martes, 20 de enero de 2015

Orlando Goñi, el mariscal del tango

Su amigo desde la adolescencia, Alfredo Gobbi, compuso en 1949 cuatro años después de su muerte el tango “Orlando Goñi”, un tango grabado por el propio Gobbi y más adelante por Aníbal Troilo y Osvaldo Pugliese, un merecido y poético homenaje a quien fuera considerado el gran pianista del tango, “el pulpo del piano”, como lo calificara un admirador.
Orlando Cayetano Goñi nació en Buenos Aires, en la zona del mercado Spinetto, el 20 de enero de 1914, y murió en Montevideo, en la casa de su amigo el bandoneonista Juan Esteban Martínez, el 5 de febrero de 1945, cuando apenas había cumplido treinta y un años y tenía la salud hecha trizas por los excesos del alcohol y las drogas.
Con la música se relacionó desde pibe y su maestro fue Vicente Scaramuzza, el mismo que le dio clases a ese otro grande del piano que fue Osvaldo Pugliese. Se asegura que a los 13 años estaba en la orquesta de Alfredo Calabró, pero lo seguro es que su primer grupo musical lo formó con su amigo Alfredo Gobbi, Alfredo Attadía, un Troilo muy jovencito, Luis Adesso en el bajo y su hermano José Goñi, en el violín.
No ha cumplido veinte años y su destino definitivo ya es el tango, una vocación que la desarrollará desde el piano donde, quienes lo conocieron, aseguran que demostró un inusual talento para la interpretación. Al respecto, las consideraciones de los críticos son casi unánimes: el piano de Goñi se distingue por un fraseo claro, un ritmo inconfundible, un estilo donde es evidente la influencia del jazz, la síncopa y el swing, variaciones aprendidas escuchando muy de pibe las sesiones de tango de Julio de Caro en el Cine Select de calle Lavalle o disfrutando de la música de su admirado jazzista Tedy Wilson.
Después de una muy breve temporada con Miguel Caló, está en radio Fénix con Cayetano Puglisi, acompañado de Eladio Blanco, Totó Rodríguez y Alfredo Calabró en la línea de bandoneones; Mauricio Nise en el violín y Francisco Vitale en el bajo. En otro momento, está el LR1 Radio el Mundo con los bandoneonistas Ciriaco Ortiz y Totó Rodríguez, los violinistas Holgado Barrios, Pedro Sapochnik y el propio Cayetano Puglisi; en el bajo está Vicente Sciareta y las voces son las de Susy del Carril y el mítico Antonio Rodríguez Lesende.
En ese deambular por diferentes formaciones musicales -una excepcional y privilegiada escuela de aprendizaje-, participa en la Orquesta Típica Paraguaya y en un improvisado cuarteto constituido para acompañar al cantante riojano Enrique Arbel, ocasión en la que grabarán “En un beso la vida” y “Charlemos”. En los carnavales de 1936, se lo ubica en la orquesta de Francisco Canaro y Luis Ricardi; también se sabe que en algún momento estuvo en el Café Nacional con la orquesta de Manuel Buzón, el hombre que en su momento le presentó a Troilo, motivo por el cual en 1937 será convocado por éste para integrar la orquesta que acaba de constituir. Más de seis años estuvo Goñi con Troilo, un tiempo en el que grabará 71 temas, un detalle menor comparado con su gravitación en esa formación musical, al punto que se llegó a decir que el alma real del grupo era el piano de Goñi, un detalle que captó rápidamente Astor Piazzolla, quien dirá al respecto: “Su forma de tocar el piano marcó el sonido de la primera orquesta de Troilo”.
Verlo frente al piano era un espectáculo aparte. Desdeñaba los rigores formales; se sentaba frente al piano como si estuviera en la mesa del café, no usaba los pedales, apenas prestaba atención al pentagrama; su genio era la improvisación, aquello que un crítico llamó la imaginación creadora. En ciertos momentos, daba la sensación de mover las manos con desgano, pero a las teclas les arrancaba sonidos únicos, recreando un fraseo delicado con la mano derecha, mientras la mano izquierda marcaba los bajos.
La orquesta de Troilo contaba con los bandoneones además del suyo- de Totó Rodríguez y Gianitelli; los violines de Reinaldo Michele, Pedro Sapochnik y José Stilman; Fazio en el bajo y, por supuesto, Goñi en el piano. Troilo debutó en el cabaret Marabú y en esas sesiones de hacha y tiza Goñi dictó cátedra interpretando temas como “Uno”, “Cuando tallan los recuerdos”, “Farolito de papel”, o “Corazón no le hagas caso”.
El pasaje de Goñi por esta orquesta fue tan brillante como conflictivo. A su talento increíble se sumaban sus impuntualidades, las inconstancias profesionales de una vida disipada que fueron minando la paciencia de un veterano de la noche como fue Troilo. Piazzolla recuerda que en diferentes ocasiones él debía hacerse cargo del piano, pero lo cierto es que estas ausencias, que se fueron reiterando con el paso del tiempo, se cortaron por la sano cuando Troilo se presentó con un escribano en el Café Germinal, donde Goñi estaba dado vuelta, trámite legal que le permitió cesantearlo, vacante que en poco tiempo será ocupada por José Basso.
