que merecía su exquisito
fraseo, voz aterciopelada de barítono dulce. Quizás su nombre (que era real),
conspiró contra su popularidad, pero lo cierto es que fue un excelente cantor,
un deleite para los oídos. Llegó a la orquesta de Horacio Salgán en 1950,
después de incursionar con Alfredo Gobbi junto a Jorge Maciel. Fue el primero
en grabar en muy buena escala.. Recordemos que en ese aspecto, el pianista no
había tenido suerte nada menos que con Edmundo Rivero, rechazado por los sellos
por su voz gruesa.
El Paya Díaz, quien también escribió algunos tangos, irrumpió
en escena a la par de la revolución que gestaba el maestro. Cuando Salgán
incorporó en 1952 al colectivero Roberto Goyeneche, encontró en Ángel Díaz
—además de su compañero en el rubro vocal-- a un amigo fiel, digno y devoto,
que le tendió una mano y lo bautizó El Polaco. Además, tuvo sobre él un
ascendiente estilístico, como un sustrato que los dos cantores se complacían en
admitir. Esa amistad perduró siempre, a pesar de tomar rumbos distintos.
Entre 1952/57 registró Ángel Díaz, para RCAVíctor, versiones de
alto vuelo, con el marco luminoso de la música de Salgán: Ensueño, Como abrazao
a un rencor, Doble Castigo, Una carta, Malevaje, Vieja Recova, y dos logros
superlativos: Motivo de vals y el bambuco colombiano Las Mirlas, en tiempo de
vals. Ángel Paya Díaz, indiscutido entre las genuinas medias voces, nació el 25
de abril de 1929 y murió el 11 de diciembre de 1998. Un infarto lo abatió a los
69 años en el camarín del teatro San Martín.
ENRIQUE CAMPOS. Este uruguayo, nacido el 10 de marzo de 1913,
fue uno de los cantores distintos que sabía ingeniarse para conseguir Ricardo
Tanturi. En 1943, la salida de Alberto Castillo fue un sacudón que el pianista
solucionó rápidamente. Hizo cruzar el Río de la Plata a Enrique Inocencio
Troncone, quien venía triunfando en su tierra y en Brasil. Con nombre artístico
Enrique Campos y 30 años de edad, asumió la responsabilidad de sustituir al
consagrado antecesor. Resultó todo un suceso, con su naturalidad, presencia,
personal voz y melodioso fraseo. Registró creaciones inolvidables, reproducidas
en CDs, como: Muchachos, comienza la ronda (su debut en el disco); El sueño del
pibe, Que nunca me falte, Recién, Una emoción, Y...siempre igual, La abandoné y
no sabia, Calor de hogar, Giuseppe, el zapatero, Malvón, Igual que un
bandoneón. Después incursionó con Francisco Rotundo y de esa etapa merecen
destacarse: Llorando la carta y El viejo vals, un acierto a dúo con Floreal
Ruiz. También escribió varios temas. Enrique Campos falleció el 30 de marzo de
1970.
Contemporáneo
Luis Cardei, con su voz pequeña y entonada, fue un cantor
singular de los años 90. El documental El torcán, de Gabriel Arregui, indaga
sobre la vida de un personaje casi único, nacido en Villa Urquiza el 3 de julio
de 1944.. Sobrellevó una poliomielitis desde niño, más la hemofilia que provocó
su prematura muerte, al contagiarse de hepatitis C en una transfusión
rutinaria, el 18 de junio de 2000. El mal no necesitó demasiado para aniquilar un
físico tan desgastado. Sus tangos están dichos en voz baja, pero sin exagerar
el clima intimista; un cantor en pantuflas. Por ser más contemporáneo, Cardei
tuvo algo de ilustres predecesores, particularmente del Angelito Vargas
barrial.
Seleccionó temas románticos y evocativos, historias de veredas,
de las décadas del 30 y 40. Sencillito pero profundo. Sin promoción alguna, se
ganó un lugar que su propio modo de cantar atraía. Acompañado por el fueye de
su amigo Antonio Pisano se las arreglaba, incluso para grabar. El
reconocimiento le tardó en llegar. No le quedó tiempo para más, pero
interpretaciones como: Ventarrón, Los cosos de al lao, Charlemos, La novia
ausente, Anclao en París, Viejo baldío, Ivette; los valses Temblando y Pedacito
de cielo, hablan de un elaborado repertorio para sus posibilidades vocales. Uno
de los casos infrecuentes en que, tras la desaparición física, su forma de
cantar se incrementó en el gusto de la gente. La discografía no dejó espacio
para el olvido. Sus últimos recitales los hizo en mayo de 2000, un mes antes de
partir, en el Café Literario Opera Prima de la porteña calle Paraná.
“No soy —había dicho Luisito Cardei, quizá aludiendo a la etapa
final del Polaco Goyeneche— de los cantores que necesitan golpear el suelo con
el pie, ni agacharse como si estuvieran por cabecear un córner”. Lo de él fue
siempre lisito, respetuoso, sentido, cálido y sencillo. Un cantor de patio más
que de escenario, que supo darle a sus recitales el clima frágil de una
recoleta ceremonia para pocos: fugaz, sensible, cómoda y galante.