A 37 años de su debut profesional, el veterano cantante y autor mantiene incólumes su fama y pasión tangueras. En vísperas de presentar su último longplay, evoca sus comienzos y define su personal, inconfundible estilo.Cuando aparezca el próximo long-play de Roberto Rufino (52, tres hijos) se habrá consumado una hazaña casi sin precedentes en la música popular argentina: un cantor de tangos que desde hace 37 años se mantiene en los primeros puestos del ranking de su especialidad. Claro que en la dilatada carrera de RR se produjeron altibajos, frustraciones y períodos oscuros; pero una y otra vez logró superar esas caídas, reconquistando con creces su sitial en el panorama tanguístico nacional. Tal vez el secreto de Rufino sea su decisión de desdeñar la adopción de un estilo definido y rígido, para darle a cada interpretación un sabor propio. Esa circunstancia, unida el hecho de que en su repertorio intercaló siempre los éxitos tradicionales del compás porteño con las más modernas creaciones de la especialidad, le permitió adaptarse al gusto popular con el correr de los años. De esa manera, el próximo disco permitirá a los fanáticos del 2x4 comparar las primeras grabaciones de RR en 1935 con las actuales, pudiendo establecer diferencias concretas entre el tango de antaño y el de 1973, que al decir del veterano cantor, "no ha muerto ni mucho menos".
Esa superposición de estilos —siempre en tono romántico— de que hace gala Rufino parece también haber ganado su vida cotidiana. Así, el lujoso chalet en el que vive, en la coqueta localidad bonaerense de Acassuso exhibe un curioso cartel: Disneylandia, reza. Sucede que allí funciona un centro de recreación infantil, guardería, natatorio y colonia de vacaciones, que Rufino regentea junto con su mujer. Debido a esa razón, la entrevista que el veterano cantante mantuvo la semana pasada con Siete Días tuvo un desarrollo muy peculiar: debía ser interrumpida frecuentemente ante la irrupción de bulliciosos grupos de niños. De esa manera, no extrañó que las primeras palabras de Rufino fueran referidas, precisamente, a su niñez.
—Desde muy chico me gustó el tango. En realidad toda mi vida estuve mezclado con la música de Buenos Aires. Por eso, a mi familia no le pareció raro que yo debutara como cantor profesional a los 14 años. ¡Usaba pantalones cortos!
—¿Cómo fue su debut profesional?
—Empecé cantando en el café Nacional y en Radio Mitre, con el maestro Francisco de Rosel. El Nacional era un café típico del Buenos Aires de la década del 30. Estaba en la calle Corrientes casi esquina Carlos Pellegrini. Era angosto y largo como la calle. Mi primer tango como profesional fue Milonguero viejo, que en aquella época se cantaba y hoy ya no. La letra decía: "linda pebeta de mi sueño en tango llorón..." y no me acuerdo más. ¡Cuánto hace que no lo canto!
—En una carrera tan larga debe haber conocido a todos los grandes maestros del tango...
—¡Uff! Actué con todos, absolutamente todos. Hasta con el tío de Ringo Bonavena, don Antonio Bonavena, en el famoso Petit Salón, que estaba en Montevideo y Corrientes. Actué con Pichuco Troilo, Francini y Pontier, Carlos Di Sarli, qué sé yo, canté con todo el país...
—¿Lo conoció a Gardel?
—No, no tuve esa suerte aunque nací en la zona del mercado de Abasto en Agüero y Zelaya, cerca de la casa de él. Después fui amigo de Armando Delfino, su apoderado. Un día, estaba actuando en un teatro, se me acerca y me dice: "Roberto, te quiere conocer la madre de Gardel". Entonces lo acompañé y la conocí.
—¿Cuál fue su mejor época?
—Sin duda, los cinco años que pasé con el maestro Di Sarli. Calcule que él me contrató cuando yo recién empezaba y todavía usaba pantalones cortos. A veces, cuando me daba vergüenza, le robaba un traje a mi hermano, de pantalones largos, gris a rayitas. Así anduve un tiempo, hasta que el maestro Di Sarli me compró mi primer traje en Los 49 Auténticos.
—¿Y no había problemas en que actuara un chico de pantalones cortos en confiterías?
—Cuando actuaba de noche, sí. Yo, para disimular, trataba de cantar medio escondido detrás del piano. Pero una vez, en la boîte Moulin Rouge, tocaron los dos timbrazos que indicaban que había llegado la taquería. Entonces, Di Sarli me tiró un sobretodo largo, que me llegaba hasta los pies y me hizo salir por una puerta de atrás. Después de eso, no actué de noche hasta que me compraron el traje con los pantalones largos.
—Usted habla de actuaciones nocturnas. ¿Las orquestas de tango ofrecían funciones durante las horas del día en aquella época?
—¡Claro! Antes el tango era cosa seria. Empezaba en el café Nacional a las 9 de la mañana y terminaba recién a la madrugada.
