jueves, 18 de octubre de 2012

ALBA SOLIS LA FEMME FATALE DE LOS 50 AUN VIGENTE


La trayectoria de Alba Solís arranca muy temprano, a mediados de los años ’40 en la radio, prosigue en el teatro, a través de grabaciones de discos lamentablemente escasas, en la televisión y el teatro (con hitos como Tangolandia, Blum, Tango argentino), más algunas incursiones en el cine que no supo sacar partido de su fotogenia ni de su temperamento (a Solís le gusta rescatar Maleficio, con Narciso Ibáñez Menta, por encima de Carne, protagonizada por Isabel Sarli).
Con su voz grave y profunda, su fraseo cargado de intenciones y una desfachatez infrecuente en los ’50 y en una cancionista, Alba Solís creó un estilo que mantuvo a lo largo del tiempo. En los últimos años, la intérprete que actuó junto a Mariano Mores, Enrique Santos Discépolo, Juan D’Arienzo y Francisco Canaro, entre otros sumos sacerdotes del tango, estuvo en distintos boliches, a veces compartiendo micrófono con otras glorias del pasado que, como ella, se resisten al retiro. Actualmente, aparte de su participación en Tanguera, la cantante trabaja en el proyecto de un nuevo CD.
“Querido, nos debés algo”, le coquetea Alba al mozo, ya instalada en un bar con aire, frente a un chop de cerveza con tres platitos, uno de maníes y dos de palitos fritos. “Precioso mío, te olvidaste las papas fritas, que para comerlas pedí la bebida.” Después se dirige a la cronista: “Acá me tenés en medio de esta locura que ya he vivido tantas veces de los ensayos, las pruebas, el vestuario. Por suerte me acompaña el bandoneonista Lisandro Adrober, con quien hice toda la gira de Tango argentino y me entiendo muy bien. Además, es muy lindo para mí volver a trabajar con María Nieves y que me marque un director tan exigente como Omar Pacheco”.
¿Cuándo empezó realmente esto que llamás locura?
–En el año mil novecientos taipico, cuando doña Herminia Trapanese de Lamberti y Oreste Juan Guillermo Lamberti –tomá que no tenés nombre, viejo– hicieron esto, me tuvieron a mí. De recién nacida era negra, negra, tenía pelo en la frente y llegué tan flaca que parecía un bicho. Dicen que con el tiempo se cambia mucho, yo no sé si ha sido mi caso (no puede con su genio y coquetea de nuevo), pero sí estoy convencida de que la gente me quiere porque yo le doy todo si tengo la oportunidad...
Tampoco te hagas la pobrecita que bastante te han reconocido tu belleza, llegaste a estar como vedette en la revista...
–No, qué pobrecita ni qué víctima ¿Yo? ¿La estrellita que surge, en ascenso? (Risas.) ¿Sabés cuántos años hace que canto? 68. Porque yo, a poco de andar por la vida, esta hermosa vida a pesar de todo, ya tenía un micrófono en la mano.
Sin embargo, no naciste en un hogar musical.
–Para nada. Y cuando empecé a cantar espontáneamente, no pensaba que lo iba a hacer públicamente, y menos que me iba a dedicar al tango. Las cosas fueron surgiendo, se fueron encaminando y cuando quise darme cuenta, ya cumplía 50 años con una carrera más o menos armada. Y ahora tengo 85, un bonito número. Decime que estoy bárbara y que me veo como de 84 (más risas).
¿Con alguna ayudita del cirujano plástico?
–Claro que ha pasado por aquí algún bisturí que otro, lo reconozco sin problemas. No soy como esas señoras que aseguran que toman mucha agua y que meditan, qué aburrimiento... Igual hay algunas malas lenguas que nunca se conforman y me dicen “¿Cómo? ¿No se te cayó el as de bastos?”. No te digo lo que les contesto porque no es muy elegante para dejarlo por escrito.
Es que cuando las figuras han tenido una carrera larga e intensa, dan la impresión de haber alcanzado casi la eternidad...
