sábado, 20 de octubre de 2012

Entrevista a Irineo Leguisamo REVISTA EXTRA - AÑO II - Nº 16 - NOVIEMBRE 1966 MITO VIVO



En estos días, Irineo Leguisamo acaba de cumplir 63 nuevos años. Es un príncipe. Jovial, agudo, difícil, descalabrante. Cumplió hace mucho su mejor “Clásico”: Enterró las tristezas. Es un mito vivo. Extraño caso en una Argentina que ordena morir para alcanzar el idolazgo. ¿Qué hemos hecho? ¿Qué ofrecemos? Casi todo; nos metimos en su vida... Sin privaciones, aquí está...

“Los que viven mucho...”, es la traducción más o menos libre de la voz indígena “Arerunga”. Y en Arerunga, departamento de Salto, Uruguay, nació el 20 de octubre de 1903, Irineo Leguisamo.

Los 63 años lo sorprenden deslumbrado por el “boom” Leguisamo:
Irineo Leguisamo: El público me sorprende... ahora está conmigo. Antes no había términos medios, a favor o en contra de “Legui”, sin matices... Los demás jockeys hasta me cuidan: ¡qué nadie me vaya a hacer una “macana” durante una carrera!

“¡Es un monumento!”, acostumbra a decir el porteño no sólo ante una mujer, sino también para referirse a aquellos seres excepcionales que ya han volcado el codo de la polémica. El bronce, como el luto a Electra, ya le sienta a Leguisamo. Físicamente, su imagen magra, de ángulos acusados, el rostro cetrino y la actitud estática, parecen querer denunciar la rigidez definitiva de la estatua. El orden, casi de mueblería, de su casa de la calle Gorostiaga, contribuye a fomentar esta impresión. Felizmente, un whisky (“mi único vicio”) consigue desentumecer a la “Esfinge”. Proyectábamos hablar de caballos, del freno y del filete, de por qué corre “de atrás” y, claro está, de Gardel... Pero el “Pupo” le señala el rumbo al diálogo:
Leguisamo: A Carlitos déjenmelo allí donde está... que está muy bien. ¿De carreras, de caballos?... Me van a obligar a repetir lo que ya dije centenares de veces... ¿Mi vida?... Tengo biógrafos que saben más de ella que yo mismo...

Resulta casi impostergable, entonces, una introducción a Irineo Leguisamo.

Su vida: en el principio fue “tamarisco”...

A lo largo de 3.232 triunfos (la última cifra “oficial”) se desgrana la vida profesional de Irineo Leguisamo. Allá por 1918, tiene apenas 16 años, gana su primera carrera en el pequeño hipódromo de Florida, en el Uruguay. Corre un caballo llamado “Curruca”. El propietario, cuando Flores Pereda, el descubridor de Legui, se lo presenta, le comenta en un aparte: “¿Y éste es el jockey que me traes para la yegua?...”. Pero el chiquilín esmirriado gana, y a partir de ese escepticismo inicial comienza su verdadera vida. La del “Pulpo”, la de la “Esfinge”, la del “Imperturbable”..., la de tantos nombres que la institución popular imaginó para definir al gran jockey. Lo previo, realmente no importa nada.

El 13 de enero de 1920 le otorgan la patente profesional. Poco después cruza el río y debuta perdiendo en Palermo el 15 de agosto del 22 (segundo, con “Best Flier”, paga $7,20 a placé). Cinco días después, el primer triunfo, conduciendo a “Tamarisco”. La gloria llega pronto. La leyenda de “El maestro” se afianza en esa seguidilla impresionante que va del año 23 al 36 inclusive, en que encabeza ininterrumpidamente la estadística de jockeys ganadores. En una sola reunión bate un récord inigualado: gana siete carreras y sale placé en la octava... Toda una mitología nace en torno al ídolo: un tango, el nombre de una caña... Ya en 1930, un famoso periodista americano le dedica una extensa biografía que La Nación traduce y publica en folletín.