—De todas las cosas que se fueron perdiendo con el correr del tiempo en la vida de la ciudad, ¿cuál es la que usted más siente?
—Sin duda, la gran cantidad de clubes y bares que han cerrado sus puertas, especialmente los de la calle Corrientes. Aquellos locales, además de un reducto del buen tango, constituían una fuente segura de trabajo para muchos compañeros.
—¿Y el público varió de una época a otra?
—Yo me acuerdo de algunas actuaciones mías, por ejemplo en la audición radial Ronda de Ases, o los bailes de Marabú, que tenían un público numeroso y entusiasmado. En aquel momento actuaban casi simultáneamente duplas sensacionales, como la de Pichuco con Florentino, D'Agostino con Angelito Vargas, D'Arienzo con Alberto Echagüe y Di Sarli conmigo. Ahora hay menos público y un poco distinto. Algo menos de fervor. Aunque, en mis últimas actuaciones en un boliche, Cheyenne, de Martínez, el público me hizo acordar un poco al de antes. Creo que hay una especie de resurgir del tango.
—Usted nombró unos cuantos valores del pasado, ¿no surgen nuevos, de recambio?
—Sí, en la última hornada están Néstor Fabián, Alberto Marino y Marina Dorell, por ejemplo.
—¿Le gustaba más el tango de antes que el de ahora?
—Mire, a mí me gusta llegar al público. A veces, el público quiere el tango de antes, pero hay muchos temas nuevos que también llegan a la gente. Yo también voy a cantar esos nuevos temas. Tampoco hago distingos entre mi profesión de cantor y la de autor de temas. En los dos aspectos y a lo largo de mi carrera, lo que siempre me interesó fue estar en contacto con el público. Y fíjese que eso lo logré antes de ser profesional y cuando era un adolescente. En 37 años de actividad creo que logré bastantes cosas.
—¿Cómo fue su carrera de autor?
—Empecé a escribir temas después de unos 10 años de actuación como cantor, y esa actividad terminó siendo una de mis labores más trascendentes. Tuve muchos grandes éxitos y no me acuerdo ni del número de ellos ni de la mayoría de sus nombres. Le podría citar, por ejemplo, El clavelito, Déjame vivir mi vida, Manos adoradas, Soñemos, Calla, En el lago azul, Cómo nos cambia la vida, Romance del pueblo, El bazar de los juguetes, qué sé yo, un montón. Hasta hice varios boleros. Uno de ellos, La Luna y el Sol, de 1950, tuvo 199 grabaciones en todo el mundo. Fue un gran éxito internacional. En realidad, tengo que agradecer a todas las orquestas y a todos los cantores que constantemente me piden temas para interpretar.
—¿Está conforme con su trayectoria?
—Yo no estoy nunca conforme con lo que hago. Siempre trato de mejorarlo. De no haber sido por esa actitud de permanente crítica, posiblemente mi carrera no habría durado ni la décima parte de lo que duró.
—¿Cuáles fueron sus mejores éxitos a lo largo de su carrera?
—Curiosamente, los tangos que a mí más me gustaron y que más fueron pedidos por el público, por una serie de imponderables nunca los grabé. Ellos son Cambalache, Alma de bandoneón y Buenos Aires. También me gustó mucho A la luz de un candil, pero ése lo grabé varias veces.
—¿Cuál es su verdadero estilo?
—iMás bien romántico. Creo que debo ser el último romántico del tango.
—¿Y en la vida privada también así romántico?
—¡Mucho más!
Fuente:Revista Siete Días Ilustrados15.10.1973
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sábado, 24 de febrero de 2018
sábado, 16 de marzo de 2013
EL RECUERDO PARA EL QUERIDO "FLACO" ALBERTO MORAN
Alto, flaco, pintón, provocó la admiración de las mujeres desde que pisó por primera vez un escenario porteño. Su poderosa atracción no tenía solamente como centro su seductora figura, sino que también provenía de una voz inconfundible, de impar estilo. En un tiempo en el que el panorama tanguero contaba con voces privilegiadas, que no se parecían entre sí (Alberto Marino, Jorge Casal, Roberto Rufino, Alberto Podestá…), no era poco mérito destacarse con luces propias.
Morán se ubicó con armas nobles en el singular espacio de los triunfadores a punta de sensibilidad y temperamento.
Y si en el contexto de su amplio repertorio fuera necesario rescatar tres títulos significativos, Pasional, San José de Flores y El abrojito no dejarán de ser jamás las canciones de Morán. Aquellas que se indentificaron de manera insoslayable con su peculiar forma de frasear, de decir las letras.
Vida en Pompeya
Nacido como Remo Andrés Domingo Recagno, en la localidad italiana de Steve, desembarcó en Buenos Aires cuando todavía era un chico. Consustanciado con Pompeya -el barrio en el que recaló-, allá por el 45 se unió a la orquesta del inolvidable Osvaldo Pugliese, haciendo dupla con Roberto Chanel, otro cantor personal.