–Bueno, he tenido una vida larga, linda en general, a veces divertida, con muchas satisfacciones, pero que todavía no considero cumplida: como habrás notado, no les dije adiós a los escenarios y hasta estoy dispuesta a grabar algún disquito, sí señora. Eso sí, sin hacerme la orgullosa, siempre fui de las que esperan que las llamen, a mí nunca me vas a ver haciendo cola en una oficina. Jamás. Ni teniendo representante iba a su escritorio. En parte porque nunca necesité hacerlo, las oportunidades vinieron a mí, y en parte porque –no te rías de lo que te voy a decir– soy realmente tímida. Decí que las tablas, la experiencia, el hacer las cosas a mi manera y el sentido del humor me han dado bastante soltura.
Tus ancestros del sur de Italia, además de belleza física, ¿te legaron esa pasión reconcentrada con que hacés algunos tangos?
–Ay, sí, gente muy pasional. Mi mamá y mi papá nacieron directamente en Italia, ella en Cava di Terreno, un sitio un poco más importante que el piccolo poppolo de él. Mi mamá le tomaba el pelo: “Pero si vos venís de un lugar donde no hay agua siquiera”. Cuando yo pude viajar, recorrí todo el paisaje del sur, con esas ruinas maravillosas y estuve en el sitio donde nació mi padre: sólo quedaba una estación de una cuadra, un riel y el campanile, le mandé una postal con esa imagen. Ahora, vos fijate: yo soy italiana por un lado, italiana por el otro, me puse un nombre gallego y canto tangos. No me digas que Solís no te suena a castañuelas... Un señor me retrucó el otro día: “Alba Solís sólo suena a tango”, y yo le puse la tapa: “Es porque hace muchos años que le estoy dando y dando...”
¿Tu papá y tu mamá vivieron a hacer la América?
–No tanto: la familia de mi mamá era rica, muy buenos sastres. Mi abuelo, que también vino, tuvo en la calle Brasil 1184 una casa de artículos para hombres donde trabajaban todos sus hijos, como diez. Mi papá laburó de sastre y mi mamá de nada, no le interesaba ser ama de casa, era el despiste total. Y tenía una boquita que heredé yo, de soltar las malas palabras con mucha seguridad, en el momento oportuno, y en español. La única que hablaba italiano, en dialecto, con la abuela era yo. A mi mamá, además, le gustaba escandalizar un poco en esas épocas de tanta compostura. Por ejemplo, estábamos en una reunión, ella se había puesto una enagua con mucho encaje y me decía: “Ahora vas a ver cómo saltan todos”. Entonces anunciaba: “Miren el encaje que llevo”, y se levantaba las polleras. Era fatal, pero divina.
Vos siempre decís que no elegiste esta carrera, que el destino te fue llevando, pero ya desde chiquita estabas en la Pandilla Marilyn.
–En realidad, entré en la Pandilla por iniciativa de una prima que me llevó a los tres años, después de enseñarme una canción. Me subieron a un banquito, entoné la primera línea y me largué a llorar. Cayó tan simpático que quedé incorporada a la Pandilla y me convertí en Angelita, la divina nenita de la radio. Todavía tenía el nombre que mis padres, como buenos italianos, me habían puesto por la abuela. En la Pandilla cantábamos, hacíamos un radioteatro. Después, todo fue cuestión de suerte, casi siempre de buena suerte. Incluso cuando he estado sola y sin vento, siempre se me ha abierto una ventanita. Y lo que son las vueltas de la vida, ahora regreso a El Nacional, teatro donde trabajé muchos años como vedette, gamba al aire, sí, era una linda mina, y creo que algo se conserva de aquellos tiempos, porque te estoy hablando de la década del 50.
Estuviste con estrellas de gran impacto carnal como Nélida Roca, Alicia Márquez.
–Así es, ésa sí que era carne dendeveras, chicas naturalmente espectaculares. Tuve un problema porque el novio de Alicia se enamoró de mí, Jack el bongosero.
¿Te fuiste con él?