Expulsado de la orquesta de Troilo, decide formar su propia orquesta que debutará el 1º de diciembre de 1943 en el Café Nacional, ocasión en la que un cronista del diario El Mundo lo calificará como “El mariscal del tango”. En esa formación, están en la línea de bandoneones el excepcional músico rosarino Antonio Ríos, el impecable Eduardo Rovira, Luis Bonnat y Roberto Di Filippo; en los violines se destacan Rolando Curcel, José Amatrain, Antonio Blanco y Emilio González; en el bajo, Domingo Domaruma y Enrique Storani en el cello. Los cantantes merecen un capítulo aparte, porque allí van a estar Rodríguez Lesende, Osvaldo Cabrera, Raúl Aldao y el gran Francisco Fiorentino, quien se retira al poco tiempo fastidiado por las impuntualidades de Goñi. Lamentablemente, esta orquesta que en su mejor momento convocó a multitudes e hizo una muy buena temporada en Radio Belgrano, sólo dejó como testimonio de su arte una deficiente grabación en la que se destacan cuatro temas: “Y siempre igual”, “Mi regalo”, “Chiqué” y “El taura”.
Orlano Goñi vivió al límite y en esas condiciones a nadie le debería extrañar que haya muerto tan joven. Piazzolla, poco afecto a las efusiones sentimentales lo describe con palabras tiernas; “Tenía unas manos hermosas como no he visto en otro pianista. Era uno de esos personajes del tango: tenía en la cara la palidez de los músicos de cabaret y unas ojeras enormes. No le gustaba la música clásica ni el jazz, pero tocando el piano era algo supremo”. Desde otro lugar, Horacio Ferrer dice algo parecido: “Sería injusto para la valoración de otros ejecutantes, afirmar que fue el mejor pianista del género, pero sería también muy difícil afirmar lo contrario”.
Singular presencia la de Goñi en el tango: su vida fue breve, su bohemia desenfrenada seguramente debe de haber conspirado contra su propia formación musical; recién en los dos últimos años de su vida tuvo una orquesta donde sus indisciplinas eran célebres. No dejó escuela ni dejó discípulos y el único tema que compuso fue “Mi regalo”, pero sin embargo todos los críticos coinciden en destacar su genio, esa inspiración que le otorgaba a su piano un sello inconfundible.

lunes, 19 de enero de 2015

Héctor Gagliardi: “El triste”

El apodo se lo puso un periodista al oírlo recitar sus propios poemas. En realidad la tristeza no era la suya
sino la de sus oyentes, ya que en sus recitales era un hecho habitual que a muchos de ellos se les llenaran los ojos de lágrimas. Su poesía nunca fue reconocida en el mundo literario, y hasta podría decirse con buenos fundamentos que su calidad está muy por debajo de poetas tangueros como Homero Manzi, Cátulo Castillo, Celedonio Flores, Enrique Santos Discépolo u Homero Expósito. Sin embargo, muchos de estos autores disfrutaron de su obra, lo alentaron y en más de un caso prologaron sus libros.
Puede que sus poemas, efectivamente, carezcan de calidad literaria, pero de lo que nunca carecieron fue de calor popular. Multitudes lo escucharon con devoción casi religiosa y en su momento sus libros se vendían como pan caliente, al punto que el único autor que lo ha superado en ventas en la Argentina fue José Hernández con el “Martín Fierro”, un honor que dice muchas cosas respecto del gusto de las clases populares en materia literaria, pero también de su capacidad para llegar a ellas con poemas en el que los temas solían ser más importantes que la elaboración poética.
Los motivos por los cuales los poemas de Gagliardi gustaban al gran público no son un misterio. Sus relatos hablan de las emociones comunes y sencillas de los hombres: la maestra del grado, la piba linda del barrio, la bolita “lechera” , el amigo, la pelota de fútbol. Los personajes del barrio, sus ilusiones, fantasías y tristezas están retratados con trazos gruesos y emotivos, en la mayoría de los casos, deliberadamente emotivos.
Sus temas eran previsibles como lo eran sus procedimientos y recursos estilísticos. Las rimas son trilladas y el sentimentalismo lo traiciona a cada rato. De todos modos, en ese océano de lugares comunes y lacrimosos hay momentos que merecen rescatarse, incluso a pesar de él mismo. Dice en uno de sus poemas en homenaje a Buenos Aires: “Sos la pitada final del cigarro que se fuma, sos un barbijo de luna en un patio de arrabal, sos tango sentimental que me llena de tristeza y sos la media cabeza del Gran Premio Nacional”.
