martes, 14 de junio de 2011

Horacio Salgán

Es un hombre habitualmente reservado, encantador una vez que la charla se ha encendido, cargada de anécdotas alrededor de la música. Horacio Salgán conserva la pinta de las fotos de los discos que grabó hace rato: su porte distinguido, su bigote que es marca, su saco crema con mocasines al tono. Conserva, sobre todo, la capacidad de hacer del piano un vehículo para dotar al tango de una exquisita distinción, y de sus arreglos orquestales –en los que continúa trabajando para dotar de repertorio al Quinteto Real, institución que continúa su hijo César– una marca de identidad. Horacio Salgán anunció hace años su retiro de los escenarios, y no hubo nada, ni el pretexto del cumpleaños número 90, que lo hiciera cambiar de opinión.Sentado en su departamento de Villa Crespo, en un living dominado por el piano, charlando animadamente de Francini y Pontier, de Gardel y la ingratitud, del misterio del tango, de lo que es verdad en música, podría pasar por un simple mortal. Pregúntese a cualquier tanguero quién es Horacio Salgán: seguramente, no un simple mortal.
en este tiempo que no trabajó, ¿qué hizo? –No toqué en el escenario, me dediqué a escribir instrumentaciones para el Quinteto Real, hice unas cuantas para un disco que van a estar grabando este año. Hice también unas cosas para orquesta sinfónica, para este querido amigo que es Daniel Barenboim, una zamba, un malambo. No me quedé quieto. Para mí hay un hecho físico evidente, y eso es trabajo, pero todo lo que signifique música no es trabajo. Yo siento la necesidad de seguir escribiendo como cuando era joven. Es decir, la semana pasada.
–¿Y qué siente hoy que es el tango, después de 75 años de trabajo?
–El tango es un misterio, una música tan rica que no se acaba nunca. Es sorprendente que una música popular tenga esa repercusión y esa jerarquía. Le puedo dar un ejemplo que sintetiza la evolución que tuvo el tango: cuando era chico yo recuerdo que la gente hablaba del tango “El entrerriano” y decía “es un tango de Rosendo”. Con el pasar de lo años me enteré de que el autor era Rosendo Mendizábal. ¿Y por qué no daba a conocer su apellido este señor? Porque era profesor de algunas niñas de familia, que si se hubieran enterado de que componía tango urgentemente lo hubieran despedido. Fíjese lo que ha transcurrido desde eso hasta hoy. Han tocado tango los más grandes músicos del mundo, Artur Rubinstein, por ejemplo. La sinfónica de Berlín hace “A fuego lento” y me lo dedica en el día de mi cumpleaños. Lalo Schiffrin me cuenta que cuando iba a la casa de Stravinski él le pedía que tocara música mía. Le cuento esto no para hacer un autoelogio, sino para explicar adónde llegó el tango, habiendo surgido como una cuestión non sancta. Otro ejemplo de lo que era el tango hace unos años: cuando el padre de Julio y Francisco De Caro, que era un italiano que tenía un conservatorio, se enteró de que sus hijos tocaban tango, los echó de la casa. ¡No sé cuánto tiempo estuvieron por ahí! No era ninguna pavada, era grave la cosa.
–Y en su caso, ¿cómo tomó su familia que usted tocara tango?
–Yo tuve la suerte de que mis padres eran muy allegados a la música. Mi papá tocaba el piano de oído, y un poquito la guitarra. En mi casa se escuchaba ópera, me llevaban a los conciertos, tuve también la suerte de escuchar en el Colón grandes cantantes y pianistas. Y también, por ejemplo, recuerdo que una vez me llevaron a escuchar a un hombre que recién llegaba a traer el folklore a Buenos Aires, Andrés Chazarreta. Actuaba en La Rural, con su conjunto, y acá en Buenos Aires casi nadie conocía la música del interior. Y fíjese qué hombre de suerte he sido, tuve otra suerte: mis padres me inscribieron en el Conservatorio Municipal, donde tuve una gran maestra no de técnica pianística sino de interpretación.
–¿Cuál sería la diferencia?
–La técnica no es más que un adiestramiento manual: ponga la mano así, haga esto, haga lo otro. Ahora, cuando eso se pone al servicio de la interpretación, de la belleza, de lo que el autor quiso decir, es otra cosa. Pero hasta que no se llegue a eso, el resto es un mero adiestramiento manual. Yo tuve la suerte de tener grandes maestros de interpretación y de armonía. Y como no tuve un maestro de técnica, busqué de muchas maneras. La mayor parte de ellas equivocadas. Yo pensaba: ¡ah, sí ahora encontré cómo se toca el piano! Y a los dos años me daba cuenta de que estaba equivocado. Y creo haber llegado a la gran técnica pianística a los ochenta años. Porque la vocación y la pasión mía por la música es tan grande, que nunca dejé de estudiar.
¿Cuál es el tango favorito, dentro de su obra? –No puedo decirlo, ni siquiera puedo decir que sea un tango. Tuve la suerte de poder tocar los distintos géneros, he escrito mucha música brasilera, folklore, jazz, valses peruanos, de todo. Y me ocurre una cosa curiosa, también para mi suerte: cada vez que estoy trabajando en un género determinado, estoy escribiendo y tengo la sensación de que toda mi vida no he hecho más que eso, de tan cómodo que me siento dentro de ese género. En esos días o semanas en que trabajo sobre eso, es como si nunca hubiera tocado otra cosa.
–¿Usted mismo no se define como tanguero?
–Sí, puedo decirlo así: yo no soy un tanguero. Tengo la suerte de poder ser en un momento dado un tanguero. Y claro, me he manifestado ante el público con el tango, más que con cualquier otra expresión. Le dije que para mí el tango es un género misterioso, ¿no?

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