Una galería interminable de personajes pasaron por su lado a lo largo de los años. Casi todos se intitularon “amigos”. El reconoce a muy pocos. Uno, el entrañable, Carlitos Gardel. “Sportmen”, las sedas de su chaquetilla fueron llevadas al triunfo innumerables veces por “el Mono”. Un caballo en especial, “Lunático”, fue la síntesis y el símbolo de esta amistad triunfal. Esa trilogía, Gardel-Legui-Lunático ingresó en aquellos años 30, y ya para siempre, al Olimpo intocable de los “burreros”. En 1935, cuando muere Gardel, se sellan los labios de Leguisamo. Muy pocas veces se concederá hablar en público de su amistad. La más, alegará: “La amistad es cosa de hombres, no algo para andar charlándolo por ahí...”. Algunos interpretaron mal ese silencio, hubo quien arriesgó que al morir Gardel, le había quedado debiendo una cuantiosa suma. Irineo nunca se tomó el trabajo de desmentir. Y en general, su hosquedad monosilábica, esquivo y escueto, sobre todo cuando está “en lo suyo”, le granjearon la contrapartida inevitable de la gloria: la detracción.

Así un buen día, molesto por ciertas opiniones sobre la manera de conducir un animal durante una carrera, se va a correr al Brasil. Para muchos suena a verdad demasiado fantástica su reiterada afirmación de que, antes de la carrera sólo habla con el cuidador y con el dueño... “Un ídolo, pase, pero que no quiera vendernos un tranvía”, afirman los que “saben”.

Y en esa ocasión estamos a punto de perderlo para siempre. Hasta que Arturito Bullrich, otro gran amigo, viaja a Río y lo convence de que vuelva. Y al retorno parece oler a “aflojada”...

Es un momento de relativo eclipse. A la difamación se suma la mala suerte. Tiene varios accidentes en carrera. Uno, el más grave, cuando corriendo a “Gaitero”, un terronazo lo enceguece y está a punto de perder el ojo izquierdo. Meses de inactividad. Lo opera el doctor Castroviejo y salva la vista.

En 1938 se casa con Delia Claudia del Río, tras un noviazgo de cuatro años. La soprano que renunció a su vocación galvaniza su voluntad. Cuando su ciclo parecía cerrado, el “Pulpo” retorna: encabeza las estadísticas en el 39, 41, 42, 44 y 45.

De allí ahora, todo puede reducirse a un sereno afianzamiento del mito. Su estilo origina una jerga “sui generis”: “Atropellada a lo Legui”, “Final a lo Legui”, “Apilada a lo Legui”...

“El maestro” ya conquistó su sitial, para siempre. Calculador, matemático, temerario al tomar los codos ceñidos, sin luz, junto a la empalizada. Innúmeros cracks, desde “Payaso” a “Yatasto”, pasaron bajo su fusta (es un decir: casi nunca la usa). Muchos nombres famosos jalonan un anecdotario inacabable: Saturnino Unzué, Joaquín de Anchorena, los ex presidentes orientales Gabriel Terra y Battle Berras, Razzano y -muy recientemente- el presidente Onganía. El parece –o aparenta- no darse cuenta de que es un mito vivo. “Memé”, su esposa, y cuatro chihuahuas, conforman su mundo de hoy. Lo demás es recuerdo, pieza de museo, a lo sumo pasajera nostalgia. Pero “el que vive mucho” no es demasiado sentimental: sencillamente intuye, pensamos, que por sobre todo es un azar biológico el que se empeña en convertirlo en una “curiosidad”...

JUSTIFICADO –o explicado- el mito, seguimos con el hombre. 52 kilos poco menos que inamovibles desde que tenía 20 años, nos invitan a descenderlo a ras de tierra.

Leguisamo: En muchos reportajes se empeñan en convertirme en un “intelectual”... No sé por qué. Hablan así de que soy un melómano furioso y gran lector. En realidad me gusta la música, sobre todo el folklore de los distintos países, pero no es para tanto... En cuanto a la lectura, no leo prácticamente libros desde que me casé.

Ese día de 1938 en que contrajo enlace con Delia Claudia del Río señala un hito fundamental en su vida privada. Hoy, “Memé” ejerce en el hogar de Leguisamo un apacible matriarcado. Una imagen física dominante corrobora esta impresión.

Extra: ¿Cómo se conocieron?...

