Poseedor de notables cualidades vocales y de gran temperamento, creador de un fraseo inconfundible, sus interpretaciones se caracterizaron por el hondo dramatismo que supo imprimirles. Considerado uno de los mejores cantores de tango, dejó grabadas versiones ejemplares.
Su nacimiento estuvo tutelado por las flores: fue en el barrio porteño de ese nombre y el padre, fervoroso anarquista, quiso que el niño se llamara como el octavo mes, el florido, del calendario revolucionario francés.
Cuentan los biógrafos que el joven Floreal aprendió de don José, que así se llamaba el padre, el oficio de tapicero, y a la vez colaboraba con la frugal economía familiar repartiendo pan y leche.
En cuanto a su faceta artística, despuntó cantando serenatas en el barrio junto con su amigo Piero Fontana, quien años después sería conocido como Hugo del Carril.
Pero el padre se oponía a que iniciara una carrera profesional porque no creía que cantar, y mucho menos tangos, fuera un modo digno de ganarse la vida. Así, Floreal se presentaba a los concursos, frecuentes en la época, usando seudónimos como el de Fabián Conde. (Curiosamente, se trata del nombre del protagonista de El escándalo, una novela de propósito moralizante de Pedro Antonio de Alarcón).
Fue así como, según los biógrafos, en 1936 ganó un concurso radial, lo que le valió ser convocado por José Otero, con cuyo conjunto debutó, ya con su verdadero nombre.
Pocos años después lo encontramos en la orquesta de Alfredo De Angelis, con la que graba ocho tangos, entre ellos Bajo el cono azul, Cómo se muere de amor y su primera versión de Marionetas. Pronto se hicieron conocidos su clara y recia voz de barítono, su temperamento dramático, su fraseo inconfundible; poseía además, como muy pocos elegidos (Gardel el primero), la rara cualidad de crear en el oyente la ilusión de que para él solo estaba cantando.
En 1943, a instancias de Alberto Marino, ingresa a la orquesta de Aníbal Troilo. Bajo la dirección del gran maestro, la voz de Floreal se hace más tersa y adquiere mayor musicalidad; Pichuco le encauza a la vez el instinto dramático, volviéndolo más intenso cuanto más contenido.
Asimismo, Troilo le hace abordar un repertorio exquisito: baste citar, entre otros, los valses Romance de barrio y Flor de lino y los tangos La noche que te fuiste, Yuyo verde y Equipaje; todas esas piezas quedaron unidas para siempre al nombre de Floreal, quien como nadie supo dar vida a sus dolientes protagonistas. Hay que recordar también la magnífica versión, a dúo con Marino, del vals Palomita blanca, que solo admite comparación con la de Gardel.
Es conocida la anécdota de la desvinculación de la orquesta de Troilo para pasar a la de Francisco Rotundo, quien, según cuentan, estaba en condiciones de pagar a sus músicos y cantores mucho más que los otros directores, y le ofreció a Floreal ganar en un mes lo que Troilo le pagaba en un año. Cuentan que el cantor lo conversó con Pichuco, quien, al principio dolido, terminó por comprender y a su vez le preguntó, irónicamente, si Rotundo no andaba buscando también un bandoneonista.
Vale la pena consignar que la orquesta de Rotundo no estaba a la altura de las mejores de la época, y su director no era precisamente un músico brillante. Estaba casado con Juana Larrauri, cancionista no tan conocida por sus dotes vocales como por las políticas: conspicua dirigente peronista, había llegado a ocupar una banca en el Senado.
Durante su permanencia en esa orquesta, el talento de Floreal logra versiones como la de Melenita de oro, insoslayable, o la de Un infierno, tango del propio Rotundo y Reinaldo Yiso, del que el cantor hace una creación, a pesar de la melodía de escaso vuelo y de los versos mediocres.
Por esas cosas de los ciclos políticos en la Argentina, derrocado Perón en 1955, Rotundo disuelve la orquesta, y al año siguiente Floreal pasa a la de José Basso, a quien conocía por haber sido pianista de Troilo.
Floreal está en sus cuarenta años, en la plenitud de sus recursos vocales e interpretativos; muchos coinciden en que con Basso desarrolla la mejor etapa de su carrera. Con el digno y adecuado complemento orquestal que aquel le brinda (dicho sea de paso, Basso merece una revalorización que los especialistas aún le deben), graba unas cuarenta piezas, en su mayoría románticas, de entre las que cabe mencionar, por no citar más que algunas, las siguientes, en las que la ductilidad del cantor expresa una amplísima gama de sentimientos y emociones: la íntima felicidad del reencuentro (Por la vuelta); el lamento por la fugacidad del placer (Después del carnaval); el tierno reclamo amoroso (Un placer, a dúo con Alfredo Belusi, versión antológica); la comprobación de la crueldad del tiempo que pasa (Como dos extraños); la resignación ante el abandono (La reja); el orgullo que se yergue ante la esperanza de amor (Vieja amiga); la compasión y el acompañamiento en la caída (Mundana, tango con música de Basso y Floreal); y, por qué no, las risas del amor triunfante (La fulana).
Por razones conocidas, que no vamos a reiterar aquí, en la década del 60 el tango ya está en baja: las grandes orquestas se disuelven, los músicos se agrupan en pequeños conjuntos, los cantores se desenvuelven como solistas.
Así debió hacerlo también Floreal, alternando las presentaciones en distintos locales con las apariciones por televisión. Junto con otros cantores realiza también giras por distintos países de América latina; dicen que en una de ellas comenzaron a apodarlo El Tata.
Si bien aún era joven, la voz comenzó a opacársele y a perder sonoridad; pero su expresividad buscó constantemente renovar recursos, y sus interpretaciones comenzaron a enriquecerse con facetas inesperadas y novedosas.
Así lo demuestran las grabaciones de esta última etapa, como la muy matizada versión que, acompañado por la orquesta de Osvaldo Requena, realiza de Destellos, o las de su último disco, que contaron con el acompañamiento de la Orquesta Típica Porteña, dirigida por Raúl Garello.
Contiene este trabajo, elaborado en 1977, versiones ejemplares como la de Buenos Aires conoce, entrañable declaración de amor a la ciudad; la de Triste comedia, en la que el cantor describe vívidamente la pugna entre los sentimientos encontrados que abruman al protagonista; y la de Divina. Calificada por muchos como clase magistral de canto, esta interpretación muestra a un Floreal con sus recursos vocales evidentemente disminuidos que consigue, a fuerza de inteligencia y sensibilidad, expresar cabalmente el sentido de este bello tango; nadie antes había logrado plasmar con esa sutileza la mirada indulgente y comprensiva con que un hombre maduro contempla las primeras penas de amor de una joven.
Nunca dejó de cantar. Solo pudo acallarlo la muerte, el 17 de abril de 1978.
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