A 37 años de su debut profesional, el veterano cantante y autor mantiene incólumes su fama y pasión tangueras. En vísperas de presentar su último longplay, evoca sus comienzos y define su personal, inconfundible estilo.Cuando aparezca el próximo long-play de Roberto Rufino (52, tres hijos) se habrá consumado una hazaña casi sin precedentes en la música popular argentina: un cantor de tangos que desde hace 37 años se mantiene en los primeros puestos del ranking de su especialidad. Claro que en la dilatada carrera de RR se produjeron altibajos, frustraciones y períodos oscuros; pero una y otra vez logró superar esas caídas, reconquistando con creces su sitial en el panorama tanguístico nacional. Tal vez el secreto de Rufino sea su decisión de desdeñar la adopción de un estilo definido y rígido, para darle a cada interpretación un sabor propio. Esa circunstancia, unida el hecho de que en su repertorio intercaló siempre los éxitos tradicionales del compás porteño con las más modernas creaciones de la especialidad, le permitió adaptarse al gusto popular con el correr de los años. De esa manera, el próximo disco permitirá a los fanáticos del 2x4 comparar las primeras grabaciones de RR en 1935 con las actuales, pudiendo establecer diferencias concretas entre el tango de antaño y el de 1973, que al decir del veterano cantor, "no ha muerto ni mucho menos".
Esa superposición de estilos —siempre en tono romántico— de que hace gala Rufino parece también haber ganado su vida cotidiana. Así, el lujoso chalet en el que vive, en la coqueta localidad bonaerense de Acassuso exhibe un curioso cartel: Disneylandia, reza. Sucede que allí funciona un centro de recreación infantil, guardería, natatorio y colonia de vacaciones, que Rufino regentea junto con su mujer. Debido a esa razón, la entrevista que el veterano cantante mantuvo la semana pasada con Siete Días tuvo un desarrollo muy peculiar: debía ser interrumpida frecuentemente ante la irrupción de bulliciosos grupos de niños. De esa manera, no extrañó que las primeras palabras de Rufino fueran referidas, precisamente, a su niñez.
—Desde muy chico me gustó el tango. En realidad toda mi vida estuve mezclado con la música de Buenos Aires. Por eso, a mi familia no le pareció raro que yo debutara como cantor profesional a los 14 años. ¡Usaba pantalones cortos!
—¿Cómo fue su debut profesional?
—Empecé cantando en el café Nacional y en Radio Mitre, con el maestro Francisco de Rosel. El Nacional era un café típico del Buenos Aires de la década del 30. Estaba en la calle Corrientes casi esquina Carlos Pellegrini. Era angosto y largo como la calle. Mi primer tango como profesional fue Milonguero viejo, que en aquella época se cantaba y hoy ya no. La letra decía: "linda pebeta de mi sueño en tango llorón..." y no me acuerdo más. ¡Cuánto hace que no lo canto!
—En una carrera tan larga debe haber conocido a todos los grandes maestros del tango...
—¡Uff! Actué con todos, absolutamente todos. Hasta con el tío de Ringo Bonavena, don Antonio Bonavena, en el famoso Petit Salón, que estaba en Montevideo y Corrientes. Actué con Pichuco Troilo, Francini y Pontier, Carlos Di Sarli, qué sé yo, canté con todo el país...
—¿Lo conoció a Gardel?
—No, no tuve esa suerte aunque nací en la zona del mercado de Abasto en Agüero y Zelaya, cerca de la casa de él. Después fui amigo de Armando Delfino, su apoderado. Un día, estaba actuando en un teatro, se me acerca y me dice: "Roberto, te quiere conocer la madre de Gardel". Entonces lo acompañé y la conocí.
—¿Cuál fue su mejor época?
—Sin duda, los cinco años que pasé con el maestro Di Sarli. Calcule que él me contrató cuando yo recién empezaba y todavía usaba pantalones cortos. A veces, cuando me daba vergüenza, le robaba un traje a mi hermano, de pantalones largos, gris a rayitas. Así anduve un tiempo, hasta que el maestro Di Sarli me compró mi primer traje en Los 49 Auténticos.
—¿Y no había problemas en que actuara un chico de pantalones cortos en confiterías?