Enumerar es un buen recurso poético que hay que saber hacerlo. Gagliardi lo hace y no lo hace mal. Por ejemplo en “Me llamo tango” dice: “Soy columna mercurial de la emoción ciudadana, soy avenida Quintana y baldío de arrabal, nock aut en el Luna Park, penal en el travesaño, soy la París y el estaño, soy bandoneón y organito, soy dibujo del Otito, gorrión de plaza y canario. Soy tribuna popular que ante el empate se agranda y soy lujo a cuatro bandas sobre el paño de billar, soy grito de ¡no va más! que en la rula nos conmueve y soy ese anclar de nueve que hasta los secos palpitan y soy Legui y Artiguitas peleando un bandera verde”.
En estos versos hay ritmo, imágenes visuales bien logradas, hay musicalidad y, por supuesto, una singular capacidad de observación, un talento particular para distinguir aquellas experiencias o lugares en que los hombres se reconocen inmediatamente. Las imputaciones de sensiblero, cursi, sentimental, han llovido sobre él y su obra. Sus críticos más benévolos dijeron que sus poemas eran malos pero los recitaba muy bien. Ninguna de estas imputaciones lograron afectar a su masa de seguidores, los cuales en la mayoría de los casos no se enteraban de esas críticas y si lo hubieran hecho no las habrían entendido o no les habrían llevado el apunte.
Personalmente lo conocí en ese templo local del tango santafesino que fue Bacan cuando Neme lo dirigía y las copas las servía el Negro París. Para principios de los ochenta, Gagliardi ya estaba grande y se le notaba, pero su capacidad para recitar se mantenía intacta, como también estaba intacto su talento para arrancar lágrimas de sus oyentes masculinos que entre sollozos y suspiros le solicitaban nuevos títulos o que repitiera los que ya había recitado.
Héctor Francisco Gagliardi nació en Buenos Aires el 29 de noviembre de 1909 y murió en la misma ciudad, el 19 de enero de 1984. Su barrio, lo dice en algunos de sus poemas, fue Constitución. En una entrevista dice que el tango fue siempre lo suyo y habla de su amistad entrañable con Celedonio Flores, quien además de un amigo, fue el inspirador de su poética y quien lo habrá de proyectar a la fama.
Gagliardi nació en Constitución, pero su adolescencia transcurrió en San Telmo. Allí, descubre su paisaje de calles adoquinadas y casas viejas y escribió sus primeras poemas sin otra pretensión que la de expresarse o darse el gusto. El acontecimiento que le abre las puertas a la fama ocurre en la mítica Cortada de la calle Carabelas y que alguna vez homenajeara Carlos de la Púa en uno de sus poemas. Allí, en un restaurante frecuentado por poetas, artistas y hombres de la noche se celebra una tenida en la que están presentes, entre otros, Celedonio Flores y Homero Manzi. Se habla de literatura, se toman, se cuentan historias y se canta. En algún momento, Flores lo presenta a su protegido como un poeta que hay que escuchar. Gagliardi se sube a una silla y recita algunos de sus escritos. La leyenda asegura que la aprobación fue inmediata. Entre los aplaudidores estaba Tito Martínez del Box, productor del programa “Jabón Federal” de Radio Belgrano. Él propone que al otro día pase por la radio para hacer una prueba. Según palabras del propio Gagliardi, lo hicieron recitar y cuando concluyó observó que todos estaban llorando, incluso Tito.
A partir de ese momento, nunca dejó de recitar en grandes escenarios y en las principales emisoras porteñas. Francisco Canaro, Aníbal Troilo, Juan de Dios Filiberto lo convocaban para que los acompañara en las giras. Directores de revistas y personajes de la farándula lo llamaban para que escribiera libretos o saliera con ellos al escenario. Poemas como “El Rusito”, “La maestra” , por ejemplo, eran solicitados a gritos pelados por el público.
Después vendrán los libros. “Puñados de emociones”, “Por las calles del recuerdo”, “Versos de mi ciudad”, “Esquinas de barrio”. Los títulos anticipan los contenidos. Algunos de sus tangos fueron interpertados por Troilo, Francini, Leopoldo Federico y Juan D’Arienzo . “Medianoche”, tal vez sea el más conocido. A las ediciones, luego les sumó los discos que también se vendieron como pan caliente.
¿Poemas tangueros? No sabría decirlo, pero lo cierto es que a los tangueros esos poemas les encantaba escucharlos. Alguna vez en una entrevista les dijo a quienes lo criticaban por la baja calidad poética de sus versos. “Sé que dicen que mis versos no están a la altura de los grandes poetas, pero no me preocupa. Simplemente soy un creador sincero que le canta a las cosas que conoce y quiere. En mis versos no hay trampas ni mentiras, son realidades que yo conocí de una ciudad llena de encantos, que ahora también los tiene, pero antes era más familiar, nos conocíamos más, éramos compinches, por la calle Corrientes nos saludábamos de vereda a vereda. A mi poesía no la sabría definir con exactitud, pero puedo asegurar que el pueblo la entiende bien.”