Legui es rehacio a develar esta intimidad, pero ella se le adelanta:

Delia Claudia del Río: En el hipódromo de Palermo... Yo estaba con una amiga común, él me vio y le pidió mi teléfono... Ese día corrió una yegua llamada “Centeya”... Después estuvo llamándome como tres meses, diciéndome que hablaba el “señor Palermo, un profesional...”. Después nos conocimos personalmente.

Leguisamo sonríe y asiente con la cabeza. Y agrega:

Leguisamo: Memé es mi secretaria y apoderada... Eso, después que le arruiné la carrera...

Rodada y frustación

Extra: ¿Cómo es eso?

Leguisamo: Fue el 13 de Diciembre del 47... Esa tarde, Memé debía cantar una ópera por Radio Municipal... Yo corría a “Criollo” en San Isidro. Rodé y me rompí un brazo y una pierna. Ella, de los nervios, perdió la voz... Después abandonó para siempre sus aspiraciones líricas...

Del Río: Casi se mata... estuvo ocho meses inactivo. Después de aquello, aún ahora, cuando me pongo nerviosa pierdo la voz.

En ese momento hacen su entrada desde el jardín, los cuatro chihuahuas de Legui. Cuatro miniaturas a las que cuesta trabajo descubrir para no pisarlas... La actitud contenida del sueño de casa desaparece. Se empeña en presentarnos a “Poliya”, “Chispita”... Nos cuenta con fervor sus habilidades y el cariño que les tienen. En ese momento nos acordamos que el matrimonio no tiene hijos.

Leguisamo: Casi todos los días las llevo a la cancha... Se divierten como locas... Pero son muy celosas.

Leguisamo vive prácticamente enfrente del hipódromo de Palermo, una amplia casa con jardín al fondo, en que vive desde que se casó. Sus jornadas habituales no son precisamente intensas.

Leguisamo: Por la mañana, cuando tengo ganas, hago ejercicios en la cancha... Ultimamente me he puesto en muy buen estado. Pero voy cuando quiero, igual que correr. No dependo de nadie al no cobrar sueldo...

La mayor parte de los jockeys trabaja en cierta relación de dependencia con el Jockey Club, recibiendo un sueldo. A cambio, deben cumplir horarios para varear, entrenarse, etc.

Extra: Yo, desde hace mucho tiempo, no dependo más que de mí mismo... Un pequeño “lujo” que creo me merezco...

Las tardes. La mayoría de los días, cuando hay sol, un partido de golf con su compañero el doctor Belisario Otamendi. Legui, no se considera un golfer excepcional ni mucho menos. Precisamente, durante nuestra entrevista, está en su casa “el profesor de golf”... Un caballero de aspecto muy aristocrático. Comparando su aspecto “de extranjero” con la aindiada aristocracia de Leguisamo, pensamos en la probable reiteración de este contraste a lo largo de su vida profesional. Nombres como Anchorena, Unzué, Bullrich, Alvear, suenan inevitablemente exóticos en sus finos labios de rictus entre taimado y pícaro.


Y hablando de amigos

Doña Delia sabe lo que “le gusta al periodismo y a lo largo de tantas entrevistas ha capitalizado una considerable experiencia. Tiene en la cabeza, se nos ocurre, una especie de Reportaje-tipo-para-Leguisamo... Por eso le dice cuando el diálogo parece languidecer:

Del Río: Pero no les contestaste lo de las corbatas, ni lo de Perón...

Legui la mira un momento, como dudando, y es ella la que habla:

Del Río: Irineo es un fanático de las corbatas... tiene más de quinientas y conoce exactamente cada una de ellas...

A nosotros, sinceramente, nos interesa en especial “lo de Perón”... Pero antes terminamos con las corbatas:

Del Río: Por la mañana siempre usa moñito... Porque jamás le gustó ir de pañuelo a entrenarse, como hace la mayoría de los jockeys. A la tarde se pone corbata... Justamente, una vez...

Pero nosotros insistimos en “lo de Perón”... Legui hace un gesto como diciendo: “Mejor hablemos de otra cosa...”, pero Memé: -¿Por qué no vas a decirlo?... Que yo sepa, no tiene nada de vergonzoso...