—Cuando actuaba de noche, sí. Yo, para disimular, trataba de cantar medio escondido detrás del piano. Pero una vez, en la boîte Moulin Rouge, tocaron los dos timbrazos que indicaban que había llegado la taquería. Entonces, Di Sarli me tiró un sobretodo largo, que me llegaba hasta los pies y me hizo salir por una puerta de atrás. Después de eso, no actué de noche hasta que me compraron el traje con los pantalones largos.
—Usted habla de actuaciones nocturnas. ¿Las orquestas de tango ofrecían funciones durante las horas del día en aquella época?
—¡Claro! Antes el tango era cosa seria. Empezaba en el café Nacional a las 9 de la mañana y terminaba recién a la madrugada.
—De todas las cosas que se fueron perdiendo con el correr del tiempo en la vida de la ciudad, ¿cuál es la que usted más siente?
—Sin duda, la gran cantidad de clubes y bares que han cerrado sus puertas, especialmente los de la calle Corrientes. Aquellos locales, además de un reducto del buen tango, constituían una fuente segura de trabajo para muchos compañeros.
—¿Y el público varió de una época a otra?
—Yo me acuerdo de algunas actuaciones mías, por ejemplo en la audición radial Ronda de Ases, o los bailes de Marabú, que tenían un público numeroso y entusiasmado. En aquel momento actuaban casi simultáneamente duplas sensacionales, como la de Pichuco con Florentino, D'Agostino con Angelito Vargas, D'Arienzo con Alberto Echagüe y Di Sarli conmigo. Ahora hay menos público y un poco distinto. Algo menos de fervor. Aunque, en mis últimas actuaciones en un boliche, Cheyenne, de Martínez, el público me hizo acordar un poco al de antes. Creo que hay una especie de resurgir del tango.
—Usted nombró unos cuantos valores del pasado, ¿no surgen nuevos, de recambio?
—Sí, en la última hornada están Néstor Fabián, Alberto Marino y Marina Dorell, por ejemplo.
—¿Le gustaba más el tango de antes que el de ahora?
—Mire, a mí me gusta llegar al público. A veces, el público quiere el tango de antes, pero hay muchos temas nuevos que también llegan a la gente. Yo también voy a cantar esos nuevos temas. Tampoco hago distingos entre mi profesión de cantor y la de autor de temas. En los dos aspectos y a lo largo de mi carrera, lo que siempre me interesó fue estar en contacto con el público. Y fíjese que eso lo logré antes de ser profesional y cuando era un adolescente. En 37 años de actividad creo que logré bastantes cosas.
—¿Cómo fue su carrera de autor?
—Empecé a escribir temas después de unos 10 años de actuación como cantor, y esa actividad terminó siendo una de mis labores más trascendentes. Tuve muchos grandes éxitos y no me acuerdo ni del número de ellos ni de la mayoría de sus nombres. Le podría citar, por ejemplo, El clavelito, Déjame vivir mi vida, Manos adoradas, Soñemos, Calla, En el lago azul, Cómo nos cambia la vida, Romance del pueblo, El bazar de los juguetes, qué sé yo, un montón. Hasta hice varios boleros. Uno de ellos, La Luna y el Sol, de 1950, tuvo 199 grabaciones en todo el mundo. Fue un gran éxito internacional. En realidad, tengo que agradecer a todas las orquestas y a todos los cantores que constantemente me piden temas para interpretar.
—¿Está conforme con su trayectoria?
—Yo no estoy nunca conforme con lo que hago. Siempre trato de mejorarlo. De no haber sido por esa actitud de permanente crítica, posiblemente mi carrera no habría durado ni la décima parte de lo que duró.
—¿Cuáles fueron sus mejores éxitos a lo largo de su carrera?
—Curiosamente, los tangos que a mí más me gustaron y que más fueron pedidos por el público, por una serie de imponderables nunca los grabé. Ellos son Cambalache, Alma de bandoneón y Buenos Aires. También me gustó mucho A la luz de un candil, pero ése lo grabé varias veces.
—¿Cuál es su verdadero estilo?
—iMás bien romántico. Creo que debo ser el último romántico del tango.
—¿Y en la vida privada también así romántico?
—¡Mucho más!
Fuente:Revista Siete Días Ilustrados15.10.1973
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