Eran los tiempos, bellos tiempos, de trajinar los escenarios de los clubes de barrio. Verdaderas fiestas populares en las que participaban por igual la orquesta típica, la de jazz y un público que se largaba a la pista a bailar tangos sin el criterio deformante de esa línea for export que suele gambetear la autenticidad.
En ese marco se movió y brilló aquel cantor que no se codeaba seguido con el tango arrabalero y que, por el contrario, prefería letras de tratamiento acaso más pulcro. Sin que se perdiera por eso la arrasadora fuerza que nutría el espíritu de la canción ciudadana. Luego de separarse de Pugliese -con el que compartió nueve años intensos de trabajo-, Morán se largó como solista, secundado por el conjunto de Armando Cupo. El éxito siguió siendo su compañero de ruta.
El final
En octubre del 96, despuntando el vicio, participó en un show tanguero (en el Club del Vino), junto a su hija Roxana y al actor Franklin Caicedo. Al día siguiente del debut sufrió una descompostura en su domicilio y fue internado en el hospital Tornú, iniciando un proceso que ya no tendría boleto de regreso. Aunque zafó en esa oportunidad, en junio de este año tuvo que ser trasladado de urgencia al mismo lugar, donde murió el 16 de agosto 1997, a los 77 años, tras una larga y grave descompensación respiratoria.
Cordial, modesto, un italiano que abrazó la porteñidad por pura convicción, Morán acaba de subirse al podio de los que son eternos como el Sol, de los que dejan huella. La muerte no acallará su voz, que seguirá viva a través de Pasional, de San José de Flores, o de cualquier otro tango que, en su garganta, continuará haciendo vibrar los cien barrios de Buenos Aires. De este Buenos Aires que, pese a todo, no olvida a quienes supieron convertirse en verdaderos ídolos.
domingo, 6 de enero de 2013
Roberto Rufino "el bepi de oro"
Nació una Noche de Reyes, el 6 de enero de 1922 en el barrio del Abasto y no utilizó seudónimo artístico. Un tipo de bien, muy querido. Un cantorazo, de un caudal de voz que parecía imposible saliera con tanta fuerza de su poca contextura física. Un matarife del Mercado de Abasto, Lorenzo Rufino, fue su padre. Devoto de Carlos Gardel, solía cantar con su guitarra. Un ataque cardíaco puso fin a su vida a los 43 años. Entonces, Roberto Rufino creció en la calle. Con admiración veía pasar a un personaje que vivía a pocos pasos de su casa y le tiraba un puñado de monedas a la pandilla al grito de “¡Atajen!”. Era El Morocho del Abasto. Rufino solía contar que se le murieron dos padres juntos cuando tenía 13 años: el suyo y Gardel, casi simultáneos en 1935.
Con pantalones cortos, en el Colegio Nacional Belgrano, Roberto entonó sus primeros tangos, a capella y en un sótano. Fue su debut en público. Abandonó en 2º año para ser cantor. Así nacía, en el argot tanguero, El Pibe del Abasto. Con apenas 14 años cantó con la orquesta de Antonio Bonavena en el Petit Salón, haciendo tangos difíciles. En otro mítico café porteño, El Nacional, cantaba con una orquesta de niños y tocaba el bandoneón. Iba madurando también el gran compositor que sería después. Se sucedían para Rufino las orquestas que lo convocaban, entre ellas la de Anselmo Aieta.
Enterado Carlos Di Sarli que un pibe maravilloso cantaba su tango Milonguero Viejo, mandó llamar a Rufino. Al rendir una prueba entonó Alma de Bohemio. Arrancó la primera frase: Peregrino y soñador, cantaaaaaaar… y así lo contaba Rufino: “Ese sostenido para el maestro fue algo muy fuerte y, bajando la tapa del piano, me abrazó. Surgió una relación afectiva y don Carlos pasó a ser el padre que yo no tenía, más la ayuda profesional que necesitaba. Esa amistad de respeto mutuo duró hasta el 12 de enero de 1960, fecha en la que el maestro falleció”.
Por ser menor de edad, necesitaba la autorización de su madre, que Agustina Guirin de Rufino firmó y Roberto pudo actuar en el cabaret Moulín Rouge y en Radio El Mundo. La noche del debut, Di Sarli arrancó con Alma de Bohemio y apareció el chiquilín desde detrás del piano. Cuando terminó, el público lo aplaudía de pie. Surgía una nueva estrella en el firmamento tanguero. Enseguida le alargaron los cortos en Los 49 Auténticos. El cantor iba afianzándose, cobraba buen sueldo y llegó el momento de grabar. El tango Corazón (Di Sarli y Marcó), fue su primer disco, para RCA Víctor en 1939. Rufino totalizó 46 grabaciones en los tres ciclos con Di Sarli, sobresaliendo el tango Griseta (Delfino y González Castillo), una versión irrepetible.
