miércoles, 27 de febrero de 2019

ELADIA BLÁZQUEZ

El 24 de febrero pasado hubiera cumplido 87 años esta máxima compositora de música popular argentina. En este artículo recordamos a la gran artista que supo, a través de sus canciones, ganarse el cariño popular.

Hija de madre andaluza y padre de Salamanca. Mas gracia no pudo darle el destino. Ya a los ocho años cantaba en Radio Argentina, cantaba canciones flamencas y criollas. Mas tarde entonó y compuso boleros "Novelera", "Humo y alcohol", temas folklóricos "Rio, rio", "Cuando el amor se va" y en 1960 se mete en el tango "Sin darme cuenta empecé a hablar de Buenos Aires"..."Entonces comprendí que el tango podía hacer un poco más de falta que otros géneros"
En el otoño de 1971, Eladia Blázquez se presentó en Caño 14 acompañada de Atilio Stamponi y Néstor Marconi. Fue su carta credencial en el tango. Si alguien tenía alguna duda al respecto, esta ceremonia en una de las grandes capillas del tango se encargó de disiparla. Eladia Blázquez para ese entonces ya era reconocida por sus poemas, pero le faltaba este espaldarazo que la instaló definitivamente como una de las grandes revelaciones del tango. Después, Rubén Juárez, Horacio Molina y Susana Rinaldi se encargaron de consagrarla para siempre.
Aprendió rápido a tocar el piano y la guitarra. A los once años escribió su primer bolero “Amor imposible”. El género del bolero siempre le va a gustar. Temas como “Novelera” y “Tu mentira” fueron grabados en su momento por Roberto Yanés. En 1957 registra su primera canción melódica: “Humo y alcohol”.
Las canciones criollas fueron otro de sus gustos. Disfrutaba con las zambas, las chacareras y las cuecas. En algún momento el Grupo Vocal Argentino, dirigido por el Chango Farías Gómez grabó su tema “Ya me voy ya me estoy yendo” Para esos años su condición de poeta ya estaba definida. Algunos de sus escritos así lo demuestran. “Cómo vivir sin verte, si lejos de tu sol no sé vivir”. O cuando dice: “Qué ausencia de pan y miel cuando te fuiste”. O el fragmento de esta canción: “El pan y la casa, los chicos que crecen jugando en las plazas, a pesar de todo, la vida ¡qué hermosa!, siempre y sobre todo de todas las cosas”.
A partir de 1968 el tango pasa a ser su instrumento expresivo dominante. Es un tango que pretende diferenciarse de los poemas de los años treinta y cuarenta, un tango que registra los cambios de la ciudad y sobre todo los cambios en el lenguaje, los nuevos giros expresivos, las renovadas modalidades del lunfardo. Con la precaución del caso, puede decirse que Eladia es a los poemas lo que Piazzolla a la música. Su apertura en ese sentido es significativa. Lo suyo está en sintonía con lo de María Elena Walsh y Chico Novarro. Son poemas para una nueva platea, para una nueva manera de percibir la ciudad. Incluso para nuevos escenarios.
Se equivocan los que la consideran una extraña para el tango y, en más de un caso, una infiltrada. César Tiempo y Julián Centeya la reivindicaron como propia. Cátulo Castillo fue mucho más directo: “Allí está Eladia Blázquez y un asombroso duende se ha asomado a sus ojos rotundos, ojos melancólicos. Ella es el tango mismo. A ver qué pasa”.
En 1970 el tango “Mi ciudad y mi gente” fue premiado en el IV Festival Buenos Aires de la Canción. En 1979, en la cúspide de la fama estrena “Viejo Tortoni”, un poema de Héctor Negro a la que ella musicaliza. Osvaldo Arana lo canta por primera vez. Después lo interpretarán Rubén Juárez y ella misma.
Pertenecen también a su autoría “Mi ciudad y mi gente”, “Honrar la vida”, “Si Buenos Aires no fuera así”, “María de nadie”, “Qué buena fe”. “Contame una historia”. Estos dos últimos, verdaderos éxitos en la voz de Juárez. Otros temas que merecen destacarse es “Si te viera Garay” y “Adiós Nonino”, una versión autorizada por el mismísimo Piazzolla.
Capítulo aparte y particular consideración, merece “Sin piel”. El primer verso ya es toda una declaración de principios: “Ya sé, llegó la hora de archivar el corazón”. Y los últimos versos de la primera estrofa no le hubieran desagradado a Discépolo: “Es hora de matar los sueños, es hora de inventar coraje, para iniciar un largo viaje por un gris paisaje sin amor”. Los versos de la última estrofa son magníficos: “Después de haber sentido hasta el dolor de los demás, de darme sin medir, de amar sin calcular, llegó la indiferencia metiéndose en mi piel, pacientemente cruel, matando mi verdad. Saber que no me importa nada, de alguna vibración pasada y caminar narcotizado por un mundo helado, sin amor”.
Acá el infierno claramente es la ausencia de amor. El dolor se confunde con el fracaso y su versión más demoledora, la indiferencia, la insensibilidad, la conciencia de saber que no le importa nada. No sentir es el infierno tan temido. “Y me entregué sin luchar”, dirá Discépolo. Al poema “Sin piel” lo escuché una vez cantado por ella misma y me pareció una interpretación excelente.
Eladia publicó dos libros: “Mi ciudad y mi gente” y “Buenos Aires cotidiana”. En 1988 fue declarada “Hija dilecta de Avellaneda” y en 1992 “Ciudadana ilustre de Buenos Aires”. Ambos reconocimientos los merecía con creces. Eladia Blázquez falleció en la ciudad de Buenos Aires el 31 de agosto de 2005.

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