La anécdota fue corroborada por Francisco Canaro y Cátulo Castillo. Canaro escribió que fue en Madrid, aunque se habría producido en Barcelona.
Al parecer “El Zorzal” siempre se hacía lustrar sus zapatos con el mismo muchacho. Una tarde Gardel silba despreocupadamente el tango “Silbando”, con la misma melodía con se aprecia en las dos grabaciones que dejara. El lustrabotas quedó extasiado.
-¿Qué bien silba, señorito Don Carlos!
-Ma que silbo... ¡Es un pito, pibe!
El joven aprovechó la confianza que le dispensara Gardel para preguntarle:
-Dígame Ud.... Perdone la curiosidad. ¿Qué se coloca en el cabello para tenerlo así, tan reluciente y bien peinado?
“El Zorzal”, sintiéndose de buen humor, le contestó:
-No se lo batas a nadie. ¡Dulce de membrillo! Probá. Es un fenómeno.
-¿Jalea, dirá Ud.?
-Eso es, jalea. Pero tiene que ser de la buena.
A la tarde siguiente volvió Gardel por la parada del lustrabotas. Tenía el pelo oscuro, a lo Louise Brooks.
-¿Viste pibe, qué bien te queda? ¡Parece que me hiciste caso!
-Sí señorito, es verdad... Pero, debe haber algún misterio porque a Ud. las moscas no le hacen nada y, en cambio a mi... Vea, ¡no me dejan vivir!
El día en que Gardel grabó “Madreselva” era primavera, pero el calor que se padecía en el estudio de la “Odeón” era como de verano. No podía ponerse un ventilador por el zumbido. El aire acondicionado no existía entonces. Los músicos estaban empapados, enfundados en sus trajes.
Gardel no aguantó más y se quitó el saco. Luego, el chaleco. Después la camisa y la camiseta.
Quedó apenas de zapatos y con los anteojos con los que se ayudaba para leer las pequeñas letras de las partituras.
Fue cuando justo aparece en la sala de grabaciones el técnico alemán, tan “austero, como cabrero”, al decir de Francisco Canaro.
-Pero “señó” Gardel ¿qué “quiegue” decir esto...?
A lo que “El Morocho” le replica:
-Esto quiere decir, viejito, que no tanto hacerte el estrecho, que a mí me han pasado el santo que vos en Alemania eras “una mandarina”...
La orquesta estalló en una carcajada. El alemán se fue ligero y sin saludar. Gardel continuó en lo suyo.
Nos acostumbramos al Gardel de las últimas fotografías, al apolíneo cantante de 76 kilos, vestido de smoking y con poses de estudio. Pero no siempre fue así. Más o menos hasta 1921 los retratos lo muestran invariablemente gordo, con sombrero “rancho de paja” o con peinado de raya al medio, como Florencio Sánchez. Hubo épocas en que se quitaba la faja y desplegaba un gran volúmen, trabajado pacientemente con pucheretes en el viejo “Tropezón”.
Gardel luchaba contra la gordura con masajes, natación, pelota vasca y algo de gimnasia, pero a la salida de la Asociación Cristiana de Jóvenes, en Paseo Colón 161, se internaba en la cantina “Chanta Cuatro” para recuperar, con buena ventura, lo perdido...
Véase lo que sobrevive en la película “Flor de Durazno”, de 1917; un Gardel con una masa digna de “Las Violetas”.
Existe al respecto una historia interesante, que contó el autor teatral Antonio Botta (1896-1969). Este se encontraba en Suiza cubriendo para un diario porteño un campeonato de tenis. Allí trabó amistad con un tennisman inglés. Terminado el torneo, se fue a París, acompañando a un jugador de la delegación argentina y lo primero que hizo fue ir a saludar a “El Zorzal”, que actuaba con notable éxito en un cabaret. Y, justo allí, volverion a encontrarse Botta y el tennisman.
Botta y Gardel fueron invitados a pasar unos días en la residencia de la madre del inglés, donde se observaba la etiqueta hasta para ir al baño.
Ya se sabe cómo son de ceremoniosos los ingleses.
Ocuparon unas fastuosas habitaciones. La dama de aquel palacete anunció que recibiría a tan ilustres invitados a la hora de la cena, con británica puntualidad y traje de gala.
Era la hora y Gardel no aparecía. Llegó tarde, vestido así nomás. Con aire campechano se acercó a la dama, omnipotente en la cabecera de la larga mesa, para decirle:
-Mi simpática señora, le hago una aclaración. Yo acepto que el frac es una prenda muy elegante y distinguida, pero lo uso solamente cuando canto tangos. Permiso y ¡buen provecho!
Acto seguido, se sentó y comió a dos carrillos.
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