En 1942 hizo el Servicio Militar, sin abandonar a Di Sarli. Pero, por su temperamento inquieto, dejó la orquesta en septiembre para vincularse a la de Emilio Orlando, compartiendo el rubro vocal con Alberto Demare (después sería Alberto Marino). Retornó a Di Sarli en el ’43; luego se independizó y el pianista Atilio Bruni lo acompañaba. En 1947 pasó por las orquestas de Francini-Pontier y Miguel Caló. Volvió como solista con Armando Cupo, Ernesto Franco, Roberto Caló y Leopoldo Federico, sucesivamente. En 1957 integró la flamante formación de Enrique Francini. Entre esos constantes cambios artísticos, Rufino encontró la compañera de su vida: Perla Lorenzo, admiradora y hermana de un amigo suyo. Se casaron en 1949. De esa unión nacieron sus tres hijos: Roberto, Hugo y Daniel. Este último, ahijado de Juan D´Arienzo. También fue empresario. En sociedad con Romay, Gerola, López Pájaro (padre del comentarista de fútbol Julio Ricardo) y Steimberg, formaron el consorcio Huella y Roberto fue director artístico de Radio Libertad. Pero no dejó el canto y siguió grabando. En 1959 renunció a la empresa para seguir siendo ‘el cantor’ que el público quería. Su orquesta era dirigida por Mario Demarco, hasta fines del ‘60. Después lo convocó Pontier, con quien había sido exitoso cantor al formarse el binomio con Francini, en los años ‘40 (Una carta para Italia).
. Entre 1962/65 Roberto Rufino volvió a tocar el cielo: cantó con Aníbal Troilo, dejando memorables versiones discográficas, como Ninguna (Manzi y Fernández Siro). El curso de los años le había quitado algo de fuerza, pero no su intacta calidad. Con el fraseo que adquirió con Troilo surgió un estilo: el tango dicho, de la voz modulada, creando una escuela que fue tomada, entre otros cantores, por Goyeneche, para disimular el paso del tiempo en el caudal de voz. Tras su ciclo con Troilo, en 1966 se asoció con Miguel Caló para grabar y luego siguió su trayectoria como solista. Rufino fue también un gran compositor, con colaboradores de lujo. Totalizó 80 títulos, entre los más conocidos: Eras como la flor, ¡Cómo nos cambia la vida!, ¡Calla!, Destino de flor, Dejame vivir mi vida, Soñemos, El clavelito, Los largos del pibe, En el lago azul, Carpeta, La calle del pecado, Manos adoradas, El bazar de los juguetes.
RECONOCIMIENTOS. Todas las salas, radios, televisión, directores y sellos se disputaban a Roberto Rufino. El más importante homenaje fue el del público que lo seguía, alentaba y aplaudía, insuflándole la fuerza que por ahí necesitaba. Fue declarado en 1997/98 Ciudadano Ilustre de Buenos Aires y de la Cultura Nacional. Tino Diez le dedicó el poema El pibe. El 24 de febrero de 1999, este inolvidable cantor dejaba de existir, en la sala de terapia intensiva de la Fundación Favaloro. Tenía 77 años. Fue inquieto como agua de río, emigrando como las golondrinas, agradecido pero con espíritu superador in crescendo. Multifacético en sus interpretaciones: romántico, dramático, descriptivo, tierno, según el tema. Un artista total. Sus restos fueron despedidos en La Chacarita por el mundo tanguero entonando el tango Malena. Siempre se lo sigue escuchando y, parafraseando los versos de Homero Manzi, puede decirse que Rufino cantó el tango como ninguno.
Susto y aclaración
Durante una actuación con Di Sarli, Rufino sangró por la boca. Revivió la versión en el ámbito tanguero de que tenía un solo fueye (un solo pulmón). El doctor Pribluda, laringólogo que atendía a cantantes, diagnosticó la causa en un desmedido esfuerzo de las cuerdas vocales. Le prescribió descanso prolongado en Córdoba, para oxigenar el aparato respiratorio. pero pronto regresó a Buenos Aires, con la promesa de hacer buena letra. Al tiempo volvió a la orquesta con la calidad de siempre. En el visor de la radiografía que le sacaron cuando volvió de Córdoba, se apreciaban fielmente los dos pulmones intactos del cantor.
SOLIDARIO. Rufino estaba tan a gusto con un paletó Ante Garmaz que lo lucía en todas sus actuaciones. Pero una noche encontró a un indigente durmiendo en plena calle. Se sacó el paletó y lo tapó, quedando en camisa. Sus compañeros le recriminaron haberse desprendido de semejante prenda. “Saben la ropa que tengo yo... y ese pobre tipo no tiene nada...”, les contestó. Así era, puro corazón y bondad. Lo había aprendido de Pichuco. Seres queribles, hoy raros de encontrar. Otros tiempos.