viernes, 16 de enero de 2015

GABY "LA VOZ SENSUAL DEL TANGO" CON GRAN ÉXITO EN MAR DEL PLATA Y CIUDADES DE LA COSTA BONAERENSE

El miércoles 07 de enero comenzaron las presentaciones de la cantante bahiense en el Bar Juan Domingo de Mar del Plata (Arenales y Gascón), a pocos metros de la playa. "Bésame Mucho", tal el nombre del show que se presentará cada miércoles de enero en aquel escenario, resultó muy aplaudido por el público presente que, con ganas de más, solicitó varios bises antes de la despedida final de la morocha.
"Creo que a la gente le gusta escuchar los tangos populares de cantores emblemáticos del tango y algo de eso es lo que armamos en este espectáculo. Repasando gran parte de mi discografía, entre tangos, valses y boleros, ofrecemos un espectáculo muy ameno, con anécdotas de primera mano que me fue dando la vida gracias a haber trabajado con tantos grandes que hoy lamentablemente no están como Calígula, Tito Reyes, Oscar Ferrari, Delfor Medina, entre otros; y por mi cercanía a una fuente de anécdotas inacabable que es mi marido que trabajó con muchísimos cantantes, boxeadores y artistas de todo rubro", dijo Gaby tras el resultado de su presentación.
El espectáculo dura unos 60 minutos y se hace corto, el público se suma a las canciones, a las anécdotas y a la propuesta que realiza Gaby desde el comienzo del espectáculo."Bésame Mucho" se presentó el viernes 09 en "Tu Pilar" de Villa Gesell y continuará durante el verano en Mar del Plata, Balcarce y Necochea. Una buena propuesta para quienes gusten del buen tango.
El sábado 10  obtuvo un rotundo éxito de público y crítica en El Argentino Bar de Mar del Plata (Ayacucho y España),con  el musical unipersonal La Novia de América sobre la vida y obra de la cantante y actriz Libertad Lamarque, junto al pianista Víctor Volpe.
A partir de una idea de José Valle y bajo su producción, la cantante bahiense escribió esta obra intentando plasmar todo el legado que la estrella rosarina dejó al pueblo latinoamericano.
Las presentaciones se iniciaron en Bahía Blanca y La Botica del Angel de la Ciudad de Buenos Aires para recorrer luego gran parte del país.
La obra fue declarada de interés cultural por el Ministerio de Cultura de la Nación y el Instituto Cultural de Bahía Blanca; de interés provincial y legislativo provincial por la Cámara de Senadores bonaerense y de interés municipal por el Concejo Deliberante de Bahía Blanca.

Ángel D’Agostino

El propio D’Agostino se jactaba de cultivar un perfil bajo, aunque esa deliberada discreción no le impidió, por ejemplo,que el programa “Ronda de ases” le otorgara en 1943 el primer premio como mejor director de orquesta. El reconocimiento no debe de haber sido menor, porque iba acompañado de la suma de 1.800 pesos, una muy buena cantidad de plata para aquellos tiempos .
Con el paso de los años el juicio, o el prejuicio, acerca de la “orquestita” se fue relativizando. Sobre todo porque hasta el día de hoy los discos de los dos grandes “ángeles” del tango: D’Agostino y Vargas, se siguen vendiendo como pan caliente y no hay tanguero que se precie de tal que no admita que esa dupla constituye uno de los momentos más felices del tango. Por otra parte, mal se puede “ningunear” a una orquesta por la que pasaron músicos de la calidad de Gabriel Clausi, José Basso, Atilio Stamponi, Jorge Caldara, Ismael Spitalnik y Ernesto Baffa.
Con estos antecedentes, no se puede decir alegremente que se trataba de una orquesta menor. D’Agostino para la década del cuarenta era un pianista con más de veinte años trajinando por los escenarios de locales nocturnos, cines, clubes de barrio, salas de teatro y emisoras de radio. No era Pugliese, pero no estaba muy lejos del maestro. Sus recursos eran básicos, pero los manejaba muy bien. Siempre sostuvo que durante toda su carrera respetó dos criterios musicales básicos: respeto por la línea melódica y acentuación rítmica para facilitar el baile. Durante más de cuarenta años se mantuvo fiel a esa línea y a la hora del balance los resultados están a la vista.
Ángel Emilio Domingo D’Agostino nació en Buenos Aires el 25 de mayo de 1900. La calle de su infancia fue Moreno al 1600, entre Virrey Ceballos y Solís. Se crió en un hogar de músicos. El padre, los tíos, los amigos de la familia tocaban el piano, la guitarra y algunos se le animaban al bandoneón. Manuel Aróztegui y Adolfo Bebilacqua, el autor del tango “Independencia”, eran amigos de la casa.
A los seis años, tocaba el piano y a los doce armó su primera orquesta que actuó en el teatro Guignol, casi en el traspatio del Zoológico. Los otros dos pibes que lo acompañaban eran Ernesto Bianchi y Juan D’Arienzo. Su adolescencia y primera juventud transcurrió alrededor de la música. En nombre de esa vocación abandonó los estudios y empezó a predicar los beneficios de la soltería, pasión que compartió con su amigo Enrique Cadícamo, por lo menos hasta el día en que con más de cincuenta años a cuestas, el autor de “Los mareados” decidió arrear las banderas, capitulación que, según dice la leyenda, D’Agostino no le perdonó nunca.