El sentido de la oportunidad de “Memé” puede más que la retraída humildad de Leguisamo, que accede:

Leguisamo: Nunca lo conocí personalmente a Perón, pero una vez vinieron a verme de la presidencia para proponerme que me hiciese ciudadano argentino... Yo me negué, igual que me negaría ahora... “¿Renegaría usted de su madre?”, recuerdo que le dije a la persona que vino a hacerme la sugerencia...

Extra: ¿Y su negativa le creó algún problema?

Leguisamo: Realmente no... nunca tuve ningún problema, siempre me dejaron vivir tranquilo. Por mi profesión, varias veces mantuve relaciones bastante íntimas con hombres de la política. Pero todos ellos sabían que la política no me interesaba y nunca tocaban el tema conmigo... Por ejemplo, fui muy amigo y sigo siéndolo del mayor Carlos Aloé... y jamás en nuestras conversaciones hablamos de política.

Otro “amigo” expectable de Leguisamo fue Jorge Antonio. Con él fundó en cierta oportunidad el haras “Dos estrellas”. La relación comercial no duró mucho tiempo.

Leguisamo: Sí... no soy buen hombre de negocios. Casi siempre fracasé en ellos. Por eso ahora me quedo tranquilamente en lo mío. Con Jorge quedamos también buenos amigos.

Y hablando de “amigos”... viendo el extraordinario afecto que siente por sus cuatro chihuahuas, se nos ocurre:

Extra: Parece que los perros le gustaran más que los caballos...

Leguisamo: Sí... de tener que elegir, me quedo con los perros... El caballo es muy inteligente, pero necesita que lo dominen... Si un jockey no comprende esto, fracasa... Lo peor que le puede pasar es que el caballo lo domine a él.

Extra: ¿Y a usted nunca lo dominó un caballo?

Leguisamo: Que yo sepa, no... Aunque puede ser que alguna vez haya ocurrido sin que yo me diese cuenta... pero eso es mejor no saberlo...

La chaquetilla del hombre feliz

Después de hablar con él, sobre todo de “sentir” cómo es Leguisamo hoy, si nos pidieran el modelo del “hombre feliz”, lo señalaríamos. La armonía entre sus aspiraciones y lo que ha logrado parece ser total. Su rostro, sus gestos, su atildada figura algo “demodee”, todo traduce su gran calma interior. Si alguien, en un mundo tan conflictual como el presente no necesita más o menos urgentemente los servicios de un psicoanalista, estamos seguros de que es él. Esa matemática celebración que guía su conducción de un caballo en carrera, la ha utilizado para organizar su vida con igual precisión. Desde su salud sobriamente vigilada, hasta esa esposa “perfecta”, que ha sabido asumir funcionalmente su rol de “señora de...”. Cierta vez la invitamos a una mesa redonda para que fuese en ella “la señora de Leguisamo”. Se negó. Ahora creemos comprender por qué. La pícara sabiduría de “el Pulpo”, que le ha servido para dominar caballos, consiguió que también en su casa, sin que los demás se diesen mucha cuenta, todo gire en su torno. El milagro de Leguisamo, que a los 63 años de edad es capaz de conducir con pulso preciso un caballo lanzado a 70 kilómetros por hora, comienza a explicarse en su hogar.

La “esfinge” y Onganía

“No esperaba menos que encontrarlo aquí...” Con estas palabras, saludó el presidente de la República a Irineo Leguisamo no hace muchos días, cuando se encontraron en la “Exposición del caballo”. Leguisamo, poco propenso a los juicios, no elude opinar sobre el general Onganía:

Leguisamo: Como ya dije, yo no entiendo nada de política, pero Onganía me “cae” bien; se nota que es un hombre “derecho”. Yo ya lo conocía de antes, me lo habían presentado en Palermo cuando todavía no era presidente. El pidió conocerme. Es un enamorado de los caballos...

Quien ha sabido moverse con constante dignidad en un medio tan equívoco como el turf, tiene, sin duda, un “ojo clínico” para descubrir al hombre “derecho”... Sin querer arriesgar en esto demasiado, se nos ocurre que Onganía pasó, ante la aguda experiencia de Legui, por una de sus pruebas más difíciles.

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