Con pantalones cortos, en el Colegio Nacional Belgrano, Roberto entonó sus primeros tangos, a capella y en un sótano. Fue su debut en público. Abandonó en 2º año para ser cantor. Así nacía, en el argot tanguero, El Pibe del Abasto. Con apenas 14 años cantó con la orquesta de Antonio Bonavena en el Petit Salón, haciendo tangos difíciles. En otro mítico café porteño, El Nacional, cantaba con una orquesta de niños y tocaba el bandoneón. Iba madurando también el gran compositor que sería después. Se sucedían para Rufino las orquestas que lo convocaban, entre ellas la de Anselmo Aieta.
Enterado Carlos Di Sarli que un pibe maravilloso cantaba su tango Milonguero Viejo, mandó llamar a Rufino. Al rendir una prueba entonó Alma de Bohemio. Arrancó la primera frase: Peregrino y soñador, cantaaaaaaar… y así lo contaba Rufino: “Ese sostenido para el maestro fue algo muy fuerte y, bajando la tapa del piano, me abrazó. Surgió una relación afectiva y don Carlos pasó a ser el padre que yo no tenía, más la ayuda profesional que necesitaba. Esa amistad de respeto mutuo duró hasta el 12 de enero de 1960, fecha en la que el maestro falleció”.
Por ser menor de edad, necesitaba la autorización de su madre, que Agustina Guirin de Rufino firmó y Roberto pudo actuar en el cabaret Moulín Rouge y en Radio El Mundo. La noche del debut, Di Sarli arrancó con Alma de Bohemio y apareció el chiquilín desde detrás del piano. Cuando terminó, el público lo aplaudía de pie. Surgía una nueva estrella en el firmamento tanguero. Enseguida le alargaron los cortos en Los 49 Auténticos. El cantor iba afianzándose, cobraba buen sueldo y llegó el momento de grabar. El tango Corazón (Di Sarli y Marcó), fue su primer disco, para RCA Víctor en 1939. Rufino totalizó 46 grabaciones en los tres ciclos con Di Sarli, sobresaliendo el tango Griseta (Delfino y González Castillo), una versión irrepetible.
En 1942 hizo el Servicio Militar, sin abandonar a Di Sarli. Pero, por su temperamento inquieto, dejó la orquesta en septiembre para vincularse a la de Emilio Orlando, compartiendo el rubro vocal con Alberto Demare (después sería Alberto Marino). Retornó a Di Sarli en el ’43; luego se independizó y el pianista Atilio Bruni lo acompañaba. En 1947 pasó por las orquestas de Francini-Pontier y Miguel Caló. Volvió como solista con Armando Cupo, Ernesto Franco, Roberto Caló y Leopoldo Federico, sucesivamente. En 1957 integró la flamante formación de Enrique Francini. Entre esos constantes cambios artísticos, Rufino encontró la compañera de su vida: Perla Lorenzo, admiradora y hermana de un amigo suyo. Se casaron en 1949. De esa unión nacieron sus tres hijos: Roberto, Hugo y Daniel. Este último, ahijado de Juan D´Arienzo. También fue empresario. En sociedad con Romay, Gerola, López Pájaro (padre del comentarista de fútbol Julio Ricardo) y Steimberg, formaron el consorcio Huella y Roberto fue director artístico de Radio Libertad. Pero no dejó el canto y siguió grabando. En 1959 renunció a la empresa para seguir siendo ‘el cantor’ que el público quería. Su orquesta era dirigida por Mario Demarco, hasta fines del ‘60. Después lo convocó Pontier, con quien había sido exitoso cantor al formarse el binomio con Francini, en los años ‘40 (Una carta para Italia).
. Entre 1962/65 Roberto Rufino volvió a tocar el cielo: cantó con Aníbal Troilo, dejando memorables versiones discográficas, como Ninguna (Manzi y Fernández Siro). El curso de los años le había quitado algo de fuerza, pero no su intacta calidad. Con el fraseo que adquirió con Troilo surgió un estilo: el tango dicho, de la voz modulada, creando una escuela que fue tomada, entre otros cantores, por Goyeneche, para disimular el paso del tiempo en el caudal de voz. Tras su ciclo con Troilo, en 1966 se asoció con Miguel Caló para grabar y luego siguió su trayectoria como solista. Rufino fue también un gran compositor, con colaboradores de lujo. Totalizó 80 títulos, entre los más conocidos: Eras como la flor, ¡Cómo nos cambia la vida!, ¡Calla!, Destino de flor, Dejame vivir mi vida, Soñemos, El clavelito, Los largos del pibe, En el lago azul, Carpeta, La calle del pecado, Manos adoradas, El bazar de los juguetes.