–¿Cómo? ¿De parte de quién? ¿O te olvidás que yo vengo de familia italiana? Si te digo cuándo dejé de ser señorita, te vas a reír todavía más: después de cumplir los 25, con libreta. Es verdad que a partir de esa fecha me puse al día. Ah, sí, sí, había que recuperar el tiempo perdido. Porque soy tana, pero no abstemia.
¿Cuando te casaste ya habías participado en el concurso “Buscando la voz del tango”?
–No, eso fue en Radio Splendid, todavía estaba soltera. Salí segunda, porque ganó la cantante que le gustaba al empresario Julio Korn. Pero tengo el orgullo de que la señora Nelly Omar haya votado por mí: es una señoraza, la adoro, siempre me gustó sobre todo haciendo cosas criollas.
En esas fechas, ¿ya habías decidido que lo tuyo era el tango?
–Para nada. Me presenté alentada por Armando Acquarone, el autor del tango “San José de Flores”. Yo estaba en Radio Mitre y todavía me llamaba Angelita. Era tan pobre que ni apellido tenía... No, en verdad no podía usar mi apellido porque según mi abuela quelle artiste sonno tutte putane. En esa radio, entraba a las 11 de la mañana y salía a las 6 de la tarde, y cada hora, cada media hora, cantaba tres tangos en vivo.
¿Tu papá y tu mamá todavía te controlaban?
–No hacía falta, yo trabajaba, sabía lo que hacía. Me divertía, jugaba, pero tenía claro hasta dónde llegar. Ahí se bajaba una y decía: vivo en esta calle. Franela sí, honduras no. Colocaciones ninguna todavía. Por eso después tuve que ponerme al día. Ahora me queda una sola hormona, razón por la cual me retiré hace rato, pero en aquellos tiempos tenía una revolución. De modo que en cualquier momento hago la de Ada Falcón: me voy a despojar de todas mis joyas y mis pieles, y me meto en un convento.
Pero primero vas a hacer Tanguera.
–Sí, por supuesto, y algunas cosas más, también. Tampoco tengo tanto apuro.
¿Es verdad la historia de que te enamoraste de Discépolo?
–Es muy cierto, aunque con él no me acosté nunca, desgraciadamente. Ni se dio cuenta, creo, después me hice amiga. Era una etapa en que Tania, Dios la conserve en su gloria, colgaba las chancletas muy seguido. Pero él es mi autor favorito. ¿Querés que te cante “Uno”? Aprovechá porque no lo voy a hacer en Tanguera, donde me toca “Yira, yira” y “La última curda”.
¿Vivís esta actuación como una especie de rentrée por la puerta grande?
–Y sí, sé que hubo otras candidatas. Encima tuve una neumonía hace poco, me llevaron para internarme, me dieron oxígeno y mi asistente oyó a un médico que decía: “Apúrense que la perdemos”.
¿Viste la luz al final del pasillo?
–No, qué luz, ninguna luz. Acá estoy, prácticamente recuperada y muy contenta. Si no hacía Tanguera, me moría, porque sí, es volver empezar en la calle Corrientes. Tengo mucha energía a pesar del reimplante total de cadera de hace unos años, después de un accidente al volver de actuar en Rosario. Pero salí, hasta ahora salgo de todas.
¿Sos puro instinto cuando actuás?
–Mirá, salgo al escenario temblando como una hoja en la tormenta. Empiezo a cantar sin tener mucha conciencia y me voy a otro lugar, no sé dónde estoy. O sí, dentro de ese tango, como si yo lo hubiese escrito, yo soy el señor que lo compuso, por eso lo puedo contar y cantar. Es una sensación muy hermosa. Y cuanto más fuerte y profunda es la letra, más hermosa es.
Cuando hacés tangos como “Fangal”, que no se pueden pasar al femenino, ¿sos un varón en ese momento?
–Yo siempre estoy al borde, en el filo. Me paso un poco para allá, soy un macho; un poco más acá, soy un puto. Porque es así, algunos tangos no los podés cantar como mina, es el punto de vista total del tipo. Y como no sólo hay que cantar, también hay que actuar.

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