Desde muy pibe se entreveró en el mundo de la música y se esforzó por ganarse la vida con lo que le gustaba. Así fue como se inició como maestro de piano para las señoras y señoritos del patriciado. A los catorce años, era el pianista preferido de Saturnino Unzué. Desde esa época, datan sus relaciones con las clases altas, a las que nunca perteneció por origen familiar, pero sí por adscripción. Soltero empedernido, nunca dejó de asistir a las veladas del Club Progreso, sobre todo a la timba de hacha y tiza que se armaba en el trasnoche.
Retornemos. Recién acababa de enrolarse cuando conoció al violinista Enrico Bolognini, con quien se presentó en el Jockey Club, el Empire, el Florida y el Apolo. Con Bolognini una noche tocaron La Marsellesa en el balcón de su departamento para festejar el fin de la primera guerra mundial. A sus actividades musicales le sumó sus intervenciones en el teatro con la compañía de Fernando Díaz de Mendoza y María Guerrero, los fundadores del Teatro Cervantes. Para esos años, fundó su primera orquesta “en serio”. Se trataba de una orquesta más dedicada a ritmos populares y el jazz que al tango. No estaba solo en el emprendimiento. Lo acompañaba el violinista Agesilao Ferrazzano. La flamante formación musical debutó en el Teatro Nacional y después se instaló en el célebre Palais de Glace. Para la misma época, funda lo que se considera como la primera orquesta para el cine mudo. Allí está presente un bandoneonista recién llegado de Córdoba: Ciriaco Ortiz
Su primera orquesta de tango nació en 1934. Allí estaban, entre otros, los bandoneonistas Jorge Argentino Fernández y Aníbal Troilo, el violinista Hugo Baralis (h) y el cantor Alberto Echagüe. En 1936, la orquesta animaba las noches de El Chantecler, funciones que se mantendrán hasta 1940. En esos años, lo conoce a Ángel Vargas, quien entonces trabajaba de tornero en un frigorífico. El que los presentó fue un empresario de apellido Vázquez, marido de Paulina Singerman. Con Vargas se conocieron en esos años pero el encuentro artístico definitivo de “los dos ángeles”, el encuentro que los consagrará en la historia del tango, se dio en 1940 y el debut se produjo en el cine Florida y luego en radio el Mundo.
El 12 de noviembre de ese mismo año, editaron para el sello Víctor “No aflojés” y “Muchacho”. Los arreglos musicales estuvieron a cargo de Alfredo Attadía y Eduardo del Piano. No hizo falta más publicidad ni presentaciones. La “magia” del cantor y el pianista se encargaron del resto. Noventa y tres tangos grabaron D’Agostino y Vargas para regocijo de los tangueros. Allí están, entre otros, verdaderos tesoros del género como “Tres esquinas”, “Ahora no me conocés”, “A pan y agua”, “Viejo coche”, “Ninguna”, “Trasnochando”, “Agua florida”, “Pero yo sé”, “Barrio de tango”, Adiós arrabal” y “Café Domínguez”, con un extraordinario recitado de Julián Centeya . Temas como “Tres esquinas”, “Lo llamaban Eduardo Arolas” , “Pobre piba”, eran composiciones de D’Agostino, a las que se deberían agregar “Pasión milonguera”, “El cocherito” y “Dice un refrán”.
Cuando Vargas se retira de la orquesta a mediados de los cuarenta, lo sucede Tino García, con quien graba dieciocho temas. García será reemplazado por Roberto Álvar, que se quedará en la orquesta hasta 1958. En 1952, llega Rubén Cané. También se lucen como cantores Roberto Aldao y Ricardo Ruiz, que graba “Cascabelito”, tema que equivocadamente se le atribuye a Vargas. El último cantor de la orquesta será Raúl Lavié, quien grabará con el maestro en 1962. Ese mismo año D’Agostino se retira de los espectáculos públicos. No lo hará de la noche y de su pasión, el póker. Muere el 16 de enero de 1991. Los coleccionistas se disputaron durante un tiempo el famoso reloj despertador de exclusivo diseño que en su momento le regaló Evita. 

Oscar Alonso, bendecido por Gardel y Troilo

El Café Nacional de calle Corrientes al 900, fue uno de los notables santuarios del tango, el lugar donde se celebraban diariamente las ceremonias en su homenaje. Por allí desfilaron los mejores y, en ese palco, se consagraron los grandes músicos y cantores del género. Uno de ellos, considerado en su tiempo la gran promesa del tango canción, fue Pedro Carlos Brandán, conocido poco años después como Oscar Alonso.