RECONOCIMIENTOS. Todas las salas, radios, televisión, directores y sellos se disputaban a Roberto Rufino. El más importante homenaje fue el del público que lo seguía, alentaba y aplaudía, insuflándole la fuerza que por ahí necesitaba. Fue declarado en 1997/98 Ciudadano Ilustre de Buenos Aires y de la Cultura Nacional. Tino Diez le dedicó el poema El pibe. El 24 de febrero de 1999, este inolvidable cantor dejaba de existir, en la sala de terapia intensiva de la Fundación Favaloro. Tenía 77 años. Fue inquieto como agua de río, emigrando como las golondrinas, agradecido pero con espíritu superador in crescendo. Multifacético en sus interpretaciones: romántico, dramático, descriptivo, tierno, según el tema. Un artista total. Sus restos fueron despedidos en La Chacarita por el mundo tanguero entonando el tango Malena. Siempre se lo sigue escuchando y, parafraseando los versos de Homero Manzi, puede decirse que Rufino cantó el tango como ninguno.
Susto y aclaración
Durante una actuación con Di Sarli, Rufino sangró por la boca. Revivió la versión en el ámbito tanguero de que tenía un solo fueye (un solo pulmón). El doctor Pribluda, laringólogo que atendía a cantantes, diagnosticó la causa en un desmedido esfuerzo de las cuerdas vocales. Le prescribió descanso prolongado en Córdoba, para oxigenar el aparato respiratorio. pero pronto regresó a Buenos Aires, con la promesa de hacer buena letra. Al tiempo volvió a la orquesta con la calidad de siempre. En el visor de la radiografía que le sacaron cuando volvió de Córdoba, se apreciaban fielmente los dos pulmones intactos del cantor.
SOLIDARIO. Rufino estaba tan a gusto con un paletó Ante Garmaz que lo lucía en todas sus actuaciones. Pero una noche encontró a un indigente durmiendo en plena calle. Se sacó el paletó y lo tapó, quedando en camisa. Sus compañeros le recriminaron haberse desprendido de semejante prenda. “Saben la ropa que tengo yo... y ese pobre tipo no tiene nada...”, les contestó. Así era, puro corazón y bondad. Lo había aprendido de Pichuco. Seres queribles, hoy raros de encontrar. Otros tiempos.
viernes, 6 de enero de 2012
Roberto Rufino "El Pibe"
Roberto Rufino... el Chiquilín, El Pibe, El nene, como afectuosamente lo llamaban sus colegas y el público tanguero. No fue un cantor mas, fue un niño prodigio dotado de condiciones vocales naturales con la voz de una ternura incomparable.
Le gustaba recordar que siendo él muy pibe, con apenas 16 años, los días sábados se colaba con su amigo Beltrán (hermano de Marquitos Zuker) del tranvía que circulaba por la calle Corrientes desde su barrio del Abasto hasta el café Nacional. Llegaban de tarde, cuando Antonio De Rose con su conjunto de tango probaba chicos buscando nuevos valores, a cambio de una moneda de 10 centavos, que el mismo músico les pagaba.

Con el paso de los años cultivamos una sincera amistad. Le gustaba de hablar de su niñez, de sus comienzos, cuando aprendía de memoria las letras...entre ellas, la de Milonguero Viejo.
Uno de esos sábados, durante el verano de 1938, le comentaron sobre “El Pibe” al gran maestro Carlos Di Sarli quién corrió hasta El Nacional a comprobar personalmente las maravillas que le hablaban de este joven talento. Fue tal el impacto emocional que causó en Di Sarli ver a ese chiquilín de tan solo 16 años cantando, que colmó todas sus expectativas. Evidentemente ese niño era un dotado para el canto... su tono era angelical. Cuando Rufino terminó de cantar, los presentes comprobaron que nacía un nuevo ídolo de la canción. Di Sarli no fue ajeno a tanta emoción, tan es así que sus ojos se humedecieron de gratitud. Cuando se acercó para saludarlo, le preguntó “¿Pibe, querés cantar conmigo en mi orquesta? Rufino recordaba que en realidad no sabía lo que quería y le daba igual, pero le dijo “...y bueno!”.
Esa misma tarde el maestro lo llevó hasta el bajo, al cabaret donde actuaba y le propuso probarlo con el piano. Le pregunto "¿Qué querés cantar?" A lo que Rufino le respondió displicentemente “y... Alma de Bohemio”. Di Sarli le contestó “Mirá que es muy difícil...” Rufino no le respondió y se encogió de hombros, por lo que el maestro interpretó el gesto como de aprobación y poniendo sus manos sobre el teclado arrancó con las primeras notas. Cuando el jovencito hizo la primera parte y el “cantaaaaaaar” sostenido, de la primera frase, para el maestro fue muy fuerte y bajando la tapa del piano emocionado, lo abrazó muy fuerte. En ese momento nació una relación afectiva en la que el maestro pasó a ser el padre que Roberto no tenía y la ayuda espiritual y profesional que el jovencito necesitaba. Esa amistad de respeto mutuo duró hasta el 12 de enero de 1960, fecha en la que el maestro falleció.