En el tango, como en cualquier universo con historia, existen los mitos, las leyendas y los próceres. Como en toda celebración no faltan los maestros y los sacerdotes que inician a los aspirantes en la nueva fe. Alonso fue uno de los privilegiados. Aún no tenía veinte años y ya estaba bendecido por los grandes ases del tango. El primero fue nada más y nada menos que Carlos Gardel. Según cuenta Cátulo Castillo, alrededor de 1933 Gardel cantaba en una obra de teatro menor y cuando concluía su jornada se iba a tomar unas copas al Nacional. Allí, fue cuando escuchó por primera vez a Alonso y le dijo a Pascual Carcavallo: “Pucha que canta lindo ese morocho”. La otra versión proviene de Vaccarezza. Según sus palabras, Gardel lo fue a saludar a Alonso a su camarín y le dijo más o menos lo siguiente: “Yo me voy pibe, y el tango queda en tu garganta de oro. Cuidala, y no te engrupas”.
En estos casos, poco importa saber si la historia es verdadera o si hay documentos que la verifiquen, porque en el mundo mítico lo que vale siempre es la leyenda, que el rumor circule, que la imagen se instale en la memoria, que en la mesa de un bar, en la barra o en algún local nocturno, un grupo de hombres lo comente con asombro, con admiración.
Lo cierto es que Alonso ingresa al tango por la puerta grande y provisto de las mejores credenciales. Una de ellas se la otorga Homero Manzi, cuando le comenta a un amigo. “Cada vez que canta este muchacho, me hace temblar”. No concluyen allí los reconocimientos de los grandes. Según Serranito , Aníbal Troilo le confío una noche que “Alonso fue el más grande cantor de tangos después de Gardel, anotalo nomás sin ninguna duda”.
El hombre nació con el ángel en la garganta y el don del canto. No se le conocen estudios profesionales, pero escuchándolo daría la impresión de que no los necesitaba. Había nacido el 12 de octubre de 1912 en la localidad de Florentino Ameghino, un caserío vecino a San Antonio de Areco. Otra señal del destino. Pedro Brandán fue su padre, el hombre que Ricardo Güiraldes menciona entre los gauchos y reseros a quienes les dedica su libro “Don Segundo Sombra”.
A los catorce años, el muchacho ya vive con su familia en Buenos Aires. Dos años después debuta en un local de Florida y Esmeralda. Se dice que se inicia con el tema “La última copa”. Para esos años, actúa en el programa radial “La voz del aire”, acompañado por el trío dirigido por Vicente Fiorentino. En 1932, Anselmo Aieta lo lleva al Café Nacional. También con Aieta actúa en el viejo teatro San Martín.
Para esos años, se perfila como una de las grandes promesas del tango. Juan Canaro hace gestiones para que en 1938 ingrese a Radio Prieto, conocida después como Radio Argentina. Allí el director artístico de la emisora lo bautiza con el nombre con el que lo reconocerá la posteridad: Oscar Alonso. Es en esos años cuando se hace amigo de Hugo del Carril, con quien, además, compartirán futuros ideales políticos.
Se supone que al iniciarse la década del cuarenta, Alonso ya posee un perfil artístico definido. Su voz de barítono es una marca registrada en la noche porteña. Para esa fecha algunas de sus grabaciones en el sello Odeón empiezan a ser coleccionadas por los tangueros. Las dos primeras son en 1936. Se trata de los temas “Llueve”, de Horacio Petorossi y “Qué es lo que vez”, de Agustín Delamónica y Hugo Gutiérrez. Ese mismo año graba “San José de Flores” y “Comparancia”. Y en junio de 1937 se despacha con “Mañanitas camperas” y “Que nunca me falte”. No sólo graba, también escribe. Dos poemas pertenecen a su autoría, “Yo no quiero que le escribas” y “Tardecitas de campo”.
Alonso fue un típico cantor solista. Pasó por algunas orquestas, como las de Agustín Galván, Héctor María Artola y Carlos García, pero lo que definió su identidad fue su condición de solista, y siempre acompañado por muy buenas guitarras, como la de José Canet, por ejemplo. Según los entendidos, las mejores grabaciones pertenecen al período con Artola, pero las que han trascendido al gran público son las que hizo a partir de 1967 con Carlos García.
Una pregunta legítima en este caso, es por qué un cantor con dotes excepcionales como las de Alonso, no llegó a tener el reconocimiento que sus condiciones acreditaban. Las respuestas son diversas. Algunos dicen que su condición de solista conspiró en su contra, en un tiempo en que la consagración del canto la daban las grandes orquestas. Otros, hablan de su inconstancia, de su vida disipada, de sus largas giras por América Latina, de su prolongada estadía en Cuba. Lo cierto, de todos modos, es que la gran esperanza del tango, el hombre bendecido por Gardel, Manzi y Troilo, no pudo o no supo estar a la altura de esas expectativas.
Sin embargo, allí están sus grabaciones, alrededor de cien, que testimonian la calidad de su canto. Temas como “Jamás lo vas a saber”, “Rubí”, “Tus besos fueron míos”, “Barrio pobre”, “No me pregunten por qué” , “Yo también”, “Cuando tallan los recuerdos”, “Aquel muchacho triste”, merecen escucharse, porque dan cuenta de su calidad interpretativa, del registro de su voz, de los matices que era capaz de trabajar.