Robertito venía de un hogar humilde, era un niño pobre de pantalones cortos. Di Sarli le compró un traje de pantalones largos que Rufino recordaba... azul con rayas coloradas.
En la noche del debut con la Orquesta de Carlos Di Sarli, cuenta Rufino que el maestro dirigiéndose al público les anunció a los presentes que exhibiría a su nuevo cantor en reemplazo de Agustín Volpe, que se iba de la Orquesta. Les dijo que tendrían que juzgar si había hecho una buena elección y que se daría cuenta por los aplausos (o no) que recibiera el debutante. El tema a interpretar sería Alma de Bohemio. A continuación, aparece el chiquilín desde detrás del piano… Cuando el joven Rufino terminó su interpretación, la respuesta del público fue impresionante, aplaudían al joven cantor de pie al pedido de ¡Otra, otra! El maestro desde el piano esbozó una sonrisa de aprobación, comprobó que no se había equivocado. Había nacido para el tango una nueva estrella en el firmamento porteño.
Rufino grabó 45 temas con la orquesta del maestro Carlos Di Sarli entre los años 1939 y 1943, siendo la primera grabación el tango “Corazón”, realizada el 11 de diciembre de 1939. Ese mismo día grabaron “Milonga del Sentimiento”. El 17 de diciembre de 1943 se registró el tango “Boedo y San Juan”, última grabación de la dupla Di Sarli - Rufino.
En ese momento todo el ambiente del tango conocía la carrera ascendente de Roberto Rufino y los grandes Directores se lo disputaban para incorporarlo. Fue una figura querible, ejemplo de vida, buen padre, buen esposo, buena persona y fundamentalmente buen amigo. Siempre dispuesto a dar todo por su querida esposa Perla, sus hijos, Roberto, Hugo y Daniel y fundamentalmente por su música: El Tango.
Cuando el inevitable paso de los años fue afectando la brillantez de su voz, comenzó a "decir" el Tango y sus colegas Floreal Ruiz y Roberto Goyeneche fueron sus mejores discípulos al copiar la nueva modalidad que tanto gustaba al público.
Rufino fue un auténtico maestro y una de las figuras mas carismáticas que dio la mejor música de este lado del Mundo: El Tango.
Le gustaba recordar que siendo él muy pibe, con apenas 16 años, los días sábados se colaba con su amigo Beltrán (hermano de Marquitos Zuker) del tranvía que circulaba por la calle Corrientes desde su barrio del Abasto hasta el café Nacional. Llegaban de tarde, cuando Antonio De Rose con su conjunto de tango probaba chicos buscando nuevos valores, a cambio de una moneda de 10 centavos, que el mismo músico les pagaba.

Con el paso de los años cultivamos una sincera amistad. Le gustaba de hablar de su niñez, de sus comienzos, cuando aprendía de memoria las letras...entre ellas, la de Milonguero Viejo.
Uno de esos sábados, durante el verano de 1938, le comentaron sobre “El Pibe” al gran maestro Carlos Di Sarli quién corrió hasta El Nacional a comprobar personalmente las maravillas que le hablaban de este joven talento. Fue tal el impacto emocional que causó en Di Sarli ver a ese chiquilín de tan solo 16 años cantando, que colmó todas sus expectativas. Evidentemente ese niño era un dotado para el canto... su tono era angelical. Cuando Rufino terminó de cantar, los presentes comprobaron que nacía un nuevo ídolo de la canción. Di Sarli no fue ajeno a tanta emoción, tan es así que sus ojos se humedecieron de gratitud. Cuando se acercó para saludarlo, le preguntó “¿Pibe, querés cantar conmigo en mi orquesta? Rufino recordaba que en realidad no sabía lo que quería y le daba igual, pero le dijo “...y bueno!”.
Esa misma tarde el maestro lo llevó hasta el bajo, al cabaret donde actuaba y le propuso probarlo con el piano. Le pregunto "¿Qué querés cantar?" A lo que Rufino le respondió displicentemente “y... Alma de Bohemio”. Di Sarli le contestó “Mirá que es muy difícil...” Rufino no le respondió y se encogió de hombros, por lo que el maestro interpretó el gesto como de aprobación y poniendo sus manos sobre el teclado arrancó con las primeras notas. Cuando el jovencito hizo la primera parte y el “cantaaaaaaar” sostenido, de la primera frase, para el maestro fue muy fuerte y bajando la tapa del piano emocionado, lo abrazó muy fuerte. En ese momento nació una relación afectiva en la que el maestro pasó a ser el padre que Roberto no tenía y la ayuda espiritual y profesional que el jovencito necesitaba. Esa amistad de respeto mutuo duró hasta el 12 de enero de 1960, fecha en la que el maestro falleció.
Robertito venía de un hogar humilde, era un niño pobre de pantalones cortos. Di Sarli le compró un traje de pantalones largos que Rufino recordaba... azul con rayas coloradas.