Oscar Alonso se identificó con el peronismo desde su nacimiento en 1943. En esos años, graba “Versos de un payador al general Juan Domingo Perón y Eva Perón”. Años más tarde le dedica un tango a Augusto Timoteo Vandor con letra y música de Alberto Caroprese. Para los amigos de las curiosidades, graba dos temas, “Seguí como sos” y “San Isidro”. Las letras son de quien fuera durante años el intendente de San Isidro, Melchor Posse.
A todas esas hazañas, Alonso siempre permitió que se las mencionaran con afecto, pero a la hora de evocar su recuerdo más querido como cantor, siempre se refería a las veinticinco funciones seguidas a sala llena en el cine 25 de Mayo del barrio porteño de Villa Urquiza. Sus giras por la provincia de Buenos Aires, también fueron memorables por la respuesta del público
Como todo artista popular de su tiempo, incursionó en el cine en películas que no fueron gran cosa, pero que permiten apreciar el tono de su voz. En 1934, actúa en “Los locos del cuarto piso”, dirigida por Lisandro de la Tea. Y en “Pampa y cielo”, de Raúl Guruchaga. Los más veteranos recuerdan de aquellas lejanas tardes de cine, el famoso noticiero “Sucesos argentinos”. Pues bien, hay dos cortometrajes que cuentan con su participación. Allí interpreta “Senda florida” acompañado de la orquesta de Juan Polito y los cantores Carlos Roldán y Chola Luna.
En 1952, Lucas Demare filma “Mi noche triste” donde es posible apreciar a su voz en off cantando el tango de Pascual Contursi. Por último, cómo no recordar su participación en la obra “Boite rusa”, en el famoso Teatro Liceo. Allí, durante dos años 1939 a 1941- estuvo acompañado por los actores José Olarra y Pierina Dealesi.
A partir de 1966 y hasta 1974, Alonso grabó en diferentes ocasiones acompañado por la orquesta de Carlos García. Su voz mantenía su temple, pero empezaba a declinar. Algo deteriorado por los años y los excesos, mantuvo hasta el final de sus días, es decir, hasta el 15 de enero de 1980, su lealtad incondicional al peronismo.

El “Tata” Floreal Ruiz

El “Tata” Floreal Ruiz fue uno de los grandes cantores en un género donde lo que abundan son cantores de muy buena calidad. Roberto Rufino y Julio Sosa ponderaron sin disimulo su maestría. Hugo del Carril lo consideraba un maestro, un maestro con el que se habían iniciado juntos de muchachos cantando serenatas para las novias de los amigos.
En los últimos años de su vida cantó en “Caño 14”. Correcto, profesional hasta en los detalles, una noche le dijo a su amigo José Vizzini: “Llamá a Caño 14 y decile que esta noche no voy a ir”. Se estaba muriendo, pero no faltó sin aviso. La misma corrección mantuvo con los directores de las numerosas orquestas donde brilló con su estilo.
Floreal Ruiz nació en el barrio de Flores el 29 de marzo de 1916 y murió en su Buenos Aires querido el 17 de abril de 1978. Era hijo de José Ruiz y Rosa Raimundo. La militancia anarquista del padre se reflejaba en los nombre a sus hijos. Si uno se llamó Floreal, los otros se llamaron Fraternidad y Libertario. Por supuesto, don José estaba convencido de que el tango era cosa de rufianes y sinvergüenzas. Cuando se enteró de que su hijo cantaba esas canciones lo echó de la casa. Cinco o seis años después se reconciliaron y una de las grandes alegrías del hijo fue ver una noche a su padre entrar al local donde estaba cantando.
El muchacho se había iniciado unos cuantos años antes en la orquesta de José Otero y los biógrafos aseguran que su debut fue en Radio Prieto. Como los problemas familiares eran serios, cantaba entonces con el apodo de Fabián Conde. Con ese apodo grabó la “Marcha de Platense”, a pesar de que toda su vida fue hincha de Independiente. También con el apodo de Conde cantó algunos tangos en la Orquesta Armenonville.
El 4 de septiembre de 1942 ingresó en una de las orquestas más populares de los años cuarenta, la de Alfredo de Ángelis, “el Colorado de Banfield”. Junto con Julio Martel actuó en uno de los templos del tango de aquellos años: el “café Marzotto”, el de Corrientes y Cerrito, y también en LR1 Radio el Mundo. Con el maestro De Ángelis grabó sólo ocho temas, pero consagró una de sus grandes creaciones: “Marionetas”, el tango escrito por Armando Tagini, tema que luego grabará con las orquestas de Troilo y Basso. También a ese período pertenece otra de sus grandes creaciones, “Bajo el cono azul”, un tango de Camilo Volpes que en la grabación de 1944 está precedido por las glosas de Néstor Rodi, el mismo que hará la introducción a “Cómo se muere de amor”, otro de los grandes hallazgos de Ruiz cantando con De Ángelis.