En la noche del debut con la Orquesta de Carlos Di Sarli, cuenta Rufino que el maestro dirigiéndose al público les anunció a los presentes que exhibiría a su nuevo cantor en reemplazo de Agustín Volpe, que se iba de la Orquesta. Les dijo que tendrían que juzgar si había hecho una buena elección y que se daría cuenta por los aplausos (o no) que recibiera el debutante. El tema a interpretar sería Alma de Bohemio. A continuación, aparece el chiquilín desde detrás del piano… Cuando el joven Rufino terminó su interpretación, la respuesta del público fue impresionante, aplaudían al joven cantor de pie al pedido de ¡Otra, otra! El maestro desde el piano esbozó una sonrisa de aprobación, comprobó que no se había equivocado. Había nacido para el tango una nueva estrella en el firmamento porteño.
Rufino grabó 45 temas con la orquesta del maestro Carlos Di Sarli entre los años 1939 y 1943, siendo la primera grabación el tango “Corazón”, realizada el 11 de diciembre de 1939. Ese mismo día grabaron “Milonga del Sentimiento”. El 17 de diciembre de 1943 se registró el tango “Boedo y San Juan”, última grabación de la dupla Di Sarli - Rufino.
En ese momento todo el ambiente del tango conocía la carrera ascendente de Roberto Rufino y los grandes Directores se lo disputaban para incorporarlo. Fue una figura querible, ejemplo de vida, buen padre, buen esposo, buena persona y fundamentalmente buen amigo. Siempre dispuesto a dar todo por su querida esposa Perla, sus hijos, Roberto, Hugo y Daniel y fundamentalmente por su música: El Tango.
Cuando el inevitable paso de los años fue afectando la brillantez de su voz, comenzó a "decir" el Tango y sus colegas Floreal Ruiz y Roberto Goyeneche fueron sus mejores discípulos al copiar la nueva modalidad que tanto gustaba al público.
Rufino fue un auténtico maestro y una de las figuras mas carismáticas que dio la mejor música de este lado del Mundo: El Tango.
miércoles, 21 de septiembre de 2011
Miguel Ángel Barcos “UNA PRESENCIA DE LUJO EN EL FESTIVAL NACIONAL DE TANGO DE BAHIA BLANCA”
Nació en Buenos Aires y en la década del ´50 comenzó su carrera musical, compartiendo escenarios con músicos de la talla de Armando Pontier, Leopoldo Federico, Jose Libertella y Luis Stazzo.
En la sensacional orquesta de Pontier, compuesta por músicos de la talla de Carlos Arnaiz y Emilio Gonzalez en violines,Quique Lanoo en cello,Juan Jose Mosalini,Nicolas Paracino y Daniel Lomuto en Bandoneones, Barcos se destaco como un músico culto, fino e inteligente. Un fiel seguidor de la escuela rítmica, a lo que agregó un clima musical de mucha presencia, con gran ductilidad en las técnicas pianísticas clásicas

Una vez radicado en la ciudad de Cipolletti fundó el Coro Polifónico de Cipolletti. Lo dirigió durante 26 años, actuando en casi toda la Argentina, España y Mexico.
Dirigió la Misa Criolla ejecutada por Ariel Ramirez, Zamba Quipildor y el Coro.
Luego innumerables conciertos del Coro acompañando a cantantes y músicos (Carlos Di Fulvio, Rubén Durán, Raúl Lavié, Susana Rinaldi, Opus Cuatro, etc.)
Luego innumerables conciertos del Coro acompañando a cantantes y músicos (Carlos Di Fulvio, Rubén Durán, Raúl Lavié, Susana Rinaldi, Opus Cuatro, etc.)
Posteriormente a Inés Rinaldi (hermana de Susana) y Juan Carlos Cuacci (guitarrista y un gran arreglador) en Francia en los años 1989 y 1990.
Posteriormente se presentó durante dos temporadas invitado por el “Trottoir des Buenos Aires” en París.
Como resultado de estas actuaciones fue requerido a participar de giras por Holanda en 1994, 1995 y 1996.
En 1997 dió un recital en Frankfurt, Alemania.
Como resultado de estas actuaciones fue requerido a participar de giras por Holanda en 1994, 1995 y 1996.
En 1997 dió un recital en Frankfurt, Alemania.
1999: Viaja a Cuba para actuar en la Casa de las Américas y, en varias oportunidades en el Caserón de Tango situado en La Habana Vieja.
En 1998 Japón donde realizó conciertos en Kyoto, Osaka, Kobe e Hiroshima.
La gira se reitera al año siguiente, acompañado por Gustavo Gregorio y la compositora y pianista Yumiko Murakami.
La gira se reitera al año siguiente, acompañado por Gustavo Gregorio y la compositora y pianista Yumiko Murakami.
Es Miembro Académico de la Academia Nacional del Tango.
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