En 1944, Aníbal Troilo lo incorporó a su orquesta. El desafío era grande. Debía reemplazar a Francisco Fiorentino y sus compañeros de canto serían, nada más y nada menos, que el excelente Alberto Marino y luego Edmundo Rivero. Por supuesto, al examen lo superó con las mejores notas. Con Troilo, Ruiz grabó 31 temas, algunos de ellos memorables para la historia del tango: “Naranjo en flor”, “La noche que te fuiste”, “Flor de lino”... Esos tangos se lucirán en los grandes salones de entonces: Marabú, Tidibabo, Ocean, Dancing y los disfrutarán los porteños en aquellos celebres bailes de carnaval donde Alfredo De Ángelis y sus músicos convocaban multitudes.
En 1948, lo llama Francisco Rotundo, y con él grabará veinticinco temas. Poemas como “Aquel tapado de armiño, “Sobre el pucho” y el “Viejo Vals” pertenecen a ese período. En la orquesta de Rotundo se distinguían esos excelentes cantores que fueron Enrique Campos y Carlos Roldán. Para 1955 se sumó Julio Sosa, quien nunca disimulará el respeto y la admiración que le despertaba Floreal Ruiz.
Con la Revolución Libertadora, Rotundo tiene algunos problemas políticos y debe exiliarse. Floreal Ruiz se sumó en esa fecha a la orquesta de José Basso remplazando a Rodolfo Galé. En la formación del maestro Basso grabó alrededor de cuarenta temas, entre los que merecen destacarse “Como dos extraños”, “Muriéndome de amor” y “Vieja amiga”, ese melancólico poema de Cadícamo gracias al cual lo descubrí a Ruiz.
En la orquesta de Basso, convivió con cantores de primer nivel: Oscar Ferrari, Alfredo Belusi, Roberto Florio, Jorge Durán y Alfredo del Río. Al iniciarse la década del sesenta, Floreal Ruiz ya es por mérito propio una de las grandes figuras del tango. Así lo reconocen los directores de orquesta, los críticos y, sobre todo, sus admiradores que suman legión.
Quienes lo conocieron lo describen como un gran amigo, un tipo derecho y sencillo. Por supuesto, le gustaba la noche, pero lo que minó su salud y deterioró su voz fueron los cuatro paquetes de cigarrillos diarios que fumó sin pausa. Siempre estuvo casado con Leonor Videla. La familia y los amigos íntimos lo conocían con el apodo de Piruco, pero todos sabemos que para el gran público siempre será el Tata, apodo puesto por el cantor Mario Bustos. Según se dice, en esas giras que los cantores hacían por el mundo era muy habitual que se gastaran en las mesas de juego, los mostradores o el cabaret la plata ganada en los escenarios. Para evitar estos derroches de los que luego se arrepentían al regresar a la casa, se pusieron de acuerdo para dejar que la plata la administrara Floreal Ruiz, el más ordenado de todos y, por sobre todas las cosas, el más derecho.
Como suele ocurrir en estos casos entre calaveras, las mejores intenciones se vienen abajo cuando con la noche llegan las tentaciones a hombres que no están preparados o no saben decir que no a una mesa de póker, a una copa con alguna señorita o a un show en el cabaret más caro de la ciudad, motivo por el cual se iniciaba el desfile hasta el cuarto de Ruiz para pedirle que les adelante unos pesos, “por esta única vez”.
La leyenda cuenta que esa noche Bustos estaba con unas señoritas en la puerta del hotel y les dice que lo esperen unos minutos, que va hasta el bar a hacer una diligencia. Extrañadas, le preguntan sobre el motivo de su sigilosa marcha. Bustos les responde mirando en dirección a la mesa donde está sentado Ruiz: “Voy a pedirle a Tata Dios que me afloje unos mangos”. Desde ese momento, dejó de ser Floreal o Piruco y pasó a llamarse “Tata”.
Los años sesenta fueron los de su consagración definitiva. Su voz algo se había deteriorado, pero su modulación, su fraseo seguían siendo perfectos. Ya no será más un cantor de orquesta sino que él elegirá al músico que lo acompañe. Así como Sosa convoca a Leopoldo Federico que entonces era director musical de Radio Belgrano, el Tata lo cita al maestro Osvaldo Requena. Luego vendrán otros grandes músicos: José Dragone, Luis Stazo, y Raúl Garello, el director de la Orquesta Típica Porteña, con quien grabará quince temas, los últimos de un itinerario profesional que se extendió durante casi cuarenta años.
Con el maestro Garello grabó poco tiempo antes de morir el tema “Buenos Aires conoce”, escrito por el propio Garello. También pertenece a ese período “Perfume de mujer” de Armando Tagini y “Cuándo volverás” compuesto por el maestro Pedro Maffia. Para entonces, su voz está algo deteriorada, pero a pesar de todo el Tata se las arregla para estar a la altura de las circunstancias.
Capítulo aparte merecen sus interpretaciones a dúo. Cinco temas merecen destacarse por su calidad y la personalidad musical de los intérpretes: “Palomita blanca”, con Alberto Marino; “Lagrimita de mi corazón”, con Edmundo Rivero”; “El viejo vals”, con Enrique Campos”; “Un placer”, con Alfredo Belusi, y “Viejo café” con Jorge Durán.